martes, 24 de mayo de 2011

Equilicuá

Muchos de nosotros podríamos llevar una doble vida. Parece muy difícil, pero no lo es. Bastaría con comprar un cuaderno en blanco y escribir en él todo lo que no nos atrevemos a decir, lo que por prudencia callamos. Bastaría con escribir un diario diciendo la verdad.

Porque de eso se trata. Los niños y los borrachos dicen la verdad. Desinhibidos o inocentes dicen lo que realmente piensan; pero nosotros hace muchos años que dejamos de ser niños y empezamos a mentir y callar, a dejar de ser sinceros. Y creemos que somos adultos responsables que dirigimos, gobernamos nuestra vida; uno de tantos (uno más) que vivimos como podemos esta tragicomedia que es vivir sin ver que en realidad lo que hacemos es dejarnos llevar, dejarnos arrastrar por la corriente y las circunstancias. Que nos movemos empujados por la inercia de nuestros errores y frustraciones, superados por las obligaciones cotidianas; ocupados a jornada completa sin tiempo para pararnos a pensar en lo que nos falta y en nuestras contradicciones, atiborrándonos de analgésicos, mendigando el consejo sensato de un amigo, buscando el cuerpo de una mujer en otra y nuevas sensaciones como fe de vida, alguien que nos escuche y ría nuestros chistes, nos comprenda y compadezca, nos haga sentir vivos, nos redima de nuestro vacío repleto de costumbre. De vivir fabricando endorfinas y respuestas sin hacer preguntas.

Y entonces algo sucede. Aparece una palabra que te hace despertar: Equilicuá. Aparece la felicidad y su ausencia. Algo tan simple y que habías olvidado. Y aparecen las preguntas ¿por qué?, y ¿para qué?, y surgen las desoladoras y certeras respuestas sobre qué es la vida. Qué necesitas, qué tienes y qué no tienes. De qué se trata esto de vivir.

Y aparece la marca de la casa. La narrativa de Joaquín, su estilo, su capacidad para hacernos reír y llorar. El amor y la pérdida, el valor y la coherencia, la comedia y la emoción. Su fábula contemporánea en la que nos muestra la cruda realidad de nuestro desconcierto de hombre moderno, el pánico a nuestro reflejo y su artificio, el tiempo robado y malversado, nuestra desequilibrada existencia creada por nosotros mismos.

Y aparece la muerte para golpearnos, abrirnos los ojos y hacernos recuperar la lucidez, la sensatez y la cordura. Porque es la muerte lo que le da sentido a la vida. Es eso. Es bien fácil. Vamos muy deprisa para llegar a ningún sitio. Corremos mucho para que no nos alcance. Nos creemos muy listos y somos realmente estúpidos.
Y aparece la verdad; la necesidad de la verdad: “Quien no se quiere a si mismo es incapaz de amar a los demás. Y la prueba para saber si uno se quiere o no es mirarse al espejo sin avergonzarse de lo que ve, porque nuestro reflejo no es más que la imagen del amor propio”. Equilicuá. Esa es la respuesta. Esa es nuestra única obligación. Ser sinceros con nosotros mismos. Mirarse en el espejo y decir la verdad de lo que vemos. Si eres tú o es otro que se hace pasar por ti. Si vives tu vida o vives la de otro. Mirarse en el espejo y ser capaces de aguantar nuestro reflejo sin romperlo en mil pedazos. Vernos y soportar la verdad.

Joaquín Bergés. “Vive como puedas”. Tusquets Editores. Barcelona, 2011.

2 comentarios:

H e l e n a... dijo...

"Si eres tú o es otro que se hace pasar por ti. Si vives tu vida o vives la de otro. Mirarse en el espejo y ser capaces de aguantar nuestro reflejo sin romperlo en mil pedazos."

Tan real.
Me ha hecho mucho bien pasar por aquí, un abrazo.

Luis Borrás dijo...

Gracias, Helena.
Aunque en todo caso se lo debes a Joaquín, más que a mí.
Un abrazo.-