jueves, 29 de diciembre de 2011

La verdad y un gesto

Hay en este libro dos consideraciones.
La primera y la más importante, es que éste y cualquier otro libro que hable de todos aquellos españoles que murieron asesinados en los campos de concentración nazis resulta un acto necesario.
Conocer su historia de sufrimiento y muerte y honrar su memoria es un acto de justicia imprescindible. El exilio, los campos de concentración franceses, su integración en las Compañías de Trabajadores extranjeros y en los Batallones de Marcha, su captura después de la invasión nazi de Francia, su condición de apátridas, su detención y deportación, su internamiento en campos de trabajo y su vida de esclavos, útiles mientras tuvieron fuerzas para obtener de ellos un rendimiento, prescindibles cuando ya estaban agotados y enfermos y eran eliminados, convertidos en ceniza para dejar hueco a los siguientes.
Conocer la verdad de aquellos miles de españoles que compartieron el mismo destino que otros millones de seres humanos es algo obligatorio. Porque forman parte de aquel exterminio sistemático y organizado para el que ninguna palabra resulta prescindible.
Y este libro en concreto es la recuperación de uno de ellos, de Mariano Carilla Albalá, de Lanaja (Huesca), que murió asesinado en la cámara de gas del castillo de Harteim, dependiente de los campos de Gusen y Mauthausen, en 1941.
La historia de Mariano la recupera un descendiente suyo: Joaquim Pisa Carilla, que encontró su nombre en una lista de deportados españoles en los campos nazis y que a partir de ahí reconstruyó su vida y muerte. Mariano cruzó la frontera con Francia al terminar la Guerra Civil y compartió el mismo y triste camino de otros muchos españoles atrapados en ese país para finalizar en aquel castillo de Austria donde fue llevado para morir. Hecho ante el que se debe sentir “una pulsión de piedad emocionada hacia un ser humano indefenso llevado al sacrificio como un cordero enfermo”.
Pero la segunda consideración que –creo- debe decirse es que éste es un libro personal. Su autor reconstruye la vida de Mariano basándose fundamentalmente en testimonios orales e intercalando alguna hipótesis. En un libro-homenaje como este es lógico ese tratamiento del personaje como símbolo. Mucho más si fue en su momento uno de esos hombres anónimos que se perdió entra la multitud y no dejó testimonio individual de su pensamiento, sin poder afirmar o negar lo que de él se dice. Desde luego hay un hecho innegable: su muerte, su injusto y brutal asesinato, pero recomponer su vida ( y sus espacios en blanco) basándose en testimonios y recuerdos de familiares; en concordancias temporales, sociales e históricas genéricas y, sobre todo, en una visión idealizada a posteriori y maniquea de una época y sus sombras –la II República y la guerra- hace de este un libro personal Y no son mis palabras una forma de negar la verdad que cuenta sino de avisar que Joaquim Pisa la cuenta a la medida y desde el punto de vista de su ideología política.
Para algunos esta será la historia que quieren oír y creer, con sus verdades y silencios, sus buenos y malos absolutos, su visión con un solo ojo. Cada uno es libre de verlo como quiera. Pero yo soy de los que no idealizan nada, de los que cree en la imperfección de las cosas, de los que procura leer las dos versiones de la historia y no quedarse con ninguna.
Y si hay algo significativo, un gesto que va más allá de los silencios y las palabras; más allá de un libro en blanco y negro, es lo que el autor hace y dice en la página 111 cuando acude a rendir homenaje a Mariano en el campo de Mauthausen: “me incorporo tras haber dejado la placa apoyada contra la pared, me pongo en posición de firmes y mirándola saludo con el puño en la sien”.
Este es un libro que es un recuerdo necesario –no me canso de decirlo- objetivo en su parte fundamental y absolutamente estremecedor, pero que alguien haga hoy en día ese gesto me parece igual de execrable y repudiable que saludar a la romana. Gestos que sobran, que están fuera de lugar y de tiempo. Un gesto que delata y retrata al que lo hace, que produce tristeza y perplejidad y desvirtúa su razón. Un gesto que por no hacerlo llevó a cientos de miles, a millones de seres humanos a morir en el archipiélago gulag de la Rusia comunista, incluso a algunos republicanos españoles. Un gesto que es una marcha atrás, un retroceso; expresión de un odio que acabó en guerra; la ignorancia de un sobrino-nieto que no ha aprendido nada de lo que vivieron sus abuelos.
La verdad no se merece estos gestos. La verdad debe de estar por encima, fuera de ellos. Por culpa de esos gestos y todo lo que significan murieron millones. Ya es hora de enterrarlos para siempre.

“Un castillo en la niebla”. Joaquim Pisa. 172 páginas. Salvador Trallero, editor. Sariñena Editorial, 2011.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Mayo contra noviembre

Ante esta “Nostalgia armada” me asalta una sensación, un sentimiento contradictorio. Tal vez por torpeza mía, por ignorancia. Por un lado de belleza y ritmo, pero al mismo tiempo de largo recorrido que me deja sin aliento. Sin la resaca de otros días y otras palabras.
Tal vez sea culpa mía y de lo que nos ha convertido este mundo moderno: prisa, concreción, precisión, minuto y resultado. Velocidad, destino final sin importar el camino recorrido. Inmediatez, éxtasis y olvido. Tal vez sea que yo prefiera lo evidente, los caminos limpios y breves, el minimalismo salvaje de un cuchillo corto y bien afilado antes que una cubertería de plata.
Marqué con un (No) algunos poemas y subraye cada título para una relectura. Marcas para volver a recorrerlo de nuevo porque siempre leo dos veces los libros de poesía. Y en esa segunda lectura de los poemas subrayados volvió la contradicción de esa doble sensación de belleza y extrañeza. De intensidad alargada innecesariamente, de exceso en la composición, de prolongación, de poema en largometraje. Y con la contradicción volvieron las dudas. Quizás yo esté equivocado, quizás porque siempre he buscado en la poesía esa estructura de intensa brevedad, quizás porque me gusta sentir su eco retumbando sin que otro sonido lo interrumpa.
Y en esa segunda lectura comprendí que Olga Bernad escribe de otra manera. Alargada, explicativa. Y la imagino más contundente y eficaz en una prosa poética, en unos poemas de párrafos largos y punto y a parte que consiguieran otro ritmo distinto, continuado, absoluto. Los poemas de Olga, los subrayados, son poemas narrativos. Y comprendí que debía volver a leerlo con esa estructura, con ese nuevo ritmo adecuado a la lectura de esa forma. Porque de la primera lectura me quedaron poemas que me robaban el aliento y no me dejaban masticar las palabras. Los deslumbramientos no se detenían. Eran vagones enganchados en un tren que no paraba y cuando lo hacía ya estaba lejos.
Me da vergüenza hablar de teorías. De cómo encender un fuego. Yo prefiero quemarme en el incendio provocado por otros. Yo no soy el que dibuja los mapas, soy el que se pierde en ellos.
Y ejemplos de esos poemas que ganan en intensidad ajustando el ritmo de su lectura –convertidos- en prosa poética son “Lugares invisibles”, “Nada en el desierto”, “Baile de muertos”, “Amanecer de la mucha muerta” y “No escribo”. Y poemas breves en los que refugiarme dentro de su eco: “21 gramos”, “No saber”, “Extra viam”, “Perros de noviembre”, “King Geroge” y “Una amazona griega en tiovivo”.
Y como ejemplo de esa extensión perjudicial y contradictoria, el poema “Estocolmo” con la belleza de “esa sonrisa que tuve guardada/por si un día volvíamos a vernos./Duerme siempre conmigo/y sabe respirar con mis pulmones” perdida en un largísimo poema de tres páginas que se mitiga con el regalo de dos versos finales “En tardes de violencia me ha mirado/con ojos de animal de compañía”.
Vuelvo a releer los subrayados, ignorando las negaciones entre paréntesis. Vuelvo y me encuentro con “te inventé porque el mundo me sabe a hambre atrasada”. Y me quedo con que todo lo que digo son teorías, elucubraciones, gustos personales y ninguna verdad. Que a mi no me gustan los poemas de águilas y vuelos, los versos bucólicos, las miradas al cielo y la tierra, que el único animal que me interesa es el hombre.
No tengo teorías ni quiero fabricarlas ni escribirlas. Tan sólo quiero dejarme llevar, atrapar, sentir el golpe contundente de la emoción sin explicarme el porqué. “Por eso me repito cada noche/que una vez fuimos jóvenes y fuertes,/nuevos y en blanco, puros, aprendices,/crueles conquistadores y milicia,/novicios consagrados al acaso,/peligrosos de amor y de violencia./Y vivir importaba/y el porvenir olía a incertidumbre,/a fiesta y a dureza, a beso húmedo.”
“Será agosto y, en sueños,/vendrán ladrando perros de noviembre./El mes más vil, el mes de los suicidas,/el que arranco de cuajo en los diarios”.

Olga Bernad. “Nostalgia armada”. 89 páginas. Ediciones La isla de Siltolá. Sevilla, 2011.

martes, 13 de diciembre de 2011

La revancha es un té frío

El argumento de esta novela es inicialmente sencillo: el reencuentro de una mujer, veinte años después, con los que fueron sus compañeros y amigos de la facultad. Pero lo diferente es que no es el típico reencuentro organizado o casual sino una vuelta al pasado provocado al descubrir, leyendo las esquelas del periódico, la temprana muerte de su mejor amiga de entonces.
Así que, sobrecogida por la tragedia y renunciando a todos sus complejos y a su presente imperfecto, a su vida rimando en asonante, decide acudir al velatorio para despedirse de ella, pero también para volver a verle a él; esa herida de aquel tiempo todavía sin cerrar.
Pero ellos tres no eran los únicos. Estaban los demás. Y estarían allí. Y ese reencuentro era precisamente el que más temía. La humillación a tener que admitir ante ellos sus fracasos: “no he terminado la carrera, no me he casado, no trabajo de profesora, no tengo hijos, soy una simple cartera y todavía vivo con mis padres”. Ellos, tan afortunados entonces, serían ahora una prolongación de aquel recuerdo y habrían conseguido todo lo que ella no tenía, lo que ella no era.
Y es precisamente la muerte, como principio y final, lo determinante en esta novela. Es la muerte y todo lo que desvela y provoca. Porque María, en una original estructura narrativa, nos descubre que aquellos que eran presuntuosos entonces “sus vidas de ahora están llenas de mugre y cosas a medias como las demás”.
Nos descubre cómo el tiempo ha transformado aquel futuro por delante; en qué han quedado, cumplidos los cuarenta, aquellas ilusiones de los veinte años. Que “también ellos desean morir lejos de sí mismos y creen que ha habido un error muy grande en alguna parte de sus vidas”. Cómo han alcanzado el éxito literario, si a través del talento o por medio de las relaciones; por conocer a la persona adecuada. Cómo se han vuelto mezquinos, insatisfechos, amargados y falsos por culpa de la ambición personal, las equivocaciones, las decisiones impuestas; la hipocresía y los secretos. Y cómo es precisamente la muerte la que permite una segunda oportunidad, un renacer, un motivo para cambiarlo todo. Es la muerte la que permite la revancha de esos del grupo a los que antes se despreciaba. Un grupo al que se pertenecía de prestado y ahora se regresa. "Entonces era de otra manera, nos tocaba perder. Pero ahora no es como entonces, ahora es distinto, es mejor", ahora toca ganar.
María hace una literatura cercana, reconocible y, sobre todo, que suena de verdad. Y es importante decirlo porque en aquel docudrama: “Vivir cada día”, también se contaba una historia real, pero los personajes se interpretaban a sí mismos y acababan convirtiéndola en un reflejo inverosímil. Sin embargo, María, con su narrativa intimista, sencilla y humana consigue que la vida imite a la literatura; la refleje con su parte de comedia y drama; veamos a los personajes que ha creado de carne y hueso, nos identifiquemos con ellos, sintamos odio, asco, lástima o nos alegremos con su victoria; asintamos ante sus dudas y la lógica de sus temores.
Nos lleva por un camino en el que sonríes cruzando los dedos, con el miedo a que todo se rompa, por el que te agarras con fuerza al destino feliz y sientes el vértigo de lo que no sabes, de lo que no llegarás a saber. Saboreando el desquite, la venganza, ese plato que se sirve frío. Las caras de estupor, los burladores burlados, el cuento chino de la pobre cenicienta hecho realidad. Y en el último suspiro, en la última página, con una insinuación evidente, te regala lo que no esperabas.

“Como entonces” María Frisa. 160 páginas. Primer Premio Narrativa Universidad de Zaragoza 2009-2010. Ilustración de cubierta de David Guirao. Prensas Universitarias de Zaragoza, 2011.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Ocho nuevos dobles: Doppelgänger

Alguna colección de relatos puede resultar algo así como la reproducción, por orden de clasificación final, de los ganadores y finalistas de un concurso de maquetas. Esforzada y compartida fama efímera. Anécdota, collage de nombres sin solución de continuidad. O puede ser, como en este caso, igual que aquellas viejas cintas de casete en las que grabábamos nuestras canciones favoritas. Antología personal y emocional. Noches de sábados con las ventanillas abiertas. Obsoleta metáfora que puesta al día nos llevaría en este caso a un disco colectivo de ocho cantantes con ocho canciones inéditas, un cómic de Álvaro Ortiz de regalo en su interior, un maravilloso diseño artístico y una carátula original de Arantxa Recio que enamora nada más verla. Una joya en papel para ver y tocar.
Este libro es (eso creo) el resultado de una idea individual o a medias, ideada por uno y cocinada por dos, cuatro escritores cada uno; dos de mutuo acuerdo; tres más, uno más uno igual a Jekyll&Jill; Jessica Aliaga y Víctor Gomollón y viceversa. Idea (me gustaría imaginar) presentada en una reunión de amigos, en una larga sobremesa repleta de alcohol, libros, música, risas, pies descalzos y ceniceros repletos. Una idea sin oportunismo, con más arte que negocio, tan sólo por el placer de reunir en un libro a sus autores contemporáneos favoritos, afinidades individuales y/o coincidentes. Reunirles una noche y presentarles al Doppenlänger, el mito alemán que se refiere al alter ego u otro-yo fantástico; el reflejo, el desdoblamiento, la doble identidad. Y pedirle a cada uno que escriba un relato sobre eso. Un libro inevitablemente ecléctico, personal e intransferible, cada uno con su idea, su perspectiva, su estilo; distinto en cada caso. Ocho maneras de pensar el mito y crear uno nuevo que reúne diferentes formas de narrar. Desde la formal –sin sentido peyorativo- a la pura alucinación.
La sinceridad esquizofrénica, cruda e irreflexiva de Rubén Martín; el otro yo –ese que nunca miente- de un diario de Francisco Nixon –músico del que me declaro fan-; el amigo invisible e imaginado para escapar del dolor cotidiano y familiar de Brian McCabe; la fantasía surrealista de Javier Moreno, un cuento para adultos perversos con una Caperucita Roja convertida en una erótica Lolita y un Lobo Feroz desconcertado y repentinamente curado de su daltonismo con el rojo de su pintalabios; Juan Carlos Márquez, provocador, beligerante, gamberro, satírico, metafóricamente deslumbrante y su nueva versión a ritmo de rap de la invasión de los ladrones de cuerpos; Miguel Ángel Ortiz Albero, minucioso observador y su prosa descriptiva, difícil y poética por la que siento una irracional debilidad con un relato sobre la pérdida de la memoria y la identidad. Y los dos que me han resultado absolutamente brillantes: Sergi Bellver con “El nudo de Koen”, un inquietante relato de original estructura sobre dos hermanos con el mismo nombre –uno muerto y el otro vivo-, dos pensamientos, dos vidas paralelas que se cruzan en un aniversario; y Miguel Serrano con “Media res”, una historia gemela en dos actos, un misterio abierto, ocultado a la lectura; una misma coincidencia, mismo taxista, igual trayecto, mismo lugar, final duplicado; sorprendente relato genial.

“Doppelgänger, ocho relatos sobre el doble” Varios Autores. 187 páginas. Jekill & Jill Editores. Zaragoza, 2011.

martes, 22 de noviembre de 2011

Nuevo libro de Sergio del Molino en anorak ediciones


Mañana, miercoles 23, a las 20 horas, en la librería "Los Portadores de Sueños", C/ Blancas, 4, de Zaragoza. Sergio del Molino presenta su nuevo libro: "El restaurante favorito de Nina Hagen”, editado por Anorak Ediciones.
Con la presencia de Ana Usieto y el editor Sergio Navarro.


viernes, 18 de noviembre de 2011

El juego del diablo

La Editorial Traspiés ha cambiado el formato de su colección Vagamundos de libros ilustrados. El concepto sigue siendo el mismo, pero ahora los podemos disfrutar en un tamaño más grande. Placer multiplicado por dos en el que salimos ganando los que tenemos presbicia y en el que las ilustraciones cobran una nueva dimensión. Y como estreno de este nuevo formato un relato de Robert Louis Stevenson: “El diablo de la botella” con unas magníficas ilustraciones de Pablo Ruiz.

Y la verdad es que lo que plantea resulta una oferta tentadora: “Todo lo que se desee: amor, fama, dinero, una casa: todo será tuyo si compras esa botella. Sólo hay una cosa que el diablo no puede hacer: prolongar la vida. Y si uno muere antes de venderla, su alma arderá para siempre en el infierno”. El diablo juega con nuestras debilidades. La ambición humana es un cuento muy viejo y él lo sabe. Conoce nuestros anhelos, los más básicos y primordiales. Cada uno tiene el suyo. Y en el caso de Keawe, el protagonista de este relato, su mayor deseo era tener una casa grande y lujosa que fuera la envidia de sus vecinos y la medida de su triunfo. Así que Keawe no resiste la tentación y compra la botella.
La ventaja de esta historia es que ese pacto, esa unión con el diablo es temporal y rescindible. Y eso lo hace aún mucho más tentador. Consigues lo que quieres y luego basta con vender la botella a otro para olvidarte. Sin embargo esa falta de consecuencias la salva Stevenson con la muerte. Keawe consigue el terreno y el dinero para construirse la casa que desea gracias a la muerte de un tío suyo y de su hijo, convirtiéndose él en único heredero. Keawe sabe que si no hubiera sido por esas muertes no tendría lo que deseaba, pero lo acepta demostrando que su ambición es mayor que sus escrúpulos o dudas morales: “aunque me guste muy poco el modo en que ha llegado a mi, esta es la casa, y bien puedo tomar los bueno junto a lo malo”. Y la botella acaba en las manos de un amigo que no volverá a ver jamás.
La ambición humana es un cuento muy viejo y el amor uno inmortal. Mezclarlos, unirlos es este relato es mérito de Stevenson. Porque quizás por aquello de que todo tiene un precio, Keawe, que vivía feliz en su propiedad, conoce un día a Kokuna y se enamora de ella. Pero esa misma noche, al volver a su casa, descubre que está enfermo de lepra y eso hace imposible su amor. Desesperado, la botella resulta ser la solución perfecta, y para no perder a su amada decide salir a buscarla, comprarla de nuevo y recuperar la salud. Esa búsqueda le llevará a seguir su rastro por toda la isla, un rastro evidente: grandes casas con jardín, vehículos y ropa nueva, lujo, ostentación y apariencia. Caras de simple felicidad. Pero el precio de la botella, al haber pasado de mano en mano, se ha devaluado a un simple centavo. Eso significa que si Keawe la compra jamás podrá venderla y su alma arderá eternamente en el infierno. Pero Keawe, por conseguir el amor de Kokuna, no duda y compra la botella, librándose de la lepra y casándose con Kokuna a cambio de su propia condenación.
Y así podría haber terminado el relato, con esa moraleja; pero Stevenson no se conforma y continúa, le da un nuevo giro: Keawe hundido en la tristeza, el miedo, el dolor y el arrepentimiento por su destino que le impide ser feliz acaba confesándole todo a su mujer y ella encuentra la solución: viajar a Tahití donde tienen céntimos, una moneda más pequeña que el centavo y allí vender la botella y salvarse. Dando lugar a la tercera y última parte del relato en la que todavía Stevenson es capaz de volver a hacer girar la noria, crear otros dos finales y otras dos continuaciones más hasta el desenlace definitivo.
Es cierto que este cuento escrito en el siglo XIX resulta en algunos aspectos contemporáneo. Es cierto que en la actualidad firmamos un empeño de por vida para conseguir una casa (sea la de nuestros sueños o no), pero más que eso está la permanente insatisfacción humana. Asombrarnos, con inquietud, de que todos podríamos pedirle un deseo a esa botella. Uno, sólo uno bastaría y que después podríamos deshacernos de nuestra mala conciencia vendiéndosela a otro igual de insatisfecho que nosotros. ¿Quién no dudaría? ¿Quién sería tan estúpido de resistirse?
Es cierto que está la ambición de la felicidad, pero tal vez Stevenson quiera hacernos pensar que se trata de una felicidad que es puramente material. Advertencia que ante los ejemplos que vemos hoy en día seguramente resulte una monserga ridícula, un yogur caducado en la nevera de nuestra conciencia. O tal vez no.
Y ante ese materialismo Stevenson propone como única contrapartida el amor, ese sentimiento puro por el que seríamos capaces de cualquier sacrificio, pero también está el precio que se puede llegar a pagar por conseguirlo. Y también está la mecánica diabólica del deseo. Desear una nueva ambición cuando ya hemos conseguido lo primero que queríamos. Lo rápido que el hombre es capaz de olvidar el dolor y la angustia, lo rápido que puede volverse egoísta, el débil equilibrio en el que vivimos, lo rápido que podemos perderlo todo.
Y es todavía más cierto que existen hombres que no temen a esa condena al infierno. Porque no creen en él. Porque si ese infierno existe no puede ser peor de lo que ya han vivido en la tierra. Y al morir el último propietario, ¿qué fue de la botella? Era irrompible y el corcho no podía sacarse por lo que no se podía liberar al diablo ¿Todavía estará en algún lugar? ¿Tendrá un nuevo dueño? Stevenson no lo dice, así que esas preguntas que se quedan en el aire son lo mejor de esta historia.

“El diablo de la botella” Robert Louis Stevenson. Ilustraciones de Pablo Ruiz. 60 páginas. Vagamundos, libros ilustrados. Editorial Traspiés. Granada, 2011.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Mensaje en una botella

Resulta muy curioso. Lo de menos en esta novela breve es la historia que viene anunciando desde el principio y que aparentemente la justifica. Un libro escrito para contar en él “una historia que siendo sincero conmigo mismo no puedo aspirar a que sea creída por ninguno de los que la lea”. Una historia que hábilmente se va aplazando para mantener esa expectación y que una vez contada -prácticamente al final de la novela- apenas ocupa nueve páginas.
Y es curioso porque lo que debería ser el motivo de la génesis de la novela se convierte en una mera anécdota. Algo bonito, misterioso pero prescindible. Y en un primer momento un lector apresurado, poco atento y superficial podría considerarse estafado; que el autor le ha tomado el pelo con un cuento de las mil y una noches. Pero yo creo que esa simpleza es una trampa. Una trampa inteligente e irónica. Porque esa historia: “una experiencia probablemente paranormal, una alucinación, algo imposible de explicar con la razón” no es lo que realmente importa sino que lo verdaderamente trascendente es todo lo demás. No es el destino sino el camino. No es el final sino todo lo que pasa antes.
Porque cuando al protagonista y narrador se le envía a un islote minúsculo en mitad del océano atlántico para realizar un trabajo de campo como una manera de quitarlo de en medio: “Todo era el resultado de un catedrático y padre intentando apartar de la competición a un sujeto (a mí) con más posibilidades que su hijo en ganar la carrera por la plaza”, lo que aparentemente es un amargo destierro se convierte en un lugar providencial en el que tomar conciencia de uno mismo, un tiempo para el aprendizaje de lo que realmente importa, la mayor y la mejor de las lecciones recibidas: “La estancia en la Isla de los Pelícanos me estaba proporcionando perspectivas que de no haber venido a ella no habría sido capaz de captar por mí mismo, inmerso como estaba en la vorágine del desarrollo”.
Y tal vez no sea una novela narrativamente deslumbrante, aunque se nota desde ésta -escrita en 1998- a la última -publicada en el 2011- una evolución, una contención en el lenguaje descriptivo que en esta “Isla” José Luis todavía no tenía, sobre todo en esas naturalezas muertas, paisajes, emociones y colores con los que en ocasiones tropieza; pero en la que ya está lo fundamental de su pensamiento al que se ha mantenido fiel: “Se puede elegir voluntariamente la vida que uno quiere llevar sin tener que pasar necesariamente por el pilón de la inercia en la que nos vemos envueltos”. Ya está la rebeldía, el individualismo, el carácter propio; el desprecio por los prejuicios, la apariencia y la superficialidad.
“En el mundo insulso, rutinario, carente de personalidad, donde todo el mundo y todas las cosas son iguales entre sí… en el mundo “estandarizado y global” lo original es sinónimo de extraño, y, además, es condenable por salirse de las normas a seguir por el rebaño”. Originalidad que José Luis nos muestra a través de unos personajes estrafalarios, sentimentales y entrañables. Personajes en ocasiones de un humor surrealista y disparatado que me recordaron al genial Harpo Marx. Personajes, como el hombre esdrújulo, que son protestas explícitas de la estupidez humana contemporánea y su empobrecimiento intelectual. Personajes que en su aparente insignificancia guardan el secreto inasible de la alegría, la tristeza sincera, la integridad, el equilibrio, la inteligencia y la armonía. “Como el resto de los habitantes de la Isla de los Pelícanos había alcanzado un grado de felicidad elevado suprimiendo la mayoría de sus necesidades. Sobre todo, esas necesidades absolutamente artificiales generadas por la sociedad de consumo y que no aportan ningún placer real y verdadero sino que son simples distracciones en medio de un mar de amargura provocado por la tensión originada en la sensación de carencia de bienes materiales”. “En la isla pude constatar lo inútil que resultan la mayoría de cosas consideradas indispensables en la sociedad de consumo”.
Porque esta es la manera en la que José Luis entiende la literatura: realidad factible e imaginación, fantasía, introspección, buen humor y una necesaria reflexión; un modo de expresión, un método útil, una manera de posicionarse en el mundo. Un mensaje en una botella.
Una novela en la que nos enseña a conocer frente al miedo la diferencia entre valentía y templanza; saber ante la adversidad o la injusticia qué es el valor. Nos presenta un original código de comunicación, un sistema con tres paraguas que según el color –rojo, verde o amarillo- sirve para comunicar el estado de ánimo de cada uno; una forma sincera de eliminar la hipocresía en las relaciones entre personas. Nos habla del estoicismo ante la tragedia y el escepticismo ante el júbilo momentáneo y fugaz; de la soberbia, la vanidad y la codicia; de la prisa y la lentitud; del confort insaciable, de la explotación insostenible del planeta, del contacto y el respeto con la naturaleza. Principios, valores esenciales por encima de cualquier apropiación interesada, oportunista y demagógica.
Pensamientos en los que encuentro una reconfortante coincidencia: “Nunca el dinero me ha proporcionado satisfacciones tan elevadas que no hubiera cambiado por crecimiento personal, intelectual y moral”. Reflexiones que podría suscribir, frases para dejar subrayadas: “Coincido con aquel viejo profesor de bachillerato que decía que el 70% de una persona no está compuesta de agua sino de los libros que lee y el otro 30% de las personas que ama y a las que odia”.

“La isla de los pelícanos”. José Luis Galar. 111 páginas. Segunda Edición. Prames. Zaragoza, 2010.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Triángulo escaleno

Biarge, Perales y Sierra forman un triángulo escaleno. Un triángulo cojo, de lados irregulares.
Los tres se conocieron estudiando Biblioteconomía y Documentación en la Universidad de Zaragoza, los tres se descubrieron escritores de cuentos y los tres en base a la coincidencia de esa misma inquietud formaron una sociedad literaria que ha culminado en esta publicación colectiva de sus relatos.
Una colección conjunta que por un lado es la consecución de esa ilusión compartida y de su amistad y que por otro supone su presentación, el estreno de tres nuevos autores (aragoneses los tres). Pero a partir de ahí cada uno queda expuesto en solitario ante sus virtudes y sus carencias; porque el lector, ajeno a todo lo demás, valorará a cada uno por separado y se hará inevitable el concurso, la competición entre ellos. Y el resultado es que Biarge gana con diferencia, Sierra no queda mal y Perales pierde mucho en la inevitable comparación.
Para los autores este libro será siempre un recuerdo inolvidable, pero para el lector lo único importante es adivinar el futuro basándose en el presente, en lo leído. Agradecer la fortuna de descubrir a un autor desconocido que sorprende en su debut. Un nombre nuevo que apuntar en la memoria y esperar el siguiente paso. Leer “Aún después de muerto”, el relato de Jorge Biarge, y admirarse; disfrutar, asombrarse con su talento y hablar de él sin que esto parezca una maldita operación triunfo. Porque todos sabemos las vueltas que da la vida y cómo cambia todo.
Este “Dioses comiendo moscas” está compuesto por quince relatos de los que Biarge ha escrito cinco, Perales cuatro y Sierra cinco. Y hay uno, “Phenomena”, que es colectivo. Un libro sin un género determinado sin un argumento o tema común en el que cada uno ha demostrado de lo que es capaz supongo que incluyendo lo mejor que tiene. Y ese relato colectivo aunque parte de una idea realmente interesante y capta la atención nada más empezar se pierde después en una teoría compleja mal explicada y mal resuelta convirtiéndose en un proyecto frustrado. Al igual que los relatos de Perales, desestructurados, pretenciosos en la forma y el lenguaje, narrados a trompicones, excesivamente personalistas, más pendientes del mensaje pseudopanfletario que de la narración. Sierra, con un estilo directo y visual, muestra su predilección por la ciencia ficción y ha escrito dos muy buenos relatos ambientados en un mundo futurista en el que, a pesar de los avances científicos, la robótica y los androides, los sentimientos humanos siguen siendo fundamentales. Y Biarge demuestra su polivalencia y su riqueza; sus cuentos se deslizan sin tropiezos, con una oralidad asombrosa; mezclando narración, ensayo, teología, literatura, viaje, imaginación, humor e inteligente ironía en cuatro relatos magníficos.
Las ilustraciones de Ismael Blasco son un acierto y un valor añadido, pero el editor podría haberse ahorrado menos en papel y prestar más atención a la maquetación. No habría embutido el texto como las sardinas de las latas y evitado errores y espacios en blanco que molestan en la lectura. Pequeños detalles que hacen de un libro un objeto perfecto.

“Dioses comiendo moscas” Jorge Biarge Fanlo, Sergio Perales Tobajas, Ernesto Sierra Sanz. Ilustraciones de Ismael Blasco. Grupo Editorial AJEC. 182 páginas. Granada, 2011.

jueves, 27 de octubre de 2011

Efecto dominó

Para aquellos a los que el nombre de Félix Teira no les diga nada esta es una inmejorable oportunidad para descubrir a un excelente escritor. Y reconozco que yo hasta ahora me incluía en ese grupo supongo que porque Félix alcanzó notoriedad en la década de los noventa y desde que en el 2005 publicó su colección de relatos “Sueños de borrachos” no había vuelto a publicar nada. Seis años para reaparecer hoy como una sorprendente revelación. Tanto como para que “laciega.com” le sitúe entre los mejores autores de Aragón y se merezca no pasar desapercibido.
Y es que Félix ha escrito una novela de esas que duelen, golpean la conciencia, escuecen; dejan huella. Una historia con múltiples aristas que parte de una situación demoledoramente sencilla: “Cuando su marido, un brillante ingeniero, se queda en el paro, Marga ve cómo a su desencanto existencial se le une la imposibilidad de compensar sus frustraciones mediante el consumismo”. Pero esta novela no se queda en una simple crítica a una determinada clase social y a su modo de entender la vida; ese hecho es el punto de partida, el detonante; a partir de ahí lo que muestra es lo que esa situación provoca, lo que saca a relucir. La idea que tiene cada uno del matrimonio, las expectativas, lo que cada uno buscaba en el otro: la seguridad económica ella; la posesión triunfante de la belleza él. Pero roto ese equilibrio superficial queda saber cómo reaccionamos ante la adversidad, cómo nos afecta, y, sobre todo, hasta dónde puede llegar a arrastrarnos. Cómo una decisión equivocada y tomada por despecho en un momento de desesperación puede tener un devastador efecto dominó y las consecuencias que produce. Porque esta historia contemporánea que transcurre en una Zaragoza coetánea es una historia personal y dual que se transforma en colectiva. No sólo por la víctima y su autodestrucción sino por los heridos, los acompañantes, las vidas afectadas por su onda expansiva. Marido, hija, padre, amigos. Óxido que pudre las entrañas y acaba dejando que la muerte sea la oportunidad para iniciar una nueva vida pero con el remordimiento de la culpa y la verdad como único superviviente.
Novela colectiva en la que somos nosotros y lo que nos rodea. Nuestros actos influenciados por los demás; los demás afectados por nuestros errores.
Novela de amistad verdadera y falsa. Amistad sincera y aquellas viejas amistades de juventud que se mantienen por inercia y que llegado el momento demuestran que no son más que unos auténticos hijoputas que se burlan y dan asco y vergüenza ajena.
Novela que habla de padres e hijos. Retrato y autorretrato de dos generaciones. Novela personal y colectiva que sorprende por la velocidad de la narración construida sobre unos diálogos que le dan una agilidad magnética. Diálogos con la ventaja de su dinamismo y el inconveniente en algunos momentos de la entonación: el lector es uno y se pierde en las voces cruzadas de los diferentes personajes que resultarían perfectas interpretadas en una película. Diálogos que en algún momento tropiezan en la sobreactuación de si mismos y que en otro resultan un tanto retóricos o afectados; pero que representan intensamente la emoción de cada uno de ellos: la ironía, el escepticismo, la frivolidad, el arrepentimiento, la nostalgia, la crueldad y la culpabilidad; y que son la banda sonora de la puesta en escena de esa estremecedora carcoma que avanza imparable devorando todo a su paso y dejando una huella imborrable.

“laciega.com”. Félix Teira. Editorial Funambulista. Madrid, 2011.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Relatos en Interferencias

El viernes, 28 de octubre, a las 21,30 hrs, en Interferencias, c/Jacinto Benavente, 11, de Zaragoza. Recital de relatos breves. Con la intervención de Marcos Callau, Roberto Malo, Inma Marqueta, Eugenio Mateo y Angélica Morales.

Coordinado por Pilar Aguarón
http://www.aguaron.net/
y la Asociación Aragonesa de Escritores
http://aaescritores.com/

lunes, 24 de octubre de 2011

Presentación de "La luz sepultada"



Mañana, martes, 25 de octubre, a las 19:30 hrs, en la sala de música del Palacio de Sástago, C/ Coso, 44 de Zaragoza. Paréntesis Editorial presenta la novela de Irene Vallejo, "La luz sepultada" .

http://aragonliterario.blogspot.com/2011/09/el-brillo-coagulado-del-sol.html

viernes, 21 de octubre de 2011

Presentación de "Doppelgänger"

Mañana, sábado, 22 de octubre, a las 20: horas, la editorial Jekyll and Jill presenta, en la librería El Pequeño Teatro de los Libros, calle Silvestre Pérez 21, de Zaragoza, "Doppelgänger- ocho relatos sobre el doble + Bonus track".
Asistirán Sergi Bellver, Rubén Martín Giráldez, Miguel Serrano Larraz, Miguel Angel Ortiz Albero, la ilustradora Arantxa Recio y los editores Jessica Aliaga y Victor Gomollón.
La antología Doppelgänger contiene ocho relatos inéditos que tratan el tema de la doble identidad desde diversas perspectivas: los eternos temas de la división interna del yo, la relación entre yo y otro(s), o la fractura inherente al acto creativo son imaginados y relatados con una oscura frescura.
Ocho relatos escritos por: Sergi Bellver (El nudo de Koen), Juan Carlos Márquez (Doctor x), Rubén Martín Giráldez (Prólogo a centauros extirpados), Brian McCabe (Interferencias), Javier Moreno (Una idea Moderna), Francisco Nixon (La espina de pescado), Miguel Ángel Ortiz Albero (Quartet), Miguel Serrano Larraz (Media res). Bonus Track de Álvaro Ortiz, cubierta y paper toy ilustrados por Arantxa Recio.

Jekill&Jill Editores
http://jekyllandjill.blogspot.com/

Librería "El pequeño teatro de los libros"
http://www.teatrodeloslibros.net/

miércoles, 19 de octubre de 2011

Revista Narrativas nº 23

Ya está disponible para su descarga el número 23 de NARRATIVAS. Revista de Narrativa contemporánea en castellano.
En esta ocasión, hemos editado la revista en dos formatos distintos: PDF, como veníamos haciendo hasta ahora, y EPUB, para facilitar su lectura en lectores digitales e iPad.

Este número consta de los siguientes contenidos:

– Ensayo
La fábula del buen escritor y del escritor bueno. Monterroso por sí mismo, por Julieta Yelin
El género gótico en Gustavo Adolfo Bécquer, por Enrique García Díaz
La bibliografía en la investigación literaria, por Chus Sanesteban Iglesias
Jorge Luis Borges o la consolación por su partida, por Jonatan Frías
Las series de televisión y la literatura: modelos narrativos, por Pablo Lorente Muñoz Representaciones crítico-literarias de la memoria cinematográfica mexicana, por Demetrio Anzaldo

– Relatos
Tristán, por Eva Monzón
Jugando a cocinitas, por José Vaccaro Ruiz
Hermandad, por Gilda Manso
Microrrelatos, por Rosana Alonso
Heraldos que la muerte manda, por Jorge Castelli
Soles rotos, por Ana Busquets
Suicidio social, por David Bombai
El baile de los facones, por Daniel Antokoletz
Prosas breves, por Sergio Borao Llop
Ambulancias, por Francisco Díaz
Una pausa en la estación, por Alejandra Darriulat
¿Tiene tarjeta de socio?, por Jorge Decarlini
Cuatro relatos, por Patricia Ramírez
Pensar con la panza llena de gatos, por Jesús Baldovinos Romero
Relatos, por Jesús Esnaola
Un hombre con un ojo entrecerrado y un brazo en cabestrillo, por Roberto Gutiérrez Alcalá Cien doncellas, por Federico Rodríguez Sluismans
Ronaldo, por Salvador Alario Bataller
Mañana, por Lucía Lorenzo
Historias de otros (testamento literario), por Olivia Vicente Sánchez
Ciencia ficción, por Àlex José
El escritor, por Miguel Sanfeliu
La cita estaba agendada, por Pablo A. Roset
Switch, por Luis Topogenario
Relatos, por Carlos Burgos
Correspondencia nicaragüense (X), por Berenice Noir
Dos relatos, por Julio César Toledo
¡Sacalo!, por Pablo Giordano
Microrrelatos, por Marina Montero
En 99 palabras, por Miguel Ángel Molina

– Novela
Concesiones al demonio (capítulo), por Óscar Sipán

– Reseñas
“Padres, hijos y primates” de Jon Bilbao, por Patricia Esteban Erlés
“Llueve sobre La Habana” de José Luis Muñoz, por José Vaccaro Ruíz
“Frío de muerte” de Manuel Nonídez, por José Luis Muñoz
“Erich El Zurdo” de Domingo-Luis Hernández, por José Luis Muñoz
“John Fante. Entre la niebla y el polvo” de Juan Arabia, por Luis Benítez
“La chica con pies de cristal” de Ali Shaw, por Mari Carmen Moreno Mozo
“Los enamoramientos” de Javier Marías, por Pablo Lorente Muñoz
“La luz sepultada” de Irene Vallejo, por Luis Borrás
“Al otro lado del espejo. Narrando contracorriente” de VV.AA, por Pablo Lorente Muñoz
“Concesiones al demonio” de Óscar Sipán, por Luis Borrás

– Novedades editoriales

Revista Narrativas

martes, 11 de octubre de 2011

Sonrisa XL

"Cleopatra odiaba las fiestas de cumpleaños. Su papá, don Federico, era un famoso escritor y, en los cumpleaños de sus amigos, Cleopatra siempre regalaba libros escritos por él.
-Nunca regala juguetes-decían sus compañeros-. ¡Siempre libros!, ¡vaya rollo!
Cuando Cleo entregaba su regalo, el cumpleañero de turno ponía cara de asco, como si hubiese visto una rata, y le tiraba el libro a la cabeza diciendo:
-Qué birria de regalo! ¡Yo quería un coche teledirigido!
Y Cleopatra se sentía fatal, fatal…"
Nada más empezar la primera sonrisa. Porque yo, que no soy famoso ni escritor, siempre regalo libros en los cumpleaños. Y cuando mis hijos entregan su regalo procuro disimular y mirar para otra parte cuando veo el poco interés que el niño demuestra por los libros y lo mucho que se entusiasma por el balón de fútbol o alguno de esos muñecos mutantes del espacio. La culpa no es mía, es que mi padre es raro… imagino que dirían mis hijos si tuvieran que disculparse.
Aunque pienso aliviado que nunca se han opuesto a que el regalo que ellos hacen sean libros (quizás porque soy yo el que va a comprarlos y ellos no lo eligen) y porque, afortunadamente, por ahora ninguno de sus amigos se ha quejado y les ha tirado los libros a la cabeza. Aunque lo espero cualquier día de estos. O también podría pasar que algún padre se quejara, sin decírmelo a la cara, claro; ¿libros?, pues vaya un regalo, si los niños se aburren con los libros, prefieren los videojuegos, ya leen los que les mandan en el colegio…
Cleopatra no quiere volver a regalar libros en los cumpleaños de sus amigos, quiere ser una niña normal y regalar juguetes, pero su padre se niega. "–Un libro es un estupendo regalo, Cleo. Y no digamos si, además, lleva dedicatoria de su autor. Así que no pienso gastar dinero en metralletas de agua, peluquerías de plastilina ni chuminadas parecidas. -¡Pues yo no pienso regalar más libros! Don Federico se encogió de hombros. –Entonces, tendrás que comprar los regalos para tus amigos con el dinero de tu paga. Muy pronto, Cleo se dio cuenta de que se había metido en un buen lío. Su paga semanal era muy pequeña, como correspondía a la hija de un escritor. No tenía ahorrados más que unos pocos euros. Con ellos no podía comprar ni un solo regalo".
Así que tras desechar otras opciones le roba la dentadura postiza a su abuelo y la pone debajo de su almohada para que el ratón Pérez le deje a cambio un montón de regalos. Pero claro, se descubre el pastel a la mañana siguiente cuando el abuelo va a ponerse su dentadura para desayunar…
De nuevo la sonrisa. Porque inmediatamente me acordé de mi abuela, que por las noches también dejaba su dentadura postiza en un vaso y le echaba una pastilla efervescente… por la mañana, al ir al baño, te encontrabas sus dientes junto al lavabo y no sabías si sonreír al verlos, probártelos a ver qué tal te quedaban o poner cara de asco y esconderlos dentro del armarito del baño…
Pero, sin dudas, el mejor momento del cuento de Fernando Lalana y José María Almárcegui es cuando Cleopatra va al rastro a comprar una dentadura de segunda mano para su abuelo y se encuentra con Epifanio Mascatuercas, vendedor de dentaduras usadas: "El tipo miró a un lado y a otro mientras metía la mano en la cartera. Sacó dos dentaduras y les quitó las pelusas con un pañuelo. –Esta perteneció a Julio César –dijo don Epifanio, mostrando una de ellas-. Y esta otra la usaba Napoleón Bonaparte los días de banquete. Con cualquiera de estas dentaduras se puede masticar un ladrillo. Y tienen tres meses de garantía".
A veces dudo de si los cuentos para niños están en realidad escritos para adultos. Si lo humorístico y disparatado de sus historias son entendidas por los niños. Porque yo estaba riéndome a carcajadas con ese disparatado y muy bien retratado vendedor de dentaduras de segunda mano y ellos no entendían porqué me reía tanto, qué era lo que me hacía tanta gracia. Llegué a pensar incluso que mis hijos no tenían sentido del humor.
Aunque luego pensé que de lo que se trata realmente es que los hijos y los padres leamos juntos. Que los niños nos vean reír y sientan curiosidad y entonces tengamos que explicarles qué es una dentadura postiza -porque los míos no han visto nunca ninguna- y contarles que mi abuela tenía una y que se le movía al hablar y al reírse, y que de pequeños le pedíamos que se la quitara y pusiera como si fuera el truco de un mago.
Al final el cuento acaba bien, claro. Y "Cleopatra les regala en los cumpleaños a sus amigos un libro escrito por su padre que a todos les gustó mucho. Y es que sus amigos se estaban haciendo mayores y empezaban a darse cuenta de que un libro es muchísimo más emocionante que un coche teledirigido".
Y es que el mundo está volviéndose cada día más raro.

“Cleopatra y el ratón Pérez”. Fernando Lalana y José María Almárcegui. Ilustraciones de Lluís Filella. Editorial Bruño. Madrid, 2007.

lunes, 10 de octubre de 2011

Del yo y los demás

No tendrán la unanimidad de los poemas monógamos ni la estética –a veces hueca-de los versos sublimes; pero sí, al menos para mí, tienen el valor de ser sinceros; de no querer parecer, hacerse pasar por otro; el lujo de sonar, simplemente, de verdad. Iluso./ Viajero de mil naufragios, estúpido labrador/ de estrellas, ingenuo peón de mis mil derrotas…/ De ser versos heterogéneos, múltiples, esquirlas de los días en las que reconocerse, notas de una libreta, inquietudes convertidas en versos.
Poemas que hablan de los demás hombres y de uno mismo. Aborígenes, versos pegados a la tierra. Hombres que Buscan estrellas de mar./ En ocres pardos./ De lomazas./ Lontananzas secanas./ De hierro y frío. Paisaje compartido, retrato y autorretrato. Existencia y vida propia que es pura contradicción. Que hacen al hombre –y al yo- más humano. Eufórico y triste. Salvaje y domesticado. Hombre que escribe versos como un placebo, que necesita, encuentra consuelo en las palabras y aborrece de ellas. Andan caballos,/ cansan jinetes,/ sobran palabras. Versos que son notas sobre uno mismo y los demás, días de vida y muerte, aborigen de la tierra, continente, Europa azul en la que vivimos mientras el poeta busca caminos entre las zarzas. Labramos letras escuchando el tempero y su rara melodía.
Poemas de Víctor Guíu que a mí me muestran un nuevo lenguaje posible, una mezcla de lo puro y lo cotidiano, de tener lo más característico de la poesía y rechazar su artificio, de ser no sólo su inexplicable belleza sino también la sorpresa de un lenguaje narrativo aplicado al verso. De ahí esa sociología grotesca, poemas para reírnos sin sonrisa de nosotros mismos, para reconocernos (modernamente gilipollas) entre juegos de palabras. Así procedo,/ cumpliendo con el contrato absurdo de vivir. Poemas en los que quizás hay un desencanto vitalista, pero también una denuncia personal, un deseo, algo impulsivo nacido de la indignación Quizás desencantado, pero no por ello mudo ni muerto. “Europa del aborigen” que nos descubren además a Sergio Grao y a Ernesto Jartillo.
Mundo globalizado en el que algunos sólo aletean para perder a merced de los dueños del viento. Poemas del yo y de los demás. Generación 78. Poemas de perplejidad y contra el conformismo. Un poema dedicado a la hipoteca, esclavitud moderna, colectiva e individual; y otro, sueño particular, a la conductora de un autobús interurbano. Poemas que son un diálogo, un juego, una falsa imagen. La fuerza de las palabras, su doble significado. Poemas del ego propio y del ego ajeno, de orondos culturetas hinchados; somos/ estómagos de hambre. Poemas de mi reflejo: Te reflejo, te observo, te miro./ Te encuentro y te detesto,/ y a veces me quiero hasta yo mismo.
Poemas para afirmar sobre si mismo con interrogantes. El único sin vivir es aquel de los necios que no creen en nada, / o creen en todo./

“La Europa del aborigen” Víctor Guíu Aguilar. Colección Resurrección. Editorial Comuniter. Zaragoza, 2011.

Víctor Guíu
http://mestizo.blogia.com/

Colección Resurrección
http://coleccionresurreccion.blogspot.com/

sábado, 8 de octubre de 2011

Félix Romeo

No puedo decir que lo conocía personalmente. Nunca hablé con él. Pero no por eso dejaba de saber quién era. De admirarle y envidiarle sin rencor. Toda una vida dedicada a la literatura.
No puedo decir nada de él. De cómo era, de haber compartido algo juntos. Tan sólo reconocerle que tuvo la fortuna de vivir entregado a lo que más le gustaba, más le apasionaba: leer y escribir. Que era alguien en quien fijarme, alguien del que aprender, querer vivir igual que lo hizo él.
Leí sus tres novelas. Y escribí acerca de ellas. No tengo otra forma para recordarle. No conozco otra forma mejor para vivir.


jueves, 6 de octubre de 2011

Admirar antes de leer

Hay libros de los que se hace necesario hablar antes de haberlos leído. Libros como representación de lo artístico; libros especiales alejados de lo industrial, las reproducciones, las copias sin carácter que escupen las máquinas. Libros sin alma.
Porque se habla mucho de los autores, pero poco o nada de los editores. Y en este caso merece la pena detenerse ante el objeto, admirar el libro antes de empezar a leer. Merece la pena reconocer el trabajo de Jessica Aliaga y Víctor Gomollón en su editorial Jekill&Jill.
Merece la pena contemplar la portada, la imagen, la cara del libro; la que llamará nuestra atención o hará que pase desapercibido, confundido entre la multitud de los libros sin alma. Y en este caso la original y llamativa ilustración de la cubierta de Arantxa Recio conseguirá su primer propósito y hará que nos fijemos en el libro. Una decisión que no es sólo cumplir con una regla de mercadotecnia sino una apuesta por reconocer y llevar hasta los libros el diseño gráfico y artístico, algo inusual y anticonvencional.
Merece la pena mirar y tocar el sólido papel verjurado de la cubierta, rugoso al tacto, troquelado, que se ha convertido en la marca personal de la editorial Jekill&Jill. Merece la pena abrir el libro y encontrarnos con las guardas de papel rojo y estrellado que son el detalle de un encuadernador artístico, algo que nadie hace desde que los detalles fueron sustituidos por las fotocopias en blanco y negro.
Y como detalle final el Bonus Track: {due} un pequeño cómic a modo de epílogo gráfico de Álvaro Ortiz incluido en el libro.
Pero al igual que hicieron en “Un día me esperaba a mí mismo”, junto con el libro hacen un regalo. En el caso de la novela de Miguel Ángel Ortíz Albero era una lámina, un grabado dibujado por Miguel Ángel y que le daba un indudable valor añadido al libro. Un objeto separado pero unido a él. Una bola extra, un dos por uno completamente inusual en estos tiempos de tacañería y vulgaridad editorial.

Pues en este “Doppelgänger” regalan un recortable de papel diseñado por Arantxa Recio y que es una alegoría física del doble. Una caja de dos caras, siameses unidos por un mismo intestino y una cadena de cromosomas. El libro yendo más allá de la literatura.

En este Aragón de cierzo domesticado por la costumbre resulta una agradable sorpresa el trabajo editorial de Jessica y Víctor.
Jekyll&Jill se sale de lo convencional, igual que anorak, la editorial de Sergio Navarro, apostando por los poemas visuales de Pierre d. la y los diseños de Víctor Montalbán. Nuevos moldes, diferente y atrayente concepto en el que la ilustración y el diseño son importantes, parte indivisible del libro, apéndice de la literatura; regalo para estos tiempos modernos de industria sin alma.

Jekyll&Jill editores
http://jekyllandjill.blogspot.com/
Arantxa Recio
http://www.plastikbanana.es/
Álvaro Ortíz
http://veranomuerto.blogspot.com/

miércoles, 5 de octubre de 2011

Pandilla de locos

Lo más habitual es que un libro te lleve a otro libro. Pero en el caso de “Vive como puedas”, la excelente novela de Joaquín Bergés, sucede que en lugar de a un libro te lleva a una película.
La primera referencia que encuentras está en la solapa: “Vive como puedas” no oculta su guiño a la familia libertaria y anticonvencional de una famosa comedia de Frank Capra de parecido título.
Y la siguiente, ya explícita, está en el texto: “Ve a un videoclub y alquila “Vive como quieras” de Frank Capra, luego vuelve por aquí y hablaremos de la vanidad”. Y ese ya es un anzuelo lo suficientemente atrayente como para picar.
Posteriormente, el protagonista de la novela, da una explicación de la película: “Vive como quieras es el retrato de una familia muy singular compuesta por unos extravagantes miembros que viven por y para sus aficiones, sin someterse a las normas laborales y sociales del sistema. Más bien lo contrario, tratan de alcanzar sus sueños sin preocuparse de si son lo suficientemente prácticos para proporcionarles un medio de vida. Es una película estrafalaria y deliciosa. El final ha llegado ha emocionarme, contagiándome una dosis de fugaz optimismo que por desgracia no he podido compartir con nadie.
Ahora bien, si la película tratara sobre mi familia debería titularse Vive como puedas, porque la voluntad de vivir es inversamente proporcional al número de bocas que dependen de mi sueldo. Y del mío dependen demasiadas como para que la voluntad prevalezca sobre la potencia”.
Y reconozco que esa comparación entre tratar de alcanzar los sueños como medio de vida de los que trata la película y la cruda y corriente realidad de la novela (y mi propia vida) en la que me vi reflejado fue lo que llamó mi atención. Esa posibilidad utópica fue lo que me hipnotizó, se metió dentro de mi cabeza y me hizo buscar información sobre esa extravagante familia. Y lo primero que descubrí es que era una vieja película de 1938. Una vieja película en blanco y negro. Y ese segundo anzuelo, (mi irresistible e irracional atracción por las películas y las fotografías en blanco y negro) me decidió a comprar la película de Capra y a ponerla junto a la novela de Joaquín Bergés, como el pack indivisible de un supermercado.
Y tal y como se cuenta en la novela: “Pues así es. Acabé la carrera y hasta comencé a prepararme para ser pediatra, pero entonces sucedió algo… -¿Qué? –Que vi esa película. Vi cómo Vanderhof le propone al señor Poppins que deje su trabajo de contable y se dedique a fabricar sus pequeños autómatas. Entonces comprendí que no quería ser médico” sucede en la película cuando apenas lleva unos minutos: ¿Le gusta el trabajo que está haciendo? ¿No?, ¿pues porqué lo hace? ¿No le gustaría hacer otra cosa?, ¿hacer lo que quiere, lo que realmente le gusta? Y esa es una invitación demasiado buena como para poder resistirse.
“Vive como quieras” es la historia de una familia singular, anticonvencional, a contracorriente. Una familia de lunáticos, una encantadora pandilla de locos a los que no les interesa el dinero y por la que sientes una simpatía inmediata nada más conocerlos. Su hogar es una casa de acogida, un lugar en el que está permitida la creatividad y en el que se trabaja silbando la melodía de los enanitos de Blancanieves. Trabajaremos, nos esforzaremos y nos divertiremos. Bendita utopía que me hizo recordar la frase subrayada en “Angelitos negros”, la novela de José Luis Galar: “…amigo, divórciese de la utopía. La utopía está bien como amante de juventud, pero no como esposa para toda la vida”.
Y entonces surge la inevitable racionalidad, la cruda realidad. Y la película te resulta una historia ingenua e irreal. Una ilusión que se queda en eso, en una película. Una amable y feliz comedia sobre la fuerza del amor y el valor de la amistad en la que destaca el desprecio por la avaricia, que no es verdad eso de que todo tiene un precio y el dinero todo lo puede. Tal y como se dice en la novela: “Esa película es un himno a unos valores vitales que están en peligro de extinción”.
Pero a pesar de querer obviarla, la utopía se hace demasiado atrayente para negarla, darle la espalda, renunciar a ella; hacer como si no la hubiera escuchado. ¿Y si fuera posible?, ¿y si fuera realizable algo así?, hacer el trabajo que nos divierte, nos gusta, nos hace feliz. Conseguir que el trabajo no se convierta en una obligación ingrata sino en un motivo de diversión y felicidad. Silbar y trabajar. ¿Es eso posible?
Supongo que no hay una respuesta absoluta para esa pregunta. Que es una respuesta condicionada a las circunstancias de cada uno, una respuesta llena de matices, de casuística individual. Sí, pero, ¿por qué no?, ¿por qué renunciar?, ¿por qué debemos resignarnos a la condena de un trabajo que no nos proporciona ninguna satisfacción?
Y reconozco que soy influenciable a ese mensaje, a esa utopía; que me gustaría creer que es posible porque yo soy uno más de los muchos que no disfrutan con su trabajo. Tal vez estos tiempos modernos en color no nos lo permitan. Tal vez todo sea demasiado caro. Tal vez sea una ilusión, la quimera de una vieja película sentimental en blanco negro. O tal vez deberíamos pensar en nuestra codicia. En todas esas falsas o superfluas necesidades que nosotros mismos nos hemos creado para tapar nuestra desdicha. En que no necesitemos tanto para vivir y no nos hayamos dado cuenta; o que nunca nos hayamos parado a pensar en eso. Vivir con menos pero disfrutando. Y eso es de lo que precisamente trata la novela de Joaquín Bergés y la película de Frank Capra.
Sí, ¿por qué no? Me gustaría verme así, divirtiéndome con mí trabajo. Formar parte de esa pandilla de locos que ganan poco dinero, pero que son inmensamente felices con lo que hacen. Bendito sueño imposible de la vida. Bendita utopía.

Frank Capra. “Vive como quieras”. Jean Arthur, Lionel Barrymore, James Stewart, Edward Arnold. Columbia Pictures, 1938.

Joaquín Bergés. “Vive como puedas”

lunes, 3 de octubre de 2011

El juego, la vanidad y lo que de verdad importa

Leo una colección de relatos siempre esperando. Buscando. Renegando de los defectos, maldiciendo, torciendo el gesto por lo que me parece malo, flojo, mal rematado, ridículo incluso. Pero nunca abandono ni dejo el libro a medias, sigo leyendo y esperando encontrar algo, un destello, un asombro, al menos un relato que redima al autor y de por bien empleado el tiempo.
Leo como si estuviera contemplando un concurso de triples. Tiros que entran y otros que son fallos. Convertido en espectador y en juez al final. Viendo entrar tiros limpios, tiros que rebotan y entran, pedradas contra el tablero, balones que se quedan cortos y ni tan siquiera rozan el aro. Al final, terminado el libro, pasando de espectador a juez repaso las anotaciones: 13 canastas de 22. Y de las trece encestadas cuatro han sido triples y las otras 9 han sido de dos puntos, pisando la línea. Podría ser más de un cincuenta por ciento de aciertos, pero no puedo dar ese porcentaje porque 9 han sido de 2, y como juez debo ser estricto. 4 de 22 es el resultado final.
Leo haciendo un concurso. Y al mirar la contraportada me doy cuenta de que con este “Viento” no se trata de eso. No con este libro. No con él. No con José María Morales.
Conozco al tipo que lanza los tiros. Me mira al otro lado del espejo cada vez que me asomo. No puedo ser juez en este concurso. Los demás son jugadores que no conozco, de los que no sé nada. Puedo objetivamente alabar sus aciertos y criticar sus errores como escritores. Pero no con José María. No porque con él leo sus relatos con la ansiedad del que espera que meta todos los tiros y el tanteo final sea del cien por cien. Porque por él haría trampas, diría que no estaba pisando la línea, falsificaría el acta.
4 de 22. Pero al volver a leer su nombre me doy cuenta de que no se trata de eso. No es eso lo que de verdad importa en este “Viento”.
Le conozco. Puedo ver su cara de felicidad y sincero desdén por ese concurso. Puedo sentir que participa en este juego pero que no pretende lo que buscan los demás en él; que no participa por vanidad sino simplemente por afirmarse; por hambre; por placer; por pura necesidad; por ilusión. Que ha venido a este concurso de estrellas, genios, currantes, alumnos, amantes y dioses no para ganar sino para soñar, recordar, mentir, imaginar, contar, transmitir una emoción. Porque sé que él no llegó hasta aquí empujado por ese pecado que muchos no tratan siquiera de disimular; esa cara que se les pone al oír su nombre por megafonía o escrito en un papel, esa cara de falsa modestia que ponen cuando se les presenta y esperan el aplauso y la ovación que se debe al triunfador.
La vanidad es el pecado más habitual e imperdonable en algunos que escriben. La vanidad transpira entre sus líneas, es un olor que desprenden las palabras, las páginas, los silencios. José María no será el genio, no será el ganador, pero él tampoco lo pretende. Él ha llegado hasta aquí para rendir cuentas consigo mismo, para poder mirarse y no reprocharse la cobardía, no tener que volver a pedir perdón. Para sentirse vivo cada noche que le robó al miedo. Para quemar la fiebre, la obsesión por esa historia que le perseguía.
José María vino a jugar y falló algunas veces, pero también acertó en “Tetraedro” porque un día se tropezó con una historia en la plaza mayor de Salamanca. Se imaginó algo. Vio lo que otros no vieron, lo apuntó en su libreta y quiso contarlo. Quiso demostrarnos que a veces nos equivocamos y que nosotros mismos también imaginamos lo que no es. Acertó en “La ley de la señora La Munia” y nos cuenta lo que imaginó un día, subiendo una montaña, la herida auténtica que deja la amistad perdida. Acertó en “El mecánico del tiempo” porque supo ver la historia que hay detrás de un reloj. En “El Anubis negro” por imaginar una venganza perfecta. En “Tomate(lo)” por volvernos a llevar a Tellerda. En “La pelota de Marauder” por recordarnos aquellas hazañas bélicas de nuestra infancia. En “Embotella-miento” y en “Viento” por hablarnos del amor de una forma diferente. Pero sobre todo acertó de pleno en “Retraso en el almacén” por utilizar perfectamente el tono adecuado en el lenguaje, y en mis tres favoritos: “Juana” y “Nigromancia” por ser, simplemente, fiel a si mismo; por conseguir emocionarme con la historia de esa mujer y su amargo destino de mísera supervivencia, por su irracional fidelidad y porque que a pesar de todo lo sufrido no se resigna y sigue sacando su vida adelante “con un bolso de polipiel verde oscuro en el que llevaba todo lo necesario para vivir”; por ser uno de esos personajes que sólo él sabe ver y contar. Por devolverme en “Nigromancia” en una de esas historias tan suyas la épica y la fantasía de nuestra infancia, un cuentos como aquel “Ivanhoe”, pero que transcurre en el Aragón de la cruz y el árbol de Sobrarbe. Y por “Café de tarde” por la sorpresa de un registro distinto, por la habilidad de una mirada intensa recurriendo a lo cotidiano, atrapando lo desapercibido, imaginando, mezclando realidad y literatura, amistad y ficción, e insinuando una herida.
Por su agradecimiento final, ese viento que le empujó hasta esta orilla de la que nada se espera y todo significa.

“Viento” (22 relatos distintos) José María Morales Berbegal. Edita LiterArt. Cuarte de Huerva (Zaragoza), 2011. 128 páginas. Ilustraciones de Ángel Villar.

José María Morales Berbegal
http://unodetellerda.blogspot.com/

viernes, 30 de septiembre de 2011

La edad de las confituras

Estos relatos de Maurice Pons tienen, además del valor de ser inéditos hasta ahora en España, la curiosa sinergia de una carambola a dos bandas. Pons y sus “Virginales” fueron calificados de textos impíos y perversos por los zelotes de su época; y precisamente a través del escándalo llegaron el interés y el éxito, la adscripción a una nueva tendencia que pretendía desterrar la novela tradicional decimonónica al estilo de Balzac. Pons resultó innovador, moderno; un precursor que abrió una vía de renovación en la literatura francesa. Ambición y objetivos en los que resultó contemporáneo y coincidente con la Nouvelle Vague; un grupo de cineastas que pretendían transformar el cine francés.
Y en esa sincronía surgió la complicidad. Los “Virginales”, publicado en 1955, fue la ópera prima de Pons, y en uno de sus relatos: “Los mocosos”, se basó François Truffaut para filmar en 1957 un cortometraje con el mismo título. Segundo corto del director que él mismo consideró siempre como el primer paso de su carrera cinematográfica.
Visto hoy, “Les mistons” de Truffaut, ha envejecido mal. Para poder entenderlo y apreciarlo hay que ser un gafapasta de cine-club y Nueva Ola. Sin embargo el relato mantiene todo su vigor sin necesidad de contextualizarlo. La hermana de Jouve era demasiado guapa. No podíamos soportarlo. Los movimientos de un corazón virginal se rigen por una lógica propia de la infancia: como no teníamos la edad de amar a Yvette, decidimos odiarla y atormentar sus amores.
Y precisamente en ese no teníamos la edad de amar se resume muy bien el contenido de la gran mayoría de los relatos de Pons. Los “Virginales” están protagonizados por niños en esa edad indeterminada –tierra de nadie- del final de la niñez y principio de la juventud. En ese tiempo neutro entre candidez y malicia Pons nos cuenta de los terrores infantiles en un delicioso ajuste de cuentas con el maldito Balzac. Nos recuerda la crueldad típica de los niños, pero también su pudor y su culpa; su fascinación por la muerte, la aventura y su sorprendente ingenuidad.
Pero mayoritariamente estos “Virginales” tratan del sexo y la inocencia, y su mayor acierto está en reflejar esa dicotomía, ese desconcierto, esa especie de pureza insólita. Niños que descubren la atracción fetichista de un ligero. Niños que fingían a la perfección haber superado la edad de las confituras y que juegan con un extraño objeto de caucho con cabeza oblonga que encontraron en casa de su abuela. Chicos que compraban serpientes de nube y canicas y que forman una pandilla capitaneada por una chica que les permitía verla desnuda sin tocarla. De la forma más sencilla del mundo, aquella joven criatura nos había provocado la conmoción de una revelación. Ella era para nosotros el descubrimiento amable de tantos sueños oscuros e imaginaciones ocultas. Niños atraídos por el lado impúdico de una adolescente que turba su inocencia. Batallas virginales, aliento, mordiscos y saliva; besos de amor que yo no sabía dar. Recuerdos de verano y placer. Mocosos, mistons que en el fondo no éramos malos, sino solo víctimas de esa rabia impotente, de esa crispación que experimentan los niños frente al amor que ignoran y que les atormenta.

“Virginales”. Maurice Pons. Tropo Editores. Zaragoza, 2011. 108 páginas. Traducción de Verónica Fernández Camarero. Ilustración de portada de Óscar Sanmartín.

Tropo Editores
http://www.tropoeditores.com/

Les Mistons, de François Truffaut
http://www.youtube.com/watch?v=Ne0OS9s8NNs

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Una nube de piedra

En algunos casos la inocencia de la infancia se pierde sin cruzar una línea roja. Se diluye, se evapora sin un hecho concreto, sin una fecha en el calendario. En esta historia es un viaje el que "abre los ojos": “Diecisiete años y un viaje a París que supondría una frontera a punto de partir mi vida en un antes y un después”. Y ese es el comienzo de todo. Romperse el cascarón. Saltar los muros del colegio interno. Dejar de ser un niño al que llevan de la mano. Escuchar y ver. Conocer las dos versiones y elegir el bando de los subyugados, los vasallos. Y a partir de ahí la inocencia se perderá en dolorosos desencuentros y consecutivos enfrentamientos que irán abriendo, uno a uno y año tras año, una grieta insalvable que hará madurar; creará la firme conciencia del hombre. Y golpe a golpe, igual que se va tallando la piedra, se llega al final. Aparece lo que estaba oculto y poco a poco se fue insinuando, mostrando. Y el final supondrá la verdad y la liberación.
“Los lagartos de la quebrada” son dos caminos antagónicos de una misma raíz, dos caminos que, a pesar de ser padre e hijo, nunca se convertirán en un camino común. Dos maneras incompatibles de entender la vida, la propiedad, la ambición, la moral y el amor. Un largo y duro viaje que parte de la infancia, ese territorio libre en el que se producen las primeras e inquebrantables lealtades: a la tierra y a los hombres que nos enseñaron a amarla. Pero no como título de poder y propiedad feudal sino como ejemplo a seguir de equilibrio, estoicismo, humildad y sencilla dignidad. Insurrección que comienza cuando el hijo, hecho hombre, descubre que no es como el padre ni en el valor, ni en la avaricia. El hijo que se enfrenta a su padre el terrateniente, el amo del pueblo por su desprecio, su egoísmo y su falta de compasión hacia los demás. El hijo que busca su sitio, la forja de si mismo, la fidelidad a su conciencia construida por todo lo que ha visto y oído. Todo lo que no le gusta. El mal ejemplo. Hijo del rico, del jefe; hombre que abre los ojos y se rebela ante el dolor cercano y la injusticia de una existencia ajena de peonadas, siervos y jornaleros, obedientes súbditos. Trágala de la que su padre es administrador, dueño y señor.
Novela de aciertos y errores. Aciertos que están en el retrato sin falsos costumbrismos ni romanticismos de la España agrícola y rural del siglo pasado. "Lagartos del barranco de la Quebrada, hombres de Castilla que se levantan, trabajan, subsisten. Callados, siempre al acecho de cualquier peligro, de una nube alta. Austeros porque no les quedaba más remedio". Retrato de un paisaje viejo y sus habitantes para después de una guerra en la que vencieron y nada ganaron; no cambió nada. “¿Qué habéis hecho por ellos? ¿En qué les habéis ayudado? Treinta años a rastras por la tierra dura, renegridos por un sol de injusticias y sin más premio que una supervivencia mísera, viviendo de un huerto y cuatro jornales”. Retrato de un pueblo y sus costumbres, su modo de vida a la altura de Delibes y sus “ratas” y sus “santos inocentes”. Retrato magnífico de hombres y su dura realidad, sus sueños imposibles, sus dificultades, sus razones, su silencio y su miedo. Amistad y ejemplo admirable de carácter y temperamento. Retrato total de continente y contenido, de verdad y humanidad. Novela generacional en la que algunos –como Ángela Abós- han fracasado, y otros –como Soledad Puértolas- acertaron igual que lo ha hecho Antonio Tejedor. Retrato de una generación que comparte la fascinación por los mismos lugares comunes: París y las playas bajo sus adoquines en una referencia que se ha vuelto tan caduca y vacía hoy de sentido como la canción protesta y los pantalones de campana, pero a la que debemos el reconocimiento de haberse enfrentado a lo impuesto y que sirvió para conseguir lo que ahora disfrutamos. Nuevos tiempos, nuevo siglo.
Novela dura, inmensa, de saga, de paisaje, de iniciación y forja. Novela de verdades, de clarividencia, de madurez personal; de autobiografía colectiva, de preguntas y necesaria coherencia.
Novela con el inconveniente del absoluto. Del retrato de un hombre con todos los defectos y ninguna virtud. Padre violento, putero, alcohólico, tirano, machista, asesino, franquista y con un hijo bastardo. Personaje que la increíble realidad, que ya sabemos que supera la ficción, podría convertir en auténtico y salvarlo de parecer la caricatura de un folletín, pero que por ser un retrato tan absoluto en blanco y negro pierde credibilidad al quedar a la misma altura que esos retratos de ocasión, ridículos, deformantes, exagerados y falsos que se hacían en los carteles y películas de la propaganda política del siglo pasado. Retrato hecho a medida, perfil absoluto y sin matices en el que nunca he creído. Maniqueísmo fanático que desvirtúa la novela, hace dudar.
Novela con el inconveniente, para mí, de que parezca que el autor ha puesto la literatura al servicio de la ideología; de que la novela, al final, no sea más que una excusa. Cada autor es libre de elegir su compromiso y tiene derecho a considerar a la literatura como un método, un medio artístico para hacer llegar un mensaje. Lo malo, lo peligroso de ese método es que la literatura se degrade hasta convertirse en un exaltado discurso ideológico y el autor en un cualificado publicista. Puedo admirar la belleza de un anuncio cuando está bien hecho. Buena fotografía, buen guión y buenos actores. Buena película. Pero no por eso dejaré de verlo como lo que es: un panfleto, un mensaje interesado que trata de venderme algo, hacerme creer en un producto.
Estos “Lagartos de la quebrada” es una magnífica novela si apreciamos sus aciertos y virtudes: su composición, su puesta en escena, sus personajes secundarios que se hacen capitales, su toma de conciencia individual, su rebelión contra la injusticia, sus verdades humanas siempre necesarias. Pero el pasado, viejo siglo, está superado por un aún más largo y libre presente. Viejo siglo, "historias viejas, por fortuna".

Antonio Tejedor. “Los lagartos de la quebrada” Mira Editores. Zaragoza, 2010.