La
primera impresión es muy importante. Eso lo sabe cualquier vendedor. Y todo
aquel que publica un libro de narrativa debería saberlo. Al fin y al cabo
cualquier escritor es un vendedor de si mismo.
La primera impresión son las
diez primeras páginas de una novela, el primer cuento de un libro de relatos, y
Pedro Sierra comienza el suyo con “El lote 1104” . Si tuviera que decidir
por ese primer relato si voy a seguir escuchándole o no, me temo que
educadamente le daría las gracias y cerraría el libro. El estilo no es malo;
pero el argumento es tan sumamente chorra; una tontería tan grande que pensé
que estaba escuchando a un adolescente que me estaba gastando una broma con
cámara oculta.
Pero yo soy de los que espera un poco más. De los que da una
segunda oportunidad. Y en este caso merece la pena hacerlo. Porque con el
siguiente relato: “El Gran Generador”, Pedro resucita y consigue que se le
perdone el tropiezo inicial. Aparece convertido en escritor sin acné, en
alguien completamente distinto que se toma esto en serio, sin gansadas de patio
de instituto. Un relato en el que, por inercia del anterior, empiezas dudando,
pero en el que aguantando un poco te encuentras con una presentación personal,
un titular en un periódico que consigue captar tu atención y una escena
familiar tragicómica y neorrealista. El golpe genial viene de ese curandero;
personaje peculiar y delirante entre la carcajada, el asco, la sugestión y el
milagro que Pedro recupera y mantiene con vida en esta sociedad contemporánea, evolucionada
y ultramoderna.
Sociedad del software y la realidad virtual sobre
la que ironiza de nuevo en “Accidente en Tokio”, el cuarto cuento de plástico e
igual de excelente que ese “Generador” y en el que la observación y la descripción
mordaz es un modo de presentarse. Relato que toma un camino y que
inesperadamente gira y acaba saliendo a la calle y entrando en un “salón” que
resulta ser un local de cabinas individuales con un anónimo glory hole y una
pantalla táctil. La tecnología al servicio del sexo. Acto aséptico, placer frío;
lucidez momentánea, pasatiempo. Holograma con puerta de atrás que muestra la
humana realidad de la máquina.
Y “Huckleberry Health Club”, un relato que es un
fallido Frankenstein; un moderno prometeo con partes independientes, algunas excelentes,
pero que unidas no cobran vida. Híbrido individualismo que deja la misma
reflexión e intención general que los dos mejores: que por muchos aparatos y
terapias que inventemos para prolongar la vida o hacerla más cómoda o
placentera, el hombre y su complejidad cerebral, su genética, su pasado
determinante, su parte sentimental e irracional son los componentes decisivos
de este universo conocido.
Pedro
Sierra. “Cuentos de plástico”. 166 páginas. Prensas Universitaria de Zaragoza
(PUZ). Zaragoza, 2012