sábado, 31 de julio de 2010

Escalera de incendios

Podría empezar haciendo paralelismos. Citando el “Salón de pasos perdidos”, esa novela en marcha de Andrés Trapiello, los “Días sin día” de Julio José Ordovás, o el “Mapa mudo” de Hilario J. Rodríguez. Incluso pensar en toda esa gente que escribe diarios dispersos y nocturnos, balances deudores del final del día, que lleva una libreta en el bolsillo en donde anota y guarda esquirlas de espejos y jirones de piel, en todos esos diarios en internet que en realidad son llamadas de teléfono contra la soledad. Podría abrir alguna de esas cajas y mirar dentro, pero no lo haré, porque cuando cogí este libro de mis destartaladas estanterías no iba buscando nada de eso sino que, en realidad, lo que buscaba era una escalera de incendios. Jugar a desenterrar un tesoro del que yo había hecho el mapa, conocía exactamente dónde estaba escondido; sabía, por otros tesoros del mismo nombre guardados más al norte y al oeste, que dentro encontraría lo que necesitaba.
Y es que después de dos años jugando he aprendido algunos trucos. Jugar guardando un as en la manga. Saber que cuando los días aprietan y duelen, asfixian y te roban el aire, las palabras de Fernando Sanmartín serán tabla de salvación, refugio antiaéreo, bálsamo.
Porque la literatura de Fernando es dejarse mecer, acunar en sus palabras. Es ese cuchillo que espanta la tormenta. Es amuleto y conjuro. Es barrera de coral, fármaco ansiolítico, freno de emergencia.
En este libro está lo que sabía y esperaba, lo que encontré en “Viajes y novelerías”, “La infancia y sus cómplices” y en “Heridas causadas por tres rinocerontes”, las otras tres lecturas de Fernando; lo que me aguarda en otros tesoros suyos guardados a la vista, en las coordenadas verticales sin orden alfabético de mi botiquín, mi personal plan de fuga y refugio.
Porque en “Hacia la tormenta” están el plomo y el sol de los días. El papel donde quedarán mis subrayados, las exclamaciones, las marcas, la promesa de volver al decir adiós. Están las palabras donde buscarme, el sonido y el sabor, el olor y la forma. Está el yo con otro nombre mejor, el que quisiera ser, el consejo susurrado sin pretensión. La gratitud. Están las piedras con las que tropezamos en el camino, las dudas, los amigos y los gestos, los bandidos y los nombres sin iniciales. Están ella y los hijos, islotes para sobrevivir.
Está "la literatura anillada en las cosas cotidianas. Quizá porque uno vive insatisfecho, receloso de la monotonía o necesitado de hallazgos". Están los escritores admirados con nombre y apellidos. El oficio de escribir y su porqué, la forma de hacerlo, la literatura y su teatro. El mensaje en una botella que llega a nuestra orilla. La vida y sus falsificaciones, los días de lenguaje infrecuente, el cielo nublándose y abriéndose. El rostro de negrero de lo cotidiano.
El poema como ejercicio de convalecencia.
Hay párrafos que se convierten en premonitorios, en descripciones sin costuras, trajes a medida del vacío: “Hay días que tienen una respiración extraña, con ropa descosida, con olor a quemado. Hay días donde sólo cabe un rescate. Pero nadie llega. Hay días en los que suena el teléfono y una voz nos amenaza. Hay días que nos miran como un reptil, días de lavadero y de impaciencia, días en los que el alma es un iglú”
Y hay párrafos que son la escalera por la que descender y ponerse a salvo: “Perder el tren. O el autobús. O un avión. Perder unas gafas de sol. O unas llaves. O un bolígrafo. Perder la cabeza o el alma. Perder un número de teléfono. O un partido de tenis. Perder la conciencia. O el dominio sobre uno mismo. Perder el rastro de una fiera. O el equilibrio. Hay tantas pérdidas que uno, al final, sólo debe conseguir un objetivo: encontrarse.”
Y está también mi descubrimiento de la obra pictórica de Ignacio Fortún. “Otro viaje, otro argumento. Esa cura de quirófano que algunas obras tienen. Porque la pintura de Fortún permite redescubrirnos, borrar la confusión, comenzar otro viaje y acercarnos a lugares que estaban junto a nosotros”.
Y las palabras de Fernando llevándome a ese lugar, poniéndome a salvo del incendio.

Fernando Sanmartín “Hacia la tormenta”. Xordica Editorial. Zaragoza, 2005.

Para conocer la obra de Ignacio Fortún
http://www.ignaciofortun.com/

jueves, 29 de julio de 2010

Contra el viento

Fui a nacer
en el peor momento
cuando la vida me pide
sobredosis de paciencia,
alegría sin condiciones
y renuncia rimando con trapecio.
Nacer
como escupir contra el viento.
Vivir y no hacer
rehenes ni prisioneros,
tragarme las llaves, los mapas
las palabras y los incendios.
Nacer y existir
en horarios prestados
cartillas de racionamiento,
azucarillos y paréntesis
paracetamol efervescente.
Nacer y emborracharme
entre vecinos y reformas
barbacoas, jaquecas,
vacaciones y domingos.
Vivir y despertar
como escupir contra el viento.

Poema de Jorge del Frago

Fotografía de bocángel
http://www.flickr.com/photos/bocangel/

martes, 27 de julio de 2010

País de boj

A mí, que soy de carácter sentimental, Chusé Inazio me atrapó a la primera en la “Entrada” de su “Reloj de bolsillo”. Tres páginas y un reloj heredado. Un reloj que era de un abuelo que se lo dio a su nieto más pequeño días antes de morir. Un reloj de plata en la mano de un montañés de un país de boj. Un reloj viejo y desgastado que marca el principio y final de un tiempo. Una página y cuatro cantos de cuco en la historia de un hombre. Cuatro escalas de un viaje personal alrededor del mundo.
Un país de boj y una casa a la que pertenecer. El menor de seis hermanos que a la edad de empezar a ir a la escuela subía de rabadán al monte a cuidar de las vacas. Nacer y vivir en un país de símbolos. Aldabas, patas de gallina, pezuñas y flores de cardo clavadas en las puertas para espantar el mal y las brujas. Símbolos y amuletos que nos mostraron Fernando y Ana Biarge en su “Líbranos del mal”. Pastor trashumante que se convertirá en almadiero bajando aquel camino de sirga hasta llegar al mar. Almadiero que no sabía nadar, leer ni escribir y se embarca en un velero francés en el que viajará alrededor del mundo en el siglo XIX. Conocerá la isla de Madagascar, las islas Mauricio, las Molucas y Paraguay. Aves exóticas, peces voladores, plantas carnívoras y los poemas de Baudelaire. Y al regresar a su pueblo con una epopeya vivida para contar sentados en los escaños alrededor del hogar de casa se encuentra que unos han muerto y otros emigrado y su única opción es quedarse de Tión para trabajar el huerto y hacer otra vez de pastor. Volver y encontrarse el mismo lugar convertido en otro en un nuevo siglo y a él en un extraño que habla francés. Y el último canto del cuco con la tragedia de la “La bolsa de Bielsa” cruzando a pie el puerto nevado. La huída y la muerte. Tragedia de la que también nos habló Severino Pallaruelo en el relato “Chillaba como un conejo” de su “Pirineos, tristes montes”.
La literatura de Chusé Inazio resulta reconocible y personal. Narración puesta al servicio de una causa lingüística. Literatura de combate que por momentos resulta hermosa, emotiva y poética, pero que en ocasiones se lee más como un catálogo, un diccionario, un arca de palabras que como una novela. Literatura pragmática que en algunas páginas se hace arenga, sermón, discurso que se vuelve avinagrado y excesivo. Literatura subjetiva que llevada por su ambición le hace caer en errores que le dejan en evidencia como que el protagonista hable en 1938 de la novela de Ernest Hemingway "¿Por quién doblan las campanas?" cuando no se publicó hasta 1940. Conocer el pasado se hace necesario para aprender, comprender, avergonzarnos y avanzar. Quedarse atrapado en él es dar vueltas dentro de un círculo cerrado. Volverse repetitivo. Se necesita vivir en el siglo XXI con una nueva literatura en aragonés sin pastoradas ni daguerrotipos. Y la literatura de Chusé Inazio es romántica y áspera, hermosa y subjetiva; quizás necesariamente reivindicativa y lingüísticamente útil y de valor, pero narrativamente descompensada, irregular y circular.

Chusé Inazio Nabarro. “Reloj de bolsillo” Gara d’Edizions. Zaragoza, 2009.

domingo, 25 de julio de 2010

Personal infidelidad

Es ahora
cuando lo entiendo,
este orden
no es victoria
sino consumada,
complaciente
rendición.
Todos
aquellos días
de egoísmo
y carnaval
y culpas
siempre ajenas,
no eran los demás
era yo mismo
y mi ordenada,
disciplinada
debilidad.
No era búsqueda
ni rebeldía,
era sumisión
y obediencia,
comodidad
inercia
miedo a saltar.
No eran ellos
era yo mismo,
renunciando,
inmaduro,
pusilánime
dejándome llevar.
No eran ellos
era yo
y mi vértigo,
mi personal
y definitiva
infidelidad.

Poema de Jorge del Frago

Fotografía de David Terrazas
http://www.flickr.com/photos/davidenlarama/

miércoles, 21 de julio de 2010

De principio a fin

Dicen que antes de morir recuerdas de principio a fin tu vida. Lo bueno y alegre. Lo triste y oscuro. Los besos y las cicatrices. Pues eso es “La dama de pueblo”: una vida entera. Desde el primer recuerdo de la niñez hasta las confusas imágenes de una mujer moribunda. Una novela que cuenta toda una vida. Un círculo que se cierra. Origen y final en un mismo punto: un pueblo del pirineo aragonés. Partida y regreso después de ochenta años y entre medias vivir en Paris, Londres, Casablanca, Ámsterdam y Madrid. Una vida desahogada y típica de la alta sociedad y un marido diplomático. La cara amable y afortunada que cualquiera de nosotros envidiaríamos.
Y detrás del brillo la maldita cara oculta de la fortuna. El difícil encaje de una mujer independiente y moderna en un matrimonio convencional donde su única ocupación era la de ser mujer florero. La luna de miel que se convierte pronto en una costra seca. La diferencia entre lo que se tiene y lo que se necesita, lo que se tiene y lo que se echa en falta.
“La dama de pueblo” se merece el formato de gran novela; con tapas duras, sobrecubierta y lomo de bandoneón. Porque la vida de esta “Dama de pueblo” resulta excepcional, emocionante, corriente y dramática. Javier de la Rica tiene el mérito de ser un hombre narrando la vida de una mujer, vivir la vida desde la carne y conciencia de una mujer afortunada y desdichada. Niñez, juventud, edad adulta y vejez. Pasar por todas las etapas que una vida deja. El destino que lleva, trae y quita. El primer recuerdo: el lugar donde nacimos y pasamos nuestra infancia. El amor infinito de unos padres. La despedida, la juventud, la suerte, la experiencia y la independencia. La guerra y sus heridas. La madurez y sus días de montaña rusa. La soledad y sus precipicios. Derrota y hielo que se ahoga, enfanga en el juego y el alcohol para llenar las horas vacías. Rabia que estalla en un disparo de escopeta. Conciencia que grita, se cae y se levanta. Que se vuelve a mirar en el espejo, que se reencuentra. Que se sorprende y nos hace revivir. Toda una vida de inquietudes y sueños, errores y aciertos, necesidades de cada una de las décadas que vamos sumando. Los cambios en nuestro cuerpo, las transformaciones del país donde nacimos. La España del blanco y negro y la Europa moderna. Viajes de vuelta y adiós. Cartas y llamadas de teléfono. Los hijos y las diferentes etapas por las que pasa nuestra relación con ellos. Desde la necesidad al alejamiento y el regreso adulto. El amor y la aceptación. La desaparición de todos los que nos preceden. La muerte y su misterio, su desgarro, su vacío, sus preguntas sin respuesta, su llegar pronto y dejarnos con palabras pendientes. Las amistades que se dejan por el camino y las que nunca se pierden. Las vidas nuevas y el futuro que no veremos.
Y al final -y a pesar de André Guide- las raíces. Regresar a su pueblo del pirineo aragonés para quedarse, ser fiel a su carácter y emprender la última aventura. Triunfo e ingratitud. Victoria, fracaso, amor, silencio y recuerdo.
Es la vida. Esa que pasó girando como una ruleta justo antes de la muerte.

Javier de la Rica San Gil. “La dama de pueblo”. Edición Personal. Madrid. 2009.

jueves, 15 de julio de 2010

Manual de uso

Antes de morir
buscar
incansable y mortal
el sabor
del deseo asonante
probar
fortuna y vinagre
ficción
consuelo agridulce
color
de las horas vulgares
sin dios.
Antes de morir
multiplicar
sucedáneos y mentiras
por dos
agitar
el mar
aguja e hilo
de excusas tristes
telón
de fondo carnal
y absolución.
Antes de morir
vivir
odiando reflejos
y herencias
pedir perdón
buscar
salidas de emergencia
organizar
la resistencia y la defensa
barricadas
fotocopias en color
primaveras
planes de vuelo
palabras
segundos de plenitud.

Poema de Jorge del Frago

Fotografía del disco “Un segundo luminoso” de Copiloto
http://www.myspace.com/tucopiloto
http://www.grabacionesenelmar.com/

domingo, 11 de julio de 2010

Continente deshabitado

Mis planes para hoy
no pasan de ser
pretextos,
saltos de página,
horas de más.
No pasan de ser
repetir
la misma estrategia,
evitar
pisar el ayer;
convertirme
en estatua de sal.
Perder
vista y tacto,
y el viento de marzo
arrancando
pétalos blancos,
efímeros posos
de caricias y calor.
No pasa de ser
el frío más intenso,
mirar
cuatro veces por siete
el maldito buzón.
Espiar desde la ventana
los límites de la verdad;
quién entra, quién llega,
quién pasa de largo,
quién
igual que tú
olvidó el camino de vuelta,
continente deshabitado
indeseable hospitalidad.

Poema de Jorge del Frago

La magnífica fotografía es de Andi.

sábado, 10 de julio de 2010

Complicada inteligencia

Empecé a leer “Albeta” con las referencias del “Pedro Saputo” de Braulio Foz y “El país de García” de José Vicente Torrente Secorún. Y es que Albeta, pastor pobre de Torrelapaja, y de inteligencia excepcional, decide abandonar su pueblo y lanzarse a la aventura de conocer mundo. Recorre a pie los pueblos del Somontano del Moncayo hasta llegar a Zaragoza y su viaje se hace descubrimiento, éxito, diálogo y guía de peregrino. Tarazona, el Monasterio de Veruela, y Vera. Bécquer y su huella indeleble y la Ínsula de Barataria quijotesca en Alcalá de Ebro. Pero ahí se acabaron las similitudes de partida. En su camino de ida, vuelta, punto final y destierro hay mucho más que un simple viaje.
“Albeta” es la rebelión de los humildes con inteligencia contra su único destino posible en aquella época y lugar: el seminario. “Albeta” es un retrato desolador y cierto de la sociedad aragonesa de las primeras décadas del siglo XX. Pueblo y ciudad. Pobreza y riqueza. Atraso y prosperidad. Y sus conferencias sobre la higiene ante un auditorio que sólo se lavan cuando llueve me hicieron recordar “Spanish Village”, la serie de fotografías que W. Eugene Smith hizo en Deleitosa (Cáceres) en el año 1950 y a “Las Hurdes” de Buñuel.
Pero lo más sorprendente fue que “Albeta” me hizo cambiar de opinión respecto a la superdotación intelectual. Hasta ayer siempre había pensado que sería una suerte tener una inteligencia extraordinaria y, sin embargo, “Albeta” me enseña que tener un coeficiente por encima de 130 tiene más inconvenientes que ventajas, es más una desgracia que una suerte. Tu inteligencia te permite hablar de todo por referencias, por haberlo leído en los libros. Conoce la fría teoría de las enciclopedias pero no el sentimiento de la experiencia. Y me recordó a “El indomable Hill Hunting” de Gus Van Sant. “Albeta” acaba devorado por la fama, se convierte en una atracción de feria, un Mesías que iba seguido por una corte de admiradores, rodeado de mujeres, niños y ancianos que querían verlo de cerca y tocarlo y que lo escuchaban como a un oráculo. Y esa responsabilidad, ese temor a defraudarlos, le llevan al agotamiento mental y físico, le hacen renunciar a ese papel para recuperar su libertad y querer vivir con la única aspiración de ser un simple pastelero, un artesano del chocolate.
“Albeta” resulta una narración desigual, con una primera parte extensa y profusa y una segunda que se acorta y precipita. Y entonces surge la inevitable referencia de la trilogía “La forja de un rebelde” de Arturo Barea.
Pero lo más difícil de “Albeta” está precisamente en su peculiaridad. En esa extraña forma de expresarse entre gongorina y quevedesca que le hace más cursi que el tío Rana y le convierte a su pesar en un insoportable pedante. Se hace antipático, atormentado, soporífero y complicado, y tan sólo le salvan su alma poética, su insobornable honradez y el ser fiel a sí mismo, a su origen y conciencia.
Pero al final sorprende su ingenuidad y simpleza en un personaje de tanta inteligencia cayendo en la política y en su discurso esteriotipado en lugar de mantener la independencia y el escepticismo.

“Albeta”. Miguel Ángel Marín. Mira Editores. Zaragoza, 2009.

martes, 6 de julio de 2010

1999

Como esas preguntas sin premio
para las que todos tienen respuesta,
día marcado en rojo infinito
a salvo de todos los infiernos.
Mil novecientos noventa y nueve
última noche del veinte.
Caigo en la cuenta de la profecía
y quiero ser uno más, uno de tantos,
recitar de carrerilla, tarareando,
las cuatro esquinas del uno y el treinta.
Mil novecientos noventa y nueve,
última noche del veinte.
Y saco a pasear mi mala memoria,
perro tuerto, pez de acuario,
y aquel día debería ser recuerdo
obligatoriamente perfecto.
Mil novecientos noventa y nueve
última noche del veinte.
Año cero y siglo nuevo,
fin del mundo, nacimiento.
Y quiero ser uno más, uno de tantos,
y busco promesas, juramentos,
noche vieja, año nuevo,
indulgencia plena y firmamento.
Y busco y araño, busco y encuentro
las mismas trampas, los mismos gestos,
las doce en cruz de una rayuela
enemigos íntimos y conocidos.
Primera noche del veintiuno,
aves migratorias,
década de días viejos,
tropiezos, piedras
y flores de invierno.
Siglo pasado y también nuevo,
ayer venidero, diciembre y enero,
uno, doce, noventa y cero.

Poema de Jorge del Frago

Fotografia: portada del cd “1999” de Love of Lesbian
http://www.myspace.com/loveoflesbian

domingo, 4 de julio de 2010