martes, 31 de mayo de 2011

Cine de estreno

Que María Frisa es una extraordinaria novelista ya lo sabía. Y este “El Cuarto Círculo del Infierno” me lo ha confirmado plenamente. Y en su favor tiene la conclusión de un análisis objetivo: su impecable factura. Y en su contra la percepción subjetiva, los gustos personales de cada uno, y en este caso los míos, que no pasan habitualmente por las novelas de intriga policiaca y mucho menos por las que mezclan Iglesia Católica, esoterismo, sectas secretas, asesinatos, pasado y religión. ¿Secuela oportunista a la sombra del éxito millonario, moda, reto necesario, exigencia del mercado? No sé si esta novela de María es original o una copia buena o mala porque no he leído (ni pienso) otras novelas de este tipo, por lo que este círculo del infierno supone mi estreno en este género y la pérdida de mi inocencia. Y tal vez el descubrimiento de mi ignorancia o de mis limitaciones.
En su favor y de una manera objetiva e incuestionable tiene el mérito de revelarme a una escritora capaz de cambiar de registro, de haber escrito una novela completamente diferente a la anterior. Y eso es mucho para empezar. Y si además la novela tiene una estructura original que consiste en la simbiosis del pasado y el presente en capítulos alternos, una impecable ambientación y un desarrollo narrativo que te lleva a vivir la investigación de unos asesinatos con una tensión mantenida y ascendente que te engancha con la necesidad de conocer al asesino y descubrirlo, seguir leyendo esperando que lo capturen y llegar a la sorpresa final que cambia todo lo que nos había hecho creer hasta entonces. El mérito de María para llevarnos en paralelo por la historia antigua y la contemporánea. La Roma del siglo XVII con sus Papas poderosos, despiadados, avariciosos y corruptos; las religiones, la filosofía y la ciencia, Copérnico, Dante y Aristóteles, el arte (ars longa, vita brevis) la escultura y la arquitectura, la ciudad eterna de aquella época y la inquisición y sus procesos; con imágenes de la tortura que resultan terribles y dolorosas. Documentación, rigor y estudio para construir una historia junto a la imaginación, habilidad y talento del novelista.
Leer teniendo otro tipo de sensaciones. De película de cine, superproducción en pantalla grande, literatura de entretenimiento que cubrirá todas las expectativas de los aficionados a este género y que se merece no pasar desapercibida por sus méritos, a la misma altura, en la misma mesa de los autores traducidos a cuarenta idiomas. Evangelios agnósticos, autos de fe, cruz ansada, libros en copto, asesinatos rituales, sectas, criptas y pasadizos secretos, reencarnaciones, crímenes múltiples sin huella, transmigración del pasado en el presente y dos policías –un hombre y una mujer- dispuestos a descubrir al culpable y algo sobre ellos mismos.
Y yo que en mi gusto subjetivo busco otros caminos dentro de lo superficial. En lo que María también me deja y por lo que me seduce. La rebelión ante la injusticia, el débil frente al poderoso, la genialidad y sus frustraciones, la inútil vanidad, la envidia y sus mecanismos, el fanatismo y su falsedad; el error y el dolor, el valor y la fidelidad; la gnosis, la búsqueda del conocimiento y el saber, hallar el sentido de la vida y de la muerte; la revelación, las respuestas que están dentro, en nosotros mismos; junto a nosotros, al alcance de nuestra mano.

María Frisa. “El Cuarto Círculo del Infierno” Onagro Ediciones. Zaragoza, 2011.

jueves, 26 de mayo de 2011

Desequilibrio

Enfrentarse al peso pesado, al mito de “La escarcha sobre los hombros” es una temeridad, pero alguien debe aspirar a arrebatarle el título, o al menos intentar quedar empatados a puntos, combate nulo, tablas en una partida de ajedrez.
Y este “Desterrado de cierzo” tiene el mérito de haberlo intentado, pero le ha aguantado un asalto. En el primero, con un inicio brillante y poético, pensé que podría lograrlo, pero en el segundo asalto quedó en evidencia que no iba a conseguirlo.
Se enfrentó al mito partiendo de la misma base, vieja historia del viejo Aragón: el destierro por necesidad, rebelarse a una vida miserable y de supervivencia sin más propiedad que la libertad. La bajada del montañés al llano en busca de fortuna y pan. Y un elemento que es el mayor logro de la novela: la historia de los canteros y sus enigmáticas marcas en las piedras. Elemento nuevo que logra captar el interés y que cambia la mirada hacia esas pequeñas señales que hemos visto cientos de veces en las piedras del viejo Aragón cristiano. Enigma y esperanza. Construcción contra conquista. Mano contra espada. Cincel y mazo como única arma. Y una vieja historia familiar grabada en la piel, tatuaje y orgullo de una estirpe.
Pero en el segundo capítulo, en el episodio en el que surge el amor a primera vista se derrumbó la esperanza de victoria o al menos de empate entre campeón y aspirante. El diálogo resulta tan poco creíble y disparatado que supe que ya no lo lograría, pero decidí quedarme hasta el final para saber cómo acababa y porque, aunque derrotado, había conseguido ponerme de su parte en el primer capítulo.
Y es que en su favor tiene la emoción de esa vieja historia del destierro y la emigración, del paisaje y los hombres del viejo Aragón. Tiene la aparición de unos sabios ermitaños franciscanos, la curación y el aprendizaje, la austeridad y la inteligencia. El viaje a pie, la búsqueda, el encuentro con el gremio de los canteros y el descubrimiento de una misión que se vuelve un imposible. El escenario de las tres culturas: cristiana, mudéjar y judía y su convivencia. La ilusión de un deseo del siglo XXI llevada al siglo XIII. La lucha contra el señor feudal y sus privilegios, la victoria con la ayuda de los enemigos, los marginados convecinos convertidos en aliados y amigos; el castillo de Monzón y sus templarios, la corte y sus conspiraciones, y un rey Jaime que se convierte en protector y salvador. Novela de aventuras y caminos, montañas y llanos, castillos y monasterios, nobles y villanos, humanidad, justicia, amistad, emociones, dudas, obstinación, romanticismo, misterio, lealtad a la familia y al amor con final feliz. Y un epílogo donde el pasado se hace presente y el tiempo y sus marcas se transforman y permanecen.
Pero una idea brillante, las emociones y la buena intención no bastan para escribir una novela. Porque “Desterrado de cierzo” no es sólo enfrentarse al mito usando alguna de sus armas sino enfrentarse a si mismo. Ya no es sólo perder en la comparación sino dejar en evidencia sus propias limitaciones, sus lagunas, sus fallos, sus errores. Caer derrotada por si misma.
Construir la estructura, el armazón, la cimentación con buenos elementos pero revestir el interior y el exterior con materiales que se convierten en barro con la primera lluvia. La literatura es todo, no es sólo una parte.
Como esos modernos mercadillos medievales que se hacen ahora, reproducciones a escala real para turistas, fiestas de disfraces, teatros a pie de calle en los que se ve, confundiéndose al mismo tiempo, la caracterización con el modernismo.
Porque en la Edad Media, Lérida era Leyda y no Lleida, porque algunos diálogos no los harían creíbles ni los mejores actores, porque no se pueden meter palabras entrecomilladas en un diálogo, porque no se pueden poner como encabezamiento de los capítulos citas de autores contemporáneos –Lorca, Aleixandre, Machado y Neruda- en una narración que transcurre en el siglo XIII, ni hablar farfullando con la efe, ni meter al narrador en la historia con un chiste fuera de sitio del escritor, ni convertir a los personajes en caricaturas.
No se puede escribir una novela esperando que la emoción, el misterio, la poesía, el sentimiento, el amor y la aventura compensen el desequilibrio entre las dos partes, equilibren el otro plato vacío de la balanza.

Luis Antonio Puente. “Desterrado de cierzo” Mira Editores. Zaragoza, 2010.

martes, 24 de mayo de 2011

Equilicuá

Muchos de nosotros podríamos llevar una doble vida. Parece muy difícil, pero no lo es. Bastaría con comprar un cuaderno en blanco y escribir en él todo lo que no nos atrevemos a decir, lo que por prudencia callamos. Bastaría con escribir un diario diciendo la verdad.

Porque de eso se trata. Los niños y los borrachos dicen la verdad. Desinhibidos o inocentes dicen lo que realmente piensan; pero nosotros hace muchos años que dejamos de ser niños y empezamos a mentir y callar, a dejar de ser sinceros. Y creemos que somos adultos responsables que dirigimos, gobernamos nuestra vida; uno de tantos (uno más) que vivimos como podemos esta tragicomedia que es vivir sin ver que en realidad lo que hacemos es dejarnos llevar, dejarnos arrastrar por la corriente y las circunstancias. Que nos movemos empujados por la inercia de nuestros errores y frustraciones, superados por las obligaciones cotidianas; ocupados a jornada completa sin tiempo para pararnos a pensar en lo que nos falta y en nuestras contradicciones, atiborrándonos de analgésicos, mendigando el consejo sensato de un amigo, buscando el cuerpo de una mujer en otra y nuevas sensaciones como fe de vida, alguien que nos escuche y ría nuestros chistes, nos comprenda y compadezca, nos haga sentir vivos, nos redima de nuestro vacío repleto de costumbre. De vivir fabricando endorfinas y respuestas sin hacer preguntas.

Y entonces algo sucede. Aparece una palabra que te hace despertar: Equilicuá. Aparece la felicidad y su ausencia. Algo tan simple y que habías olvidado. Y aparecen las preguntas ¿por qué?, y ¿para qué?, y surgen las desoladoras y certeras respuestas sobre qué es la vida. Qué necesitas, qué tienes y qué no tienes. De qué se trata esto de vivir.

Y aparece la marca de la casa. La narrativa de Joaquín, su estilo, su capacidad para hacernos reír y llorar. El amor y la pérdida, el valor y la coherencia, la comedia y la emoción. Su fábula contemporánea en la que nos muestra la cruda realidad de nuestro desconcierto de hombre moderno, el pánico a nuestro reflejo y su artificio, el tiempo robado y malversado, nuestra desequilibrada existencia creada por nosotros mismos.

Y aparece la muerte para golpearnos, abrirnos los ojos y hacernos recuperar la lucidez, la sensatez y la cordura. Porque es la muerte lo que le da sentido a la vida. Es eso. Es bien fácil. Vamos muy deprisa para llegar a ningún sitio. Corremos mucho para que no nos alcance. Nos creemos muy listos y somos realmente estúpidos.
Y aparece la verdad; la necesidad de la verdad: “Quien no se quiere a si mismo es incapaz de amar a los demás. Y la prueba para saber si uno se quiere o no es mirarse al espejo sin avergonzarse de lo que ve, porque nuestro reflejo no es más que la imagen del amor propio”. Equilicuá. Esa es la respuesta. Esa es nuestra única obligación. Ser sinceros con nosotros mismos. Mirarse en el espejo y decir la verdad de lo que vemos. Si eres tú o es otro que se hace pasar por ti. Si vives tu vida o vives la de otro. Mirarse en el espejo y ser capaces de aguantar nuestro reflejo sin romperlo en mil pedazos. Vernos y soportar la verdad.

Joaquín Bergés. “Vive como puedas”. Tusquets Editores. Barcelona, 2011.

jueves, 19 de mayo de 2011

Tierra y vida

Con demasiada frecuencia hacemos de la vida un lugar repleto de velocidad, ruido y palabras que no dicen nada. Miramos lejos, siempre más allá del horizonte, a lugares con otro idioma y olvidamos lo que tenemos cerca. Cambiamos exotismo y lejanía por la tierra que pisamos; lo de diario por vestir siempre de domingo y de turistas; el calor por el frío; el frío por un mes de mayo. Castillos en el aire por veinte siglos de soledad. Palacios de cartón por hogares.
Preferimos oír hablar de vidas ajenas antes que mirar debajo de nuestra cama y nuestra alfombra. Somos plañideros, protestones, demagogos en lugar de observadores. Preferimos los fuegos de artificio a nuestro reflejo. Cambiamos pasatiempos por vida. Palabras complicadas para olvidarnos de lo esencial, de lo sencillo, lo elemental; de lo que realmente importa. Rechazamos lo simple para quedarnos con lo que brilla. Aunque sea falso, aunque destiña, aunque sea perecedero y pasajero.
Y entonces llega Susana para dejarnos algo de lucidez en este delirio. En esta queja y en este absurdo en el que se han convertido nuestra vida y nuestra mirada.
Aparece Susana y sus palabras sencillas para hablarnos de tierra y vida.
Tierra en la que vive, que pisan sus pies, que ama y en la que detiene su mirada. Vivir las Cinco Villas/beber la vida/tierra viva.
Palabras, versos, poemas de Susana que hablan de lugares y gentes. Del río Arba y la vida que deja el agua. Del amor a una tierra, suave brisa/fuerte cierzo/claro cielo/niebla intensa.
De su dolor por ver que se ha quedado en medio de la nada. Piedras que vieron el ayer y esperan el mañana, el futuro. Del vacío de la emigración, destino sin retorno de muchos, hijos que no regresarán. De los colonos, los que llegaron con el agua y van muriendo. Del horror de los incendios que calcinan sus montes en noches de junio rojizas.
Poemas de una tierra que es así: la luz encendida/la puerta abierta/la llama en el hogar/la leña cercana/y el pan y el vino/sobre la mesa.
Poemas de vida que nos traen la parte personal. Poemas de recuerdo y homenaje a Miguel Hernández, Becquer y Dulce Chacón, a los hombres y mujeres que se llevó la guerra, de las huellas de su muerte.
Poemas personales para pedir un alma prestada, manos para tocar el mundo, ojos para ver, boca para hablar de esperanza cuando no se tiene nada.
Poemas para dedicarle a una hija, para hablar de amor y edad, fechas de ayer y futuro creado día a día. Poemas para vivir inventando la vida, sabiendo gastarla.
Poemas para hablar de amistad, del maltrato cobarde a las mujeres, del desamor, de niños que pasan hambre con moscas en sus ojos, de guerras modernas que traen lo mismo que las viejas, de vidas rotas en trenes de Atocha.
Poemas para hablar de suerte en la vida, lotería que nunca toca; de un regreso a Soria, y de versos dedicados a ella, de los que siempre forma parte.
Poemas de Susana por los que lentamente ha ido pasando la vida, sus destellos y su dolor. Que son lenguaje de otoño y primavera/ teatro de los sentimientos/canto de vida y muerte/ lágrimas de alegría y desesperación. Palabras y versos para hablar de tierra y vida porque si al poeta le faltan las palabras el verdugo aprovecha la ocasión.
Palabras de Susana que son, como en la cita final de Nikolai Karamzin, un retrato de su espíritu y su corazón.

Susana Hernández Sánchez. “Vivir las Cinco Villas”. Foro de mujeres progresistas de Ejea. Ejea, Zaragoza, 2007.

martes, 17 de mayo de 2011

Dos poemas de Elisa Berna

Domingo silente

A los pies de mi cama
llora la calle de rodillas su rezo extraño.
Y no está lloviendo.
Pero parecen deslucidos los colores,
y más quedo el quejido de los gitanos,
y bajan autobuses como siempre,
con la furia de siempre,
con los mismos de siempre dentro
pero más tristes.
Así es este domingo silente
que encubre el último deseo de los borrachos
de vuelta a casa igual de grises.
Igual de solos.

Amanezco en mi cama del mismo lado
y postrado, cada personaje de la película
entona diferente su plegaria.
Con su dolor diferente rezumando.
Con sus diferentes sueños fracasados.
Todos encogidos, en el mismo barrio
en este domingo de abrazo silente.


Constitución

Yo soy breve hija de un libro
que no supo del antes y adolece
crónica ignorancia.
Olvido agudo.

Yo soy una frontera desde entonces,
un borde peligroso con dos filos.
A un lado acudían las quimeras.
Al otro, aglutinados,
rancios episodios vergonzantes
negaban por tres veces el pasado.

Poemas de Elisa Berna
http://www.1balcon.blogspot.com/

Fotografía de Emilio Molins
http://www.flickr.com/photos/7725708@N02/

viernes, 13 de mayo de 2011

Antes de subir el telón

Los relatos de Óscar Esquivias son historias de gente corriente. De hombres corrientes que quieren vivir una aventura infrecuente. De hombres corrientes que, sin quererlo, viven una aventura sorprendente. De adolescentes que se estrenan a la vida, a la enfermedad, a la muerte, al amor, al éxito y al fracaso. Hombres que se enfrentan a sí mismos y a los demás.
Los relatos de Óscar son historias de personas y familias corrientes: hijos, madres, padres y hermanos. Historias corrientes que nunca suelen contarse. Historias que ocultamos a nuestras madres, a nuestros padres y a nosotros mismos. Pensamientos, días de rubor y deseo, vergüenza ajena, sordidez, locura y ridículo; milagro y asombro; vida recién descubierta. Historias de niños que se han vuelto hombres, que se estrenan en el placer y el sexo, el desengaño y el mañana. Hombres que un día se descubren viejos, hijos que se parecen a sus padres, que recuerdan las imágenes luminosas de la infancia, el olor de la enfermedad, el miedo a perder la alegría. La certeza de la derrota y el ridículo, la vida y sus trapicheos, sus perdedores, la esperanza puesta en el futuro. La vida, cuando todo está por venir. La vida, cuando lo corriente resulta una comedia agridulce que sobrellevar.
Los relatos de Óscar son historias en primera persona del singular y primera del plural. Historias compartidas voluntaria o forzosamente, queriendo o sin querer. Son la narración de aquel día en el que algo sucedió y luego todo siguió como antes. De aquel día en el que esperábamos algo y sucedió al revés, pensábamos que saldría mal y salió bien. Aquel día que nunca olvidaremos. Los relatos de Óscar son espinas que alguien se saca. Espinas que alguien nos clava. Disfraces que alguien nos presta. Recuerdos que nadie nos arrancará jamás.
En la narrativa de Óscar todo es sencillo; todo es de una sinceridad demoledora. No hay trucos de magia, igual que en nuestra vida no existen esos artificios. Cualquier cosa que imaginemos, por absurda que resulte, puede suceder. Lo que importa es lo que nos queda después. Lo que sacamos en claro. Tal vez algo que ya sabíamos. Tal vez algo nuevo. Tal vez lo que sucede antes de subir el telón y ver la función que siempre interpretan otros; la mentira, el desconcierto, el dolor y la risa de otros.
Los relatos de “Pampanitos verdes” cuentan situaciones vulgares, cómicas, imposibles. Situaciones corrientes, posibles y surrealistas. Momentos dolorosos y clarividentes. Momentos de aprendizaje y confirmación.
Sus palabras no ocultan nada, no niegan nada No hay poesía, no hay eufemismos, no hay maquillajes ni metáforas, hay humana realidad.
Imaginamos. Imaginamos constantemente. Imaginamos, vivimos y callamos. Mentimos y somos cobardes, educados, prudentes y falsos. Y Óscar lo sabe y lo cuenta.

Óscar Esquivias. “Pampanitos verdes” Ediciones del Viento. La Coruña, 2010.

martes, 10 de mayo de 2011

Oratio finus

El día del funeral, al terminar la misa, subió hasta el ambón y dijo unas breves, sencillas y emotivas palabras.
La madre de Ricardo se lo había pedido y él no pudo negarse. Nadie en toda la iglesia podía presumir de conocerlo mejor, haber compartido tanto con Ricardo; de ser su amigo desde la infancia, de haber ido juntos al colegio y al instituto; de ser vecinos, compañeros de juegos, descampados y pupitre; de pitillos, borracheras y risas a medias en la peña y en las noches de fiesta. De esperanzas emboscadas en el miedo y la vergüenza. Palabras de letras mudas. Verbos sin pronunciar.
Pero, sobre todo, por compartir la misma afición por la pesca. Primero, de pequeños, en el río del pueblo; y después, cuando Ricardo se sacó el carnet, le pedían el coche a su padre y se iban muchos domingos a pescar al pantano de Mequinenza. Se pasaban el día allí juntos, horas y horas los dos solos, sentados en la orilla de aquel mar interior sin desengaños, mareas ni tempestades.
Nadie mejor que él para decir aquellas sentidas y sinceras palabras de recuerdo, nostalgia, duelo y añoranza. Nadie mejor que él para contar su biografía; testigo privilegiado de su vida y de su muerte. Amistad y afición conservada por encima de la distancia y el tiempo, cuando Ricardo estuvo seis años estudiando fuera y él se quedó en el pueblo trabajando con su padre la tierra y las granjas. Él, que con sus primeros ahorros, compró un pequeño bote y un remolque de segunda mano y cuando Ricardo volvía en vacaciones a casa se iban de pesca al pantano. A pasar juntos el día flotando en aquel mar de agua dulce, horas de intimidad y soledad en aquella bañera de aluminio. Cerca, muy cerca el uno del otro. Letras sin sonido. Palabras viejas. Muertas antes de haber nacido.
Nadie mejor que él para desmentir con palabras tristes los rumores que hablaban de enemistad y distanciamiento entre ellos desde aquella noche en las fiestas de agosto cuando se pelearon a puñetazo limpio y delante de todo el mundo en la puerta del bar de Ayiera. Justo cuando Ricardo y Blanca se hicieron novios. Naufragio. Verano. Incendio y tormenta. Palabras sin sonido y letras muertas.
Nadie mejor que él para hablar y guardar silencio. Callar los defectos y recordar sus virtudes. Rezar una oración por la salvación de las almas y pedir el perdón de los pecados. Inocencia. Primera piedra. Manzana virgen. Serpiente y culpa.
Nadie mejor que él para llorar por segunda vez su muerte. Para arrepentirse de una borrachera, del odio por la verdad y el anzuelo de una despedida de soltero por los viejos tiempos. Mar de agua dulce. Ayer, ilusión, mentira y nunca.
Nadie mejor que él, que le había visto caer al agua, para hablar de la oscuridad y el miedo; que había sido testigo de cómo se ahogaba en aquel pantano negro, azul y verde; de cómo sus ojos lo miraban fijamente detrás del agua turbia antes de irse al fondo; hundirse en el infierno húmedo y frío de las palabras que nunca existieron.

Texto de Jorge del Frago

Fotografía de Esther Moliné

jueves, 5 de mayo de 2011

Cuaderno en blanco

Cogí este libro de mi mesa en uno de esos tiempos muertos que nos regala la suerte. Lo cogí por disfrutar de las ilustraciones de Juan Gonzalo Lerma. Los claroscuros de la tinta, los trazos del pincel, la caligrafía; los animales y un cielo surcado de cables.
Y empecé a leerlo sin ningún propósito, con la simple intención de ocupar la prórroga de ese tiempo prestado por sorpresa. Pero el primer capítulo de esta sombra alteró los estrictos planes de mi agenda. Entre sus líneas encontré palabras sueltas, ventosas que me atraparon y me hicieron descontar las horas para llegar a esa misma noche y leerlo completo. Una historia que comienza hablando del rencor, de una herida sangrando, de la muerte, el pasado, los recuerdos de la infancia, un regreso a una ciudad y un piano en un basurero. Palabras, notas sueltas de una melodía que un hombre viejo está dispuesto a contarnos. La expectación y los ojos deseando devorar el resto.
Y el interés que se acompaña del temor. Porque yo soy un tipo que ha viajado muy poco y nada sabe de esa cultura oriental. Porque me temo que me quedo en los tópicos de las películas. En esa calma en la que sólo se dicen las palabras justas y se sufre con callada resignación. En la que todo resulta exasperantemente lento y desapasionado. La sabiduría de los enigmáticos proverbios, los poemas y flores mínimas, las metáforas teatrales de las sombras.
Esta breve novela tiene el mérito de nutrirse de ese típico lenguaje de adagio, de misteriosa adivinanza de esa cultura. Se sirve de sus exóticos nombres para dibujar un mensaje cifrado; como escenario y lugar donde situar el relato y representarlo. Pero lo que cuenta con un doble idioma es un conmovedor y personal ejercicio de memoria; el reencuentro, muchos años después, de un hombre con su pasado, con las personas y los hechos que lo marcaron, cuando todo empezó a torcerse. Su juventud, y su heredado y cómodo destino, su oficio de afinador de pianos perdido por el invencible progreso, su implacable derrota -la suya y la de su padre- en aquella ciudad de lobos y tiburones. Su emigración a la gran ciudad, sus esperanzas aniquiladas, su vida de perro dócil y manso resumida en el estribillo de una canción patética. Anónimo diluido en la nada y en el silencio. Su regreso con un pobre hatillo y un cuaderno en blanco que compró hace más dos décadas soñando con las palabras y los cuartetos que lo colmarían, páginas en blanco en las que escribirá la historia de su vida. Toda la noche han estado paseando por los corredores de mi cabeza los personajes de la vieja fábula de mi juventud.
“Una sombra en Pekín” es una maravillosa novela repleta de poderosas imágenes. La despedida y la niebla, el reflejo en el cristal de un retrato envejecido. El camino a pie al regresar a su ciudad; los niños en el sendero, el grito de ¡Forastero!, la pedrada en la ceja, la herida y la sangre. El piano reparado en el vertedero, la reconstrucción y su metáfora, la reconciliación, la melodía, el triunfo. La artimaña, el engaño, la amistad interesada, el provecho. La escritura, el recuerdo, la enseñanza. La última palabra sin escribir en el cuaderno.

José Ángel Cilleruelo. “Una sombra en Pekín”. Ilustraciones de Juan Gonzalo Lerma. Libros ilustrados Vagamundos. Ediciones Traspiés. Granada, 2011

miércoles, 4 de mayo de 2011

lunes, 2 de mayo de 2011

Presentación de "Relatos desde ninguna parte" de Pablo Lorente

El miércoles, 4 de mayo, a las 20 hrs, en la librería "El pequeño teatro de los libros", calle Silvestre Pérez, nº 21, en el barrio de Las Fuentes de Zaragoza, Pablo Lorente Muñoz presenta su libro "Relatos desde ninguna parte" publicado por la Editorial Eclipsados.


Pablo Lorente


Editorial Eclipsados


Librería "El pequeño teatro de los libros"