domingo, 28 de junio de 2009

El refugio de una geografía

Hay libros que son un refugio. Y este es uno de esos libros. Un refugio íntimo al que acudiré cuando tema y dude, cuando me encuentre solo y perdido, cuando me asalte la inquietud de ser un tipo extraño, alguien que vive fuera de juego.
Porque “Mapa Mudo” es un ensayo, pero no es un libro de teorías. Es un libro que habla de escritores y libros, vidas y huellas. Del libro como objeto y cobijo. De la escritura como creación. De las múltiples historias que hay detrás de un libro.
“Mapa Mudo” es, además, un libro de belleza física; un libro que guarda, entre sus páginas, las maravillosas fotografías en blanco y negro que Hilario ha hecho de las estanterías de su biblioteca. Un libro donde admirar la arquitectura, silenciosa y vertical, de los libros llenándolo todo; de fotografías de escritores; fotografías de niños leyendo, de gente leyendo en el autobús, en el parque, en una mesa frente a la ventana; un libro junto a una taza de café; vasos de papel, botes con bolígrafos, libros en inglés, revistas, diccionarios, vida y recuerdos. El retrato, artístico y excepcional, del universo que compone la cartografía personal de Hilario, de sus autores y protagonistas, de la literatura como argumento, motivo, detonante y soporte; de la literatura como lugar, refugio y pregunta, esas que Hilario se hace: ¿Qué somos? ¿Qué nos sucede cuando las palabras se interponen en nuestro camino y ya no podemos ir ni hacia delante ni hacia atrás?
“Mapa mudo” es también un viaje, una original lección de geografía del hogar y la literatura que comienza en la biblioteca de Hilario y que, entre las palabras, nos va contando los lugares donde los escritores se sentaron a escribir: en el porche de una casa desde el que se podía descubrir la vida o dejar pasar las horas esperando un regreso, en una cocina o en una lavandería, en un cuarto de baño o en la habitación alquilada de un motel porque no había sitio en casa, en los despachos o en la cama, en una biblioteca o en un campo de concentración. La literatura surgiendo, naciendo en cualquier lugar.
Pero “Mapa mudo” no es una simple colección de anécdotas y apuntes biográficos. “Mapa mudo” es una demostración, un libro que habla de la literatura desde dentro, de la emoción y el placer como lector de Hilario y de sus experiencias y emociones como escritor, de su forma de ver, sentir, contar la angustia, el dolor y la vida que se esconde en las palabras. El relato de un lector. El espejo de un escritor.
En “Mapa mudo” están las coordenadas de lugares que ya no existen; de lugares reales, mujeres y hombres muertos, vivos en los libros. Están los lugares que Hilario visitó empujado por el sentimiento, lugares donde surgió la palabra de alguien que admiramos, el lugar donde empezó todo, el hecho que fue decisivo, que determinó el porqué, su reflejo en la obra literaria de un escritor.
Hay muchos lugares distintos. Igual que recuerdos en una vida. Lugares abiertos al horizonte para huir de la soledad y habitaciones cerradas donde escribir una novela sonámbula. Escribir sobre la vida que, como una aventura, pasa delante de los ojos, o escribir sobre los sueños porque no se puede dormir.
La literatura llenándolo todo, ocupando estanterías, horas, fotografías, silencios y emociones. La literatura convertida en hogar, territorio, geografía de un refugio.

Hilario J. Rodríguez, “Mapa Mudo”. Colección Vagamundos. Ediciones Traspiés. Granada, 2009

viernes, 26 de junio de 2009

Repitiendo tu nombre


En el vuelo,
en la palabra ajena descubro
la verdadera medida
de mi condición.
Descubro hoy, ridícula
a pleno sol, desnuda,
la sombra sin forma
el destino
de mi ambición.
Descubro también,
sobre su plena,
rotunda belleza,
el justo valor
de mi ciega codicia,
el asidero de este juego
que se torna frágil,
quebradizo engaño fabricado
en duermevelas, mudanzas,
líneas de carbón animal.
Encuentro
en la palabra propia
pirotecnia, flores marchitas, breves,
diminutos instantes de luz,
y es entonces,
al descubrirme,
al releer lo escrito,
cuando pienso en ellos,
cuando pienso en los verdaderos poetas,
en la rotunda, inapelable,
absoluta belleza de su palabra,
y es entonces,
al descubrirme,
al verme ante ellos grotesco,
impotente, incapaz de alcanzarles
cuando pienso
que mejor será quedarme aquí callado,
escondido, solo,
oculto en este rincón,
repitiendo una y otra vez
tu nombre,
repitiendo una y otra vez
tu nombre.

Poema de Jorge del Frago

Fotografía de “Oscura como la luz”.
http://www.flickr.com/photos/oscuracomolaluz/

martes, 23 de junio de 2009

Mañana


El día que mi padre murió encontré en un bolsillo de su chaqueta una nota en la que, con su letra puntiaguda y ondulante, había escrito: Mañana le contaré la verdad.

Texto Jorge del Frago

La imagen es del grandísimo fotógrafo portugués Rui Palha

lunes, 22 de junio de 2009

La trastienda de lo cotidiano

“Aeropuerto de Funchal” es la manera en la que Ignacio Martínez de Pisón ha querido celebrar aquella tarde de otoño de 1984 en la que cogió el autobús de la línea 64 de Barcelona y se presentó en la Editorial Anagrama para dejar las fotocopias de unos relatos que había escrito y que un año después, en septiembre de 1985, se convertirían en su primer libro: “Alguien te observa en secreto”
“Aeropuerto de Funchal”
es la forma en la que Ignacio ha querido celebrar ese número redondo –de los que no le gustan a Vila-Matas- de los 25 años escribiendo relatos, pero que también celebra su condición de novelista; pues ese mismo año, en diciembre de 1985, y en la misma editorial, publicó su primera novela: “La ternura del dragón”, con la que había ganado el Premio Casino de Mieres de novela corta en 1984. Y fue precisamente el haber ganado aquel premio lo que le decidió, aquella tarde de otoño, a dejar en la editorial de Jorge Herralde la copia con el manuscrito de sus cuentos.
“Aeropuerto de Funchal” tiene además el valor de ofrecernos cuatro relatos que se habían publicado en libros colectivos o revistas pero que nunca hasta ahora se habían reunido en un volumen, y, sobre todo, contener una “Nota del autor” en la que Ignacio nos declara que esta antología está inspirada en la humildad y no en la vanidad, que es un modo de reconocer errores y fracasos en viejos cuentos en los que ya no se reconoce, y que con esta antología que recoge ocho relatos elegidos por él quiere hablar del escritor que soy, y no del que fui... De ahí que haya desaparecido esa tendencia a la fantasía y al suspense –siguiendo a Poe- de mis relatos más antiguos, para acabar prefiriendo la pincelada sutil de Chéjov.
Y para mí, quitando dos de los cuentos antiguos: “Siempre hay un perro al acecho” que pierde su fuerza dramática y credibilidad cuando el cuerpo de la hija adopta la misma postura del perro atropellado, y “El filo de unos ojos” en el que la realidad se diluye en el exceso y que hubiera merecido un final de apostasía o asesinato; el innegable valor de los otros seis relatos está en que forman parte de esa literatura que le gusta a Ignacio y con la que se identifica en el presente, la que acierta a crear personajes de verdad, criaturas de carne y hueso, que nos presenta escenarios, situaciones y personas creíbles. Que el mérito de Ignacio está en contarnos, mostrarnos lo que hay detrás, en la trastienda de lo cotidiano. El Ignacio novelista que relata breves instantes de confidencias y desamor, de asombro por lo extraordinario y lo vulgar, noches de mala conciencia, aniversarios con preguntas y peleas, y un viaje para descubrir las contradicciones de las que estamos hechos.
Lo que hay detrás de esos dos tipos que vimos conversar y tomar café una madrugada en un bar de carretera. La historia que no conocemos de esos músicos de orquesta pachanguera que vienen a tocar todos los años a las fiestas del pueblo y les vemos marcharse en una vieja furgoneta. Lo que hay detrás del recuerdo de aquel verano en el que una prima nos hizo descubrir el amor durante un apagón y que un año después volvió con un bolso nuevo. Un bolso donde ya no guardaba envoltorios de caramelos sino gafas de sol, pinturas de uñas, un paquete de tabaco y fotos de chicos. Lo que hay detrás de ese hombre que se cuela en los banquetes y por el que llegamos a sentir admiración por su audacia y lástima cuando es descubierto. Y lo que significa una boda con categoría. De la historia que se esconde detrás de esa “Foto de familia”. Detrás de ese tipo detenido por la policía en la recepción de un hotel y de esa chica que vimos, aquella mañana, cruzar la calle con un enorme ramo de rosas. Detrás de una postal con el nombre equivocado que nos encontramos en nuestro buzón y de aquel día en el que una mujer tuvo que elegir entre la estabilidad sin pasión y la felicidad sin futuro.

Ignacio Martínez de Pisón, “Aeropuerto de Funchal”. Editorial Seix Barral, Barcelona 2009.

miércoles, 17 de junio de 2009

Debería, lo sé


Debería dejar
de hablar del pasado,
hacer callar
a este enfermo
plomizo lamento
despiadada lealtad.

Debería dejar
de asomarme al vacío,
buscar la salida
en mapas sin rumbo
papeles manchados
de fiebre y café.

Debería, lo sé,
disfrutar de este ahora,
agarrarme con fuerza
al destello surgido
en esta intensa, estremecida
brevedad.

Debería, lo sé,
sonreír,
acelerar en las curvas,
dejarme arrastrar
por el viento
aliento bastardo
de esta presunta
felicidad.

Acostumbrarme a vivir
con el sabor en los labios
de los días amargos,
constante, devastadora
realidad.

Poema de Jorge del Frago

Fotografía de Emilio Molins

sábado, 13 de junio de 2009

Retales de aquel tiempo

Supongo que será porque tengo una memoria de tintorería y desagüe, o porque tengo un miedo atroz a mirarme en el espejo, el caso es que siempre me ha parecido que los libros de memorias tienen mucho de falsificación, adulteración y engaño. Será por mi mala memoria, pero me fastidian esas crónicas que hablan del pasado de cada uno recordando hasta los más mínimos detalles. Me parecen imposibles. Nadie recuerda todo. La memoria es algo caprichoso, recordamos a trozos, como un traje hecho de retales.
Así que al leer éste párrafo: “La infancia es un balcón al que uno siempre regresa. Hay quienes abusan de la infancia utilizándola como un exprimelimones. Otros sabemos que siempre está ahí, acechando, dispuesta a recordarnos lo que fuimos un día y lo que pudimos ser después” sentí alivio y gratitud, y supe lo que no me iba a encontrar dentro de “La infancia y sus cómplices” de Fernando Sanmartín.
Y es que Fernando habla de su infancia sin abusar del recuerdo, sin convertirla en un algo monstruoso y absoluto, una larga suma de estaciones y décadas sin un solo error. Su memoria tiene más de poesía y charco que de grabadora y cronómetro. Y es que Fernando nos abre en este libro el fichero de su infancia, donde hay datos que nunca se han borrado, pero que es un fichero con recuerdos pequeños y dispersos, contados con honestidad y belleza, sin impostura, con el vértigo y la confusión de esos años. Su evocación por escrito convertida en hermosa literatura que no abruma ni suena a falso y con la que, además, en muchos momentos, podemos identificarnos.
Porque en esta infancia de Fernando hay colecciones de posavasos y minerales, futbolín, cromos, y el olor del Viks Vaporub.
Son casi diez años de diferencia, pero los recuerdos de Fernando y los míos transcurren como líneas paralelas, sus recuerdos van haciendo surgir los míos, pespunteando mi memoria con su hilo. Él recuerda las fiestas del Pilar, el circo y la feria, el charol de aquellos días, y yo los cochetes de choque y la paradeta del tiro. Él recuerda anécdotas de compañeros del colegio y yo me acuerdo del terror que causaba el gordo de Fuster jugando al churro en el patio. Él recuerda a su abuelo muerto y yo recuerdo al mío y aquel beso de cera y espanto que le di. Él recuerda los test de inteligencia y las excursiones y yo vuelvo a sentir aquella herida y el olor de los bocadillos de tortilla francesa.
Él recuerda páginas de Playboy, los primeros cigarrillos, los primeros licores, la profesora de la que se enamoró, las hermanas de los compañeros, y yo sonrío por estar juntos en el mismo secreto.
Él habla de la infancia como una aldea que hemos abandonado y yo siento miedo al pensar en todos los lugares que han dejado de existir y a los que nunca podré volver. Porque me dan miedo los derrumbes, las ausencias descubiertas al echar la vista atrás. Porque la infancia son más risas que lloros, son dibujos animados y veranos inmensos. Y el único terror que recuerdo de aquellos años eran los quebrados de matemáticas.
La infancia era hermosa porque estabas a salvo de los problemas de los adultos. Porque era partidos de fútbol en la plaza y dos meses para montar en bicicleta. Jugar a las chapas y a las espadas láser de La Guerra de las Galaxias.
El desconcierto viene después Y se agradece la sinceridad de Fernando. Su infancia sin héroes, sin prodigios ni hazañas. Su infancia corriente; un tiempo de dudas, abandonos, barrancos, pérdida y descubrimiento que queríamos que pasara rápido porque querías ser adulto lo antes posible. Conocer la tipografía que otros utilizan, y luego sabemos que aquel deseo era una rendija, el hueco para salir de un túnel y entrar en otro mayor.
“La infancia y sus cómplices” me cautivó desde la primera línea. Me atrapó su estilo, la belleza íntima, agridulce, sincera y melancólica de su palabra.
Podría pegar aquí muchos párrafos de este libro. Muchos. Párrafos que sirvieran para entender el porqué. Pero si a modo de ejemplo tengo que elegir uno me quedo con este: “La niñez es un campo minado, y lo cierto es que en aquel campo minado quería ser insolente y no sabía como, quería huir, alejarme pronto, hacerme músico o recitador, infiltrarme en una sociedad secreta o coger un vagón de ganado para llegar hasta alguna ciudad lejanísima. ¡Qué se yo! Pero un día, de pronto, fue ella, la niñez, quien me dejó sin aviso previo. Y lo más curiosos es que ante mi había de nuevo un campo minado”. Y no hará falta explicar nada más.

Fernando Sanmartín. “La infancia y sus cómplices” Xordica Editorial. Zaragoza. 2ª impresión, diciembre 2005.

miércoles, 10 de junio de 2009

974


Mentir
es la forma terrible
para recordarte.


Miento, te nombro
y tu realidad imposible
me desgarra por dentro,
me deja
extraviado,
irrecuperable el pasado
de aquellas noches de agosto.

Miento, te nombro
y regresa
hiriente,
mi juventud de entonces,
mi cobardía,
el tiempo feliz cuando
no fui capaz
de escucharme,
no tuve valor para
plantarle cara
desafiar al destino,
y así
no tener ahora
que sentir la herida,
padecer constante
pérdida
exilio
arrepentimiento,
vivir dentro
el intenso dolor
de esta triste mentira.

Poema de Jorge del Frago

Fotografía de “Oscura como la luz”.

martes, 9 de junio de 2009

Incompetencia


Al zahorí le daba agua en todas partes.

Avergonzado por su incompetencia, abandonó el oficio el mismo día del Diluvio Universal.

Óscar Sipán

sábado, 6 de junio de 2009

Final anticipado


Se acercó hasta el contenedor al ver los libros en un rincón. Entre puertas tumbadas, cascotes, muebles astillados y azulejos rotos había un buen montón con la piel quemándose al sol. Pero al verlos de cerca descubrió que era la típica colección de grandes clásicos encuadernada en guaflex. El tesoro se convirtió en falsificación.
Junto a los libros había ropa y zapatos usados, cajas de medicinas, revistas y periódicos, facturas, recetas, papeles de todo tipo y un puñado de fotografías: rostros en blanco y negro, padres, niñez, instantes de juventud infinita; rostros en color, mujeres, sonrisas, cigarrillos y botellas; postales con monumentos y playas; billetes de avión, guías turísticas, folletos… y entre todos aquellos recuerdos encontró una carpeta de cartulina azul del Hospital Universitario. Servicio de Oncología. Informe médico. Allí mismo, mientras los obreros seguían vaciando la vida de un hombre dentro de aquel contenedor se puso a leer el informe con atención. Datos del paciente, resultados de las analíticas, diagnóstico cáncer y un resultado rotundo: Metástasis. El nombre de la muerte. La vida con fecha de caducidad a corto plazo. El informe tenía fecha reciente, de hacía apenas seis meses. Miró la ropa, los zapatos, los muebles rotos, los papeles inútiles; la vida reducida a escombros, polvo y papel que acabarían en un vertedero. Y entonces lo vio claro, dobló el informe, se lo metió en el bolsillo de la chaqueta y se marchó silbando a casa.
Bastó un poco de tippex, cambiar las fechas, la edad, poner su nombre y apellidos con la vieja máquina de escribir, un par de fotocopias a color, y quedó perfecto. No se notaba nada. Parecía auténtico.
La tarde que lo tuvo preparado se fue con el nuevo informe caminando hasta su portal. Al llegar miró el reloj. Conocía sus horarios. Ya habría llegado. Consiguió que alguien que no era ella le abriera el portal utilizando un nombre falso: cartero comercial. Subió hasta el cuarto por la escalera, pasó el informe por debajo de la puerta y se sentó en el suelo a esperar.
Media hora después ella abrió la puerta. Le miró y le tendió la mano. Sin decirse nada entró y se sentó en el viejo y conocido sofá. El televisor estaba encendido pero sin volumen; sobre la mesa, el informe médico, abierto por la página del diagnóstico: el final irremediable. Ella se sentó a su lado. En lugar de hacerle preguntas cerró el informe y le abrazó. Ella no lo vio pero él sonrió en lugar de temblar. Después, los mismos besos de un tiempo que estaba olvidado, perdido en alguna tarde de adiós y maletas revueltas. El mismo sabor picante de su boca, el mismo olor en su pelo. Se amaron entre la ternura de ella y el silencio de él. Entre la mentira y la trampa perfectas.
Aquella noche, apoyada en la puerta, ella le dijo al despedirse:
-Vuelve este viernes. A la misma hora.
Y él volvió. Regresó dispuesto a no decir nunca la verdad. Dispuesto a volver a vivir en una mentira, sin importarle lo que sucedería dentro de seis meses, cuando terminara el plazo que él mismo se había fabricado.
Nada de eso importaba aquella tarde de viernes porque desde esa misma noche tan sólo tuvieron tiempo para devorarse. Dos días vaciando sus cuerpos uno dentro de otro. Dos días en los que todo estuvo permitido, todo lo que en otro tiempo fue callado se atrevió a ser pronunciado, rogado, explorado. Dos días para cumplir todos sus deseos, saciarse y perder el pudor entre jadeos y sudor.
El último día, el domingo por la tarde, ella lo esposó a los barrotes de la cama, lo amordazó y tapó los ojos con dos pañuelos de seda. Él imaginó un nuevo juego para el placer. Así, tumbado en la cama y con los ojos cerrados, la escuchaba moverse por el cuarto pero no la veía. No la vio llevando grandes bolsas de basura hasta el cuarto de baño. No la vio llevando entre las manos cuchillos de varios tamaños, con su filo brillante y limpio, y tampoco vio el serrucho, ancho y corto, con el mango de madera y los dientes pulidos.
No la vio cuando, de un cajón de la cómoda del dormitorio, sacó un pequeño estuche negro con cremallera, y no vio la jeringuilla hipodérmica ni el pequeño frasco que había dentro. No la vio montar la aguja, pinchar y llenar la jeringuilla hasta el borde con un líquido transparente, tan limpio y puro que parecía llena de aire.
No la vio mientras se acercaba con la jeringuilla en la mano derecha y una triste sonrisa de piedad dibujada en la boca. No la vio morderse el labio inferior al clavarle la aguja en el cuello, pero sí que oyó claramente su voz cuando le susurró al oído:
-El efecto es muy rápido. Terminará en seguida. No sufrirás nada.

Texto de Jorge del Frago

La fotografía es de Nacho García, un extraordinario fotógrafo de Jaca.

jueves, 4 de junio de 2009

El perro blanco


Por fin ve la luz "El perro blanco" una revista trimestral que la editorial Libros del Innombrable publicará en colaboración con la Asociación de librepensadores y patafísicos "Antístenes".
La revista se podrá comprar en papel desde la página de la editorial Libros del Innombrable:
http://www.librosdelinnombrable.com/novedades/novedades.asp

Al mismo tiempo grandes y pequeños podrán descargarla gratuitamente en pdf desde la página de noticias de la editorial:
http://www.librosdelinnombrable.com/noticias/noticias.asp


El sumario del nº0 incluye:

En portada un collage de Juan Francisco Nevado en homenaje al reciente estreno de la ópera de Fernando Arrabal-Leonardo Balada "Faustbal".

-Poema "Memento" de Fernando Arrabal.
-"Eterna", artículo de Iván Humanes.
-Dibujollages de Daniel Madrid con poemas de Francisco Ide.
-En la sección Poesía dirigida por José Antonio Conde.
poemas de Fernando Ferreró Tolosa.
-El poema "El Pavo Real" de Luce Moreau, traducido del francés por
Paola Masseau.
-Sonetos de Martín Marcos.
-Tres poemas de José María de Montells.
-En la sección Filosofía el texto Ley Moral por Antonio Muñoz.

25 pág.

Muchas gracias a todos por vuestra colaboración y un saludo afectuoso.

Raúl Herrero
Director de Libros del Innombrable
--
Libros del Innombrable

miércoles, 3 de junio de 2009

Papel quemado


Odio
y no hablo de amor.
Hablo
de agua pasada
de una hoguera
con veinte años
palabra
tinta quemada
vergüenza
papel carbón.

Odio
y no hablo de amor.
Hablo
del ayer
de días
que hacen daño
escuecen
queman
se clavan en el pulmón.

Hablo
del arrepentimiento
del tiempo perdido
de odiarme
cada vez
que cierro los ojos
y siento
el vacío dominante
la piel arrugada
el viento
arrastrando el papel.

Poema de Jorge del Frago

La Fotografía es de Sergio Joven

lunes, 1 de junio de 2009

La compañía de tu soledad

Supongo que hablar de un libro que no necesita ninguna recomendación puede resultar trivial. Basta con conocer al autor. Su nombre es razón suficiente para comprarlo y desear leerlo o para detestarlo y mirar en otra mesa. Bajar al bar a comprar tabaco y esperar nervioso el momento de soledad y silencio para devorar sus páginas o tener la seguridad de que dentro estará la previsible sobredosis de sentimentalismo que no lleva a ninguna parte.
Y para dejar bien claro lo que nos vamos a encontrar dentro, es el propio Carlos Castán el que nos lo dice en el texto de la contraportada: “… es mi vida hasta llegar aquí la verdadera protagonista de estas páginas. Está todo: la euforia y la lágrima ante la hoja en blanco, la pregunta por el miedo y por el deseo, las noches desatadas, el temblor…”
Si acaso, lo único que debemos saber, es que este libro no es una colección de relatos cortos de Castán, sino que reúne “una serie de textos que parecían llamados a ser carne de dispersión y, por tanto, de olvido”. Y es que estos “Papeles dispersos” contienen, como también el propio Carlos nos dice en la introducción: “…escritos sobre literatura, reflexiones acerca de los motivos para escribir y sus borrosos fines, mi forma de leer a los demás, de escuchar música, de viajar y de sentir…” Y así, junto a imágenes personales que son la respuesta a una difícil pregunta, hay un pequeño estudio sobre Gabriel Ferrater, miembro de la Gauche divine barcelonesa; hay una conferencia sobre los poetas españoles en el exilio tras la guerra civil; un artículo sobre las fiestas de San Lorenzo; un texto intimista que explica el lugar que Leonard Cohen ocupa en la vida del autor; recuerdos sobre cumpleaños y fechas impares con “…botellas escondidas debajo del abrigo. Nube de humo, tangos, vasos derramados sobre los discos, poemas ilegibles, cubitos de hielo con sabor a merluza…”; el cuaderno de viaje un verano a Tournefeville; la mirada sobre el Pirineo y la tierra oscense, y para acabar, una reflexión sobre la libertad: la palabra más lejos.
Y aunque no comparta su interés por el pasado en blanco y negro ni sus referentes generacionales, para mí el singular interés de estos textos está en escuchar a Carlos Castán de otra manera. Escucharle hablar de él, su vida, recuerdos, heridas, pensamientos, opinión y reflexiones. Imaginar momentos de charla, memoria, café, biografía e intimidad.
Emocionarme con su forma de mirar, su estilo de contar desgarrado, tierno, melancólico y apasionado. Identificarme con su opinión sobre el papel esencial de la literatura como medio para ahondar en la condición humana, para tratar de entender qué significa existir, hacer visible un pedazo de vida. Saber que él escribe para vivir, rebuscar bajo la superficie de las cosas; que escribe para escapar del espanto y la soledad.
Oírle hablar de la imposibilidad de satisfacer nuestros deseos; evocar épocas pasadas; libros, películas, escritores, profesores, teorías, desengaños y recuerdos de la infancia y la juventud. Melancolía, exilio interior e íntimo. De lo que hemos perdido por el camino, lo que hemos ganado o por lo que nos lo han cambiado.
Y sí, claro que fui yo el que bajó al bar a comprar tabaco y esperé nervioso el momento de silencio para devorar sus páginas; sentirme acompañado en su soledad. Soy yo, igual que Laura, el que encuentra consuelo y belleza en sus palabras, unas páginas a las que agarrarse cuando la vida se tambalea, un vacío que se llena, un lugar al que siempre volver.

Carlos Castán. “Papeles dispersos”. Tropo Editores. Zaragoza, 2009.