martes, 25 de mayo de 2010

Presentación de "Historias de Tellerda"


El próximo viernes 28 de mayo, a las 19.15 horas, en el Salón de Actos de la Biblioteca de Aragón, C/ Doctor Cerrada nº 22, de Zaragoza, se presenta el libro de relatos de José María Morales "Historias de Tellerda".
En la presentación intervendrán Angélica Morales, Ramón J. Campo y el propio autor. http://unodetellerda.blogspot.com/
A la venta en Librería París

viernes, 21 de mayo de 2010

Antes de llegar


No es verdad que el norte quede
alejado del infierno,
no es verdad eso que dicen
del silencio y la distancia,
no es verdad que el tiempo pudra
las raíces de la herida;
no es verdad.

No es verdad que sienta algo
diferente a la nostalgia,
no es verdad que quiera verte
desde el último noviembre,
no es verdad esto que digo,
no es verdad que tenga suerte;
no es verdad.

No es verdad que el mundo gire
atrapado entre tus calles,
no es verdad que sume y reste
las vocales de tu ausencia,
no es verdad que fuiste mía,
no es verdad que seas viento;
no es verdad.

No es verdad que tenga miedo
de cruzarme en tu camino,
no es verdad la indiferencia
fabricada en el olvido,
no es verdad que seas viento,
no es verdad que quiera verte;
no es verdad.

No es verdad que todo muere
arrastrado en la corriente,
no es verdad eso que dicen
del invierno y la distancia,
no es verdad que quiera verte,
no es verdad que tenga suerte;
no es verdad.


Poema de Jorge del Frago

Fotografía de Vicente Guerrero
http://www.flickr.com/photos/bizen99/

sábado, 15 de mayo de 2010

Omnívoros


Es verdad lo que dicen de ellos. Eso de que se comen todo lo que les eches.
Ha sido increíble. Lo devoraron todo en segundos, entre gruñidos salvajes de agradecimiento y placer.
Se lo comieron todo sin dejar ni rastro. Tus manos mezcladas con los desperdicios del cubo, el ramo de flores y los bombones con los que pretendías ganarte mi perdón. Todo desapareció en el sumidero de sus bocas.
Ya no tendré que preocuparme por cómo deshacerme de tu cuerpo. Ellos se ocuparán de eso.
Y ahora, cierra los ojos y estate quieto, tengo que prepararles su comida para mañana.

Texto de Jorge del Frago.

Fotografía de Toni Matés
http://www.flickr.com/photos/ouyea/


jueves, 13 de mayo de 2010

Dura lección de vida

Empezar por el final es una manera de comenzar. Esta es la segunda edición de “La fábrica de huesos”; la primera, de 1999, vendió sus dos mil ejemplares. Y al terminar la novela –en realidad, mucho antes de terminarla- comprendí el porqué. Por una vez le daré la razón a los números y además espero que llegue a la tercera edición.
El mayor mérito de “La fábrica de huesos” es que José Giménez Corbatón nos deja que saquemos nuestras propias conclusiones de la lectura. Y no estoy hablando de tirar la piedra y esconder la mano o de dejar las cosas a medias; hablo de que su forma de narrar es líquida y completa, visual y lírica; que José describe y conmueve, muestra y hiere, pero no lo hace de forma evidente y explícita sino que la emoción, el efecto, se destilan lentamente, gota a gota hasta rebosar el vaso; grado a grado, a fuego lento hasta hervir y quemarnos. Y es que las lecciones más duras, a veces, no se aprenden de golpe.
“La fábrica de huesos” enfrenta dos mundos opuestos; enfrenta generaciones, presente y pasado, opulencia y miseria, padre e hijo, niñez y madurez, amor y dudas. “La fábrica de huesos” nos cuenta que la resignación de un adulto tiene algo de inocencia. Y esa, como la de un niño, llega un día en que se pierde. Que un adulto puede sentirse confuso, extraviado, débil; puede caminar de puntillas bordeando precipicios, contemplar la muerte como algo ajeno, sentir el amor como un calor frío y la vida como un destino forzoso con el que conformarse. Pero un día las heridas invisibles hacen mella, llaga, tocan hueso, y se descubre la forma y el sabor de la palabra desprecio, la dolorosa moraleja que encierra el final de un cuento duro y amargo; se le pone cara, nombre y apellidos a la crueldad humana. Y ese día se abren los ojos y se dice basta.
“La fábrica de huesos” rememora al patrono que gobernaba, dominaba y dirigía hombres aprovechándose de su infortunio, explotando la desventaja, debilidad y carencia de los que nacieron jornaleros. Pero, sobre todo, me deja el significado peyorativo y despreciable del sustantivo Dueño: persona que posee a otras personas. Dueño, amo de una mujer nacida en casa pobre y cuyo único destino era el de marchar a la capital a servir en casa rica. Dueño, amo de una sirvienta a la que convierte en amante y esconde en un piso. Propiedad privada que convierte a uno en dueño y a la otra en pertenencia. Posesión y placer que la enfermedad convierte en un mueble inútil, vida ajena que es un objeto para tirar al estercolero cuando ya no nos sirve.
La indiferencia ante la muerte puede hacer visible la verdadera dimensión de los que nos rodean. El presente y el futuro que nos espera si permanecemos bajo su dominio. La desolación de encontrar en el hijo, la siguiente generación de patronos y dueños, ninguna virtud y los mismos vicios despreciables que el padre. El cinismo, la avaricia, la hipocresía; el mal ejemplo en el que reflejarse; la hombría mal entendida.
Todo tiene un límite, y hay hombres nuevos, adultos recién nacidos, que no tienen precio ni pueden comprarse. Después sólo queda marcharnos y acompañar a la dignidad de los derrotados hasta otro lugar donde espero que conozcan eso que llaman suerte. Regresar al punto de partida y volver a tirar los dados con la lección bien aprendida.

José Giménez Corbatón. “La fábrica de huesos”. 2ª Edición. Prames. Zaragoza, 2009.

martes, 11 de mayo de 2010

Texto de Norberto Luis Romero

ZAPATERAS REMENDONAS

Todos los chicos sabemos de sobra que las hermanas Gutiérrez roban niños y se los comen, lo que pasa es que no son sonsas, y se van a otros pueblos a capturarlos, porque aquí las conocemos muy bien.
Yo lo sé, mi hermana también, pero no les tenemos miedo porque somos pobres y andamos descalzos.
Yo las vi una vez a las tres sentadas, rodeadas de zapatitos, zapatillas y alpargatas regados por el suelo, sacándoles brillo a los de charol, enhebrando los cordones a las zapatillas y recortando los bigotes a las alpargatas, según dicen ellas, pero mi hermana y yo sabemos que lo que hacen es limpiarles la sangre. Los coleccionan como trofeos y los ponen en unas estanterías muy grandes, donde además tienen otras muchas cosas que, de seguro, fueron de los niños muertos y comidos.
Son unas descaradas, porque todo el mundo puede ver, cuando entra en su casa, los pares de calzado infantil pulcramente alineados en los estantes y mi hermana y yo no nos creemos lo que ellas dicen: que son zapateras remendonas.

Texto inédito de Norberto Luis Romero
http://www.norbertoluisromero.com/

Fotografía de Ángel López Carus
http://www.flickr.com/photos/tiriti/

miércoles, 5 de mayo de 2010

Radiografía

Comenzó inseguro y vacilante, carraspeando y dejando las frases a medias, colgadas entre silencios, puntos suspensivos y paréntesis; como un viejo motor al que, agarrotado por el frío, le cuesta arrancar y ponerse en marcha. Supongo que estaría incómodo por la insólita y delicada situación a la que se enfrentaba. Pero en cuanto terminó con el breve preámbulo de mi historial clínico y comenzó a enumerar las diferentes pruebas a las que me habían sometido durante estos dos días, su voz fue ganando determinación y fluidez: Espinograma; radiografía de tórax y de contraste; exploración de los reflejos tricipital, rotuliano y plantar; resonancia magnética funcional y cerebral; ecografía abdominal... Mientras aquellas palabras salían de su boca como si estuviera rezando la oración a las almas del purgatorio, Natalia sujetaba con delicadeza mi mano izquierda entre las suyas, y mantenía la mirada fija en el rostro del médico. Mientras que yo, inmóvil y temeroso, permanecía con la mía perdida en un punto inconcreto de la pared del fondo. Sentía el calor de las manos de Natalia confortándome, el amparo de su tacto, la humana tibieza de su carne. De repente la retahíla de sustantivos policlínicos terminó, se paró en seco y el moscardón dejó de volar y rompió la tregua. El hombre carraspeó con fuerza para tomar impulso y, con voz seria y cansada, emitió su dictamen: El resultado final del examen es concluyente, señorita Binaced; no hay ninguna duda. Carlos no es humano.
Y yo sentí clavarse las uñas de Natalia en el suave látex de mi mano inerte.

Texto de Jorge del Frago

Fotografía de Noel Feans
http://www.flickr.com/photos/endogamia/

lunes, 3 de mayo de 2010

Una centésima de segundo

“La crueldad del fotógrafo” me ha enseñado a mirar las fotografías de otra manera. A observarlas, enfrentarme a su espejo de papel con otra perspectiva. A temer su poder y apariencia, su predicado y su mentira; las verdades a medias que enseñan; la trampa del tiempo congelado, atrapado, detenido en un segundo sin un antes ni un después.
“La crueldad del fotógrafo” me ha enseñado que las fotografías son la tarjeta de presentación de los recuerdos perfectos. Pero también que son material altamente inflamable. Y es que el recuerdo de cada uno no es más que un traje hecho a la medida de su hambre y de su sed.
Antonio Cardiel me ha enseñado que la fotografía es un ejercicio cruel y devastador porque nos trae el pasado hasta el presente. Lo dota de corporeidad, lo hace real y visible. Me ha enseñado que las fotografías pueden causar dolor o alegría, pueden hacer reír o llorar, pueden ser una tabla de salvación o una puñalada trapera.
Antonio Cardiel me ha enseñado que ver fotos es un ejercicio de melancolía. Que las fotografías devuelven la vida a los muertos, los hacen resucitar; y también que cada foto representa una centésima en la vida de alguien. Y que todas juntas pueden suponer 96 segundos en su vida. Noventa y seis segundos sólo de los momentos de felicidad, de los momentos que todos quieren recordar, pero ni una sola de los momentos oscuros y tristes, de la otra cara, de todos los segundos, horas, meses y años que faltan para completar el círculo que trazan las manecillas del reloj.
¿Qué pasaría entonces si nos encontramos con el álbum de fotografías de los momentos felices de unos desconocidos? No sabemos nada de ellos, así que imaginamos, inventamos una historia acorde a sus sonrisas capicúas e inmortales, a los escenarios soleados, a las fachadas coloreadas donde brillan. Montamos un largometraje basándonos en unas cuantas fotos fijas; emulsiones sin movimiento ni diálogo. Vemos lo que queremos ver, lo que deseamos imaginar. Interpretamos las imágenes a nuestra conveniencia y necesidad.
¿Pero qué pasa cuando todo lo que creímos fortuna y alegría era una mentira vestida de vulgaridad?, ¿cuando las fotografías de la felicidad son un repetitivo cliché?, ¿cuando los misterios se desvelan y se vuelven prosaicos; un auténtico fraude?, ¿cuando lo que imaginamos no tiene nada que ver con la realidad?
¿Qué pasa cuando te encuentras por casualidad dentro de la fotografía de otro? Cuando el tiempo detenido en una fotografía se vuelve el recuerdo perfecto, y recuperar ese pasado en tu único objetivo; el único motivo para llenar tu tiempo; salvarte de tu soledad; darle un sentido a tus pasos; la razón para querer vivir el presente y confiar en el futuro.
¿Qué pasa si te reencuentras con el amor de tu vida y ella ni siquiera sabe quién eres? No recuerda tu nombre ni tu cara, ni ese verano del que le hablas. ¿Qué pasa si el flotador que te mantiene a flote en medio del océano se pincha; el recuerdo se vuelve papel mojado, las fotografías se velan a la luz y la locura en final de trayecto?
¿Qué pasa si descubres que la vida es un fogonazo en medio de la nada?

Antonio Cardiel “La crueldad del fotógrafo” Mira Editores. Zaragoza, 2009.