No sé para los demás, pero al menos para mí, hay en estos deliciosos artículos de Irene Vallejo una parte pública y otra privada. Una parte evidente, palpable y reveladora que será común para la gran mayoría, y otra completamente personal, particular e íntima.
La parte pública es el asombro de sus exhumaciones; la acertada resurrección de viejos nombres olvidados; la conversión del mármol de los museos y de los libros cerrados en palabras útiles y vivas.
La parte pública es el asombro de sus exhumaciones; la acertada resurrección de viejos nombres olvidados; la conversión del mármol de los museos y de los libros cerrados en palabras útiles y vivas.
La plena vigencia, validez, eficacia y utilidad de unos diálogos escritos en griego y latín hace más de dos mil años. Enseñanzas y reflexiones de antiguos filósofos, poetas, escritores y dramaturgos que siguen dando respuesta a dudas, cuestiones y circunstancias del eterno presente.
Consejos, argumentos, novelas, mitos, leyendas y fábulas. Séneca, Aristóteles, Diógenes, Esopo y Platón. Ovidio, Antífone, Homero y Arquíloco. La vida apresurada y los días alciónicos y efímeros. El dolor y las aladas palabras. El azar, el ocio, el amor, la cólera, la risa y el olvido. La impaciencia, la realidad, la muerte y la felicidad. La guerra, el deseo y la ambición. La contradicción humana y nuestra perpetua insatisfacción.
La constatación de que, veinte siglos después, seguimos dando vueltas en la misma noria; que lo único que hemos hecho en todo este tiempo ha sido sustituir a los que han ido cayendo, enterrarlos, olvidarlos y ocupar su lugar sin echar la vista atrás.
Y esa parte evidente y común es también la sorpresa del descubrimiento de nombres cercanos; nombres de los que sentir un orgullo pequeño e inmenso: Marcial, el poeta de Bíbilis, y su vida en la Roma del siglo I, su ironía y humor, su emigración y retorno, su obra, su triunfo, su desventura y olvido. Descubrir que el motivo por el que celebramos el año nuevo el uno de enero esta en Mara, un pueblo de Zaragoza, allí donde estuvo la ciudad celtíbera de Segeda; y que la lucha por el poder en Roma libró una de sus batallas en Mequinenza. El redescubrimiento de Baltasar Gracián, su criticón y el oráculo manual: su guía del vivir inteligente y su coincidencia con Séneca.
Y esa parte evidente y común es también la sorpresa del descubrimiento de nombres cercanos; nombres de los que sentir un orgullo pequeño e inmenso: Marcial, el poeta de Bíbilis, y su vida en la Roma del siglo I, su ironía y humor, su emigración y retorno, su obra, su triunfo, su desventura y olvido. Descubrir que el motivo por el que celebramos el año nuevo el uno de enero esta en Mara, un pueblo de Zaragoza, allí donde estuvo la ciudad celtíbera de Segeda; y que la lucha por el poder en Roma libró una de sus batallas en Mequinenza. El redescubrimiento de Baltasar Gracián, su criticón y el oráculo manual: su guía del vivir inteligente y su coincidencia con Séneca.
Descubrir la etimología, el origen de algunas palabras como tertuliano, sibarita y calendario; y que los pirineos tienen nombre de mujer.
Y la parte personal, íntima y particular que tiene su causa en la amena sabiduría de Irene y en mi propio pasado. En la forma de transmitir y compartir su conocimiento, en el privilegio y la suerte de su palabra. Irene me ha reconciliado con mis letras puras con latín, griego y la común filosofía. Tres materias de las que un mal maestro me hizo renegar hace muchos años; sentir por ellas antipatía, animadversión, cerrar los libros, enterrar aquel tiempo en un inútil y frío museo. Tres materias con las que Irene, igual que Quintiliano, aquel maestro de Calahorra que hace dos mil años triunfó en Roma, me ha demostrado con talento, ingenio y atrayente erudición el valor inmortal de aquellos hombres; sus mitos, leyendas, poemas, argumentos y reflexiones para despejar las dudas del presente. Que no es la materia sino quién y cómo la enseña para que despierte nuestro interés y admiración.
Y la parte personal, íntima y particular que tiene su causa en la amena sabiduría de Irene y en mi propio pasado. En la forma de transmitir y compartir su conocimiento, en el privilegio y la suerte de su palabra. Irene me ha reconciliado con mis letras puras con latín, griego y la común filosofía. Tres materias de las que un mal maestro me hizo renegar hace muchos años; sentir por ellas antipatía, animadversión, cerrar los libros, enterrar aquel tiempo en un inútil y frío museo. Tres materias con las que Irene, igual que Quintiliano, aquel maestro de Calahorra que hace dos mil años triunfó en Roma, me ha demostrado con talento, ingenio y atrayente erudición el valor inmortal de aquellos hombres; sus mitos, leyendas, poemas, argumentos y reflexiones para despejar las dudas del presente. Que no es la materia sino quién y cómo la enseña para que despierte nuestro interés y admiración.
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