viernes, 24 de julio de 2009

Perra vida

Sé que existen; los he visto desde la ventanilla del tren, al salir de la ciudad. Los he visto mil veces en reportajes de la televisión, en las páginas de sucesos del periódico.
Sé que existen, pero nunca he estado allí. Nunca me he manchado con el barro de sus calles sin asfaltar, ni he tenido que enfrentarme a sus miradas metálicas, a su violencia o a su desesperación.
Sé que existe gente así. Malnacidos que golpean a sus mujeres y a sus hijos. Bestias. Hogares que son purgatorios, penales, lugares de paso. Que es mejor estar en la calle, en un banco del parque, en cualquier otro sitio.
He visto de lejos esos barrios precarios, siempre en las afueras, con la ropa tendida a la calle en diminutas terrazas con bombonas de butano. Siempre de lejos. Descampados, coches calcinados, perros sin collar. Y en el cine los yonquis, los perdedores, los muertos, los ajustes de cuentas, los tipos duros de pelar.
Sentí vergüenza y alivio de mi suerte. Suerte de haber pasado mi vida en un colegio donde nunca conocí las drogas, ni camellos en la puerta, ni chavales que abandonaran los estudios para irse a trabajar de paleta o de camareros. De vivir en un barrio sin pandillas, territorios, trapicheos de golosinas y peleas de perros clandestinas.
Pensé que nunca he visto ese mundo, pero que existe. Y Mario me lo ha mostrado. Lo mete por los ojos con golpes secos y certeros. Rápido, sin dejarte tomar aliento, cayendo por un terraplén. Sin un solo adorno en un lugar donde, en Navidad, no hay bombillas de colores para decorar las calles.
“Perro mordedor” me dejó dolorido, con el eco de los gritos retumbando entre las hojas. Ni si quiera el final, ese último gesto, me consoló. Todos esos lugares, esa gente, esas noticias de la televisión dejaron de ser un ruido de fondo para convertirse en furia, sangre y manos vacías. Ese cuerpo tumbado en la acera, tapado con papel brillante, dejó de ser nada para hablar de sus heridas, de los golpes y el desconcierto, el odio y el amor que sintió cuando estaba vivo. Todo eso que no cuentan las noticias.
Una historia donde todos tienen nombre, todos excepto el protagonista, que es tan sólo un muchacho que eligió el camino más corto para ganarse el respeto, tener dinero en el bolsillo y sentirse protegido bajo la sombra de la fuerza. Cumplir un encargo fácil y que el amor se cruce entre las patas de un perro. La sensación de soledad rota por una sonrisa en inglés y besos de hierro. Y descubrir una mentira lo cambia todo. Lo roba todo, la única esperanza. Y otro error lleva a perder la protección y recibir una paliza. Ser nadie. Dejar de tener la seguridad y el respeto. Dejarte más solo. No tener a quien acudir. Y el odio nace con el sentimiento de culpa por un amigo muerto. Una tumba anónima. Un entierro en el que nadie lloró. Una mujer con un vestido de novia raído, con el mono a punto de saltarle desde las venas del cuerpo, perdida, sin saber a dónde ir. Una mosca sin alas. Y la venganza asesina para escuchar un grito en la cabeza. Y una renuncia, un deseo de dejarlo todo. Pero antes un último trabajo, una deuda que pagar. Y después una náusea. El nombre de un traidor. El arrepentimiento, el asco, la última oportunidad de reconciliarse consigo mismo. Y al final la esperanza en que un perro sepa hablar y pueda contarlo todo.

Mario de los Santos “Perro mordedor” Mira Editores. Zaragoza, 2008.

lunes, 20 de julio de 2009

De la metamorfosis y los cometas

Que alguien te confunda con otro es la ocasión perfecta para vivir una aventura. Imagínatelo.
Por error un tipo te entrega un sobre y tu trabajo consiste en encontrar al destinatario.
La oportunidad para dejar de ser un vulgar insecto y creerte un agente secreto en misión especial. Muchos hemos querido alguna vez protagonizar ese sueño peliculero.
Que una casualidad ponga a una mujer adorable en la órbita de un solitario es un golpe se suerte. Como encontrarte un billete de lotería premiado en mitad del desierto. Lo malo es que el décimo tenía un hilo atado en un extremo y el dueño tan sólo tiene que dar un tirón para recuperarlo y dejarte a ti con las manos vacías.
Pero “El club de los estrellados” no es una simple aventura urbana ni una triste historia de amor intimista. Son dos amigos, dos hombres, dos historias, dos líneas que parten del mismo punto muerto. Y que como en esos gráficos de las cotizaciones en bolsa, llevan el mismo camino pero en sentidos opuestos, mientras una sube la otra baja. Los dos se arriesgan, pero uno vence y el otro pierde. Uno actúa, el otro contempla y escucha. Mientras uno -jamesbond narizotas, orejón y peludo- vive su propia aventura repleta de sexualidad y valor que le hará ganar el amor, el otro pasa los días coleccionando por entregas un monólogo devastador y cruel que al final le dejará sin premio.
Los dos forman parte de un club de solteros, divorciados o viudos que se dedican los sábados por la noche a observar estrellas para huir de alguna de las múltiples versiones de la soledad. Lo que pasa es que uno -fetichista de la ropa interior femenina, hermafrodita y voyeur que combate la depresión de su rutinaria soledad con ansiolíticos y que duerme recurriendo a la química- se lanza por un tobogán que le hará transformarse en un kamikaze enamorado; mientras que el otro –tímido crónico- apuesta al amor con la desventaja del gafe y el destino del pagafantas: ser el perfecto confidente, el amigo fiel. A uno la casualidad le lleva hasta la mujer adecuada, al otro la casualidad le trae junto a él a una mujer herida de cáncer y amor incurable. Uno es capaz de entrar en territorio enemigo y liberar rehenes, el otro tendrá que contemplar las típicas sonrisas, la emoción del reencuentro, los nervios frente al armario y el espejo dedicados a la cita con otro hombre.
Los dos asisten a un striptease emocional: uno al propio, otro a uno ajeno. Uno encuentra la mirada, el cuerpo y el sabor, las caricias y el silencio que llenan el vacío de su vida, el alumbramiento que le llevará a luchar en una guerra a la inversa, a luchar no para sobrevivir sino para dejar de estar muerto. El otro contemplará sin sexualidad ni deseo el cuerpo desnudo de una mujer y tendrá que soportar la dolorosa exhumación del pasado, escuchar resignado las palabras que le dejan fuera de juego. Los dos descubren algo: uno lo que no sabía y llevaba tiempo buscando y el otro la confirmación de lo que ya conocía.
La novela de Joaquín asombra y divierte, desgarra y duele, habla de liberación y secretos, conquistas y despedidas, de aves migratorias y crisálidas; hace posible lo increíble y dolorosamente real lo imposible. Habla de la metamorfosis animal de un hombre, un extraño héroe con peluca, liguero y tacones; y de un solitario melómano, astrónomo privilegiado, que tuvo la suerte de contemplar, sin telescopio y a plena luz del día, a un hermoso cometa, una estrella fugaz e inalcanzable, que quizás, porqué no, algún día regrese.

Joaquín Bergés. “El club de los estrellados” Tusquets Editores. Barcelona, 2009.

jueves, 16 de julio de 2009

Menú del día


Y ahora toca crecer, madurar,
clavar bien firmes los pies
en el nombre de un deber.
Toca quedarse quieto y ver
volar en picado a los pájaros,
toca masticar, y tragar,
escupir a los trenes,
a las sombras y a los perros
muertos en el arcén.
Toca perder, y apedrear
ventanas, farolas y espejos,
tatuarme la palabra
que jamás pronunciaré.
Toca arrancar
una a una y sin placer
las costras secas de la piel,
y morder, chupar
la carne blanda de un limón.
Toca saber
aceptar sin sonreír
todo lo que nunca haré,
toca ver pasar
la vida frente a mí.

Poema de Jorge del Frago
La imagen es del grandioso fotógrafo portugués Rui Palha
http://www.flickr.com/photos/ruipalha/

martes, 14 de julio de 2009

Destrucción

Lo nuestro se desmoronó como las Torres Gemelas; no por el impacto de terceras personas, sino por la metástasis en las vigas maestras de la relación.

Así caímos.
De forma traumática.
Sobre nosotros mismos.

Oscar Sipán

martes, 7 de julio de 2009

Cuando éramos trapecistas

Resulta complicado comenzar un libro con un relato perfecto. Te pasas el resto con las malditas comparaciones, leyendo con la ansiedad de esperar que aparezca otro igual. Y te encuentras con alguno bueno, muy bueno incluso, pero ninguno como el primero. Y te cabreas, te sientes defraudado y piensas en claves personales, en un libro publicado no por razones literarias sino por razones de amistad y como homenaje póstumo. Y empiezas a escribir diciendo que los relatos de Sergio Algora tienen destellos brillantes pero que falla el conjunto. Que es un libro desigual, con algunos –los menos- buenos relatos, pero con otros –los más- que no pasan de ser una idea original, una excentricidad surrealista, un múltiple desvarío, algo tan sólo divertido. Como cuando un amigo te preguntaba qué te había parecido su novia y por no decirle la verdad le decías que era muy simpática
Y pensando en encontrar los aspectos positivos de “No tengo el placer” acepté los breves y hermosos instantes poéticos, la originalidad de sus historias y su imaginación desbordante. Quise ver un homenaje a los cómics de ciencia ficción y al cine de terror, a las películas de Tarantino, a los delirios etílicos, a las carcajadas de fin de semana, al humor y las pesadillas. Y encontré también la crítica a una sociedad deshumanizada, a la egolatría del artista, al pensamiento uniforme y al lado oscuro de la política, el poder y la avaricia.
Pero al repasar los subrayados y releer algunos párrafos de los relatos que me habían gustado como “El fantasma”, “El silencio de Clara”, “La biógrafa”, y, sobre todo, “El nuevo novio de mi hermana” con Albert Bellok metido en una historia de chantaje fotográfico y su mujer Maricruz que “comienza a cantar mientras sus uñas rojas se hunden en mi teclado Casio”, “La música pop” con la historia de un hijo de Dios, hermano pequeño de Jesús, que “pasaba tanto tiempo realizando milagros en los bares que decidí montar uno para que no me costara dinero ayudar a la gente”, y “El zombi” con un tipo que resucita con tres balazos en el cuerpo y entra en un bar a beber después de ser desenterrado en un parque por un perro, me di cuenta que los relatos de Sergio se tratan de otra cosa. Que quizás no se trate sólo de lo que parecen. Me hicieron recordar aquella época en la que sentados en algún bar inventábamos historias absurdas y surrealistas con las que nos descojonábamos. Cuando la imaginación no tenía límites y nos hubiera gustado ser repartidores de butano en una película porno y nos fascinaban las películas de asesinos locos y violentos porque nos creíamos inmortales. Aquella época en la que nos gustaba leer libros como “El dragón rojo” de Thomas Harris. Luego todo eso desapareció. Nuestra imaginación, el descojone, se lo comió la rutina y nos preocupamos por pagar los plazos del coche y los trajes a medida.
Sergio eligió su forma de contar y de entender la vida, y de ser fiel a si mismo. “Sin veneno, sin excitantes, sin drogas, sin grasas, sin oscuridad, el mundo se vería obligado a verse tal como es ¿Quién quiere eso?” Su estilo no es brillante, no es literatura en mayúsculas, pero su mérito está en no haber perdido aquella imaginación que se nutría de películas, bares, poesía, música, ironía y absoluta libertad. Continuar, joven y maduro, genuino y mordaz, con aquella manera de ver la realidad sin jaquecas ni medias suelas. Como cuando bebíamos a morro quintos de cerveza en bodegas baratas e íbamos tres amigos en una vespa por la ciudad y nos reíamos contándoles a las chicas que éramos trapecistas de circo.

Sergio Algora. “No tengo el placer”. Xordica Editorial. Zaragoza, 2009.

lunes, 6 de julio de 2009

El día perfecto


Hoy es uno de esos días
nacido sin trucos, borracheras
carcajadas y mentiras.
Un día de rutinas
en océanos sin gravedad.
Hoy es una mañana temprana, soleada
sin treguas, melodías
vacaciones pagadas
y césped artificial.
Hoy es un día canalla, reincidente
armado y peligroso,
un día con el futuro
aparcado en doble fila
y el deseo robando, atracando
gasolineras, estancos
y cajas de seguridad.
Un día de dientes apretados,
de puños apretados y mal aliento,
una mañana de cárcel sin planes de huida,
un camino de alambre, cierzo y vértigo,
el día perfecto para arriesgarme
y salir a buscarte
dar un paso en falso, tropezar, caer
morir de nuevo.
El día perfecto para levantarme
verte, escupir, odiarte
y volver a empezar.

Poema de Jorge del Frago
La Fotografía es de Sergio Joven
http://www.flickr.com/photos/mnemonix/