lunes, 20 de junio de 2011

Una reseña de Javier Úbeda de "Huellas de herradura" la novela de Ramón Mur


Huellas de herradura

Algo que nos llama enseguida la atención de este libro, es la forma en que ha sido editado. Ramón Mur, escritor, nacido en Pamplona, con raíces aragonesas que vive a caballo entre Zaragoza y Belmonte de San José (Teruel), y periodista de gran prestigio, dado que tiene a sus espaldas numerosos artículos de opinión, publicados tanto en prensa digital como escrita ha decidido publicar la que es ya su tercera novela hasta la fecha (la primera fue recordémoslo: Sadurija, anales secretos de la casa Membrado. Centro de Estudios Bajoaragoneses, 1990; y la segunda: Genuino de la Tierra. Centro de Estudios Bajoaragoneses, 2008) en una conocida y novedosa editorial digital denominada Bubok.com, en la que podemos conseguir el libro bien en formato tradicional de papel o bien en formato digital, y que nos permite pagar la opción de compra elegida de varias maneras mediante transferencia, paypal o giro postal, y todo ello de una forma rápida y segura. He aquí la Url exacta donde podemos ver y adquirir este libro para nuestro disfrute como lectores: http://www.bubok.com/libros/6545/Huellas-de-herradura.


Respecto a su segunda novela, Genuino de la Tierra, podemos decir que es el perfil novelado de Juan Pío Membrado, escritor regeneracionista, oriundo de Belmonte de San José (1851-1923). Y que, en realidad, este perfil biográfico fue escrito por Mur para la reedición de la obra más importante de Membrado titulada El porvenir de mi pueblo. Batalla a la centralización (Zaragoza, 1907), de hecho, este estudio formó parte (junto a otro de la también erudita Teresa Thomson acerca de la vida y obra de este autor) de la edición en Facsímil llevada a cabo por el Centro de Estudios Bajoaragoneses en 2008 con motivo del centenario de esta importantísima publicación.


Por qué Huellas de herradura: la respuesta es sencilla, el hilo conductor de todo el libro son los équidos (caballos percherones o burdéganos, yeguas frisonas, asnos garañones…). De ahí la palabra “Herradura”, y, “Huellas”, suponemos que por varios motivos también: uno, porque las herraduras dejan unas huellas claramente visibles en la tierra; dos, porque aparte de estas huellas visibles, están las huellas invisibles que han dejado en nosotros y en nuestra sociedad, ya que con este libro, tal y como es el deseo de su autor, asistimos a una crónica que va desde el año 1936 hasta el año 2008, principios ya o albores del siglo XXI, en la que se nos narra cómo las mulas, los asnos… van pasando de desempeñar un papel crucial sobre todo en el mundo rural como bestias de tiro o de carga, indispensables para realizar los trabajos más duros y pesados de la tierra, a casi desaparecer por completo, debido al imparable progreso que trae consigo el desarrollo de la automoción (automóviles, tractores, camiones…) y conlleva la mecanización del campo. Y, gracias a ello, veremos cómo nos vamos moviendo o desplazando, poco a poco, en nuestra sociedad desde una pobreza casi extrema -como consecuencia también de las circunstancias especiales de ese momento histórico: la guerra civil y los años duros de la posguerra- hacia una mejor calidad de vida. Pero también veremos toques de añoranza por un paisaje que ya nunca volverá a ser el mismo -y que, por supuesto, tenía también sus cosas buenas, como comprobaremos si leemos esta novela- y que ya pertenecerá siempre a nuestro pasado más inmediato y a nuestro recuerdo.


La estructura de esta novela es muy elaborada. Y parece basada en el método de las cajas chinas, con multitud de historias dentro las unas de las otras. De hecho, nada más comenzar el libro se nos dice que Nicolás Valdecantos, discípulo del catedrático de Veterinaria Martín Abad -protagonista indiscutible, junto a los équidos, de toda esta novela- había escrito tres cuadernillos sobre la vida de este catedrático que fuera un día su maestro en la facultad. Pero este material, en realidad, no verá la luz hasta que el hijo de Nicolás lo encuentra y decide utilizarlo junto a otros datos como conferencias del catedrático, notas, cartas… que también halla para escribir la biografía de este veterinario que vivió y ejerció su profesión a lo largo sobre todo del siglo XX.
Por supuesto, todos los personajes son ficticios. Y esta no es si no una ingeniosa licencia que se toma el autor para impregnar de la mayor verosimilitud toda su narración. A este capítulo introductorio, titulado “Tres cuadernos” le siguen otros, que se corresponden con las diferentes etapas vitales de Martín Abad (infancia, madurez, vejez…), aunque no exactamente por este orden, pues la cuidadosa elaboración de la obra se ve reflejada también en este aspecto, ya que la historia no está contada toda de manera lineal que hubiera sido la manera más fácil de contarla. Y, por último, termina el libro con una serie de episodios cortos que son como breves y rápidos apuntes o esbozos a pie del terreno que recogen algunas de las vivencias ocurridas a Martín Abad mientras ejercía su profesión de veterinario y que, en su gran mayoría, son casos clínicos que le llamaron especialmente la atención como “El mal de Platón”, que cuenta la historia de un macho burdegano, o sea un hijo de caballo y burra, o “La burra que fue a morir al Soto” o “La yegua franciscana”.


Hay que reconocer que el autor se ha documentado casi hasta la extenuación, para poder ofrecernos esta sin igual novela, de hecho, aparte de su valor literario como novela, hemos de resaltar también su valor histórico y sociológico. Porque Ramón Mur ha manejado de forma magistral un sinfín de datos especializados referentes, por ejemplo, a las diferentes clases que existen de équidos, a los utillajes del campo y a los enseres o herramientas de los animales, a las enfermedades más comunes que padecen estos y otros animales, a los oficios o actividades más variopintas que se desempeñaban en la época (como fámulo o criadillo de estudiantes ricos, albéitar, torrero, capador o castrador…), hasta tal punto que es como si tuviéramos ante nosotros una radiografía de estos días que nos llega a través de muy detalladas descripciones… Y además lo ha hecho con una sencillez de la que todos nos beneficiamos al poder entender todo pese a no ser expertos en la materia. Nos acompañan en el recorrido para que nos resulte, a la vez que didáctico también ameno, aparte de los animales -algunos verdaderamente enternecedores como la mula Cata o la mula Baya-, muchos personajes, algunos muy desarrollados como el propio Martín o su novia Carmen Santacilia; otros apenas descritos con unas suaves y escasas pinceladas coloristas puestas aquí y allá, pero que no dejan de ser una parte indispensable para la comprensión de todo el paisaje del cuadro. De este repertorio coral destacaríamos al profesor de Martín en las Escuelas Pías don Artemio Valdecantos y, al hijo de este, Nicolás -que fue quien escribió los Tres cuadernos que mencionábamos al principio de esta reseña, ya que todo está bien trabado sin cabos sueltos en esta obra-, a sus hermanas Micaela y Fortunata Abad, a su cuñado el ex seminarista Benito Tortajada, al Tío Rosario (tratante de animales y patriarca del Clan de los Matojos), al Tío Viruta (apodo que recibía el carpintero que vivía en la Calle Nueva)…


En cuanto al estilo, el lenguaje es cuidado y dado que el libro está plagado de anécdotas, esto hace que predomine siempre un tono festivo y alegre que contribuye a amenizar la lectura con sus buenas dosis de humor, aunque también se den cita en el libro al igual que en la vida misma otros sentimientos como son la pena o la añoranza. Por otra parte, tenemos bastantes monólogos y también diálogos, por lo que nos podemos hacer una idea clara de cómo se habla en esas tierras bajoaragonesas -sobre todo en Villamediana de la Sierra pueblo que es su primer destino como veterinario-, lo que nos acerca y hace más creíble también a todos los personajes y hace que nos identifiquemos fácilmente con ellos. Lo cierto es que los personajes han sido muy bien caracterizados no solo en lo que respecta al habla y a la forma que tienen de expresarse, sino también respecto al aspecto físico, modo de comportarse…


Como conclusión podemos decir que esta novela histórica es didáctica y lúdica al mismo tiempo, y que leyendo el libro aprenderemos no pocas cosas sobre cómo se vivía en el mundo rural en aquellos años y sobre el mundo de los équidos, pero sobre todo pasaremos un buen rato inmersos en sus páginas, que es, al fin y al cabo, lo más importante y lo que más cuenta. Por último, solo nos cabe decir que esta novela tiene todos y cada uno de los ingredientes necesarios, y, por supuesto, bien conectados e interrelacionados entre sí, que hacen de una novela una gran novela. Juzguen si no ustedes mismos si al final esta historia repleta de amor y amistad por las personas y por los animales no les deja huella, como les adelantábamos ya en un principio.

Ramón Mur Gimeno. “Huellas de herradura”. Editorial digital: BUBOK.COM, 2009


Texto Javier Úbeda Ibáñez

jueves, 16 de junio de 2011

Fecunda muerte


Fue como vivir dos vidas después de la muerte. Vivir de un solo golpe una pesadilla: el asesinato de un hijo. Y a partir de ese punto ver como el destino en común se bifurca, se parte en dos caminos opuestos e irreconciliables; dos formas de seguir viviendo. Un camino que se hace furtivo, oscuro y tortuoso; y el otro que se hace ruptura, comienzo, horizonte nuevo. Volverse loco buscando una explicación, una respuesta; o decidir ser otra persona, olvidar y volver a nacer. Vivir sin saber quién ni por qué lo asesinó. No tener un culpable para poder descargar en él todo el dolor y así librarse de su peso demoledor. Y llegados a ese punto sin retorno encontrarnos con que hay dos maneras antagónicas de avanzar: una mirando atrás y otra mirando hacia delante. Una rebuscando las respuestas en el pasado, otra encontrándolas fuera. Una perdida la razón y el sentido de la vida obsesionado por la muerte, la otra olvidando el pasado irremediable y decidiendo vivir el presente y el futuro alegrándose de estar vivo.
Carlos Manzano ha escrito una novela psicológica, una novela de monólogos, de introspección. Una novela que nos muestra dos vidas rotas en mil pedazos de un solo golpe. Dos vidas descubriendo quienes eran antes de la tragedia, qué quedo de ellos después. Que la muerte del hijo les mostrará la mentira, el engaño en el que vivían. Derrumbará lo que antes creían perfecto, revelará la contradicción; su verdadero carácter, su fortaleza o debilidad. Que les obligará a mirar dentro y fuera de ellos mismos. De todo lo que la muerte deja al descubierto, desentierra. Su pasado y sus miserias, el presente imperfecto, el futuro previsible. Un vacío existencial. Un lugar al que no querer volver jamás. Romperse el vínculo que los unía y descubrir a dos personas mezquinas, hipócritas y egoístas. Descubrir que antes de que el hijo muriera era todo de cartón piedra, que todo se sostenía sobre la costumbre y el artificio.
Carlos ha escrito una novela reflexiva y ese es su mayor mérito, pero narrativamente me quedó una sensación extraña. Fue como si estuviera viendo una película y sin venir a cuento me quedara dormido. Y entonces tuviera un extraño sueño con la protagonista. Una digresión, un paréntesis en el que la viera detrás de un falso espejo y la descubriera extremadamente bella; primero culpable, inocente después; y capaz de provocar un delirio perverso y enajenante. Y despertar del sueño y quedar diez minutos para el final de la película. Entonces esa desconexión me dejó una sensación de incomodidad, de un hilo roto y empalmado, y tuve que volver al principio a toda prisa, volver a ese punto sin retorno en donde el destino común se bifurcaba en dos caminos opuestos. Un niño muere asesinado y lo fácil hubiera sido encontrar al culpable. Escribir una correcta y trepidante novela de investigación, pero no era eso lo que había hecho Carlos. Porque Carlos nos muestra la muerte como un hecho consumado. Un hecho resuelto en tres líneas y una presencia permanente. A Carlos lo que le importa son las consecuencias que la muerte provoca. El reactivo, el ácido, el óxido que corroe el metal y destruye la cordura. Lo que engendra: la locura, los reproches, el odio, la ruptura con el pasado, la nueva vida que nace de la muerte. Lo que era antes, lo que quedó después.
Y al final todo estalla. Como una botella de vidrio. Y se consuma bajo el filo roto de sus aristas.

Carlos Manzano. “Lo que fue de nosotros”. Ilustraciones de Palmira Morán. Ediciones Nuevos Rumbos. Zaragoza, 2011.


Carlos Manzano
http://www.carlosmanzano.net/

Ediciones Nuevos Rumbos
http://josemariaperezcollados.blogspot.com/

martes, 14 de junio de 2011

“Turia” redescubre a Santiago Lorén y su pasión por escribir

La revista cultural TURIA distribuirá su nuevo número a partir del próximo día 21 de junio y, como es habitual, entre la amplia variedad temática de los textos que componen el sumario, los lectores que se interesan por los asuntos y protagonistas aragoneses no quedarán defraudados. Les aguardan dos sugestivos artículos: el primero de ellos dedicado a redescubrir la obra del médico y escritor Santiago Lorén, que llegó a ser premio Planeta y que murió en noviembre del pasado año. También la revista rescata del olvido la trayectoria política de otro profesional de la medicina, el doctor José Borrajo Esquiu, que fue el primer alcalde de Teruel durante la Segunda República y que sin embargo, paradójica y tristemente, terminaría falleciendo prisionero de una cárcel republicana.

Leer hoy a Santiago Lorén

A través de un interesante trabajo elaborado por Juan Villalba, el lector actual tiene la posibilidad de conocer más y mejor la labor creativa de Santiago Lorén (1918-2010) quien, como se subraya en las páginas de TURIA, “compatibilizó durante toda su vida su profesión de ginecólogo con la de escritor, pero su historia vital está regida por una constante, la pasión por escribir. Su extensa producción literaria abarca prácticamente todos los géneros (novela, cuento, teatro, ensayo, biografía y artículo periodístico). En ella destacan su novela “Una casa con goteras”, con la que ganó la segunda convocatoria del premio Planeta, en 1953, “La vieja del molino de aceite”, premio Ateneo de Sevilla, de 1984, y su ensayo autobiográfico, “Memoria parcial”, finalista en 1985 del premio Espejo de España”.
Entre los títulos reseñables de su labor como novelista hay que citar su obra “Hospital de guerra”, que obtuvo en 1981 el premio Ciudad de Teruel de novela. Fue la primera y única edición de aquel premio dotado con 500.000 pesetas y surgido como novedosa iniciativa en el marco de las Fiestas del Jamón. Promovido por el Ayuntamiento de Teruel y la editorial UNALI, la obra ganadora se publicó en una colección de narrativa dirigida por el periodista y escritor Alfonso Zapater. “Hospital de guerra” trata de nuestra contienda civil y uno de sus capítulos más tremendos y trágicos es el dedicado a la batalla de Teruel.
Acierta Juan Villlalba cuando, para concluir su detallado y revelador recorrido por la variada y dilatada tarea intelectual ese ejemplo notorio de médico-escritor, nos dice: “la narrativa de Lorén se caracteriza principalmente por la presencia de un humor tierno, alejado de la sal gruesa, al estilo de su admirado Wenceslao Fernández Flórez, para quien el humor era “la sonrisa de una desilusión.”
Otra constante en su prosa es la presencia de un costumbrismo irónico no exento de cierta nostalgia melancólica, que en numerosas ocasiones deviene en una sutil crítica social poco comprometida. Santiago Lorén describe la sociedad de su tiempo con la hondura de un buen observador y se revela fundamentalmente como un gran psicólogo, en especial del alma femenina. Sus retratos de mujeres son de lo más destacado de su novelística.
Aragón y lo aragonés son otra constante de su escritura, una presencia insistente en toda su obra, en la que de una u otra forma, invariablemente, se encuentran referencias a sus gentes, su idiosincrasia, sus paisajes, sus prohombres, sus problemas, etc. En este sentido cabe destacar su documentada “Guía de Aragón” (1977), publicada por la editorial Destino, en cuyos capítulos se presenta la historia, la geografía, el folclore y las rutas más interesantes de nuestra comunidad. Santiago Lorén siempre tuvo a gala ser un escritor que nunca abandonó su tierra para buscar nuevos horizontes más propicios donde desarrollar su carrera. Quizá sea esta la causa de su olvido actual”.

La fotografía-retrato de Lorén es de Carlos Moncín


domingo, 12 de junio de 2011

Escribir y darte las gracias

Cuaderno azul. Versos azules de Eduardo. Oficio de escribir y vivir en fuera de juego. Escribir y leer, vocación, extraño oficio. Escribir siempre, cuando la orquesta desafine, lejos del mar y de las modas. Escribir los días de insomnio y las noches lúcidas. Escribir de todo y para nada, de la lluvia, de los pájaros, de la tristeza.
Escribir cualquier día, en cualquier lugar, bajo los puentes y los días nublados. Robar versos impronunciados, escribir convencido de la fugacidad de las palabras. Escribir porque estás muerto, inerte, escribir para vivir y oírse palpitar. Escribir cuando el mundo es azul, o negro, o se disfraza de amarillo.
Escribir versos para recordar perfumes. Recuerdo que aparece y desaparece en la memoria y se esconde. Escribir para recordar otros versos, páginas desveladas, papel convertido en hielo y carmín. Escribir y olvidar premeditadamente su nombre. Llave en el fondo del mar, cerradura, abierta pesadilla, país sin mapa, mentira y verdad.
Escribir aunque duela. Escribir del olvido y el recuerdo, del espanto y la llaga. Escribir de la derrota. Escribir y hallar consuelo. Dientes de azúcar, aroma y melodía.
Escribir cartas de amor por encargo. Ser otro, ser verdad ajena y mentira propia. Máscara baldía, desierto. Escribir necrológicas de nuestra propia vida. Oficio miserable, ingrato. Escribir de la muerte y seguir un día más viviendo.
Escribir versos líquidos que caen en la alcantarilla. Versos que se pierden, mensajes en una botella que viajan en un mar de silencio. Escribir y creer en eso. Y no ser cierto. Escribir para ser tú y tu duelo. Escribir, espanto. Exorcismo y seguir viviendo. Mañana un nuevo verso. Martillo, puñal, bocanada de aire fresco.
Escribir versos de un atardecer en el parque. Un atardecer anodino y cansino, con la lluvia demorada, de un mayo raro, susurrante. Escribir versos para hablar solo, espantar la locura, pasear con las manos en los bolsillos, y la mirada abierta, bajo un cielo cerrado.
Escribir para leerte, para imaginarte y oírte hablar en tímidos susurros. Escribir para pedirte que vuelvas a repetirme en qué consiste crecer. Oírte decir que la felicidad es un traje prestado, una sombra alargada. Escribir para saberme menos cuerdo y más loco. Escribir para reconocerme en ti, enfrentado al mundo, herido, robar tus palabras para llenar mi silencio.
Escribir y reconocer la crueldad de la espera, el intervalo previo y todas sus formas: minutos de reloj, líneas discontinuas, lugar sin mapa. Habitar en un páramo lejos de la salida y de la meta. Escribir versos y nombrar la melancolía. Tacto, vista, color y vuelo. Música, flores y girasoles mojados en tus palabras.
Escribir tus versos hablando de ti y el mundo. Esperar una llamada que lo cambie para entenderlo todo, esas cartas que no llegaron, esas sonrisas dirigidas a otro. Escribir versos de lejanía cuando todavía creíamos en crecer, transformar la vida. Aquel tiempo, ávidos de luz y de deseo, allá lejos, tiempo convertido en nostalgia. Tiempo que ha quedado para habitar minutos interiores.
Escribir y darte las gracias.


Eduardo Martínez Carnicer. “Hojas de niebla”. “Pliegos Literarios Altoaragoneses”. Instituto de Estudios Altoaragoneses. Asociación Aveletra. Huesca, 2011.

Eduardo Martínez Carnicer
http://liber.lacoctelera.net/

Instituto de Estudios Altoaragoneses
http://www.iea.es/

jueves, 9 de junio de 2011

Después de la destrucción

Pedro Moscatel tiene veintiún años. Y eso es lo primero que debe saberse. Como límite y condición a la hora de escribir una novela sí, pero sobre todo como mérito. Y es que lo primero que sentí fue envidia de su juventud y de su precocidad, pero sobre todo de su madurez, su voluntad y determinación. Escribir una novela y una colección de relatos añadidos y saber, estoy seguro, de que no será la última, que lo mejor está por venir.
Porque lo primero que hay que advertir es que este “Rebaño del lobo” podría parecer a simple vista una historia inspirada por esa escenografía apocalíptica de video-juego tan propia de esta generación, pero que no se trata de eso porque Pedro ha superado esa realidad virtual y ha ido más allá, ha creado una ficción literaria que se centra en los personajes y en sus sentimientos y no se queda en el superficial holograma tridimensional generado por un ordenador. El lugar destruido es el decorado del teatro, pero lo realmente importante está en lo que sucede en el escenario. Pedro ha sustituido la falacia y la acción del video-juego por la soledad, la angustia, la incertidumbre, las preguntas, la indefensión y el temor humanos.
Nuestra pequeña ciudad arrasada en un segundo por una guerra invisible, convertida en escombros, desierta, fantasmal. Centros comerciales vacíos, tiendas repletas de las que poder coger lo que nos apetezca y que sin embargo no nos servirá para nada porque al final, cuando se trata de sobrevivir, sólo necesitamos bebida y alimento, y todo lo demás sobra; es accesorio. Y la debilidad del desamparo; la condena alienante de vivir en un mundo vacío, sin muertos ni supervivientes, sin respuestas, sin zombis de videoclip ni vampiros y lobos de película que hagan suspirar a las adolescentes. Un mundo en el que se pierde la noción del tiempo; en el que la muerte, hambrienta y salvaje, acecha agazapada en la oscuridad esperando su oportunidad. La necesidad de la compañía, la fuerza del grupo; la amistad por encima de todo; la posmoderna condición humana reducida a lo básico, a lo primitivo: el instinto y la autodefensa; el valor, la envidia y la traición, la debilidad; las heridas abiertas y el dolor por los que murieron; descubrir que fuera no está la salvación, que es un engaño, que han jugado con nosotros, que somos marionetas en manos ajenas.
Y también la ingenuidad de su edad, esos tópicos que nos sitúan fuera de occidente y dentro del sur y su Corán, esos viejos y manidos calificativos que suenan fuera de lugar en una novela de moderna ficción y ese idealismo, esa visión idílica de un mundo en el este de Europa que quedó en evidencia con la Perestroika y la caída del muro de Berlín.
Pero al final esta novela confirma que hay algo inmaterial que nos salva de cualquier hecatombe y nunca se destruye. El amor, la fuerza que nos hará mantenernos con vida. Y ahí reside uno de los mayores méritos de Pedro. No en ese amor desgarrado de poemas y canciones ñoñas sino en ese amor tímido y firme, fidelidad que resiste más de cien días de silencio, que es nuestra única esperanza, que se hace invencible en la adversidad.

Pedro A. Moscatel. “El rebaño del lobo”. Editorial Setelee. Calatayud, 2011.

Pedro A. Moscatel
http://loboletras.blogspot.com/

Editorial Setelee
http://www.setelee.com/

martes, 7 de junio de 2011

Una llama invertida

Descubrir que las cartas y poemas que Guillaume Apollinaire le escribió a Madeleine Pagès existieron en verdad y que además fueron publicados íntegramente en Francia hace unos pocos años no cambió nada. No es eso lo que importa.
Descubrir que esas cartas, esos poemas de amor y guerra tan hermosos como la memoria están incorporados entre las palabras del texto no me hizo cambiar de opinión. No descompuso mi emoción ni mi asombrada y exaltada admiración por esta inclasificable maravilla escrita por Miguel Ángel Ortiz Albero.
Parecerá una metáfora estúpida, pero ahora que me he pasado al tabaco de liar he podido comprenderlo mejor. Porque parece lo mismo, pero no lo es. Porque es lo mismo, pero de otra manera. Descompondremos su unidad tal y como la conocemos, tal y como nos viene impuesta, y, cogiendo sus elementos por separado: tabaco, filtro y papel, crearemos una nueva. Los ordenaremos y uniremos en una pequeña máquina que al cerrar la tapa nos dará un producto terminado semejante al otro, pero distinto. Tal vez mejor, según el gusto de cada uno, tal vez más simbólico, más aromático, mas puro. Más personal en todo caso.
Supongo que esta novela parte de una admiración previa. La admiración de Miguel Ángel por Apollinaire. Personaje. Poeta y escritor. La misma de la que partió Miguel Sánchez-Ostiz para escribir “La nave de Baco”, su particular búsqueda, reconstrucción, descubrimiento, reivindicación y homenaje a Gustavo de Maeztu. Personaje. Pintor y escritor. Lo mismo que ha hecho Miguel Ángel con Apollinaire y Madeleine. Novelar. Reordenar. Revivir. Interpretar. Concebir, ordenar o expresar de un modo personal la realidad. Traducir. Ejecutar una pieza musical. Poner palabras propias en boca de otro. Hacerle hablar. Porque, como dijo Sánchez-Ostiz, escribir es arte de ventriloquia.
Y me acordé también de cuando aparecieron, ocultos en una maleta, los “Cuadernos de París” de José Gutiérrez Solana y su posterior publicación en edición facsímil de tirada limitada. Y recuerdo que al verlos sentí una extraña emoción. La conciencia de tener ante mí la reproducción exacta y fidedigna de un documento de excepcional valor: los cuadernos de viaje repletos de dibujos y textos de un artista excepcional. Pintor y escritor. Pero también recuerdo que me quedó el vacío de no estar contemplando otra cosa que una fotocopia en color de la realidad. Que la verdadera emoción no estaba en disfrutar su reproducción sino en imaginar los originales en blanco, en imaginar París, en acompañar a Solana en su deambular por la ciudad, en verle escribir y dibujar, en tener la oportunidad de acompañarle, ser testigo de aquel tiempo.
Y ahora, después de este “Un día me esperaba a mi mismo”, entiendo mejor aquella extraña emoción y aquel triste vacío. Entiendo que esta novela es una relectura, es reescribir una historia, poseerla, contarla con voz propia, hacer aquel deseo realidad. Porque revivir aquel tiempo, formar parte de él, sólo es posible a través de la literatura. Novelar la historia real, inventar al hombre que hubiéramos querido ser, convertirse en testigo presencial, compañero, confidente de trinchera y refugio. Reescribir la verdad con un espíritu nuevo. Recuperar la vida, las palabras y el silencio. Ser otro, poeta que acompaña al poeta. Inventor, creador. No pretender ser nada que impida soñar.
Supongo que la intención de Miguel Ángel al escribir este álbum haya sido acercarme a Apollinaire, poeta cansado del mundo antiguo; reivindicarle, reconstruirle en parte. Pero, desde ahora, para mí, Apollinaire, ya no será sólo él. Será su recuerdo, la estrella de su sangre, luciérnaga de silencio y amor perdido, robado por una esquirla en aquel tiempo de azul horizonte. Desde ahora, para mí, será la victoria de un tiempo nuevo; será la seducción por las palabras de Miguel Ángel. Poeta que sigue enfrentándose al mundo, solo entre el gentío, herida que es el comienzo, deseo de perderme para siempre en su universo.

Miguel Ángel Ortiz Albero. “Un día me esperaba a mí mismo”. Jekyll & Jill. Zaragoza, 2011.

Jekyll y Jill Editores
http://jekyllandjill.blogspot.com/

Miguel Ángel Ortiz Albero
http://ortizalbero.blogspot.com/