Cuando en marzo del año pasado falleció el filósofo francés Jean Baudrillard, apareció en prensa una semblanza sobre su vida y obra con este titular: Moriremos si es que hemos nacido.
Esa reflexión me impresionó tanto que me dio miedo pensar sobre ella, así que, para librarme de la destrucción de su eco, escondí aquella hoja en el fondo de una montaña de papel que hay sobre mi mesa, igual que el culpable entierra su mala conciencia.
Cuando leí el título del libro de Carlos Manzano, “Vivir para nada”, me acordé de aquella frase demoledora de Baudrillard. Y sentí miedo, pero, empujado por un presentimiento, comencé a leer.
Y a punto estuve de abandonar, porque ya, desde la segunda página, empezaron a dolerme los golpes de la novela de Carlos: vivimos vidas insignificantes; vivimos con resignación; vivimos para nada, para morirse solamente.
Tragué saliva y seguí adelante, y me encontré viviendo los años de bachillerato: la edad en la que descubrimos la vida. Tiempo de complejos y palabras torpes, en el que las derrotas son indelebles y los tímidos envidian a los valientes. Tiempo de guapos y feos, ganadores y perdedores, en el que el amor duele como ningún otro sentimiento y el sexo es un misterio que te hace temblar. Tiempo en el que se forjan las leyendas, se admira la originalidad y la trasgresión y a todo lo que se salía de lo convencional.
Y me encontré frente al valiente que decide romper con todo y se marcha a Londres con lo puesto, sin planes y sin dinero, a cumplir su sueño de estudiar en una escuela de cine. Una fabulosa aventura, una auténtica proeza para esa edad. Y comprendí que desde ese día se le admirara, porque él se atrevió a decidir su propio destino mientras que nosotros elegimos quedarnos en tierra. Comprendí que a partir de entonces sería el símbolo de nuestra rebeldía frustrada, nuestro referente vital, el mito de la liberación individual.
Y pensé en esa obsesión humana, inevitable y destructiva, de desear siempre lo que no se tiene, de querer ser lo contrario a lo que se es, y de nuestra irresistible tendencia a idealizar las cosas.
La vida es un ejercicio caótico, es un largo camino, pedregoso y duro. Y Carlos Manzano, en este “Vivir para nada”, nos lo ha enseñado a la perfección, con toda su crudeza, con toda su verdad.
Con situaciones y personajes tan cercanos y reales que provocan nuestra admiración y envidia, nuestro odio y desprecio, nuestra indignación y enfado, hasta el punto de parecer tan auténticos que desearíamos golpearles, participar, meternos dentro de la novela y hacerles reaccionar, cambiar su destino y agonía, esa inútil resignación en la que viven, hacerles ver su fortuna, que dejen de sentirse desdichados, abandonar su obsesión autodestructiva.
Carlos nos muestra que la vida es un camino marcado por el pasado imperfecto. Un duro camino hecho de arrepentimientos, cobardías, dudas y preguntas. Un tiempo largo de obsesiones y amores tristes, ideales hermosos, días que pasan, sueños que se pierden, fidelidades eternas; traiciones que provocan la muerte, golpes de buena suerte, viajes y lugares para guardar en la memoria, responsabilidades, egoísmos, fracasos, ilusiones rotas y pensiones baratas en ciudades que huelen a mar.
Que cuando termine ese verano que creíamos eterno aparecerá la vida con todas sus contradicciones, la cruda realidad, la escasez, el fracaso, el peaje de la libertad.
Al final, Carlos nos enseña que la vida, tarde o temprano, se cobra todas las deudas pendientes, que necesitaremos destruirnos, vivir todo lo que no vivimos a tiempo para comprender y volver a empezar. Saber lo que queremos y lo que no.
Y entonces necesitaremos que todo nuestro dolor tenga una respuesta, nuestra vida una utilidad, que encontremos el sentido, el objetivo, la razón por la que vivir, entregar nuestra vida.
Carlos, en este “Vivir para nada”, nos ha enseñado una respuesta, pero hay otras, hay muchas, lo que debemos hacer es buscar y elegir cada uno la nuestra. Que ese caótico, difícil e imperfecto ejercicio que supone vivir es lucha y empeño, es sufrir y reflexionar, admirar y perdonar, tener ambiciones y deseos, comprender que lo más necesario es conocernos a nosotros mismos.
Busque la hoja del periódico entre ese montón de papeles que, amarilleando, acumulan polvo sobre mi mesa. La encontré. Volví a leer la frase de Baudrillard. Doblé la hoja en tres mitades y la guardé dentro del libro de Carlos. La recordé por última vez: Moriremos si es que hemos nacido. Ahora ya no le tengo miedo.
Carlos Manzano, “Vivir para nada”, Mira Editores, Zaragoza, 2007
Esa reflexión me impresionó tanto que me dio miedo pensar sobre ella, así que, para librarme de la destrucción de su eco, escondí aquella hoja en el fondo de una montaña de papel que hay sobre mi mesa, igual que el culpable entierra su mala conciencia.
Cuando leí el título del libro de Carlos Manzano, “Vivir para nada”, me acordé de aquella frase demoledora de Baudrillard. Y sentí miedo, pero, empujado por un presentimiento, comencé a leer.
Y a punto estuve de abandonar, porque ya, desde la segunda página, empezaron a dolerme los golpes de la novela de Carlos: vivimos vidas insignificantes; vivimos con resignación; vivimos para nada, para morirse solamente.
Tragué saliva y seguí adelante, y me encontré viviendo los años de bachillerato: la edad en la que descubrimos la vida. Tiempo de complejos y palabras torpes, en el que las derrotas son indelebles y los tímidos envidian a los valientes. Tiempo de guapos y feos, ganadores y perdedores, en el que el amor duele como ningún otro sentimiento y el sexo es un misterio que te hace temblar. Tiempo en el que se forjan las leyendas, se admira la originalidad y la trasgresión y a todo lo que se salía de lo convencional.
Y me encontré frente al valiente que decide romper con todo y se marcha a Londres con lo puesto, sin planes y sin dinero, a cumplir su sueño de estudiar en una escuela de cine. Una fabulosa aventura, una auténtica proeza para esa edad. Y comprendí que desde ese día se le admirara, porque él se atrevió a decidir su propio destino mientras que nosotros elegimos quedarnos en tierra. Comprendí que a partir de entonces sería el símbolo de nuestra rebeldía frustrada, nuestro referente vital, el mito de la liberación individual.
Y pensé en esa obsesión humana, inevitable y destructiva, de desear siempre lo que no se tiene, de querer ser lo contrario a lo que se es, y de nuestra irresistible tendencia a idealizar las cosas.
La vida es un ejercicio caótico, es un largo camino, pedregoso y duro. Y Carlos Manzano, en este “Vivir para nada”, nos lo ha enseñado a la perfección, con toda su crudeza, con toda su verdad.
Con situaciones y personajes tan cercanos y reales que provocan nuestra admiración y envidia, nuestro odio y desprecio, nuestra indignación y enfado, hasta el punto de parecer tan auténticos que desearíamos golpearles, participar, meternos dentro de la novela y hacerles reaccionar, cambiar su destino y agonía, esa inútil resignación en la que viven, hacerles ver su fortuna, que dejen de sentirse desdichados, abandonar su obsesión autodestructiva.
Carlos nos muestra que la vida es un camino marcado por el pasado imperfecto. Un duro camino hecho de arrepentimientos, cobardías, dudas y preguntas. Un tiempo largo de obsesiones y amores tristes, ideales hermosos, días que pasan, sueños que se pierden, fidelidades eternas; traiciones que provocan la muerte, golpes de buena suerte, viajes y lugares para guardar en la memoria, responsabilidades, egoísmos, fracasos, ilusiones rotas y pensiones baratas en ciudades que huelen a mar.
Que cuando termine ese verano que creíamos eterno aparecerá la vida con todas sus contradicciones, la cruda realidad, la escasez, el fracaso, el peaje de la libertad.
Al final, Carlos nos enseña que la vida, tarde o temprano, se cobra todas las deudas pendientes, que necesitaremos destruirnos, vivir todo lo que no vivimos a tiempo para comprender y volver a empezar. Saber lo que queremos y lo que no.
Y entonces necesitaremos que todo nuestro dolor tenga una respuesta, nuestra vida una utilidad, que encontremos el sentido, el objetivo, la razón por la que vivir, entregar nuestra vida.
Carlos, en este “Vivir para nada”, nos ha enseñado una respuesta, pero hay otras, hay muchas, lo que debemos hacer es buscar y elegir cada uno la nuestra. Que ese caótico, difícil e imperfecto ejercicio que supone vivir es lucha y empeño, es sufrir y reflexionar, admirar y perdonar, tener ambiciones y deseos, comprender que lo más necesario es conocernos a nosotros mismos.
Busque la hoja del periódico entre ese montón de papeles que, amarilleando, acumulan polvo sobre mi mesa. La encontré. Volví a leer la frase de Baudrillard. Doblé la hoja en tres mitades y la guardé dentro del libro de Carlos. La recordé por última vez: Moriremos si es que hemos nacido. Ahora ya no le tengo miedo.
Carlos Manzano, “Vivir para nada”, Mira Editores, Zaragoza, 2007