lunes, 12 de enero de 2009

Autobiografía y fábula


Hay en estas “Fotografías veladas” de Antón Castro, una parte real y una parte inventada. Autobiografía y fábula. Y es que, como Antón nos dice: “Uno no sabe si la vida es un cuento o si los cuentos amontonados unos encima de otros son la vida”.
Hay en estos relatos un paisaje personal y real. Una tierra pisada y atrapada en el recuerdo: el Maestrazgo de Teruel. Pueblos en donde Antón comenzó a escribir sus fábulas escuchando las historias que le contaban sus vecinos. Relatos ajenos que se mezclaron con los propios, personajes creados por Antón que hablan de otros que fueron reales. En esta tierra se unieron su pasión por mirar y contar, guardarlo todo en su palabra: gentes, lugares, paisajes. Cuentos y vida.
Zaragoza, la novia del viento, vino después. Una ciudad encontrada al azar de una huida o de un destino. Una ciudad que descubrir para hacerla suya, protagonista de sus ficciones entre la realidad de sus calles. Una estación de tren, un viaje de ida y vuelta. Descubrir las mudanzas de su horizonte, recorrerla entera desde los cristales de los autobuses hasta que llega el día de cambiar su río por una piscina con sirena.
Hay en estas “Fotografías veladas” otros territorios y tiempos de la memoria. El de la niñez junto al mar. Un lugar donde escuchar historias de brujería y cuentos de reyes antiguos, cuentos donde siempre aparecían la lluvia y un fantasma, relatos de aparecidos junto al fuego en las noches de vendaval. Tiempo en el que la maestra nos regalará un libro de poesía y en el que nuestro primer amor será la primera quimera inalcanzable. Recuerdos adolescentes hechos de pesadillas, secretos, playas y fracasos. Territorios personales hechos de misterios, viejas leyendas y cementerios. Territorios adultos hechos de fútbol y héroes, investigación literaria, tardes de cine y colecciones. Y la fascinación por la mujer, la completa derrota ante su belleza. Una belleza de cine a la que regalar gardenias y poemas. Un rostro ante el que caer rendido. Un amor inalcanzable. Una belleza real que huele a manzanas rojas y que se marchará dejándonos una nota de despedida.
Pero, en “Fotografías veladas”, está sobre todo, su fascinación por la fotografía. Porque está Patricio Julve, fotógrafo y misterioso vagabundo, personaje inventado por Antón que se ha vuelto tan real que recibe cartas a su nombre en su domicilio. Y su álter ego, Manuel Martín Mormeneo, fotógrafo de procesiones, bombos y tambores. Fotógrafos aficionados y ambulantes. Fotógrafos profesionales y escritores. Personajes ficticios junto a personajes reales.
Y es que Antón hace protagonista de muchos de sus relatos al proceso del reportaje fotográfico. Del trabajo de campo del fotógrafo, el reconocimiento del terreno, las anotaciones en el cuaderno, la elección del lugar, su lucha con la luz, la contemplación de madrugadas y atardeceres, las imágenes de paisajes, animales y gentes. De la fotografía como hecho físico y químico contra el olvido.
Pero para mi este libro es una guía en donde buscar y descubrir lugares como en un juego de pistas. Salir de casa y llegar hasta todos esos lugares que ha contado Antón. Seguir su huella cojeando y cerrando un ojo. Buscaría pueblos y sierras del Maestrazgo, lápidas con fotografías, minas de carbón y casas abandonadas. Pueblos y playas de la costa gallega en donde dicen que se esconden ballenas y naufragaron barcos. Y buscaría en Zaragoza “La Posada de las Almas” y, sobre todo, la calle Pabostría, la calle del adiós, calle de palomas perpetuas, gatos asomados a los balcones y pintores noctámbulos. Y buscaría un piso, un cuarto sin ascensor con una ferretería debajo, y una casa con piscina en un pueblo de las afueras, y una tumba de un perro en San Juan de La Peña.
Un recorrido sentimental, el itinerario de una vida. Y de recuerdo, un buen puñado de fotos.

Antón Castro. “Fotografías veladas”. Xordica Editorial, Zaragoza 2008.

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