martes, 21 de octubre de 2008

Pequeña joya ilustrada


(Sobre la edición de "Leyendario" y los dibujos de Óscar Sanmartín)


Lo tengo sobre la mesa. Acaricio la portada, los bordes erosionados de la sobrecubierta, las esquinas rotas. No soy un bibliómano; tan sólo un viejo sentimental. Es una herencia; como todos los libros antiguos que hay en mi casa; supervivientes de mudanzas, pleitos y naufragios. Están todos en una habitación oculta tras una puerta falsa, a salvo de la codicia de los anticuarios y sus perros de presa, comisionistas sin escrúpulos que se cuelan en las casas disfrazados de agentes de seguros interesados en inventariar el contenido de un continente. Conozco bien sus métodos.
En el interior del libro, guardada como una mariposa de papel marchito, hay una hoja de un diario de provincias, la noticia que cuenta que este libro de Tropo Editores recibió del Gobierno de Aragón el premio al mejor libro editado en 2007.
Ahora hace cien años.
Junto a la noticia hay una fotografía en la que se ve a un hombre sentado en el borde de un turbio canal sujetado una caña de pescar con el hilo sumergido en el agua. A su lado otro hombre sonríe y sostiene una red y un arpón. Junto a ellos un galgo atigrado observa la escena. Por detrás una nota manuscrita: Con O.S. a la caza del Saburuko. Canal Imperial. Zaragoza 2008.
Sobre la guarda de la tapa, delante y detrás, el ex-libris de su anterior propietario, el nombre con letra gótica en los bordes: Jeremías Barés Fayón, y en el centro el dibujo a carboncillo de la cabeza de un dragón atravesada por una lanza. En el margen derecho la firma del autor: O.S.
Los libros ilustrados son especiales. Los coleccionistas lo saben. Los mercaderes de papel, también. Por eso mandan a sus perros a cazar por los rincones de las casas más viejas de esta ciudad.
Este ejemplar mío de “Leyendario” conserva la sobrecubierta original con el magnifico dibujo de la portada, el mejor de la serie: la bestia correosa y elástica con el tranvía nº 5 enroscada en la cola, como si fuera una lengua tragando una píldora. Lo corriente y lo fantástico. La simbiosis perfecta que existe en este libro entre texto y dibujo.
La sobrecubierta protege el dibujo de las tapas. Una greca de sabor antiguo: un hombre barbado, peces y frutas. Los detalles que le hacen especial. Una pieza delicada de amor y orfebrería. Las guardas en papel color burdeos, las dos hojas de cortesía o respeto, la acertada elección del papel estucado de 180 gramos, pensada para aguantar el viento del tiempo. Un hermoso trabajo artístico.
Dicen que es un libro buscado en las librerías de viejo. Un libro raro, agotado. Los coleccionistas lo tienen bien guardado, expuesto en vitrinas blindadas. Los ingenuos y los advenedizos lo buscan por las estanterías más oscuras; preguntan por él, sueñan con su hallazgo. Pero es inútil. No está. Si aparece alguno no se pone a la venta. El librero sabe que hay clientes interesados. Les llamará por teléfono y se relamerá como un gato glotón al decirles el precio. Lo venderá con la tienda cerrada. En secreto. Con un hombre armado guardándole la espalda.
Miro el mío. Soy afortunado.
Los dibujos conocidos de Óscar Sanmartín, mil veces vistos: el hombre con un tentáculo en lugar de cabeza, que recuerda a Gregorio Samsa.
El retrato del hombre con branquias, con la cabeza oculta en una escafandra de agua dulce, y a la vuelta, como la otra cara de una moneda, su cuerpo desnudo, su cabeza convertida por el desamor en una raíz seca.
Un velero varado sobre el lomo cuarteado de la luna.
El pez cueva y su inquietante interior oscuro.
El Saburuko, dragón sin rostro y ladrón de barcas, llevando a cuestas su caparazón, como una tortuga tímida.
Una torre sobre una ola de piedra.
Una criatura palmípeda intentando alcanzar un cubo de agua, y su grito y su lamento, tensando su brazo.
El extraño animal, mezcla de lucio, escualo y atleta griego, atrapado en el hilo que destapó su anonimato.
La caja del fluido garcía devolviendo la vida a unas ancas de rana y el Anacronópete, aeronave de hierro para viajar en el tiempo. El sueño de Enrique Gaspar hecho realidad.
El exterminador y su lanzallamas, flautista de Hamelin convertido en buzo de cloaca.
Un cofre vacío vigilado por una estrella de mar, la auténtica leyenda del dorado.
Los ataúdes de plomo y su vuelo al olvido.
Un calamar con piernas, la sirena incompleta que nadie amará en su monstruosidad deforme y su fracaso.
La caja del feriante ambulante, con ruedas y saeteras para que los hombres puedan admirarse de la extrañeza enjaulada.
La pierna disecada de una sirena, capricho caro de un coleccionista, que no es más que el trabajo de carpintería de un escenógrafo.
Y el último, el más inquietante, el cuerpo de un hombre sin rostro y sin brazos, con aletas en lugar de pies, volando sentado en una silla.
Las criaturas surgidas del agua, la imaginación y lo inaudito se vuelven corpóreas, posibles y reales en los dibujos. El color del papel, la técnica escogida, como de grabado antiguo, envejecen el dibujo y aumentan el misterio de su imagen, como si estuviéramos ante el descubrimiento de un secreto.
Eso me recuerda aquella leyenda susurrada en las húmedas trastiendas de las librerías de viejo. Hablaban de unos aguafuertes sin firma, pero atribuidos a un dibujante y modelista de Zaragoza, que desaparecieron de la biblioteca secreta de un anciano que fue encontrado muerto en su casa, ahogado en la bañera, con una extraña alga metida en la boca.
"Leyendario. Criaturas de agua". Escrito por Óscar Sipán e ilustrado por Óscar Sanmartín. Tropo Editores. Zaragoza 2007.

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