Hay en este libro dos consideraciones.
La primera y la más importante, es que éste y cualquier otro libro que hable de todos aquellos españoles que murieron asesinados en los campos de concentración nazis resulta un acto necesario.
Conocer su historia de sufrimiento y muerte y honrar su memoria es un acto de justicia imprescindible. El exilio, los campos de concentración franceses, su integración en las Compañías de Trabajadores extranjeros y en los Batallones de Marcha, su captura después de la invasión nazi de Francia, su condición de apátridas, su detención y deportación, su internamiento en campos de trabajo y su vida de esclavos, útiles mientras tuvieron fuerzas para obtener de ellos un rendimiento, prescindibles cuando ya estaban agotados y enfermos y eran eliminados, convertidos en ceniza para dejar hueco a los siguientes.
Conocer la verdad de aquellos miles de españoles que compartieron el mismo destino que otros millones de seres humanos es algo obligatorio. Porque forman parte de aquel exterminio sistemático y organizado para el que ninguna palabra resulta prescindible.
Y este libro en concreto es la recuperación de uno de ellos, de Mariano Carilla Albalá, de Lanaja (Huesca), que murió asesinado en la cámara de gas del castillo de Harteim, dependiente de los campos de Gusen y Mauthausen, en 1941.
La historia de Mariano la recupera un descendiente suyo: Joaquim Pisa Carilla, que encontró su nombre en una lista de deportados españoles en los campos nazis y que a partir de ahí reconstruyó su vida y muerte. Mariano cruzó la frontera con Francia al terminar la Guerra Civil y compartió el mismo y triste camino de otros muchos españoles atrapados en ese país para finalizar en aquel castillo de Austria donde fue llevado para morir. Hecho ante el que se debe sentir “una pulsión de piedad emocionada hacia un ser humano indefenso llevado al sacrificio como un cordero enfermo”.
Pero la segunda consideración que –creo- debe decirse es que éste es un libro personal. Su autor reconstruye la vida de Mariano basándose fundamentalmente en testimonios orales e intercalando alguna hipótesis. En un libro-homenaje como este es lógico ese tratamiento del personaje como símbolo. Mucho más si fue en su momento uno de esos hombres anónimos que se perdió entra la multitud y no dejó testimonio individual de su pensamiento, sin poder afirmar o negar lo que de él se dice. Desde luego hay un hecho innegable: su muerte, su injusto y brutal asesinato, pero recomponer su vida ( y sus espacios en blanco) basándose en testimonios y recuerdos de familiares; en concordancias temporales, sociales e históricas genéricas y, sobre todo, en una visión idealizada a posteriori y maniquea de una época y sus sombras –la II República y la guerra- hace de este un libro personal Y no son mis palabras una forma de negar la verdad que cuenta sino de avisar que Joaquim Pisa la cuenta a la medida y desde el punto de vista de su ideología política.
Para algunos esta será la historia que quieren oír y creer, con sus verdades y silencios, sus buenos y malos absolutos, su visión con un solo ojo. Cada uno es libre de verlo como quiera. Pero yo soy de los que no idealizan nada, de los que cree en la imperfección de las cosas, de los que procura leer las dos versiones de la historia y no quedarse con ninguna.
Y si hay algo significativo, un gesto que va más allá de los silencios y las palabras; más allá de un libro en blanco y negro, es lo que el autor hace y dice en la página 111 cuando acude a rendir homenaje a Mariano en el campo de Mauthausen: “me incorporo tras haber dejado la placa apoyada contra la pared, me pongo en posición de firmes y mirándola saludo con el puño en la sien”.
Este es un libro que es un recuerdo necesario –no me canso de decirlo- objetivo en su parte fundamental y absolutamente estremecedor, pero que alguien haga hoy en día ese gesto me parece igual de execrable y repudiable que saludar a la romana. Gestos que sobran, que están fuera de lugar y de tiempo. Un gesto que delata y retrata al que lo hace, que produce tristeza y perplejidad y desvirtúa su razón. Un gesto que por no hacerlo llevó a cientos de miles, a millones de seres humanos a morir en el archipiélago gulag de la Rusia comunista, incluso a algunos republicanos españoles. Un gesto que es una marcha atrás, un retroceso; expresión de un odio que acabó en guerra; la ignorancia de un sobrino-nieto que no ha aprendido nada de lo que vivieron sus abuelos.
La verdad no se merece estos gestos. La verdad debe de estar por encima, fuera de ellos. Por culpa de esos gestos y todo lo que significan murieron millones. Ya es hora de enterrarlos para siempre.
La primera y la más importante, es que éste y cualquier otro libro que hable de todos aquellos españoles que murieron asesinados en los campos de concentración nazis resulta un acto necesario.
Conocer su historia de sufrimiento y muerte y honrar su memoria es un acto de justicia imprescindible. El exilio, los campos de concentración franceses, su integración en las Compañías de Trabajadores extranjeros y en los Batallones de Marcha, su captura después de la invasión nazi de Francia, su condición de apátridas, su detención y deportación, su internamiento en campos de trabajo y su vida de esclavos, útiles mientras tuvieron fuerzas para obtener de ellos un rendimiento, prescindibles cuando ya estaban agotados y enfermos y eran eliminados, convertidos en ceniza para dejar hueco a los siguientes.
Conocer la verdad de aquellos miles de españoles que compartieron el mismo destino que otros millones de seres humanos es algo obligatorio. Porque forman parte de aquel exterminio sistemático y organizado para el que ninguna palabra resulta prescindible.
Y este libro en concreto es la recuperación de uno de ellos, de Mariano Carilla Albalá, de Lanaja (Huesca), que murió asesinado en la cámara de gas del castillo de Harteim, dependiente de los campos de Gusen y Mauthausen, en 1941.
La historia de Mariano la recupera un descendiente suyo: Joaquim Pisa Carilla, que encontró su nombre en una lista de deportados españoles en los campos nazis y que a partir de ahí reconstruyó su vida y muerte. Mariano cruzó la frontera con Francia al terminar la Guerra Civil y compartió el mismo y triste camino de otros muchos españoles atrapados en ese país para finalizar en aquel castillo de Austria donde fue llevado para morir. Hecho ante el que se debe sentir “una pulsión de piedad emocionada hacia un ser humano indefenso llevado al sacrificio como un cordero enfermo”.
Pero la segunda consideración que –creo- debe decirse es que éste es un libro personal. Su autor reconstruye la vida de Mariano basándose fundamentalmente en testimonios orales e intercalando alguna hipótesis. En un libro-homenaje como este es lógico ese tratamiento del personaje como símbolo. Mucho más si fue en su momento uno de esos hombres anónimos que se perdió entra la multitud y no dejó testimonio individual de su pensamiento, sin poder afirmar o negar lo que de él se dice. Desde luego hay un hecho innegable: su muerte, su injusto y brutal asesinato, pero recomponer su vida ( y sus espacios en blanco) basándose en testimonios y recuerdos de familiares; en concordancias temporales, sociales e históricas genéricas y, sobre todo, en una visión idealizada a posteriori y maniquea de una época y sus sombras –la II República y la guerra- hace de este un libro personal Y no son mis palabras una forma de negar la verdad que cuenta sino de avisar que Joaquim Pisa la cuenta a la medida y desde el punto de vista de su ideología política.
Para algunos esta será la historia que quieren oír y creer, con sus verdades y silencios, sus buenos y malos absolutos, su visión con un solo ojo. Cada uno es libre de verlo como quiera. Pero yo soy de los que no idealizan nada, de los que cree en la imperfección de las cosas, de los que procura leer las dos versiones de la historia y no quedarse con ninguna.
Y si hay algo significativo, un gesto que va más allá de los silencios y las palabras; más allá de un libro en blanco y negro, es lo que el autor hace y dice en la página 111 cuando acude a rendir homenaje a Mariano en el campo de Mauthausen: “me incorporo tras haber dejado la placa apoyada contra la pared, me pongo en posición de firmes y mirándola saludo con el puño en la sien”.
Este es un libro que es un recuerdo necesario –no me canso de decirlo- objetivo en su parte fundamental y absolutamente estremecedor, pero que alguien haga hoy en día ese gesto me parece igual de execrable y repudiable que saludar a la romana. Gestos que sobran, que están fuera de lugar y de tiempo. Un gesto que delata y retrata al que lo hace, que produce tristeza y perplejidad y desvirtúa su razón. Un gesto que por no hacerlo llevó a cientos de miles, a millones de seres humanos a morir en el archipiélago gulag de la Rusia comunista, incluso a algunos republicanos españoles. Un gesto que es una marcha atrás, un retroceso; expresión de un odio que acabó en guerra; la ignorancia de un sobrino-nieto que no ha aprendido nada de lo que vivieron sus abuelos.
La verdad no se merece estos gestos. La verdad debe de estar por encima, fuera de ellos. Por culpa de esos gestos y todo lo que significan murieron millones. Ya es hora de enterrarlos para siempre.