viernes, 19 de octubre de 2012

A la segunda



     La primera impresión es muy importante. Eso lo sabe cualquier vendedor. Y todo aquel que publica un libro de narrativa debería saberlo. Al fin y al cabo cualquier escritor es un vendedor de si mismo. 
    La primera impresión son las diez primeras páginas de una novela, el primer cuento de un libro de relatos, y Pedro Sierra comienza el suyo con “El lote 1104”. Si tuviera que decidir por ese primer relato si voy a seguir escuchándole o no, me temo que educadamente le daría las gracias y cerraría el libro. El estilo no es malo; pero el argumento es tan sumamente chorra; una tontería tan grande que pensé que estaba escuchando a un adolescente que me estaba gastando una broma con cámara oculta. 
     Pero yo soy de los que espera un poco más. De los que da una segunda oportunidad. Y en este caso merece la pena hacerlo. Porque con el siguiente relato: “El Gran Generador”, Pedro resucita y consigue que se le perdone el tropiezo inicial. Aparece convertido en escritor sin acné, en alguien completamente distinto que se toma esto en serio, sin gansadas de patio de instituto. Un relato en el que, por inercia del anterior, empiezas dudando, pero en el que aguantando un poco te encuentras con una presentación personal, un titular en un periódico que consigue captar tu atención y una escena familiar tragicómica y neorrealista. El golpe genial viene de ese curandero; personaje peculiar y delirante entre la carcajada, el asco, la sugestión y el milagro que Pedro recupera y mantiene con vida en esta sociedad contemporánea, evolucionada y ultramoderna.
Sociedad del software y la realidad virtual sobre la que ironiza de nuevo en “Accidente en Tokio”, el cuarto cuento de plástico e igual de excelente que ese “Generador” y en el que la observación y la descripción mordaz es un modo de presentarse. Relato que toma un camino y que inesperadamente gira y acaba saliendo a la calle y entrando en un “salón” que resulta ser un local de cabinas individuales con un anónimo glory hole y una pantalla táctil. La tecnología al servicio del sexo. Acto aséptico, placer frío; lucidez momentánea, pasatiempo. Holograma con puerta de atrás que muestra la humana realidad de la máquina. 
Y “Huckleberry Health Club”, un relato que es un fallido Frankenstein; un moderno prometeo con partes independientes, algunas excelentes, pero que unidas no cobran vida. Híbrido individualismo que deja la misma reflexión e intención general que los dos mejores: que por muchos aparatos y terapias que inventemos para prolongar la vida o hacerla más cómoda o placentera, el hombre y su complejidad cerebral, su genética, su pasado determinante, su parte sentimental e irracional son los componentes decisivos de este universo conocido.

Pedro Sierra. “Cuentos de plástico”. 166 páginas. Prensas Universitaria de Zaragoza (PUZ). Zaragoza, 2012