Creo que todo libro, para no resultar inútil, debe producir una búsqueda, un descubrimiento, una reflexión, un cambio, un efecto secundario. Y Manuel Benito con su “Enajenados” me hizo buscar en los mapas un pueblo abandonado del pirineo: Llagut; buscar el rastro de un pintor de poco éxito: Jorge Mella, que antes de morir escribió unas atípicas cartas de amor a una mujer y que nunca llegó a enviar a su destinataria; buscar en el diccionario el significado de una palabra: ónfalo; y buscar al autor de un poema sin título y una verdad estremecedora: Envidio a los demás esa rara habilidad/que tienen para posponerlo todo.
Y me hizo recordar algo que ya sabía, algo que ya había visto y sentido antes: la tristeza, el intenso dolor ante cualquier casa derruida, arruinada, vacía: la imagen de la derrota y el abandono siempre por obligación, por miseria, por muerte, por destierro.
Y me hizo recordar algo que ya sabía, algo que ya había visto y sentido antes: la tristeza, el intenso dolor ante cualquier casa derruida, arruinada, vacía: la imagen de la derrota y el abandono siempre por obligación, por miseria, por muerte, por destierro.
Y me enseñó que algunas vidas pueden también derrumbarse, convertirse en una huida obligada por la traición, por el abandono y la separación, por la enfermedad y el recuerdo. Que se puede vivir derrotado y vacío por dentro. Que se puede haber muerto y seguir viviendo. Que se puede morir dos veces.
Manuel me contó de la soledad que duele y es fría hasta en agosto, y de sus malos, chapuceros remedios: exorcismos a base de somníferos, hipnóticos y alcohol. Y me descubrió los nombres de poetas desconocidos: Claudio Rodríguez, José Agustín Goytisolo, Ángel González y Fonollosa. Y que sus versos son el único equipaje que puede ayudar a mantener la cordura en los días más fríos. De que es posible encontrar la esperanza en los lugares en los que sólo parece habitar la desesperación.
Manuel me habló de las muecas del destino burlándose de la lucha de los hambrientos y la voluntad de los idealistas; del obsceno espectáculo de una sociedad basada en la producción y el consumo y su vorágine hedonista. De los enajenados y sus heridas abiertas, de la locura y su lucidez recitando poesías desde la cornisa de un edificio, de que no hay mañana cuando el hoy se repite incesantemente. De la rebelión necesaria contra ese dejarse transportar alienados por la televisión e ir apagando el pensamiento. Que los sueños y su irrealidad son un lugar donde encontrar consuelo y el pasado y los recuerdos son lo único real. De que hay hombres que llegaron hasta un lugar remoto huyendo de sí mismos; hombres cazados por la vida y muertos hace tiempo a miles de kilómetros, y que se puede –recordando a Pessoa- ser otro hombre distinto sin dejar de ser el mismo.
Manuel nos habla de los derrotados. Perturbados, desequilibrados por esta jodida vida o por el amor perdido. De esos a los que siempre damos de lado por débiles y depresivos, nos asquean con su aliento de borrachos y nos espantan sus gestos de locos, sus silencios, sus miradas huidizas y asustadas. Manuel escribe sus viejas historias que se repetirán mañana y nos explica porqué están escondidos, descolocados, arrinconados; porqué huyen, en qué piedra tropezaron. Nos pide que los miremos con piedad y que en lugar de escupirles nuestros prejuicios tratemos de entender sus razones.
Manuel Benito. “Enajenados”. Sariñena Editorial. Salvador Trallero. Sariñena, Huesca, 2010.