Entreacto
es
eclosión
y alimento,
tiempo nuevo,
silencio,
alacrán sin aguijón.
Entreacto
es patria
y es quimera,
territorio fértil,
pelea,
planeta sin gravedad.
Entreacto
es refugio
y es tormento,
lugar íntimo,
paréntesis,
efímera lealtad.
Entreacto
es búsqueda
y es comienzo,
es vida
y reflejo,
identidad y lugar.
Entreacto
es tregua
y alfabeto,
intermedio,
partida de nacimiento,
incendio, instante, verso,
la única verdad.
Poema de Jorge del Frago
Fotografía de Sigfrido González
http://www.flickr.com/photos/sifro/
jueves, 22 de abril de 2010
martes, 20 de abril de 2010
Texto de Norberto Luis Romero
LA INSTITUTRIZ INGLESA
Llegó a la casa con una gran maleta, los señores no se preguntaron qué llevaría en ella debido a su magra indumentaria, su aspecto gris de mojigata y el gesto agrio, requisitos todos garantizados por la prestigiosa agencia, que ofertaba además de una estricta moral, el natural dominio del inglés, francés y alemán.
Nada más ser presentada a los niños, estos ocultaron su disgusto y aversión como su exquisita educación les indicaba y la saludaron con una ligera reverencia que fueron efectuando del mayor al menor, según su madre los iba nombrando.
Pasadas las semanas, los atareados padres comprobaron satisfechos cómo sus hijos iban aceptando a la nueva institutriz, e incluso detectaron signos de complicidad con ella y abierta simpatía, si bien, al mismo tiempo parecían distanciarse de ellos, sus progenitores, y creyeron ver cierto recelo o fingida condescendencia, que atribuyeron a lo novedoso de la situación.
Fue el mayordomo, de natural aunque bien encubierta curiosidad, quien abrió la maleta que la institutriz guardaba en lo alto del armario, aprovechando que ésta instruía botánica a los niños en el paseo de los álamos.
A partir de entonces, los flemáticos y despreocupados señores tampoco advirtieron el cambio en la actitud del mayordomo, antes tan estricto y correcto, y ahora tan proclive a desafiarlos llevándose una mano a los genitales cuando le dan la espalda.
Texto de Norberto Luis Romero
www.norbertoluisromero.comLlegó a la casa con una gran maleta, los señores no se preguntaron qué llevaría en ella debido a su magra indumentaria, su aspecto gris de mojigata y el gesto agrio, requisitos todos garantizados por la prestigiosa agencia, que ofertaba además de una estricta moral, el natural dominio del inglés, francés y alemán.
Nada más ser presentada a los niños, estos ocultaron su disgusto y aversión como su exquisita educación les indicaba y la saludaron con una ligera reverencia que fueron efectuando del mayor al menor, según su madre los iba nombrando.
Pasadas las semanas, los atareados padres comprobaron satisfechos cómo sus hijos iban aceptando a la nueva institutriz, e incluso detectaron signos de complicidad con ella y abierta simpatía, si bien, al mismo tiempo parecían distanciarse de ellos, sus progenitores, y creyeron ver cierto recelo o fingida condescendencia, que atribuyeron a lo novedoso de la situación.
Fue el mayordomo, de natural aunque bien encubierta curiosidad, quien abrió la maleta que la institutriz guardaba en lo alto del armario, aprovechando que ésta instruía botánica a los niños en el paseo de los álamos.
A partir de entonces, los flemáticos y despreocupados señores tampoco advirtieron el cambio en la actitud del mayordomo, antes tan estricto y correcto, y ahora tan proclive a desafiarlos llevándose una mano a los genitales cuando le dan la espalda.
Texto de Norberto Luis Romero
Fotografía de Manuel Orero.
http://www.flickr.com/photos/orero/
domingo, 18 de abril de 2010
Imaginando la realidad
Imagino a Paula siendo niña leyendo a escondidas los cómics de sus hermanos mayores. La imagino abriendo los cajones, levantando las alfombras y mirando bajo las camas. La imagino convirtiendo a Mr. Potato en un superhéroe que salvó al planeta tierra.
Imagino a Paula estudiando un master de postgrado en una universidad americana de estilo británico. La imagino comerse un bol de palomitas con mantequilla mientras ve en la televisión por cable viejas películas de terror en blanco y negro. La imagino fascinada por las letras de neón de las cafeterías, las calles de Nueva York y la pintura de Richard Estes.
Imagino a Paula levantarse por la mañana temprano y ponerse a escribir en la mesa de la cocina el recuerdo de su último sueño. Pesadillas surrealistas basadas en hechos reales.
La imagino porque “Teoría de todo” es eso, imaginación dentro de la realidad. Es Spiderman abandonado por su mujer tirado en el sofá bebiendo cerveza y viendo la MTV. Es el auténtico Hombre Lobo esperando una carta que cambiará su miserable existencia. Personajes de ficción convertidos en personas corrientes. Es Quiz Kid Donnie, el personaje de “Magnolia”, la película de Paul Thomas Anderson, convertido en un adulto, alcohólico y desenfocado, porque su rostro sigue siendo el de un niño, pelirrojo y con pecas, que anuncia galletas.
“Teoría de todo” son la noticia del periódico, la anécdota de la radio o la película del domingo de las que tal vez surgió todo. Igual que Sipán nos contó en “El efecto placebo” que Patricia Higsmith diseccionaba los diarios buscando ideas para sus novelas. Pero es la imaginación de Paula la que las transforma, las hace diferentes. Paula tunnea la realidad. Enroca las piezas. Apaga y vuelve a encender. Y todo se hace nuevo, irónico, humorístico, real, terrorífico y triste. Todo es nuevo y conocido. Imposible y perfectamente creíble.
“Teoría de todo” son también los sueños de Paula. El sueño dentro del sueño. El sueño dictando el relato, enfrentándose a la realidad, mezclándose con ella, arrancando sus pétalos, confundiéndose entre sus líneas. Esos sueños que la mayoría olvidamos al despertar aliviados de que sean mentiras Paula los convierte en relatos de inviernos lluviosos, desapariciones y mudanzas. Literatura del subconsciente poético. Alucinación y rutina.
Imagino a Paula estudiando un master de postgrado en una universidad americana de estilo británico. La imagino comerse un bol de palomitas con mantequilla mientras ve en la televisión por cable viejas películas de terror en blanco y negro. La imagino fascinada por las letras de neón de las cafeterías, las calles de Nueva York y la pintura de Richard Estes.
Imagino a Paula levantarse por la mañana temprano y ponerse a escribir en la mesa de la cocina el recuerdo de su último sueño. Pesadillas surrealistas basadas en hechos reales.
La imagino porque “Teoría de todo” es eso, imaginación dentro de la realidad. Es Spiderman abandonado por su mujer tirado en el sofá bebiendo cerveza y viendo la MTV. Es el auténtico Hombre Lobo esperando una carta que cambiará su miserable existencia. Personajes de ficción convertidos en personas corrientes. Es Quiz Kid Donnie, el personaje de “Magnolia”, la película de Paul Thomas Anderson, convertido en un adulto, alcohólico y desenfocado, porque su rostro sigue siendo el de un niño, pelirrojo y con pecas, que anuncia galletas.
“Teoría de todo” son la noticia del periódico, la anécdota de la radio o la película del domingo de las que tal vez surgió todo. Igual que Sipán nos contó en “El efecto placebo” que Patricia Higsmith diseccionaba los diarios buscando ideas para sus novelas. Pero es la imaginación de Paula la que las transforma, las hace diferentes. Paula tunnea la realidad. Enroca las piezas. Apaga y vuelve a encender. Y todo se hace nuevo, irónico, humorístico, real, terrorífico y triste. Todo es nuevo y conocido. Imposible y perfectamente creíble.
“Teoría de todo” son también los sueños de Paula. El sueño dentro del sueño. El sueño dictando el relato, enfrentándose a la realidad, mezclándose con ella, arrancando sus pétalos, confundiéndose entre sus líneas. Esos sueños que la mayoría olvidamos al despertar aliviados de que sean mentiras Paula los convierte en relatos de inviernos lluviosos, desapariciones y mudanzas. Literatura del subconsciente poético. Alucinación y rutina.
“Teoría de todo” son también pesadillas. Pesadillas que provocan terror y angustia, insomnio y pánico a las noches, al mar y a la luna reflejándose en el agua. El miedo real a que los ladrones entren en nuestra casa mientras dormimos. El miedo a la depresión, el fracaso y la derrota. Sentir la desesperación suicida del perdedor, las ilusiones defraudadas con amables cartas. Desahuciados que huyen buscando un nuevo refugio, un disfraz para pasar desapercibidos, una nueva oportunidad para renacer y pensar en el futuro.
Paula mira e imagina, cierra los ojos, sueña y escribe. Abre la jaula de las pesadillas e inventa algo nuevo sobre la verdad. Sobre alguien o algo que ha visto, soñado y leído; sobre lo fantástico y lo real; sobre lo que imaginó despierta y vio estando dormida.
Paula Lapido. “Teoría de todo” Tropo Editores. Zaragoza, 2010.
Ilustración de cubierta de Óscar Sanmartín.Paula mira e imagina, cierra los ojos, sueña y escribe. Abre la jaula de las pesadillas e inventa algo nuevo sobre la verdad. Sobre alguien o algo que ha visto, soñado y leído; sobre lo fantástico y lo real; sobre lo que imaginó despierta y vio estando dormida.
Paula Lapido. “Teoría de todo” Tropo Editores. Zaragoza, 2010.
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miércoles, 7 de abril de 2010
De mujeres y hombres
En un primer momento me acordé de “La noche” de Antonio Soler, y de “El libro de las ilusiones” de Paul Auster, pero luego me di cuenta que los relatos de Patricia en realidad a quien me recuerdan es a Patricia. Que sus historias llevan su marca y estilo personal que los distingue del resto; como las piedras que llevan la marca de los canteros.
Los relatos de Patricia son historias de mujeres y hombres. Mujeres y hombres enfrentados, cada uno con su propia versión sobre el origen de un incendio. Del hombre que encuentra su salvación al tener cerca a una mujer sin miedo. De la mujer que comprendió qué cosa es el olvido cuando un hombre dejó de aparecer en la pantalla de su televisor. De la mujer llamada soledad, seducida y abandonada por un canalla. Del pasado con nombre de mujer. De la traición con rostro masculino. Del porvenir entre dos; de las llamadas de despedida; de las discusiones color fin del mundo; de las segundas oportunidades llamando inesperadamente a la puerta.
Hay en estos relatos de “Azul ruso” otros personajes y otras historias, números impares que acaban siempre en pares, siempre en uno frente a otro. Hay hermanas perfectas, hermosas y triunfadoras, traición y humillaciones que destapan la muerte. Hay superhéroes ridículos y un hombre capaz de asesinar aleteando sus pestañas. Pero todas están basadas en lo mismo: la relación, el vínculo que los une y separa. Las heridas del pasado, una nota de despedida, el futuro distinto cuando el dos se convierte en uno.
Hay otros escenarios y otras posibilidades, pero la marca que identifica a Patricia y la hace reconocible, especial y única, gira siempre alrededor de una mujer y un hombre. De esa relación. De un instante. Del antes, el durante y el después. Del antes de conocerse y unir su destino. Del durante y las desilusiones en el camino; de los errores y las ausencias del presente. Del después de irse; de las secuelas del pasado en el ahora y el futuro. Del momento de encontrarse; del porqué se conocieron en un autobús y se sentaron el uno junto al otro. De la historia y las lágrimas que se esconden tras una mancha en la cara y unas gafas de sol. Del reencuentro inesperado con una ex años después.
Patricia mezcla ficción y realidad, pero lo que realmente seduce no está en la ficción ni en sus chirriantes maullidos sino en ese monólogo con la ventana abierta, ese recuerdo en voz alta y por escrito. Lo que seduce de Patricia es que se convierte en testigo de algo que nos pasó inadvertido esta mañana en la cafetería, el sábado pasado en el parque de atracciones, que se esconde en la mirada triste de la cajera del supermercado; en el teléfono que suena en un piso vacío, en la sonrisa amarga del nuevo vecino.
Lo valioso de los relatos de Patricia está en las palabras que nos cuentan todas las combinaciones posibles entre el dos y el uno: sumas, quebrados, probabilidades y restas. Sus palabras exactas, emotivas, dolorosas y perfectas que nos hablan de mujeres y hombres.
Patricia Esteban Erlés. “Azul ruso”. Páginas de Espuma. Madrid, 2010
Los relatos de Patricia son historias de mujeres y hombres. Mujeres y hombres enfrentados, cada uno con su propia versión sobre el origen de un incendio. Del hombre que encuentra su salvación al tener cerca a una mujer sin miedo. De la mujer que comprendió qué cosa es el olvido cuando un hombre dejó de aparecer en la pantalla de su televisor. De la mujer llamada soledad, seducida y abandonada por un canalla. Del pasado con nombre de mujer. De la traición con rostro masculino. Del porvenir entre dos; de las llamadas de despedida; de las discusiones color fin del mundo; de las segundas oportunidades llamando inesperadamente a la puerta.
Hay en estos relatos de “Azul ruso” otros personajes y otras historias, números impares que acaban siempre en pares, siempre en uno frente a otro. Hay hermanas perfectas, hermosas y triunfadoras, traición y humillaciones que destapan la muerte. Hay superhéroes ridículos y un hombre capaz de asesinar aleteando sus pestañas. Pero todas están basadas en lo mismo: la relación, el vínculo que los une y separa. Las heridas del pasado, una nota de despedida, el futuro distinto cuando el dos se convierte en uno.
Hay otros escenarios y otras posibilidades, pero la marca que identifica a Patricia y la hace reconocible, especial y única, gira siempre alrededor de una mujer y un hombre. De esa relación. De un instante. Del antes, el durante y el después. Del antes de conocerse y unir su destino. Del durante y las desilusiones en el camino; de los errores y las ausencias del presente. Del después de irse; de las secuelas del pasado en el ahora y el futuro. Del momento de encontrarse; del porqué se conocieron en un autobús y se sentaron el uno junto al otro. De la historia y las lágrimas que se esconden tras una mancha en la cara y unas gafas de sol. Del reencuentro inesperado con una ex años después.
Patricia mezcla ficción y realidad, pero lo que realmente seduce no está en la ficción ni en sus chirriantes maullidos sino en ese monólogo con la ventana abierta, ese recuerdo en voz alta y por escrito. Lo que seduce de Patricia es que se convierte en testigo de algo que nos pasó inadvertido esta mañana en la cafetería, el sábado pasado en el parque de atracciones, que se esconde en la mirada triste de la cajera del supermercado; en el teléfono que suena en un piso vacío, en la sonrisa amarga del nuevo vecino.
Lo valioso de los relatos de Patricia está en las palabras que nos cuentan todas las combinaciones posibles entre el dos y el uno: sumas, quebrados, probabilidades y restas. Sus palabras exactas, emotivas, dolorosas y perfectas que nos hablan de mujeres y hombres.
Patricia Esteban Erlés. “Azul ruso”. Páginas de Espuma. Madrid, 2010
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lunes, 5 de abril de 2010
Lejos de las azoteas
Esta ciudad es fría. Hermosa y despiadadamente fría. Ciudad al norte, último paralelo; ciudad de piedra, hielo, nieve y cristal.
Había empezado a acostumbrarme a su luz resacosa, a su luminosidad tímida y turbia; a sus días fugaces y a sus noches de parto prematuro; a sus calles desiertas y limpias, a sus bares cerrados y a sus farmacias de guardia.
Había empezado a acostumbrarme a esta ciudad fría. Turística, cuadriculada y fría. A su reflejo de miniaturas en resina, a sus casitas de muñecas, sus imanes para la nevera y sus renos de peluche, a sus escasos turistas que se cruzaban en mi camino hablando la misma lengua que mis pensamientos.
Había empezado a acostumbrarme a su invierno de noches polares, a sus tres meses a oscuras, a sus auroras boreales, a su calor a resguardo de las calles heladas, a sus ventanas sin cortinas, sus pasillos enmoquetados y sus edredones de pluma.
Había empezado a acostumbrarme a vivir así, al norte del norte; punto opuesto, lejos, muy lejos del cálido ayer, del recuerdo candente y su rastro. Me había empezado a olvidar del pretérito oyendo palabras nuevas, traduciendo mi nombre de pila, escribiendo con un alfabeto geométrico. Me había empezado a acostumbrar a utilizar un idioma sin pasado cuando hoy, después de tantos días escondido entre estaciones y luz artificial, ha salido el sol.
Y resulta irónico. Tanta huída, tanta tierra de por medio, tanto tiempo a oscuras y un sólo minuto ha bastado. Una mañana radiante y tibia ha sido suficiente para devolverme el recuerdo y el lugar exacto. Ahora que me había acostumbrado a sus tejados en vértice y a sus negras pizarras, que sentía el alivio de su ausencia en esta ciudad fría y lejana; hoy, al cerrar los ojos y sentir su calor en el rostro ha sido lo primero que he visto: la azotea de casa. La ropa tendida, las llamas de tela blanca, la brisa y la sombra húmeda. El olor a lavanda, banderas, olas de mar; velas desplegadas, suave ondular. Azotea donde pasábamos entre besos las noches de verano, azotea de la que huí para no volver a ver jamás el lugar desde el que decidiste saltar, dibujar cinco alturas en un vuelo imposible y mortal.
Y resulta irónico. Tanta huída, tanta tierra de por medio, tanto tiempo a oscuras y un sólo minuto ha bastado. Una mañana radiante y tibia ha sido suficiente para devolverme el recuerdo y el lugar exacto. Ahora que me había acostumbrado a sus tejados en vértice y a sus negras pizarras, que sentía el alivio de su ausencia en esta ciudad fría y lejana; hoy, al cerrar los ojos y sentir su calor en el rostro ha sido lo primero que he visto: la azotea de casa. La ropa tendida, las llamas de tela blanca, la brisa y la sombra húmeda. El olor a lavanda, banderas, olas de mar; velas desplegadas, suave ondular. Azotea donde pasábamos entre besos las noches de verano, azotea de la que huí para no volver a ver jamás el lugar desde el que decidiste saltar, dibujar cinco alturas en un vuelo imposible y mortal.
Fotografía de Laura Sipán
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