Si no supiera quién es Roberto Malo escribiría una carta al editor de esta novela preguntándole si es el hijo de alguien. O el novio de la hija de alguien. O el pseudónimo tras el que se esconde alguien.
Si no supiera quién es Roberto Malo pensaría que el editor le debe un favor enorme (tal vez le salvó de morir ahogado en la playa el verano pasado) y que por eso ha publicado esta novela.
Si Roberto Malo no fuera Roberto Malo pensaría que es un sinvergüenza, un bromista, un caradura.
Pero sé quién es Roberto Malo (el auténtico) y sé que es cuentacuentos, actor de teatro, ameno animador sociocultural, comediante, escritor, y un tipo que le da sentido a la palabra buen humor.
Si yo fuera crítico hubiera tirado este libro a la piscina que no tengo. Y si tuviera dieciséis años lo hubiera guardado debajo del colchón y hubiera tenido recurrentes fantasías con las ilustraciones de Abraham Pérez y con un capítulo en concreto. Si no tuviera cuarenta años habría incluso tomado nota y me hubiera comprado un tarro de miel y una botella de leche. Hubiera aprendido a hacer nudos marineros.
Si Roberto Malo no fuera Roberto Malo pensaría que esta novela es el guión de una película porno. El disparate calenturiento de un adolescente. Una secuela de American Pie. El paraíso de los salidos. El sueño de Andrés Pajares sin Fernando Esteso: un club nudista repleto de tías buenas.
Pero como conozco a Roberto Malo empecé el libro sabiendo dónde me metía y con la seguridad de que iba a divertirme. Y empecé a hacerlo desde el principio con la escena del ascensor estropeado en un rascacielos y el protagonista subiendo por las escaleras los pisos de uno en uno por orden alfabético. Y con los niños bromistas –e hijoputas- del primero E. Y con el acoso disparatado –y digno de Benny Hill- de una vecina jamona con hambre de hombre atrasada desde hace tres años. Y con el surrealismo culminante de un cartel en una puerta que ponga: LUIS GÓMEZ, ASESINO PROFESIONAL. Y encima de su mesa una placa regalo de sus colegas, que reza AL MEJOR ASESINO. Y la aparición de un coche que habla y se llama señor Ruiz. El hermano de Kitt, el coche fantástico, a la española.
Pero este “Asesinato en el club nudista” nos descubre entre su absurdo divertimento la discriminación humana, la eugenesia; una selección de la raza que desprecia a los gordos. Convierte un hotel de vacaciones en la casa de Gran Hermano, nos descubre con humor a un tipo listo y cínico, a un tipo con suerte y cuenta una historia en la que hay que prestar atención a los detalles, a las puertas que no se cierran, a los ojos que se vendan para no ver y a las armas de plástico y madera que desaparecen en el fondo del mar. A los favores que se deben y se devuelven con otro favor por odio.
Roberto Malo es, simplemente, un tipo feliz. Un tipo que no pretende nada más que divertirse y hacernos reír. Roberto no cambies nunca.
Si no supiera quién es Roberto Malo pensaría que el editor le debe un favor enorme (tal vez le salvó de morir ahogado en la playa el verano pasado) y que por eso ha publicado esta novela.
Si Roberto Malo no fuera Roberto Malo pensaría que es un sinvergüenza, un bromista, un caradura.
Pero sé quién es Roberto Malo (el auténtico) y sé que es cuentacuentos, actor de teatro, ameno animador sociocultural, comediante, escritor, y un tipo que le da sentido a la palabra buen humor.
Si yo fuera crítico hubiera tirado este libro a la piscina que no tengo. Y si tuviera dieciséis años lo hubiera guardado debajo del colchón y hubiera tenido recurrentes fantasías con las ilustraciones de Abraham Pérez y con un capítulo en concreto. Si no tuviera cuarenta años habría incluso tomado nota y me hubiera comprado un tarro de miel y una botella de leche. Hubiera aprendido a hacer nudos marineros.
Si Roberto Malo no fuera Roberto Malo pensaría que esta novela es el guión de una película porno. El disparate calenturiento de un adolescente. Una secuela de American Pie. El paraíso de los salidos. El sueño de Andrés Pajares sin Fernando Esteso: un club nudista repleto de tías buenas.
Pero como conozco a Roberto Malo empecé el libro sabiendo dónde me metía y con la seguridad de que iba a divertirme. Y empecé a hacerlo desde el principio con la escena del ascensor estropeado en un rascacielos y el protagonista subiendo por las escaleras los pisos de uno en uno por orden alfabético. Y con los niños bromistas –e hijoputas- del primero E. Y con el acoso disparatado –y digno de Benny Hill- de una vecina jamona con hambre de hombre atrasada desde hace tres años. Y con el surrealismo culminante de un cartel en una puerta que ponga: LUIS GÓMEZ, ASESINO PROFESIONAL. Y encima de su mesa una placa regalo de sus colegas, que reza AL MEJOR ASESINO. Y la aparición de un coche que habla y se llama señor Ruiz. El hermano de Kitt, el coche fantástico, a la española.
Pero este “Asesinato en el club nudista” nos descubre entre su absurdo divertimento la discriminación humana, la eugenesia; una selección de la raza que desprecia a los gordos. Convierte un hotel de vacaciones en la casa de Gran Hermano, nos descubre con humor a un tipo listo y cínico, a un tipo con suerte y cuenta una historia en la que hay que prestar atención a los detalles, a las puertas que no se cierran, a los ojos que se vendan para no ver y a las armas de plástico y madera que desaparecen en el fondo del mar. A los favores que se deben y se devuelven con otro favor por odio.
Roberto Malo es, simplemente, un tipo feliz. Un tipo que no pretende nada más que divertirse y hacernos reír. Roberto no cambies nunca.
Roberto Malo. “Asesinato en el club nudista” Ediciones Nalvay. Teruel, 2011.