Tanto velar y tanta pelea; tanta rabia y quimera; tantas noches
enteras, horas ladrando a la luna nueva.
Tanto tiempo maldiciendo, rogando al cielo y al infierno,
tanto esperar y tanto desvelo; tanta sobredosis de deseo.
Tanto aguardar y hoy llega el día.
Y hoy es el día y nada sucede.
Nada.
No hay fuegos de artificio, fiesta, risas, escaleras de incendio;
no hay música, brindis, zapatos por el suelo;
no hay vasos sucios ni botellas vacías,
no hay euforias desatando nudos.
No.
Hoy es el día y nada de eso sucede.
Tantas horas llenando ceniceros;
descerrajando puertas, haciendo piruetas,
inestable autobiografía desafiando
la ley de la gravedad.
Tanta batalla y tanta ruleta rusa
y ahora, llegado el momento,
tan sólo sueño, cansancio, fatiga,
vulgar y pesada ironía
queriendo derribar mis párpados.
Ni un solo aullido ni una borrachera. Ni un corte de mangas ni una nueva
nacionalidad.
Ni una lágrima ni una carta. Ni una bayoneta en la garganta ni una flor
en el ojal.
Nada. Tan sólo nada.
Y nada más.
Hoy debería brillar algún metal.
Hoy debería ser capaz de respirar bajo el agua.
Hoy podría elegir un color nuevo para pintar
el techo de mi habitación.
Ese lugar donde
cada noche brotan ortigas,
malas hierbas, precipicios, pesadillas;
ojeras del día después.
Y en lugar de eso me quedo
quieto y en silencio.
Me siento y observo
la extraña luz en mi ventana.
La extraña claridad que alumbra
esta noche cerrada.
Poema de
Jorge del Frago.
Fotografía de Maite Pérez Pueyo.
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