lunes, 16 de julio de 2012
Reconciliación
Reseña publicada en el Diario del AltoAragón, el domingo 15 de julio de 2012.
http://www.diariodelaltoaragon.es/SuplementosNoticiasDetalle.aspx?Sup=1&Id=7577
Me había desencantado de la poesía. Aunque sería más exacto decir que me había saturado de poetas. De mala poesía y de malos poetas. De su efervescencia, su eclosión; su multiplicación como hongos, setas alucinógenas, caracoles después de la lluvia. Poetas de las redes sociales. Hiperactivos poetas de la pose sublime. Cursis y pelmas. Erotómanos, viejos verdes que pretenden ligarse a jovencitas. Jóvenes hipersensibles que se comen el mundo como el que se bebe un tequila: sal, trago y limón.
Pensaba que nunca volvería a leer poseía. Creo que incluso llegué a jurarlo. Pagaban justos por pecadores, lo sé, pero sus grupos y correos, sus invitaciones a recitales eran (y son) eliminados sin leer. La poesía convertida en spam.
Y en esa renuncia llegó Sergio Grao. Y hojeé este libro con desgana, por encima, como se leen las revistas del hígado en la sala de espera del dentista. Y llegaron algunas imágenes en el primer poema “y un sexto sentido/que ha nacido inquieto”. Llegó, lo recuerdo bien, un poema que leí dos, tres veces: “Esta noche me he dado cuenta/ de que sigo estando vivo…” y poco después “Quiero viento nuevo/ mapa claro/ paso inquieto/ bautizo profano/ siete sentidos/ y cirugía moral.” Y en lugar de huir me fui, sin escalas, de Tokyo a Barcelona, y “las letras se tiñeron de azul marino”. Y de nuevo, asombrado, volví a releer y subrayar los poemas: “una vida nueva/ con la alevosía/ de un recién llegado/ y el desparpajo/ de un incauto”. Me encontré con la sinceridad sin pose. La complicada sencillez de la poesía. Su necesidad, su alivio, su dolor. Su autenticidad sin amaneramiento, ruido y borrachera. Y desde esa ciudad con mar llegué hasta Albalate (del Arzobispo) y allí me reencontré con la patria de la infancia. Con una niñez similar a la mía. Feliz coincidencia, mismas emociones, palabras compartidas: vacaciones, acequia, “tardes suaves y amarillas”; “los días de la bicicleta/ como un tomate secando en un cañizo/sudando inocencia”.
Y en sus versos sin artificio regresó todo lo que yo creía perdido. Volví a sentir la irracionalidad y la belleza; las ganas, el placer sin obligatoriedad. Y volví atrás, al principio; a ese Tokyo que fue “El ocaso y el amanecer de un millón de sueños”. Viaje y lugar, exotismo, verso metafórico, imagen, contraste; el gusto por la palabra y su juego, un “porvenir muerto” y una despedida sin dolor. Y volví a Barcelona dos, tres, cuatro, infinitas veces. Siempre sin fatiga. Siempre agradecido como “un niño boquiabierto”. Y encontré la sonrisa de un comienzo, el futuro intacto, todo porvenir. Y adiviné en ella el amor y el frío. Un nosotros roto y varias veces recompuesto; al final definitivamente imposible. Lo que se quería y dejó de ser. Y regresé a Albalate y su recuerdo. Tiempo irreductible, nombre propio, paisaje; “higuera que me vio crecer y un día alguien corto sin permiso”. Niñez “sin bajarnos de la nube”, “en un campo de ababoles”, y juventud primera, cuando “la vida a dos ruedas/ en una gasolinera/ sabe a veranos agrios/ a paladares inexpertos”.
Tres lugares, tres partes y varias vidas. Y la reconciliación de un reencuentro, el mío, en los poemas de Sergio Grao.
Sergio Grao Palos. “Tokyo, Barcelona, Albalate”. 70 páginas. Editorial Comuniter. Zaragoza, 2012.
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