miércoles, 28 de enero de 2009

Mar de fondo

Supongo que muchos las habrán leído sin prestarles atención. Y, sin embargo, yo creo que resultan de gran importancia. Me refiero a las tres citas de la primera página.
Esas tres citas son el resumen de lo que nos vamos a encontrar dentro del libro: Literatura, avisos de derrota y comenzar de nuevo. Todo gira a su alrededor. Su presencia es constante, de una u otra forma, juntas o por separado, explícitas o sugeridas; las tres son el trasfondo, la conciencia y el argumento de estos relatos de Óscar.
El aviso es la advertencia. La derrota, la verdad. La literatura, la forma. Y la esperanza, un lugar donde volver a empezar.
Hay tres historias encerradas en ese círculo. Tres historias de un amor derrotado.
En una de ellas el aviso es una mirada de ojos nublados y un beso frío, colmado de aburrimiento. La derrota es entender que el amor se ha ido y tan sólo nos queda decir adiós.
En otra la verdad es la mentira, el autoengaño, la costumbre. Y la derrota es no verlo, ignorarlo, seguir viviendo en un jardín en el que las rosas se marchitan ahogadas de niebla.
Y en la última, el aviso es ya un recuerdo inservible, la derrota un hecho consumado y comenzar de nuevo es empezar de cero, resistir el invierno y acogerse al refugio de la infancia, cuando el mundo era un lugar sencillo.
Tres historias distintas y una sola forma de contarlo: agarrándose a la literatura como una tabla de salvación.
En estos “Avisos de derrota” hay, además, necesidad, descubrimiento y estilo. Implosión. Dolor. Mar de fondo. Cambio de rumbo. Melancolía.
Necesidad propia, necesidad por la palabra, porque vivir, para Óscar, no puede ser de otra manera más que desde la literatura. Y esa es nuestra gran suerte. Disfrutar del premio escrito de su puño y letra.
Hay descubrimiento ajeno, ilusión por entregarnos, compartir con nosotros la vida de otros: el homenaje a Nelson Marra y Chester Himes, y a todos los escritores presentes en las citas con las que comienza cada relato.
Y hay un estilo personal al que Óscar le es fiel. En un relato nos deja la puerta abierta a la inquietud de lo inexplicable y en otros nos descubre su pasión por el cine, un mundo que se ha convertido en guión de cortometraje, algo en lo que invertir todo su entusiasmo por desenterrar su misterio. Nos confirma su piedad por los débiles, los maltratados hijos bastardos, la locura del desamor, todo el dolor que acaba en una venganza ejecutada con la destreza y rapidez de un pistolero zurdo.
Su generosidad en una línea escondida en el texto para nombrar al amigo ilustrador que viaja con pasaporte falso e inventa artefactos para devolverle la vida a los muertos. Y una denuncia contra la vanidad absurda, la verdad que hay debajo de los hombres sin suerte, la literatura como empeño sin recompensa.
La literatura de Óscar golpea, deslumbra, inquieta. Nos avisa para que huyamos de las tumbas que llevan nuestro nombre. Para que luchemos contra la mentira, el engaño y los sentimientos artificiales y congelados. Para que la inevitable derrota nos lleve hasta la conciencia y la resistencia.
Y es, además, el primer libro que conozco dedicado a un perro, un galgo atigrado, friolero y alegre, que responde al nombre de Karpov.

Óscar Sipán. “Avisos de derrota”. Onagro Ediciones. Zaragoza, 2008. Ilustración y diseño de cubierta de Óscar Sanmartín.

lunes, 26 de enero de 2009

Buena suerte


La suerte tiene estas cosas. Estos caprichos. Y por una vez la he conocido.
Aquella era la noticia con la que comenzaban todos los telediarios, las imágenes de toda aquella gente saltando, gritando, llorando, abrazándose, agitando botellas de cava como si fueran corredores de fórmula uno. Brindando por su buena suerte.
Lo de todos los años. Mientras ellos se emborrachaban de felicidad yo me dedicaba a romper los décimos convertidos en papel mojado. Maldecir a mi mala suerte.
Pero entonces lo vi. Entre los agraciados con el gordo, saltando en la calle, con el décimo en una mano y una botella en la otra. Era él. Seguro. Apenas había cambiado. Ni siquiera se había puesto pelo para taparse la calva, operado la nariz para cambiar su perfil, dejado barba, algo para transformar su cara y evitar que pudiera reconocerlo. Maldito cabrón. Allí estaba, riéndose a carcajadas, echándole cava a la reportera de televisión, cantando y saltando como si su equipo hubiera ganado la liga.
Presté atención. Subí el volumen. Era un pueblo de Murcia. Administración única. Vendido íntegramente. Villa felicidad. Todo el pueblo estaba en la calle celebrándolo. Se acercó al micrófono y cantó el número imitando el tono de los niños de San Ildefonso, primer plano de su cara, y luego grito la cantidad en euros. Saltaba y chillaba como un mono loco.
La euforia tiene esas consecuencias. Te hace perder la cabeza, bajas la guardia y no recuerdas que alguien puede verte; alguien que hace años que te busca. Seguro que esta noche se dormirá sonriendo, pensando en lo hermosa que es la vida. Sin acordarse del pasado. Sin acordarse de mí.
Me queda una semana de vacaciones. Mañana, cuando termine el turno, pasaré por casa, meteré algo de ropa en una bolsa, limpiaré la pistola y llenaré el cargador. Cogeré el primer autobús hasta Murcia y de ahí a ese pueblo. Le encontraré. Será fácil. Seguro que no se alegra de verme, seguro que se le quita esa maldita sonrisa de la cara.
Texto de Jorge del Frago.
Fotografía de Mariam de Lastres http://hielodemelokoton.blogspot.com/

viernes, 23 de enero de 2009

Malas hierbas



Como todo buen jardinero, me gustaba hablar con mis plantas. Hasta que puse sobre la mesa un contrato de confidencialidad.

Óscar Sipán

miércoles, 21 de enero de 2009

Deshacer el dolor

Para hablar de “15 maneras de decir amor”, la última novela de María Frisa, podría coger un folio en blanco y escribir cien veces seguidas la palabra maravilla.
Pero, en lugar de eso, me levanto y miro por la ventana. Y veo a gente desconocida caminar por la calle, y trato de adivinar en su rostro un gesto que me hable del dolor o la felicidad, la derrota o la esperanza. Y mientras miro sus caras escucho lejana la sirena de una ambulancia, la música que se escapa de algún bar abierto, el eco de una carcajada, un suspiro y un insulto.
Y alguien que no conozco se para en mi portal y llama al portero automático; y pienso en mis vecinos, en sus gritos detrás de los tabiques y en sus sonrisas en el ascensor o en el supermercado. Y pienso en lo que sé de sus vidas y en lo que ellos creen saber de la mía.
Y pienso en los amigos, que se cuentan con los dedos de una mano; y en mi familia y en todas sus imperfecciones. Suyas y mías. Nuestras.
Vuelvo a mirar por la ventana y veo a todos esos desconocidos cruzarse en silencio, y entiendo que de los demás sabemos poco o nada; que en realidad, tan sólo sabemos de ellos lo que nos han querido contar, nos han dejado saber.
María, en “15 maneras de decir amor”, les pone voz a esos desconocidos. Les pone rostro y forma a sus cuerpos, causa y razón a sus profundas heridas y a la triste luz de sus ojos. María nos muestra sus monólogos, la carga de profundidad de sus pensamientos, la saliva que cuesta tragar y el nudo en el estómago. Nos hace saber que, en éste mundo estrecho y pequeño, nuestro destino puede depender de otras vidas que se cruzan en el camino.
María ha creado una maravillosa novela para narrarnos la historia de unas vidas corrientes que la tragedia de un asesinato destruyó por completo. Vivir bajo la aniquiladora sombra de la muerte, sometidos por un dolor que lo pudrirá todo. Una vida destruida por el remordimiento y el sentimiento de culpa. Vivir con deseos de morir.
Una vida en la que el amor son besos equivocados, engaño y egoísmo. Unas vidas que se cruzan con otra que parece perfecta y dorada, pero, que en realidad, esconde y calla su desesperación, su imperfección, su triste vacío.
Unos lloran y se resignan, otros callan y crecen con su odio. Unas vidas que tendrán la desgracia de cruzarse con otra que finge, que les arrastrará y destruirá en el largo camino de su mentira.
Una vida en la que se cruza y descubre la amistad, almas gemelas que comparten citas literarias, canciones y poemas. Pero ese amor imposible, el consuelo y la complicidad, termina perdiéndose por las palabras no dichas, lo que no se atrevieron a contar, el dolor ocultado, los mensajes que no entendimos, los gritos de auxilio que se quedaron dentro de los ojos y ese temblor en las manos por el que no se preguntó. El silencio levantando su muro infranqueable.
Y unos padres y una hija que conviven separados por todo lo que les une. Un error del que sólo se tendrá conciencia ante el salto sin retorno del suicidio, una vida que se querrá recuperar cuando ya es demasiado tarde.
Y reconozco que he llorado. Que he llorado por los recuerdos, por las vidas ingratas, por las marcas y las heridas, el sufrimiento y las derrotas. Por las palabras dichas a destiempo, los ojos cerrados y las uñas mordidas.
“15 maneras de decir amor” me ha enseñado que vivir es arrepentirse, saber pedir perdón a tiempo; escuchar, comprender cuando tiene remedio, no cuando ya no podemos devolver la llamada. Que necesitamos vomitar nuestros secretos, librarnos de nuestro dolor, dejar salir las penas. Que necesitamos sabernos queridos, confiar en que alguien nos recordará y echará de menos.
Y al final, tras el aleteo de una mariposa y su efecto, encontré una novela dentro de otra. Y en una noche todo sucede y cambia. Que existen la fortuna y las segundas oportunidades, y que el destino es el afán de supervivencia. Y que todo comienza por el principio, por hacer retroceder el tiempo y empezar a deshacer el dolor.


María Frisa. “15 maneras de decir amor”. Ediciones Martínez Roca. Madrid, 2008.

viernes, 16 de enero de 2009

Mentira


He estado en tu pueblo. Y he preguntado por ti. Me costó encontrar alguien que supiera quién eres.
Me dijeron que no naciste allí.
-Sí, es verdad.
Me dijeron que no vives allí, que vives en Barcelona.
-Sí, es cierto.
Me dijeron que Alfonso no es tu verdadero nombre.
-Sí, es cierto; no me llamo así.
La única persona que supo quién eras me dijo que ese es el nombre de tu padre, que tú te llamas Antonio.
-Sí, es verdad.
Me dijo que nunca habías vivido allí. Que al pueblo sólo ibas a pasar los veranos, cuando eras pequeño, y que luego, cuando te hiciste mayor, tan sólo ibas un par de días en abril, por el cumpleaños de tu madre.
-Sí, es cierto.
Y que cuando ella murió dejaste de ir. Que no ibas ni tan siquiera en noviembre, para ir al cementerio. Ni en semana santa a la romería, ni en agosto, para la fiesta mayor. Nunca.
-Sí, es cierto.
Que no regresaste al pueblo hasta que vendiste la casa, y que el día antes de marcharte hiciste una montonera en el corral con todos los muebles y todos los trastes que había dentro y le prendiste fuego.
-Sí, es verdad.
Entonces, todo lo que me has contado es mentira.
-Sí, es cierto.

Texto de Jorge del Frago.
Fotografía de Carlos Manzano, escritor y fotógrafo. http://www.carlosmanzano.net/


lunes, 12 de enero de 2009

Autobiografía y fábula


Hay en estas “Fotografías veladas” de Antón Castro, una parte real y una parte inventada. Autobiografía y fábula. Y es que, como Antón nos dice: “Uno no sabe si la vida es un cuento o si los cuentos amontonados unos encima de otros son la vida”.
Hay en estos relatos un paisaje personal y real. Una tierra pisada y atrapada en el recuerdo: el Maestrazgo de Teruel. Pueblos en donde Antón comenzó a escribir sus fábulas escuchando las historias que le contaban sus vecinos. Relatos ajenos que se mezclaron con los propios, personajes creados por Antón que hablan de otros que fueron reales. En esta tierra se unieron su pasión por mirar y contar, guardarlo todo en su palabra: gentes, lugares, paisajes. Cuentos y vida.
Zaragoza, la novia del viento, vino después. Una ciudad encontrada al azar de una huida o de un destino. Una ciudad que descubrir para hacerla suya, protagonista de sus ficciones entre la realidad de sus calles. Una estación de tren, un viaje de ida y vuelta. Descubrir las mudanzas de su horizonte, recorrerla entera desde los cristales de los autobuses hasta que llega el día de cambiar su río por una piscina con sirena.
Hay en estas “Fotografías veladas” otros territorios y tiempos de la memoria. El de la niñez junto al mar. Un lugar donde escuchar historias de brujería y cuentos de reyes antiguos, cuentos donde siempre aparecían la lluvia y un fantasma, relatos de aparecidos junto al fuego en las noches de vendaval. Tiempo en el que la maestra nos regalará un libro de poesía y en el que nuestro primer amor será la primera quimera inalcanzable. Recuerdos adolescentes hechos de pesadillas, secretos, playas y fracasos. Territorios personales hechos de misterios, viejas leyendas y cementerios. Territorios adultos hechos de fútbol y héroes, investigación literaria, tardes de cine y colecciones. Y la fascinación por la mujer, la completa derrota ante su belleza. Una belleza de cine a la que regalar gardenias y poemas. Un rostro ante el que caer rendido. Un amor inalcanzable. Una belleza real que huele a manzanas rojas y que se marchará dejándonos una nota de despedida.
Pero, en “Fotografías veladas”, está sobre todo, su fascinación por la fotografía. Porque está Patricio Julve, fotógrafo y misterioso vagabundo, personaje inventado por Antón que se ha vuelto tan real que recibe cartas a su nombre en su domicilio. Y su álter ego, Manuel Martín Mormeneo, fotógrafo de procesiones, bombos y tambores. Fotógrafos aficionados y ambulantes. Fotógrafos profesionales y escritores. Personajes ficticios junto a personajes reales.
Y es que Antón hace protagonista de muchos de sus relatos al proceso del reportaje fotográfico. Del trabajo de campo del fotógrafo, el reconocimiento del terreno, las anotaciones en el cuaderno, la elección del lugar, su lucha con la luz, la contemplación de madrugadas y atardeceres, las imágenes de paisajes, animales y gentes. De la fotografía como hecho físico y químico contra el olvido.
Pero para mi este libro es una guía en donde buscar y descubrir lugares como en un juego de pistas. Salir de casa y llegar hasta todos esos lugares que ha contado Antón. Seguir su huella cojeando y cerrando un ojo. Buscaría pueblos y sierras del Maestrazgo, lápidas con fotografías, minas de carbón y casas abandonadas. Pueblos y playas de la costa gallega en donde dicen que se esconden ballenas y naufragaron barcos. Y buscaría en Zaragoza “La Posada de las Almas” y, sobre todo, la calle Pabostría, la calle del adiós, calle de palomas perpetuas, gatos asomados a los balcones y pintores noctámbulos. Y buscaría un piso, un cuarto sin ascensor con una ferretería debajo, y una casa con piscina en un pueblo de las afueras, y una tumba de un perro en San Juan de La Peña.
Un recorrido sentimental, el itinerario de una vida. Y de recuerdo, un buen puñado de fotos.

Antón Castro. “Fotografías veladas”. Xordica Editorial, Zaragoza 2008.

viernes, 9 de enero de 2009

Acerca de “Piedad”


Este texto es un regalo. En ambos sentidos. Miguel Mena tuvo la amabilidad de comentarme en un correo algunos aspectos referentes a su última obra: “Piedad”. Están aquí con su autorización y mi profundo agradecimiento:

“…Yo no me atrevo a calificar los textos de Piedad como micro-relatos, al menos como los que se ofrecen como modelo que suelen ser textos breves pero también ingeniosos. En mi caso son recuerdos personales, recuerdos profesionales, recuerdos de cosas que he conocido por los medios de comunicación o recuerdos de cosas que alguien me contó alguna vez. Recuerdos contados de forma breve, a veces con un cierto barniz literario o con un punto añadido de ficción sobre los hechos reales (por ejemplo cuando imagino a un comando de ETA transitando por la autovía a la que se opusieron matando gente). En Piedad están algunas de mis obsesiones y muchas de mis aficiones (la música, el deporte, la información, la lectura). Al contrario de lo que pasa con una novela, que exige un trabajo muy planificado, este libro fue naciendo por casualidad. Entre el texto más antiguo y el más reciente habrán transcurrido 6 ó 7 años. En el caso de las fotos, la más antigua creo que es una del año 93. El primer texto que escribí es también el primero en el libro, "De raíz", y surgió cuando Antón me pidió un texto de esa extensión para una sección que tuvo durante un tiempo en el suplemento Artes y Letras. El segundo, "Hazañas", también fue por una petición, esta vez de un programa de la antigua Antena Aragón. El resto fueron surgiendo poco a poco. Simplemente apuntaba recuerdos que me venían a la cabeza, pensamientos, paradojas, y luego les daba forma. Lo de las fotos se me ocurrió más tarde, cuando comprobé que algunas fotos de mis archivos podían ser un buen contrapunto para algunos de los textos. Cuando ya había escrito 70, acompañados de 70 fotos, se lo pasé a José Luis Melero. Sinceramente, no sabía si era un material publicable. Aún recuerdo el sms que me mandó Pepe nada más leerlos: "Es cojonudo. Publícalo echando hostias". ¡Con lo educado que es, ya ves como escribe en el móvil, ja, ja! Bueno, el caso es que aquello me animó mucho, hablé con él y le dije que si tanto le había gustado prefería esperar, dedicarle más tiempo y completarlo con más textos. Le dediqué un año más, llegué a tener unos 120 textos, que finalmente, tras someterlos a examen de varios amigos, quedaron en los 100 que aparecen en el libro. También cambié mi idea inicial de que cada texto fuera acompañado de una foto y al final lo dejé en las cincuenta y tantas que salen. Y esa viene a ser la historia de cómo se gestó "Piedad". Te confieso que siempre lo imaginé como un libro muy minoritario, nada que ver con la difusión que pueda tener una novela, y sin embargo es el libro mío del que me están llegando reacciones más entusiastas y de la gente más diversa. De momento sólo me está dando satisfacciones…”

*La fotografía es de Miguel Mena y aparece en el libro.Según explica en la memoria fotogáfrica, la tomó en el santuario de Sancho Abarca, en Tauste.


sábado, 3 de enero de 2009

Ejemplo

Ahora siento vergüenza. Ahora me arrepiento de haber abierto la bocaza sin saber. Me has dado una lección. Perdóname, por favor.
Y es que me has enseñado el inmenso valor de lo breve, la extraordinaria belleza que cabe en lo mínimo. Esta “Piedad” tuya no es un capricho de autor consagrado. Al contrario. Me has demostrado que se puede llenar un folio con cuatro líneas y una imagen. Decirlo todo con pocas palabras.
Esta “Piedad” tuya me ha recordado algo que olvidamos frecuentemente: que una moneda siempre tiene dos caras. La paradoja de la vida y la muerte.
Me has enseñado todas las contradicciones que nos gobiernan, a darme cuenta de lo poco que pensamos en los demás, en las consecuencias de nuestros actos, en nuestro terrible y habitual egoísmo. La muerte ajena nunca debe interrumpir el espectáculo. Qué más da. Nosotros aún vivimos y el dolor no nos alcanza.
Esta “Piedad” tuya es un libro contra el olvido. Porque la injusticia de la muerte provocada por el terrorismo, el asesinato, no debe olvidarse nunca. Nunca.
Esta “Piedad” tuya es un libro contra la ceguera, porque hay débiles a los que ignoramos premeditadamente, ancianos que hablan solos y niños distintos que sólo piden nuestra sonrisa, un gesto amable y cariñoso.
Que pasamos los días pensando que la mala suerte no sabe donde vivimos, y que, ante el ramo de flores secas junto a la carretera, aceleramos para que desaparezca. Que nos cambiamos de acera, pasamos la página, cerramos los ojos ante la visión de los herederos de la muerte, los supervivientes heridos.
Esta “Piedad” tuya es una invitación a la reflexión, a la incomodidad del dolor. Es un libro contra la mirada rápida, contra la indiferencia, lo instantáneo. Nos hace ver lo que pasa inadvertido, nos enseña a mirar despacio, descubrir, observar, fijarnos en lo cotidiano. Nos hace asomarnos y ver lo que hay detrás, al lado, enfrente, lo que queda más allá de nosotros, de nuestros actos, nuestra ignorancia y nuestra irreflexión.
En esta “Piedad” tuya hay héroes sin brazos, historias de valor y voluntad invencible, hazañas construidas dentro de una piedra. Hay decisiones, miradas hacia atrás, anécdotas, recuerdos hechos de música y amigos. Hay enfermedades de seis letras, nombres propios y vidas que se apagan con una sonrisa, trasplantes y deseos de vivir. Hay destinos absurdos, sucesos que se quedan clavados en la memoria, accidentes, azar, casualidad, cambios de planes, sueños rotos y tardes de fútbol.
Hay cumpleaños y regalos, síndromes con el nombre de la inocencia, largas noches de insomnio que se pagan con días de felicidad y besos descomunales, alegría desbordada. Hay toda una lección de fortaleza y amor, de lágrimas y palabras mudas. Tu experiencia, la que te ha hecho cambiar la mirada. Tu manera de ser y sentir. Este es un libro de sentimientos, ejemplos y miradas, de la inmensa necesidad de la piedad, ese desconocido, ignorado y olvidado sentimiento.

Miguel Mena. “Piedad”. Xordica Editorial, Zaragoza, 2008