Dime
si merece la pena,
si no sería más fácil
vivir.
Dime
cuántos días he restado
a un futuro imperfecto
por creer en ti.
Dime
cuántas barricadas me quedan
por saltar,
cuántos tropiezos más
hasta alcanzarte.
Dime si acaso
eres real.
Dime
cuánto tiempo más
debo seguir
hasta perdonarme.
Dime
qué debo hacer
para
traicionarte.
Poema de Jorge del Frago
La fotografía es de Sigfrido González
http://www.flickr.com/photos/sifro/
domingo, 28 de febrero de 2010
viernes, 26 de febrero de 2010
Vecinos
“Edificio” me ha recordado algo. Algo que está junto a nosotros y sin embargo desaparece a diario, enterrado bajo el volumen del televisor. Algo que vemos brillar en la pantalla y olvidamos que está cerca, respirando al otro lado del tabique. Los ruidos, la vida.
“Edificio” me ha recordado que todos somos vecinos de alguien. Me ha recordado todo lo que guardan las paredes, las ventanas y las aceras de un edifico. Lo que sucede dentro y fuera. Lo que vemos tras los cristales y lo que no. Lo que oímos y nos cuentan. Lo que escuchamos sin querer y lo que descubrimos al abrirse las puertas. Los ruidos, la vida.
Ana García Bergua construye un edificio con lo cotidiano y lo insólito, miradas y sombras, interior y exterior, fantasía y realidad. Los gritos de una discusión y el misterio de una traición real que no se sabe en qué consiste. La rutina de volver a casa y la sorpresa inexplicable esperándonos en el salón. El espejismo que nadie ha visto y una vecina que se convierte en amante. Un hombre que se despierta en su dormitorio y que decide no volver a abrir los ojos. Reconocer los ruidos y saber que sólo volverá a ver en sueños. Un escritor que recibe visitas en su casa y se ausenta para que otros personajes aparezcan en escena. Un cuarto donde disfrazarse, una sala donde actuar y una excentricidad que otros contarán. Una anciana enamorada de un vecino, una pasión que le hace robar del correo una carta, espiar y llorar como una quinceañera y un final irónico donde descubrirá la diferencia entre lo que el amor nos hace ver y lo que realmente es. Una doble apariencia, seria y respetable en el vecindario, que acaba convirtiéndose en fantasía entre las luces de un karaoke y el maquillaje de un travesti. Fiesta y felicidad en el tercero al mismo tiempo que un velatorio en el primero. Una vida que muere y otra que baja los escalones de cuatro en cuatro para salir a la calle y quedarse sin palabras. Jugar al escondite dentro de casa y desaparecer. Una historia de amor que avanza lentamente entre la sombra de una mujer invisible recluida en la habitación del fondo de un apartamento. Una suplantación, una fiesta y un baile que se transforman al cruzar una puerta. Un hombre con dos esposas, dos apartamentos y una bigamia que se convierte en un ejercicio de aritmética. Y el portero del edificio viviendo su propia historia de amor por una vecina. Amor que se cambia por desilusión, resentimiento y celos. Celos que provocan su caída desde la terraza donde la espiaba. Golpe con el se quita la obsesión, pero que no evita que los pensamientos sigan atormentándole.
Los relatos de “Edificio” transforman historias convencionales en ataques por sorpresa, trampantojos, puertas correderas. Transforman historias extraordinarias en hechos de vidas corrientes. Los relatos de “Edificio” se levantan en el aire y mutan, giran, cambian de dirección de forma imprevista, suben las persianas de golpe o cierran la puerta despacio, con un leve chirrido que causa temor. Ana García Bergua nos oye. Nos inventa. Nos ve. Nos imagina. Nos conoce. Sabe muy bien lo que pasa dentro y fuera de estas cuatro paredes.
Ana García Bergua. “Edificio”. Páginas de Espuma. Madrid, 2009.
“Edificio” me ha recordado que todos somos vecinos de alguien. Me ha recordado todo lo que guardan las paredes, las ventanas y las aceras de un edifico. Lo que sucede dentro y fuera. Lo que vemos tras los cristales y lo que no. Lo que oímos y nos cuentan. Lo que escuchamos sin querer y lo que descubrimos al abrirse las puertas. Los ruidos, la vida.
Ana García Bergua construye un edificio con lo cotidiano y lo insólito, miradas y sombras, interior y exterior, fantasía y realidad. Los gritos de una discusión y el misterio de una traición real que no se sabe en qué consiste. La rutina de volver a casa y la sorpresa inexplicable esperándonos en el salón. El espejismo que nadie ha visto y una vecina que se convierte en amante. Un hombre que se despierta en su dormitorio y que decide no volver a abrir los ojos. Reconocer los ruidos y saber que sólo volverá a ver en sueños. Un escritor que recibe visitas en su casa y se ausenta para que otros personajes aparezcan en escena. Un cuarto donde disfrazarse, una sala donde actuar y una excentricidad que otros contarán. Una anciana enamorada de un vecino, una pasión que le hace robar del correo una carta, espiar y llorar como una quinceañera y un final irónico donde descubrirá la diferencia entre lo que el amor nos hace ver y lo que realmente es. Una doble apariencia, seria y respetable en el vecindario, que acaba convirtiéndose en fantasía entre las luces de un karaoke y el maquillaje de un travesti. Fiesta y felicidad en el tercero al mismo tiempo que un velatorio en el primero. Una vida que muere y otra que baja los escalones de cuatro en cuatro para salir a la calle y quedarse sin palabras. Jugar al escondite dentro de casa y desaparecer. Una historia de amor que avanza lentamente entre la sombra de una mujer invisible recluida en la habitación del fondo de un apartamento. Una suplantación, una fiesta y un baile que se transforman al cruzar una puerta. Un hombre con dos esposas, dos apartamentos y una bigamia que se convierte en un ejercicio de aritmética. Y el portero del edificio viviendo su propia historia de amor por una vecina. Amor que se cambia por desilusión, resentimiento y celos. Celos que provocan su caída desde la terraza donde la espiaba. Golpe con el se quita la obsesión, pero que no evita que los pensamientos sigan atormentándole.
Los relatos de “Edificio” transforman historias convencionales en ataques por sorpresa, trampantojos, puertas correderas. Transforman historias extraordinarias en hechos de vidas corrientes. Los relatos de “Edificio” se levantan en el aire y mutan, giran, cambian de dirección de forma imprevista, suben las persianas de golpe o cierran la puerta despacio, con un leve chirrido que causa temor. Ana García Bergua nos oye. Nos inventa. Nos ve. Nos imagina. Nos conoce. Sabe muy bien lo que pasa dentro y fuera de estas cuatro paredes.
Ana García Bergua. “Edificio”. Páginas de Espuma. Madrid, 2009.
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sábado, 20 de febrero de 2010
Ida y vuelta
Voy a desengancharme
de ti.
Renunciar
a tu todo y a tu nada,
sacar el olvido
a pasear.
Voy a descoser
sin querer,
el mañana y el ayer.
Desistir
sin esperar
una palabra mejor.
Voy a disimular y sonreír,
mentir sin que se note
la cicatriz.
Voy a cambiar, voy a silbar
estribillos alegres.
Voy a ganar distancia, voy a llenar
las horas vacías
con un tal vez.
Voy a dejar de pensar
en ti,
voy a imaginarte,
descosiendo tu nombre
sin querer.
Voy a renunciar, voy a callarme,
disimular y desearte.
Voy a desengancharme
de ti.
Voy a silbar
estribillos alegres.
Voy a esperar
voy a pedir
caer,
enredarme,
quedar,
atrapado en tu silencio.
Cosido,
anudado,
enganchado,
a tu ayer
a tu mañana,
a tu todo y a tu nada.
Poema del Jorge del Frago
La magnífica fotografía es de Thibaut Lafaye.
de ti.
Renunciar
a tu todo y a tu nada,
sacar el olvido
a pasear.
Voy a descoser
sin querer,
el mañana y el ayer.
Desistir
sin esperar
una palabra mejor.
Voy a disimular y sonreír,
mentir sin que se note
la cicatriz.
Voy a cambiar, voy a silbar
estribillos alegres.
Voy a ganar distancia, voy a llenar
las horas vacías
con un tal vez.
Voy a dejar de pensar
en ti,
voy a imaginarte,
descosiendo tu nombre
sin querer.
Voy a renunciar, voy a callarme,
disimular y desearte.
Voy a desengancharme
de ti.
Voy a silbar
estribillos alegres.
Voy a esperar
voy a pedir
caer,
enredarme,
quedar,
atrapado en tu silencio.
Cosido,
anudado,
enganchado,
a tu ayer
a tu mañana,
a tu todo y a tu nada.
Poema del Jorge del Frago
La magnífica fotografía es de Thibaut Lafaye.
miércoles, 17 de febrero de 2010
Arquitectura sin puentes
Me basta esperar
otro día de quince,
un nuevo
mes de invierno,
otro juego de azar.
Me basta mirar
la ventana en blanco,
y las noches
más frías
sin dejarte ver.
Me basta sentirme
vulnerable y lejano,
viviendo
al sur de tu espalda,
arquitectura sin puentes
de esta ciudad.
Me bastan los días
cuando aparece tu risa,
tu nombre,
y tu adiós
arrastrando las erres,
quemando,
pegándose a mi piel.
Poema de Jorge del Frago
La fotografía es de José Luis Ríos
http://andan-dos.blogspot.com/
otro día de quince,
un nuevo
mes de invierno,
otro juego de azar.
Me basta mirar
la ventana en blanco,
y las noches
más frías
sin dejarte ver.
Me basta sentirme
vulnerable y lejano,
viviendo
al sur de tu espalda,
arquitectura sin puentes
de esta ciudad.
Me bastan los días
cuando aparece tu risa,
tu nombre,
y tu adiós
arrastrando las erres,
quemando,
pegándose a mi piel.
Poema de Jorge del Frago
La fotografía es de José Luis Ríos
http://andan-dos.blogspot.com/
domingo, 14 de febrero de 2010
Anónimo
Lo he decidido.
Dejaré alguno de mis vicios durante un tiempo.
Calculo que en cuatro semanas habré ahorrado el dinero que necesito para comprarme una máquina de segunda mano.
Así, escribirte, resultará más fácil, rápido y limpio.
Ya no tendré que ponerme los guantes de látex. Ni destrozar las revistas recortando vocales y consonantes. Ni pegar las letras luego, una a una y con paciencia, como si fueran las brillantes lentejuelas de un disfraz.
Ya no tendré que esconder el perfil de mis huellas para seguir recordándote, con mil palabras distintas, que la expiación es la antesala de la muerte.
Texto de Jorge del Frago
La magnífica fotografía es de Andi.
http://andiphoto.blogspot.com/
Dejaré alguno de mis vicios durante un tiempo.
Calculo que en cuatro semanas habré ahorrado el dinero que necesito para comprarme una máquina de segunda mano.
Así, escribirte, resultará más fácil, rápido y limpio.
Ya no tendré que ponerme los guantes de látex. Ni destrozar las revistas recortando vocales y consonantes. Ni pegar las letras luego, una a una y con paciencia, como si fueran las brillantes lentejuelas de un disfraz.
Ya no tendré que esconder el perfil de mis huellas para seguir recordándote, con mil palabras distintas, que la expiación es la antesala de la muerte.
Texto de Jorge del Frago
La magnífica fotografía es de Andi.
http://andiphoto.blogspot.com/
jueves, 11 de febrero de 2010
Detrás del espejo
Seguro que me gano el primer abucheo al reconocer que “El espejo griego” es la primera novela que leo de José Luis Corral. Y seguro que suena el segundo al reconocer que siempre paso de largo la sección de “Novela Histórica” en las librerías. Y es muy probable que me gane el tercero cuando alguien termine de leer esto. Pero así es la vida del espontáneo. Nadie entiende su arte irracional, apasionado y precipitado.
Porque diré que me quedo más con el transfondo de esta novela que con su parte visible. Más con la carga que lleva en su bodega que con su romántico sol embotellado. Más con el argumento secundario que con su amor y hermoso paisaje protagonistas.
Aunque lo primero que debo reconocer es que José Luis hace que parezca sencillo escribir. Y eso, al menos para mí, tiene mucho mérito. Porque mientras yo tardo horas, días y un cartón de tabaco en escribir un folio, él escribe una novela como un virtuoso pianista acaricia el teclado. Y esa forma suya de narrar, sencilla, desnuda y directa, te mantiene atado a la historia sin un solo bostezo. Leerle es como ver soplar a un vidriero. Convierte, con destreza y sin aparente esfuerzo, una burbuja de gelatina en un corazón de frágil cristal.
Pero cambié ese asombro por incomodidad cuando la novela se convirtió en el folleto a color de una agencia de viajes y en el cuaderno de campo de un gourmet. Y la historia de amor en una novela romántica de bajo presupuesto en la que sobran lugares comunes y le faltan palabras que expliquen cómo se declaran los incendios y hagan creíbles las quemaduras.
Por eso me quedaré más con la biografía de ese novelista mediocre que se convierte con el tiempo en un escritor famoso al aceptar un día, veinte años atrás, el encargo de su editor de escribir un libro sobre la Guerra Civil a cambio de un cheque de seis cifras. Escribir un libro a la medida del mercado. El negocio redondo. Las cifras de ventas. El libro adecuado en el momento justo. Las campañas de publicidad y promoción y sus mentiras convenientes. Y la política apropiándose de las palabras. Tergiversándolas. Retorciéndolas. Interpretándolas a su conveniencia.
Me quedaré con el éxito y sus caminos subterráneos, el comercio de papel y el navegar a favor del viento, el besamanos a banqueros y la injerencia de políticos; los premios sin mérito y los banquetes de cartón piedra.
Me quedaré con la renuncia, el desencanto, la ingenuidad destruida. La independencia imposible. Las castas y grupos a los que hay que pertenecer para ser alguien. Y todo ese idealismo perdido en el camino cambiado por materiales más imperecederos y tangibles.
La fama, el dinero y el vacío. Y el peor, el más doloroso arrepentimiento. Ese que ya no sirve de nada.
José Luis Corral. “El espejo griego”. Prames. Zaragoza, 2009.
Porque diré que me quedo más con el transfondo de esta novela que con su parte visible. Más con la carga que lleva en su bodega que con su romántico sol embotellado. Más con el argumento secundario que con su amor y hermoso paisaje protagonistas.
Aunque lo primero que debo reconocer es que José Luis hace que parezca sencillo escribir. Y eso, al menos para mí, tiene mucho mérito. Porque mientras yo tardo horas, días y un cartón de tabaco en escribir un folio, él escribe una novela como un virtuoso pianista acaricia el teclado. Y esa forma suya de narrar, sencilla, desnuda y directa, te mantiene atado a la historia sin un solo bostezo. Leerle es como ver soplar a un vidriero. Convierte, con destreza y sin aparente esfuerzo, una burbuja de gelatina en un corazón de frágil cristal.
Pero cambié ese asombro por incomodidad cuando la novela se convirtió en el folleto a color de una agencia de viajes y en el cuaderno de campo de un gourmet. Y la historia de amor en una novela romántica de bajo presupuesto en la que sobran lugares comunes y le faltan palabras que expliquen cómo se declaran los incendios y hagan creíbles las quemaduras.
Por eso me quedaré más con la biografía de ese novelista mediocre que se convierte con el tiempo en un escritor famoso al aceptar un día, veinte años atrás, el encargo de su editor de escribir un libro sobre la Guerra Civil a cambio de un cheque de seis cifras. Escribir un libro a la medida del mercado. El negocio redondo. Las cifras de ventas. El libro adecuado en el momento justo. Las campañas de publicidad y promoción y sus mentiras convenientes. Y la política apropiándose de las palabras. Tergiversándolas. Retorciéndolas. Interpretándolas a su conveniencia.
Me quedaré con el éxito y sus caminos subterráneos, el comercio de papel y el navegar a favor del viento, el besamanos a banqueros y la injerencia de políticos; los premios sin mérito y los banquetes de cartón piedra.
Me quedaré con la renuncia, el desencanto, la ingenuidad destruida. La independencia imposible. Las castas y grupos a los que hay que pertenecer para ser alguien. Y todo ese idealismo perdido en el camino cambiado por materiales más imperecederos y tangibles.
La fama, el dinero y el vacío. Y el peor, el más doloroso arrepentimiento. Ese que ya no sirve de nada.
José Luis Corral. “El espejo griego”. Prames. Zaragoza, 2009.
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martes, 9 de febrero de 2010
Conocimiento del medio
Seguro que mañana todos hablan bien de ti. Seguro que dicen lo bueno que eras. Buen padre, buen marido. Cariñoso y leal. Buen hombre que a mí me jodió la vida. Me amargaba la existencia de lunes a viernes. Me dejaba los fines de semana hundido en la resaca. La herida pudriéndose al aire, sin cerrar nunca. Maldiciendo el porvenir.
Seguro que tú vivías como si nada. Buen padre. Buen hombre. Seguro que tú eras feliz. Mientras que yo deseaba morirme. Acabar. Terminar. No sufrir más.
Seguro que mañana todos sienten mucho tu pérdida. Y recuerdan tus virtudes. Tu enorme corazón. Y yo recuerdo tu cara hinchada de ira. Tu continuo espiarme, mirar qué hacía o dejaba de hacer. Revolver entre los papeles de mi mesa, mirar de reojo el reflejo de la pantalla en el cristal. Pasar el antivirus por mi ordenador, humillarme delante de los demás. Controlar el tiempo del café. Y el tiempo que me pasaba en la puerta fumando después de comer. ¿Te acuerdas, verdad? Seguro que ahora te acuerdas bien.
Seguro que mañana todos se preguntan porqué. Seguro que lloran por ti y nadie piensa en mí. En esta fuerza brutal que ahora me permite someterte, inmovilizarte mientras el alambre que rodea tu cuello no te deja respirar. Mientras pataleas, agitas los brazos y tu boca parece un desagüe atascado. Tu lengua el apéndice enfermo de un reptil sediento.
Sientes la desesperación. La angustia. Te estás rompiendo las uñas intentando arrancar, librarte del alambre que te está quitando la vida. Te gustaría que todo fuera mentira. Pero no lo es.
Seguro que tú vivías como si nada. Buen padre. Buen hombre. Seguro que tú eras feliz. Mientras que yo deseaba morirme. Acabar. Terminar. No sufrir más.
Seguro que mañana todos sienten mucho tu pérdida. Y recuerdan tus virtudes. Tu enorme corazón. Y yo recuerdo tu cara hinchada de ira. Tu continuo espiarme, mirar qué hacía o dejaba de hacer. Revolver entre los papeles de mi mesa, mirar de reojo el reflejo de la pantalla en el cristal. Pasar el antivirus por mi ordenador, humillarme delante de los demás. Controlar el tiempo del café. Y el tiempo que me pasaba en la puerta fumando después de comer. ¿Te acuerdas, verdad? Seguro que ahora te acuerdas bien.
Seguro que mañana todos se preguntan porqué. Seguro que lloran por ti y nadie piensa en mí. En esta fuerza brutal que ahora me permite someterte, inmovilizarte mientras el alambre que rodea tu cuello no te deja respirar. Mientras pataleas, agitas los brazos y tu boca parece un desagüe atascado. Tu lengua el apéndice enfermo de un reptil sediento.
Sientes la desesperación. La angustia. Te estás rompiendo las uñas intentando arrancar, librarte del alambre que te está quitando la vida. Te gustaría que todo fuera mentira. Pero no lo es.
Intentas gritar y te encuentras con mis ojos en el espejo retrovisor del coche. Sí, soy yo. Me ves sonreír mientras te ahogas lentamente. Te hundes, te asfixias, te falta el aire para vivir. Te sientes igual que muchos días me he sentido yo. Cómo tú me hacías sentir. Ahora lo entiendes, ¿verdad? Ahora ya es tarde. Ahora mando yo.
¿Me estás odiando, verdad? Lo veo quemando tus ojos. Pudriendo tus entrañas, tu aliento animal. Apoderarse en silencio de tu voluntad.
Mírame. ¿Me estás odiando, verdad?
¿Me estás odiando, verdad? Lo veo quemando tus ojos. Pudriendo tus entrañas, tu aliento animal. Apoderarse en silencio de tu voluntad.
Mírame. ¿Me estás odiando, verdad?
Bienvenido al infierno.
Texto de Jorge del Frago.
Fotografía de Rafael Ricoy
http://www.rafaelricoy.com/
Texto de Jorge del Frago.
Fotografía de Rafael Ricoy
http://www.rafaelricoy.com/
jueves, 4 de febrero de 2010
Cuando la luz se apaga
Se me ocurrió un texto para esa tira de papel rojo que se pone en los libros y sirve de reclamo al comprador: Si tienes hijos recién nacidos, hijos de 6 años, hijas de 20, perros, gatos o mascotas de cualquier tipo, NO compres este libro. Porque “Mentes perversas” de Óscar Bribián arranca, a la primera, el maquillaje de los demonios ahogando nuestra inocencia en una bañera. Y los asesinos en serie, esos estereotipos del terror adolescente, se convierten en mamarrachos con caretas y uñas postizas de las fiestas del carnaval. Porque el verdadero terror son unos padres y su ángel dacroniano, es oír a nuestra hija maullar como un gato, es un niño desaparecido sin dejar ni rastro. Es la lotería de la vida -la de verdad, y no esa estupidez de cada diciembre- la que decide que hoy estés vivo o muerto. Ese terror que si se adueña de ti no te dejará dormir hasta que tu hija vuelva a casa cada sábado por la noche. Y es ese miedo que si tienes perros te hará pensar seriamente en sacrificarlos. Y si tienes gatos te hará odiar sus ojos brillando en la oscuridad y dejar de darles de comer. Y si todavía no llevas un amuleto en el bolsillo empezarás a llevar uno por si acaso.
Si eres aprensivo, claustrofóbico y te preguntas: ¿a dónde vamos después de muertos? NO compres este libro. Porque después de estas “Mentes perversas” temerás acabar caminando por un desierto que te llevará hasta un lugar donde se escuchan los lamentos de los condenados. Mirarás con desconfianza a los cuervos y descubrirás que Jekill y Hide son nuestro sueño y nuestra vigilia, una parte de nosotros mismos que desconocemos y que actúa por su cuenta sin control. Y sentirás el ahogo de los techos bajos, y las paredes estrechas de piedra húmeda. El terror de un hombre corriente secuestrado, atrapado en un zulo sin saber porqué.
Si sólo buscas terror NO compres este libro. Porque en “Mentes perversas” están los elementos clásicos que producen el miedo. Están las tormentas y las cuevas, los pasadizos y los laberintos, las brujas de los Pirineos y sus pócimas. Pero está también el humor y la ironía de Óscar mostrándonos la venganza de la inteligencia frente a la belleza superficial; la banalidad que reina en un plató de televisión. Y está un hombre que tiene que asesinar a su mejor amigo. Un corto de cine negro americano en un barrio periférico de yonkis y ladrones, bares con máquinas tragaperras y calendarios de tías en pelotas. Una historia de perdedores y una viuda negra vestida de azul. Está la terrorífica e indignante violencia que sufren las mujeres. Y un chaval, aprendiz de delincuente cum laude, cavando en plena noche un hoyo en un descampado bajo la atenta mirada de un ángel exterminador.
Si lees este libro no apagues después la luz. Porque Óscar te devolverá a tu terror infantil, a tu miedo a la oscuridad. Te meterá dentro de un túnel y te dejará a oscuras. La linterna se quedará sin pilas, la bombilla de 40 vatios y su pálida luz se apagará de repente, la cerilla se consumirá y seguirás vivo, pero completamente a oscuras. Y oirás tu respiración alterada, ruidos de insectos y alimañas; te oirás a ti mismo llorar, temblar como un niño asustado.
Óscar Bribián. Mentes perversas. Mira Editores. Zaragoza, 2009.
Si eres aprensivo, claustrofóbico y te preguntas: ¿a dónde vamos después de muertos? NO compres este libro. Porque después de estas “Mentes perversas” temerás acabar caminando por un desierto que te llevará hasta un lugar donde se escuchan los lamentos de los condenados. Mirarás con desconfianza a los cuervos y descubrirás que Jekill y Hide son nuestro sueño y nuestra vigilia, una parte de nosotros mismos que desconocemos y que actúa por su cuenta sin control. Y sentirás el ahogo de los techos bajos, y las paredes estrechas de piedra húmeda. El terror de un hombre corriente secuestrado, atrapado en un zulo sin saber porqué.
Si sólo buscas terror NO compres este libro. Porque en “Mentes perversas” están los elementos clásicos que producen el miedo. Están las tormentas y las cuevas, los pasadizos y los laberintos, las brujas de los Pirineos y sus pócimas. Pero está también el humor y la ironía de Óscar mostrándonos la venganza de la inteligencia frente a la belleza superficial; la banalidad que reina en un plató de televisión. Y está un hombre que tiene que asesinar a su mejor amigo. Un corto de cine negro americano en un barrio periférico de yonkis y ladrones, bares con máquinas tragaperras y calendarios de tías en pelotas. Una historia de perdedores y una viuda negra vestida de azul. Está la terrorífica e indignante violencia que sufren las mujeres. Y un chaval, aprendiz de delincuente cum laude, cavando en plena noche un hoyo en un descampado bajo la atenta mirada de un ángel exterminador.
Si lees este libro no apagues después la luz. Porque Óscar te devolverá a tu terror infantil, a tu miedo a la oscuridad. Te meterá dentro de un túnel y te dejará a oscuras. La linterna se quedará sin pilas, la bombilla de 40 vatios y su pálida luz se apagará de repente, la cerilla se consumirá y seguirás vivo, pero completamente a oscuras. Y oirás tu respiración alterada, ruidos de insectos y alimañas; te oirás a ti mismo llorar, temblar como un niño asustado.
Óscar Bribián. Mentes perversas. Mira Editores. Zaragoza, 2009.
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miércoles, 3 de febrero de 2010
martes, 2 de febrero de 2010
Tela de araña
Una vez más la imaginación y el arte. Una vez más José Joaquín Beeme.
Otra vez la suerte. Uno de 30. Uno de sus artísticos, únicos y extraordinarios libriccini en mis manos.
Los “Bicharrakos” de José Joaquín son caricaturas, fantasías de tinta china, bolígrafo, trazo y pincel. Ojos enormes de cristal, frágiles y diminutos cuerpos, ciempiés de conchas abstractas; mutaciones, ficciones, cabezudos milimétricos; elefantes de mirada tierna, hechiceros africanos, moscas agigantadas bajo el microscopio de su imaginación.
Ovejas y sepias voladoras, escarabajos egipcios, orugas, gusarapos y souvenirs. Amuletos contra la mala suerte y el mal de ojo. Moscas como naves espaciales, medusas, pulpos extraterrestres, espinas dorsales, langostas, pulgas y pollastres transgénicos.
Ojos como garbanzos, estolas de algodón. Elefantes dalinianos, perfiles de Mariscal. Viscosidad, mucosidad; bailarinas y saltamontes; cuerpos crujientes bajo los pies, la boca y los alfileres.
“Bicharrakos” reptantes, volátiles, bichos caminando sobre el agua y la fina arena del papel.
Taxidermia, neologismo, entomología personal. Colección de humor, ficción y realidad.
“Bicharrakos” es el cuaderno de campo de un creador, un inventor, la isla de papel de un falso doctor Moreau.
José Joaquín Beeme sueña, imagina, mira y dibuja. Convierte al papel en una tela de araña, territorio de caza y fantasía, y al libro en un objeto de arte.
José Joaquín Beeme. Bicharrakos. La Torre degli Arabeschi, 2006.
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