lunes, 11 de agosto de 2008

Treinta y cinco años de vida


Ya se que este no es un libro de literatura, pero está aquí porque quiero mostrar mi admiración por la valentía, la voluntad y el entusiasmo de su autor. Si la envidia tiznara encontrarían mis huellas dactilares manchando todas las hojas.
Soy un tipo raro, ahora lo sé, y lo malo no es serlo, sino haber tardado demasiado tiempo en asumirlo y en mandar a la mierda el miedo al ridículo y a ser diferente. Salirse del estándar es difícil, y más cuando en tu entorno cercano -familia y amigos- no hay nadie con inquietudes similares. La única forma para ser autodidacta es tener una fuerte personalidad, y eso, en mi larga lista de cualidades que me faltan, ocupa el primer lugar. Todo hubiera sido más fácil si me hubieran apasionado los motores, el fútbol o incluso el cine. Porque, ¿a quién le dices que sientes una emoción extraña ante las fachadas antiguas, la arquitectura modernista y las viejas fotografías en blanco y negro sin que se rían de ti?
En mi barrio había una casa abandonada con una aldaba de hierro en la puerta que era una mano de mujer sujetando una manzana. Me encantaba ese llamador. A la vuelta de unas vacaciones habían derribado la casa y aquella mano fascinante había desaparecido. A partir de ese momento decidí asumir mi rareza y me dediqué a recorrer la ciudad y fotografiar puertas y aldabas. Y con las puertas vinieron las ventanas, los balcones, los detalles de las casas. Me compré un objetivo y me acerqué a las azoteas de los edificios y descubrí lo que se esconde en sus tejados. Y durante mis vacaciones me dediqué a recorrer todos los pueblos de La Litera y fotografiar sus casas, sus fachadas, sus escudos de piedra, sus puertas, sus balcones y aleros. Estaba solo y seguía pareciendo un tipo raro, pero ya no me importaba lo que pensaran de mí porque había mandado a la mierda a todos mis complejos.
Hasta que un día, curioseando en las estanterías de la librería Ibor de Barbastro, encontré este libro. Y me quedé maravillado y hundido en la miseria. Me sentí como el inventor de Barrio Sésamo, que inventa algo que ya está inventado y hace el más espantoso de los ridículos.
Contemplé las fotografías del libro. La vergüenza, la envidia y el ridículo cedieron ante la maravilla, la admiración y el esfuerzo. La victoria de otro igual de raro que yo pero que me aventajaba en decisión y audacia. Que había asumido con prontitud su pasión y se había entregado a ella sin sentir vergüenza ni importarle las miradas de extrañeza, la indiferencia y la soledad, que se había lanzado a los caminos silbando su alegría.
En este libro están guardados treinta y cinco años de vida, de pasión por buscar y encontrar, por mostrarnos lo que tenemos cerca y menospreciamos. Treinta y cinco años de caminos y miradas tranquilas para enseñarnos lo que fuimos, somos y deberíamos guardar.
En esos treinta y cinco años caben inviernos y otoños. Caben pueblos de difícil acceso y fácil despoblación. Caben pueblos asentados en las laderas y en el fondo de los valles, con sus casas dispuestas en torno a la iglesia, casas apretadas, calles estrechas y empedradas, pueblos que nacieron al abrigo de castillos arruinados. Casas fuertes, matacán, saetero y troneras. Pardinas y torres, arcos y pasos; poyos junto a la puerta donde esperar el verano.
En esos treinta y cinco años caben primaveras y estíos. Caben pueblos con calles abovedadas, plazas y soportales donde resguardarse y montar el mercado. Caben casas que buscan el sol del mediodía y que se defienden del viento dándole la espalda. Patios y portones, paredes y muros de piedra, tapial y arenisca; tejados de pizarra, de losa cerámica, loseta y teja árabe. Cornisas, terrados, azoteas y miradores, buhardillas y luceras.
Palabras que conocer para nombrar lo que podemos buscar y encontrar como branquil, callizo, rafes, tizoneras y porteras, y saber para qué sirven y porqué están ahí. Chimeneas troncocónicas, cilíndricas y prismáticas
Caben decoraciones y ornamentación, aleros, pinturas: azulete, rojo, verde y amarillo; escudos, relojes de sol, inscripciones y fechas. Capillas callejeras. Rejas, forja, balcones, puertas de medio punto y arco conopial; de una y doble hoja, gateras, forradas de latón, decoradas y tachonadas; goznes, cerraduras y picaportes, llamadores y portones de carros.
Ventanas góticas de influencia francesa, ventanucos, ventanas con festejador en el interior; galerías y solaneras, patios de entrada, suelos de canto rodado, escaleras de madera, lucernarios, puertas interiores, suelos de barro cocido en rojo y blanco y baldosa cerámica de colores.
Treinta y cinco años de días de vacaciones, de festivos y fines de semana, de mapas, de ir de pueblo en pueblo, de cámaras y objetivos, de miles y miles de fotografías que guardar en diapositivas, de archivo, de nombres, de domingos de invierno en casa clasificando y anotando, de volver años después y descubrir que aquel paso se ha hundido, que aquel viejo que nos enseño su casa murió.
Treinta y cinco años de madrugar y llegar al pueblo silbando alegría, dejar el coche en la entrada y caminar despacio por sus calles, mirándolo todo, subiendo y bajando, acercándose al detalle y alejándose para buscar la panorámica. Anotando en un cuaderno, preguntando nombres, escuchando a la gente hablar de sus casas y su pueblo.
Treinta y cinco años de pasión, emoción y vida mirando para enseñarnos a ver y amar, nombrar y admirar, mostrar y guardar, luchar para impedir que desaparezca y muera.

Casa por casa. Detalles de arquitectura rural pirenaica. Fernando Biarge y Ana Biarge. Gobierno de Aragón. Departamento de Cultura y Turismo. 2001

jueves, 7 de agosto de 2008

Artefacto explosivo


En un primer momento había pensado inventar mi propia historia usando como percutor esta "Guía de hoteles inventados".
Se me ocurrieron varias ideas, como hacer una falsa guía turística de tres ciudades concéntricas basándome en el cuaderno de viaje de Ludovic Sindone. Los hoteles donde alojarse y los lugares que visitar siguiendo los pasos de ese hombre inventado. Pero luego recordé que Ludovic tenía una pistola y que sabía golpear con la habilidad de una grulla. Y tuve miedo de provocar su ira. O que quizás ahora, viejo y débil, si descubría mi falsa guía contratara a los abogados más despiadados de Croatan para que presentaran contra mi una demanda por plagio en la que solicitaran se me realizara una lobotomía sin anestesia.
Incluso pensé en escribir la historia de un libro encontrado por casualidad en una librería de viejo de Blonembun por el que un hombre misterioso me ofrecía una suma fabulosa que me permitiera una jubilación anticipada (el sueño de todo perdedor) algo que tuviera que ver con un sobre amarillo en una caja de caudales y un informe con nombre italiano. Pero recordé que Ludovic era un ex agente de los servicios secretos y que mantendría, a pesar de su vejez, contactos y recordaría números de teléfono que empiezan por 555, por lo que a lo mejor vendrían a visitarme unos tipos con el pelo untado en gomina que me machacarían con un martillo, uno a uno, los dedos de mi mano derecha.
Así que desistí de la historia y pensé en que todas las mañanas me levanto pensando en el druida Panorámix y su poción mágica. Que me gustaría que tuviera una página web donde poder realizar pedidos contra reembolso de su famosa poción y cada mañana beberme una monodosis de su bebedizo que me hiciera afrontar mi jornada laboral alegre y eufórico. Vivir sin cansancio, sin depresiones, muriendo de día y viviendo de noche. Pero se lo advierto a los incautos, no busquéis la página del Druida porque no existe. Su poción mágica es un camelo, como los crecepelos de los charlatanes.
Ante semejante decepción probé con terapias alternativas: complejos vitamínicos, viales bebibles de jalea real, ginseng en cápsulas, sobredosis de cafeína… cualquier cosa que me permitiera mantenerme despierto y leer unas horas en lugar de quedarme dormido frente al televisor. Estuve tentado con probar medicinas ilegales recordando aquellas historias que se contaban en la facultad de anfetaminas y noches de víspera sin dormir, pero desistí porque tuve miedo al bajón y, sobre todo, a las terroríficas terapias de grupo.
Pero por una vez he tenido suerte. Y hablo en serio. Porque buscaba algo para beber y resulta que la respuesta estaba escrita. Que esa pócima mágica se hallaba en las páginas de un libro y que el druida vive y tiene nombre y apellidos. He visto incluso su fotografía en el Diario. He tenido la suerte de encontrarme con un artefacto explosivo hecho de palabras, imaginación, creatividad y talento que estimula, incita, despierta la vida, desafía al sueño, el miedo y la muerte. Analgésico, antídoto, estimulante y antidepresivo en un solo producto.
Algunos encuentran el estilo de Óscar surrealista y desmesurado. Yo lo encuentro imaginativo y provocador. No hay que hacerles caso a los envidiosos, mientras su alma viaja en un vagón de tercera, Óscar inventa hoteles magníficos que resisten a los terremotos y las termitas.
Me gustan sus misterios inexplicados, como la caja de Belle de jour, ese informe Malatesta o esos telegramas que hacen huir por la puerta de servicio.
Me gustan sus personajes fantásticos: los lanzadores de cuchillos y los falsificadores de firmas.
Me gusta que reconozca a sus amigos y los coloque en sus historias: Carlos Castán, Amador de los Santos y O.S. escritor e ilustrador de tratados demoníacos. Que recuerde a Ramón Acín y su boleto de lotería premiado.
Me gustan los hoteles decimonónicos, recargados de lujo, mármoles y tapices, chimeneas, mascarones de barcos y arañas de cristal y muebles con nombres en francés. Hoteles con habitaciones donde se celebran sesiones de espiritismo y con servicio de disfraces y salas de lectura y del cronófono.
Me gustan las ciudades con puentes y jardines botánicos. Las ciudades con refugios para guarecerse de la lluvia y bulevares en los que el viento vuela los sombreros. Me gustan los hombres que viajan con pasaporte falso, los pelícanos de piedra, los limpiabotas que cuentan fabulosas historias, los ataúdes que vuelan y los duelos al amanecer. Los amores que vuelven, los labios de carmín, los restaurantes donde beber absenta etiquetada y las despedidas sin falsas esperanzas.
Me gustan los artefactos explosivos hechos de papel, los detonantes, la pólvora y la nitroglicerina, los bebedizos milagrosos, los hechiceros, los trileros, la fantasía, el abracadabra y los curanderos. Las capillas paganas, los exvotos hechos de corazones averiados y los museos de celebridades.
Su imaginación resucita a los muertos y hace que dejemos de ser almas de purgatorio mientras viajamos entre sus páginas.
No, esta vez no escribiré ningún plagio, ni el mal cuento de un cleptómano ciego. Esta vez tiraré con fuerza de la anilla y sujetaré la granada entre mis manos. La explosión me devolverá a la vida.

Guía de hoteles inventados. Textos de Óscar Sipán. Ilustraciones de Óscar Sanmartín. IX Edición de los Premios de Cuentos Ilustrados. Diputación de Badajoz. 2006.

viernes, 1 de agosto de 2008

El décimo primer mandamiento


El décimo primer mandamiento dice: La perfección no existe.
Y yo creo firmemente en él. En realidad, es el único en el que creo.
I.- Resulta duro comenzar la noche enfrentándose a ese viejo sueño de ser un hombre objeto, un juguete por el que se pelean dos mujeres de belleza perfecta. Dormir (y algo más) los tres en la misma cama. ¿Quién no ha soñado alguna vez con ser irresistiblemente guapo, tener mucha pasta y un dormitorio lleno de espejos?
Pero la perfección aparente de la belleza humana puede esconder un alma oscura, egoísta, carnívora y depredadora. Y me temo que eso es más real que cualquier fantasía.
II.- La felicidad puede tener el cuerpo de una mariposa de tela y el tacto de una gata de angora disecada. El amor puede llamar a nuestra casa como un vendedor a domicilio. Es gordo, calvo y bajito, pero, ¿eso qué importa?, nadie es perfecto. A él tampoco le importa que ella tenga una pierna ortopédica. La felicidad consiste en tener a alguien a quien preparar un pastel de manzana. Los besos saben mejor con la luz apagada.
Lo único que tienes que hacer es ignorar a ese vecino envidioso que te espía y quiere destruir tu felicidad.
III.- Siempre hay otro mejor que nosotros. Siempre hay un campo magnético más atrayente. Pero eso no lo sabemos hasta que la mujer que amamos se larga con otro. Y nosotros seguimos soñando con ella.
¿Puede una mujer convertirse en un culo? ¿Puede un hombre llorar viendo la fotografía de un culo, echarlo de menos, vivir obsesionado con él, con un culo más perfecto que la más perfecta de las manzanas? ¿Puede un culo ser un milagro, una creación?
Un día la casualidad nos lo devuelve. Pero el maldito décimo primer mandamiento hará que nuestro recuerdo más perfecto se transforme en un trozo de carne amoratada. Que nuestra manzana se haya convertido en un pescado.
IV.- Dicen que no hay nada más grande que el amor de un abuelo a su nieto. Pero ese amor, aunque parezca increíble, puede ser una tortura.
¿Qué pensarías si tu abuela, esa mujer que todos imaginan bondadosa, es en realidad tu carcelera? Juega a las muñecas contigo, te disfraza y te cambia el nombre. Te convierte en su hija muerta. Es horrible, ¿verdad?
Y qué pensarías si resulta que cuando creces y ya no sirves para su propósito te desprecia y dejas de existir para ella. El recuerdo de tu abuela se convierte en un armario vacío, unas bolitas de alcanfor y una casa de muñecas que no era tuya. ¿Hay mayor horror que un niño que teme a los veranos?
V.- Un día consigues alquilar el apartamento perfecto. Esa cosa ridícula y cursi que llamas la casa de tus sueños. Y lo más importante: tiene piscina.
Pero como todo el mundo sabe, una casa de segunda mano guarda los defectos de su anterior inquilino. Te encuentras su ropa en los armarios y el buzón se llena con su correo. Una tarde alguien llega a la puerta y te llama por su nombre, te pones su bañador y bajas a la piscina, aunque sepas que fue allí donde la encontraron muerta, flotando boca abajo.
¿Quién es ese hombre? ¿Por qué bajas sonriendo?
VI.- Hay algo que produce terror en la sonrisa de esa madre. Y en la forma de mirar a la novia. Si yo fuera ella saldría corriendo. Pero la muy idiota está enamorada. Hay algo que da miedo en la perfección de esa mesa decorada con lilas, en esa madre que se queja de que los cuchillos cortan poco y en ese hermano autista que escribe notas pidiéndole que se marche de allí.
Pero lo peor llega al final, cuando la madre le ofrece un té con cerezas, sonríe y pronuncia las palabras malditas: Enhorabuena, es perfecta.
VII.- Un satélite se acerca a la tierra y la destruirá al chocar con ella. Es el fin del mundo, y yo conozco a alguien que puede contarte cómo es.
Lo que pasa es que el satélite es la mujer de tu amante, y el fin del mundo, el de la buena vida, es cuando él no se queda contigo.
Es sencillo. El amor dura lo que dura una ausencia. La mujer de nuestro amante se va de viaje y a partir de ese momento comienza la cuenta atrás. El reloj se pone a cero y queda una semana de vida. Cuando ella vuelva todo habrá terminado. La muerte llegará en domingo. Como casi siempre.
VIII.- Recordar duele porque hay momentos en los que cantábamos Satisfaction de los Rolling al mirarnos en el espejo. Que poseíamos todas esas cosas que hacen a un hombre feliz: un cochazo, un trabajo con prestigio social y una tía buena comiéndonos la oreja. ¡Oh, sí!, nos tocaba el premio de las máquinas sin echar moneda, tan sólo con el brillo de nuestra sonrisa.
Pero un buen día todo se jode. Estrellas el coche, tu novia se pira con un poeta borracho y en un reconocimiento te dicen que te quedan seis meses de vida. Y entonces el diablo te compra el alma a precio de saldo y te concede el primer deseo que te dicta la envidia: cambiar tu acta de defunción por las turgencias de una modelo.
Pues eso, que a pesar del cambio, hoy tampoco será tu día de suerte.
IX.- La locura es la representación perfecta de la soledad. Pero ya Óscar Sipán nos enseñó que dentro de esa locura, al menos un día al año, son posibles los besos bajo la pólvora del cielo.
Y es que el amor es una locura por la que se es capaz de fingir. Acompañar a la mujer amada hasta un lugar en donde pasearemos por falsos jardines y la lluvia nunca mojará nuestro rostro.
Todo por tocar sus manos y verla sonreír algunas veces. Es mucho peor estar muerto que loco.
X.- La perfección no existe, lo sé. Pero lo más parecido que he encontrado escrito es la historia de un perro llamado Vania.
Una casa con papel floreado en las paredes, una azotea al sol y un teléfono en el que se oía el mar. Ser así feliz, tontamente. Compartiéndolo todo con un novio que huele a chocolate.
Y de repente todo cambia. Otro trabajo, otra casa, otra mujer. Y ese novio empieza a salir por las noches y miente por primera y última vez. Y un día se va. Y el perro se muere. Y todo desaparece.
Y el décimo primer mandamiento se cumple.
Patricia Esteban Erlés. Manderley en venta. Tropo Editores. Zaragoza 2008.