jueves, 27 de diciembre de 2012

Teresa Sopeña y "Fotomatón"


La escritora Teresa Sopeña dedica una entrada en su blog a "Fotomatón".
Gracias Teresa.
http://leoleolo.blogspot.com.es/

miércoles, 12 de diciembre de 2012

"Fotomatón"

"Fotomatón" es mi segundo libro de relatos. Se presenta en la FNAC de Plaza de España de Zaragoza el próximo 21 de diciembre, viernes, a las 20 horas.
"Fotomatón" son veinte relatos que hablan del amor, la vida y la muerte. Y lo que lo hace especial es que cada relato va acompañado de veinte fotografías en blanco y negro de Emilio Molins, Sigfrido González, Karto Gimeno, Javier García Blanco, Carlos Canales Ciudad, Cristina Gómez Latorre, Sonia Balduque, Carlos Martín, Ana Campo, Diego Ibarra, Marga Bohanna, Vicente Guerrero, José Luis Ríos, Maite Pérez Pueyo, Silvia Viñuales, Álvaro Arregui, Ana Moreno, Jose Anoro, Esther Corra y Ana Infante.

Os dejo uno de los relatos: "Jab".
La fotografía es de Carlos Canales Ciudad
https://www.facebook.com/CarlosCanalesCiudadFotografia


Fue como un truco de magia. Verla y abrirse una grieta en el suelo. Caer dentro y aparecer en otro lugar. Fue la hostia.
Fue ver aquella nevera portátil y hacer el puto viaje en el tiempo. Roja y con la tapa y el asa blancas. La misma, idéntica a la que nos llevamos a las carreras aquel domingo. 
Fue verla y acordarme, volver hasta aquel día que fuimos Pablo y yo al circuito del Jarama a ver las carreras de coches llevando aquella nevera que salió de un altillo de casa de mis viejos. Roja y con la tapa y el asa blancas. Igual que ésta. Que llenamos con una bolsa de hielos de la gasolinera y un montón de latas de birra. Y el calor sofocante de aquel domingo y la cerveza helada. Y nosotros dos allí sentados toda la mañana viendo pasar coches. Las risas y el pedo que nos cogimos a lo tonto. Pablo. Mi amigo Pablo.
Los años en los que todo era presente y un descojone en sesión continua. Siempre juntos a todas partes y a todas horas. Hasta que a mí me dio por apuntarme al gimnasio a hacer Thai Boxing y él pasaba de ese rollo de los karatekas. Y yo empecé a currar los fines de semana de portero en una discoteca para sacarme algo de pasta y él se puso a estudiar en la universidad. Al principio venía todos los sábados y se tomaba unas birras conmigo, pero luego él empezó a quedar con gente de su clase y yo me enrollé con aquella camarera rubia de bote que llamábamos la gamba. Vendió el Dyane 6 verde -“La lechuga” lo llamábamos- y se compró un Clío blanco de segunda mano y se puso a salir con una piba muy pija que me miraba con asco. Alguna vez volvió y nos tomamos unas cervezas, pero las risas sonaban de otra manera. Sonaban enlatadas.

       Hasta que un día cambié de garito y no le volví a ver. ¿Cuántos años hace de eso? Un huevo y parte del otro. Supongo que él acabaría la carrera y ahora será ingeniero de caminos y yo dejé lo de las puertas y me puse a trabajar para Anzano. Y ahora, después de tanto tiempo, aparece esta nevera roja y blanca llena de hielo, igual que la de aquel domingo en las carreras. Y dentro, en lugar de latas de birra, la oreja derecha de la hija de Chibluco con el pendiente puesto para que vea que es la suya y no la de otra. Y para que entienda que, o paga lo que debe, o lo siguiente que le llevaré dentro de esta nevera será la cabeza de esa zorra de mierda.

"Fotomatón". Luis Borrás. 140 páginas. Editorial Telee. Calatayud, 2012. 

miércoles, 5 de diciembre de 2012

El primer deseo


Pensaba que ya no se escribían cuentos para niños como los de antes. Que hoy todo era más light, sin crueldad para evitar traumas y psicólogos, que los escenarios eran de alquitrán y cemento y la naturaleza un parque público. Pero parece que hay ciertos elementos que no pasan de moda. Que en un cuento infantil del siglo XXI puede aparecer  un padre malvado que vende a su hijo como esclavo o Cenicienta masculina; un bosque oscuro y espeso en el que perderse; un Hada que recompensa el buen corazón concediendo un deseo; y un rey que ofrece la mano de su hija –la joven más bella del país- al caballero que haga la hazaña más portentosa. Todos esos ingredientes universales están en este cuento, y además de eso Roberto Malo y Francisco Javier Mateos cambian el reino lejano por Rusia, al rey por un Zar y a la princesa por una Zarevna. Y hacen protagonista de la historia a un campesino pobre: Abaskhia, que sabía lo que quería ser de mayor: maestro; y que su gran ilusión en la vida era un poco rara: quería enseñar a hablar a las vacas. Lo clásico con un toque surrealista marca de la casa. Estilo neoclásico en el que participa David Laguens con sus dibujos.
Pero si hay algo que realmente identifica a estos dos autores es el humor. Un humor que ya nos mostraron en “La madre del héroe”. Porque tres veces aparece Abaskhia en el bosque; la primera libera a un ciervo del cepo de un cazador y se le aparece el Hada; la segunda libera a una liebre y se le vuelve a aparecer el Hada ¿Otra vez tú?, y la tercera libera ¡a una anciana! del cepo y aparece de nuevo el Hada ¡Pero bueno, Abaskhia! ¿Tú otra vez? Tres veces en las que imagino a Malo y a Mateos escenificando la situación y veo las carcajadas de los niños.
Y como todo cuento clásico también este tiene su historia de amor. La del campesino que se enamora de la bella princesa y al que ella rechaza por ser pobre y tonto. Pero aparte de las enseñanzas sobre los mecanismos del amor, la belleza, la voluntad, la inteligencia y el carácter y un final feliz obligado, yo me quedo con la moraleja del primer deseo que le pide Abaskhia al Hada. Porque cuando ella le dice ¡pídeme lo que quieras y te lo concederé!, Abaskhia no quiere ser “alto, guapo, rico o viril” si no hacer su rara ilusión realidad, su gran ilusión en la vida, su máxima ambición: hacer hablar a las vacas. Y creo que esa es la gran lección de este cuento: saber lo que realmente queremos por encima de la riqueza y la apariencia, a pesar de que a los demás les parezca extravagante o aparentemente inútil. Por eso este cuento está dedicado “para todos aquellos que persiguen su sueño”.

Roberto Malo y Francisco Javier Mateos. “Abaskhia”. Ilustraciones de David Laguens. Editorial Delsan. Zaragoza, 2012.

domingo, 2 de diciembre de 2012

El banco azul



Reseña publicada en el Diario del AltoAragón, el domingo 2 de diciembre de 2012.
http://www.diariodelaltoaragon.es/SuplementosNoticiasDetalle.aspx?Sup=1&Id=781566

Hace ya tiempo que me di cuenta de que soy un tipo raro. Alguien al que le gusta pasearse solo por pueblos y ciudades y fotografiar casas viejas por las que siento una mezcla de curiosidad y tristeza. Por lo que fue y se ha perdido; cerrado, abandonado. Una irresistible atracción por las tres primeras décadas del siglo XX que me llevó hasta las fotografías en blanco y negro que retratan y documentan esa época. Y sentir al verlas una absurda melancolía por un tiempo que no es el mío. Algo inexplicable, irracional y en cierta manera incómodo. Sentir atracción por el pasado, mirar atrás, fuera de tiempo y lugar en vez de interesarme por lo moderno, el presente y el futuro. Y debo reconocer que sentí un gran alivio con la serie de libros que la Diputación de Huesca comenzó con “Postales y postaleros”. Aquella colección y Fernando Biarge me hicieron sentir menos solo, raro y loco.

Por eso no es de extrañar que para mí “Álbum de adioses” sea algo más que un libro. Que me fascinen sus viejas fotografías. Que sienta admiración por la obra de Manuel Benito y por la bendita locura de Salvador Trallero que se atreve a publicar libros como éste y que además lo haga con calidad sobresaliente. Y si aquel primer e imprescindible álbum era un homenaje, una despedida, una forma de guardar el recuerdo y las palabras de Manuel para la ciudad que amó, ahora Salvador nos regala una prolongación, una ampliación más que una segunda oportunidad. Porque aunque tal vez este volumen II esté formado por los textos que se quedaron fuera o no encontraron cabida en el primero eso no es lo que importa. Porque aún siendo segundones o retales sueltos, textos desperdigados o huérfanos resultan igual de emocionantes y atrayentes que los primeros.
Porque si las fotografías son –sobre todo- de Ricardo Compairé, Feliciano Llanas y los hermanos Viñuales, las palabras y el recuerdo son de Manuel Benito. Y si en esas fotografías veo la imagen de lo que fue y lo que yo luego busco, lo que todavía se mantiene en pie y desapareció para siempre; en lo que Manuel dice encuentro la sabiduría, la evocación personal y la coincidencia. Ciudad y sus alrededores de íberos, romanos, musulmanes y cristianos. Desde la Edad Media hasta la década de los 50. Muralla y río, iglesias, callejones, plazas, conventos y órdenes militares, capillas y pozos de hielo, castillos y albercas, mercados, ferias y fiestas, “La Chaparrones” y “El Pataticas”, casas y solares, tormentas de agosto, un almanaque de incendios y un banco azul en el paseo de la estación. 
Manuel compone la guía histórica y sentimental de una ciudad que albergó la calle y el barrio de su niñez. Lo que era, lo que queda de ella, lo que fue y ya no es. “Huesca fue un país de sueños, de caserones derribados por el progreso, ese señor moderno tan simpático que tomó aquellas huertas y las sembró de edificios similares y prismáticos con alma de hipoteca. Brotaron a raudales dejándonos huérfanos de piedra vieja”. Sí, hemos ganado mucho; pero algunos sentimos nostalgia de lo que se perdió por el camino.

Manuel Benito. “Huesca: Álbum de Adioses II”. Sariñena Editorial. Salvador Trallero editor. Sariñena (Huesca), 2012.

jueves, 29 de noviembre de 2012

LA REVISTA “TURIA” ANALIZA EL MODERNISMO TUROLENSE CON MOTIVO DE SU CENTENARIO

La revista cultural TURIA brinda a los lectores que se interesan por los asuntos o protagonistas aragoneses un amplio y atractivo repertorio de temas. En primer lugar, TURIA analiza a fondo el modernismo turolense, sus características y su impronta arquitectónica a través de un imprescindible artículo elaborado por su máximo estudioso, el arquitecto Antonio Pérez. Bajo el título de “La ciudad de Teruel en la transición del siglo XIX al XX”, se nos ofrece una oportuna aproximación que, con motivo de cumplirse el centenario de algunos de los edificios más singulares de dicho movimiento en la ciudad de Teruel, permite conocer con detalle toda la génesis y la evolución de la arquitectura modernista.

También esta nueva entrega,  TURIA redescubre las claves que nos permiten entender mejor la vida y la obra de uno de los escritores aragoneses más heterodoxos, complejos y sugerentes de nuestra época: Julio Antonio Gómez. En un eficaz trabajo de síntesis divulgativa, Alfredo Saldaña narra las interminables peripecias de un ser humano “lúdico, inconformista y vulnerable”. Un autor al que todavía la crítica no le ha hecho justicia pero que, pese a todo, elaboró unos cuantos poemas memorables y dignos de figurar en cualquier antología de la  literatura española contemporánea.

CIEN AÑOS DE MODERNISMO
Este año 2012 conmemoramos el centenario de la construcción de varios edificios significativos dentro de la arquitectura modernista turolense. Entre ellos sobresale la actual sede de la Caja Rural de Teruel, conocida anteriormente como “Casa del Torico”. La belleza y singularidad de su diseño y su ubicación en la antigua plaza del Mercado, en centro neurálgico de la ciudad, le han otorgado desde siempre un protagonismo principal como edificio emblemático del modernismo en Teruel. 
Sin  embargo,   como  nos  recuerda  Antonio  Pérez  en  las páginas de TURIA, “de ese mismo año es la construcción de la iglesia del barrio de Villaspesas, el proyecto del edificio
de la casa de la calle San Andrés nº 4, en el que hasta hace poco estuvo situada la imprenta Perruca, y posiblemente la casa de la Madrileña, también situada en la plaza del Torico. Para algunos autores, obras como las actuales sedes de la Comunidad de Teruel en la calle Temprado, y del Archivo Provincial en la Ronda, serían igualmente de 1912. 
La arquitectura modernista turolense se enmarca dentro de un periodo de transformación de la ciudad que puede fecharse desde finales del siglo XIX hasta la segunda década del siglo XX. Como ocurrió en otras ciudades interior, el modernismo se difundió en Teruel desde Cataluña y de la mano de arquitectos que estudiaron en la Escuela de Barcelona y que, por diversas circunstancias se trasladaron hacia otros lugares para ocupar plazas en la administración local. Así ocurrió en Teruel con el arquitecto tarraconense Pablo Monguió: su llegada como arquitecto municipal a finales de 1897 o comienzos de 1898 coincide con los años de máximo esplendor del modernismo turolense. 
Antonio Pérez, al hacer balance de dicho periodo, asegura que fue “una etapa caracterizada por el buen entendimiento entre propietarios, arquitecto y artesanos”. Y concluye: “a pesar de la destrucción que sufrió Teruel en la guerra de 1936, en la que desaparecieron edificios de todas las épocas históricas, entre ellos algunos modernistas, el visitante puede disfrutar en sus recorridos por la ciudad de la arquitectura construida hace cien años bajo el mecenazgo de la burguesía y que Oriol Bohigas, de forma global, la resumió socialmente en estos términos: ‘la contradicción básica del modernismo era esa dualidad de ser a la vez popular y segregador’”.

JULIO ANTONIO GÓMEZ, UN CASO APARTE EN LA POESÍA ESPAÑOLA 
Con el objetivo de fomentar la lectura y el reconocimiento de la obra de Julio Antonio Gómez (1933-1988), la revista TURIA publica un clarificador artículo de Alfredo Saldaña. Quien es uno de sus mayores estudiosos nos relata cómo la vida de nuestro autor, al igual que concurrirá con su poesía, “está ligada principalmente a tres ciudades: Zaragoza, París y Tánger. En esas tres ciudades experimentó momentos de plenitud y de una intensa desolación, y esa vida itinerante condicionó de manera decisiva su poesía, que se presenta, a partir de cierto momento, como el testimonio de un sujeto errante condenado a vagar sin tregua por escenarios urbanos en busca de su alma gemela”. 
Tras dar noticia de su trayectoria personal y creativa, Saldaña concluye que “Julio Antonio Gómez es un caso aparte en la historia de la poesía española de su tiempo”. Los motivos de esa condición heterodoxa de nuestro escritor radicarían en varios factores porque, si bien era “aragonés de nacimiento, sus lecturas y amistades foráneas, su educación y formación cosmopolitas, sus cada vez más frecuentes, prolongadas y hasta definitivas estancias en otros lugares, su despegue de lo que podríamos presentar como rasgos característicos de un cierto imaginario poético aragonés contemporáneo y su elaboración de una poesía del color y del sonido, pletórica de imágenes, metáforas y símbolos, sensual y apasionada hasta la extenuación, vibrante y musical, todos esos elementos hacen de él un poeta en clara progresión ascendente”. 
Según Alfredo Saldaña, su obra literaria culminaría con la redacción de un “libro singular, ‘Acerca de las trampas’, condensación y cenit de su poética, un libro repleto de aciertos expresivos que, sin embargo, fue escandalosamente silenciado por el establishment de la crítica literaria en el momento de su aparición, preocupado más en aquel instante por consolidar otro tipo de poética”. Quizá, en los últimos años, la figura de Julio Antonio Gómez ha ido mereciendo un progresivo interés de estudiosos y lectores. A ese fin pretende contribuir ahora esta recuperación promovida desde la revista TURIA. 

viernes, 19 de octubre de 2012

A la segunda



     La primera impresión es muy importante. Eso lo sabe cualquier vendedor. Y todo aquel que publica un libro de narrativa debería saberlo. Al fin y al cabo cualquier escritor es un vendedor de si mismo. 
    La primera impresión son las diez primeras páginas de una novela, el primer cuento de un libro de relatos, y Pedro Sierra comienza el suyo con “El lote 1104”. Si tuviera que decidir por ese primer relato si voy a seguir escuchándole o no, me temo que educadamente le daría las gracias y cerraría el libro. El estilo no es malo; pero el argumento es tan sumamente chorra; una tontería tan grande que pensé que estaba escuchando a un adolescente que me estaba gastando una broma con cámara oculta. 
     Pero yo soy de los que espera un poco más. De los que da una segunda oportunidad. Y en este caso merece la pena hacerlo. Porque con el siguiente relato: “El Gran Generador”, Pedro resucita y consigue que se le perdone el tropiezo inicial. Aparece convertido en escritor sin acné, en alguien completamente distinto que se toma esto en serio, sin gansadas de patio de instituto. Un relato en el que, por inercia del anterior, empiezas dudando, pero en el que aguantando un poco te encuentras con una presentación personal, un titular en un periódico que consigue captar tu atención y una escena familiar tragicómica y neorrealista. El golpe genial viene de ese curandero; personaje peculiar y delirante entre la carcajada, el asco, la sugestión y el milagro que Pedro recupera y mantiene con vida en esta sociedad contemporánea, evolucionada y ultramoderna.
Sociedad del software y la realidad virtual sobre la que ironiza de nuevo en “Accidente en Tokio”, el cuarto cuento de plástico e igual de excelente que ese “Generador” y en el que la observación y la descripción mordaz es un modo de presentarse. Relato que toma un camino y que inesperadamente gira y acaba saliendo a la calle y entrando en un “salón” que resulta ser un local de cabinas individuales con un anónimo glory hole y una pantalla táctil. La tecnología al servicio del sexo. Acto aséptico, placer frío; lucidez momentánea, pasatiempo. Holograma con puerta de atrás que muestra la humana realidad de la máquina. 
Y “Huckleberry Health Club”, un relato que es un fallido Frankenstein; un moderno prometeo con partes independientes, algunas excelentes, pero que unidas no cobran vida. Híbrido individualismo que deja la misma reflexión e intención general que los dos mejores: que por muchos aparatos y terapias que inventemos para prolongar la vida o hacerla más cómoda o placentera, el hombre y su complejidad cerebral, su genética, su pasado determinante, su parte sentimental e irracional son los componentes decisivos de este universo conocido.

Pedro Sierra. “Cuentos de plástico”. 166 páginas. Prensas Universitaria de Zaragoza (PUZ). Zaragoza, 2012

viernes, 14 de septiembre de 2012

Romper la hora


Nunca he sido jurado de nada, pero si me preguntaran por el mejor libro editado en Aragón en 2012 diría que este “La hora del recuerdo” de la Editorial Comuniter se merece estar entre los candidatos a ganar ese premio.
       Y se lo merece por la maquetación y el diseño gráfico de Víctor Montalbán de su cubierta. La parte visible, el papel que envuelve el regalo. Contraste, juego y equilibrio de tres colores: blanco, verde y negro. Por el singular tratamiento de la imagen de la portada: perfil recortado en ángulos de la fotografía de Clara Gasqued. Y por la originalidad de su solapa trasera en la que Víctor –saliéndose de lo estándar- ha colocado la fotografía completa de Clara en un tono más oscuro.



Y se lo merece también porque después de sorprendernos con su diseño exterior encontramos en su interior veintitrés magníficas ilustraciones de Álex Mirasol hechas con un bolígrafo Bic. Sí, con un simple bolígrafo Bic.
    Los que ya me conocen saben de mi debilidad por los libros ilustrados. Y en este caso los veintitrés excelentes dibujos de Álex asombran por su técnica pero también por su profundidad, sencillez, pureza y realismo; y porque cumplen a la perfección con su función de acompañar y resaltar el texto y darle así un valor añadido al libro que lo sitúa más allá de la literatura.


Por eso, si me preguntaran, creo que este libro se merece estar entre los candidatos a ganar ese premio.
“La hora del recuerdo” es un poemario de Mariano Estrada Esteban que reúne una colección de poemas que dibujan con palabras la tradición de “Romper la hora” en la Semana Santa del Bajo Aragón: una sola noche al año -la del Jueves al Viernes Santo- en la que en la plaza de algunos pueblos de Teruel el silencio es roto por el estruendo de miles de cofrades tocando al unísono sus tambores y bombos. Ceremonia que todos conocemos y que algunos han acudido a contemplar con fervor y otros como simples turistas curiosos.
Sabemos que cada año se repetirá el ritual y que será igual que el del año pasado. Retransmisión en directo, noticia, archivo fotográfico o video del youtube. Imágenes que mostrarán esa hora rota y su sonido, el fragor y el estallido atronador. Pero esta “hora del recuerdo” es la de la palabra, la del verso, la del poema. La forma en la que Mariano, que vive el ritual desde dentro, nos muestra sus sentimientos; el antes, durante y después; todo lo que para él significa participar en esa tradición heredada de padres a hijos. La larga espera de esa noche de primavera, el reencuentro, “la bóveda sonora del dolor, el cortejo que después continúa su camino por calles y plazas”.
Y si bien los poemas de Mariano se resienten de cierta redundancia, de palabras repetidas, del mismo viento y silencio roto por redobles y golpes; sus versos son otra forma de entender y sentir lo que sucede todos los años y habría que ver una vez en la vida.

“La hora del recuerdo”. Mariano Estrada Esteban. Ilustraciones de Álex Mirasol. Editorial Comuniter y Fundación Cultural del Bajo Martín. 79 páginas. Zaragoza, 2012.

Álex Mirasol
http://alexmirasol.blogia.com/

Fundación Cultural Bajo Martín
http://fundabama.es/

viernes, 7 de septiembre de 2012

Para convencidos e incrédulos


Reseña publicada en el suplemento "Artes&Letras" del Heraldo de Aragón, el jueves 6 de septiembre de 2012.
http://haciaotrasaventurasmashermosas.blogspot.com.es/

Creo que mienten aquellos que se presentan como analistas capaces de explicar el sentido de la poesía. Intérpretes categóricos de su enigma, traductores simultáneos de su ADN, pescadores a mano de peces en mar abierto. La poesía no es algo científico. Hay una parte escurridiza, salvaje, inaprensible, a la vista, impresionista, sensitiva, abstracta e inaccesible. La poesía es simple, subjetiva e irracional seducción. Y eso significa que no toda la poesía lo consigue.
Hay una poesía utilitaria, poesía descriptiva, de juegos florales y cartones de bingo; y hay una poesía del subconsciente y el acto reflejo, poesía torrencial e impetuosa, poesía surreal del realismo, juego del lenguaje y la inversión del objeto, caos y orden, musicalidad y hedonismo, posesión y ensalmo. Ramiro Gairín pertenece a ese grupo sin número de socio. A ese grupo sin generación que, feliz e infectado, acéfalo y voraz, se deja llevar, dominar por las palabras y su abismo reconfortante. Y con él nos arrastra a nosotros. Seducidos, borrachos y lúcidos; el oído y el martillo, la vibración y el oleaje, la anarquía y la canción de cuna, el amor y sus mil maneras de sentir y nombrar.   
Que nadie lea los poemas en prosa de “El mar en el buzón” buscando la lógica, la filosofía utilitaria, la explicación de andar por casa para dejarle tranquilo y seguir consumiendo anestésicos, paracetamol y laxantes. Sus poemas son cadencia, sonoridad, acorde y armonía con la que nos hace sentir una extraña euforia: “No sé extraer los símbolos, escribo lo que veo. Estoy ante el prodigio, no hay lección necesaria, no hay estrellas fugaces ni cometas”. 
Pero si somos espíritus pragmáticos, ateos o agnósticos devotos de Santo Tomás; si somos de los que cuando nos encierran en una jaula necesitamos saber el nombre del animal que va a devorarnos; si somos de los que sólo creemos en la verdad de los poemas que podamos hacer nuestros porque hayamos comprendido (en parte) su significado, incluso si somos de los que queremos utilizar poemas de amor para ligarnos a nuestra vecina de enfrente, en este “mar en el buzón” también los encontraremos. Poemas enteros, párrafos sueltos, una línea, una esquirla, una conjunción; un préstamo, una receptación. Prosa camuflada, armónica para los necesitados de cierta claridad, para los que necesitan sentir el suelo bajo sus pies. Metáforas que son animales domesticados que muerden con dientes manchados de nicotina y café. Ella y su rastro, su perfume, su absoluta presencia; ella como excusa y razón para todo. Las palabras nos pasarán por encima pisoteándonos, morderemos el polvo de su forma y color; su sonido en otro idioma que nos convertirá en insomnes mecidos en su melodía. 
Ramiro Gairín. “El mar en el buzón”. 70 páginas. Ediciones Vitruvio. Madrid, 2012.

lunes, 16 de julio de 2012

Reconciliación


Reseña publicada en el Diario del AltoAragón, el domingo 15 de julio de 2012.
http://www.diariodelaltoaragon.es/SuplementosNoticiasDetalle.aspx?Sup=1&Id=7577 


Me había desencantado de la poesía. Aunque sería más exacto decir que me había saturado de poetas. De mala poesía y de malos poetas. De su efervescencia, su eclosión; su multiplicación como hongos, setas alucinógenas, caracoles después de la lluvia. Poetas de las redes sociales. Hiperactivos poetas de la pose sublime. Cursis y pelmas. Erotómanos, viejos verdes que pretenden ligarse a jovencitas. Jóvenes hipersensibles que se comen el mundo como el que se bebe un tequila: sal, trago y limón.
Pensaba que nunca volvería a leer poseía. Creo que incluso llegué a jurarlo. Pagaban justos por pecadores, lo sé, pero sus grupos y correos, sus invitaciones a recitales eran (y son) eliminados sin leer. La poesía convertida en spam. 
Y en esa renuncia llegó Sergio Grao. Y hojeé este libro con desgana, por encima, como se leen las revistas del hígado en la sala de espera del dentista. Y llegaron algunas imágenes en el primer poema “y un sexto sentido/que ha nacido inquieto”. Llegó, lo recuerdo bien, un poema que leí dos, tres veces: “Esta noche me he dado cuenta/ de que sigo estando vivo…” y poco después “Quiero viento nuevo/ mapa claro/ paso inquieto/ bautizo profano/ siete sentidos/ y cirugía moral.” Y en lugar de huir me fui, sin escalas, de Tokyo a Barcelona, y “las letras se tiñeron de azul marino”. Y de nuevo, asombrado, volví a releer y subrayar los poemas: “una vida nueva/ con la alevosía/ de un recién llegado/ y el desparpajo/ de un incauto”. Me encontré con la sinceridad sin pose. La complicada sencillez de la poesía. Su necesidad, su alivio, su dolor. Su autenticidad sin amaneramiento, ruido y borrachera. Y desde esa ciudad con mar llegué hasta Albalate (del Arzobispo) y allí me reencontré con la patria de la infancia. Con una niñez similar a la mía. Feliz coincidencia, mismas emociones, palabras compartidas: vacaciones, acequia, “tardes suaves y amarillas”; “los días de la bicicleta/ como un tomate secando en un cañizo/sudando inocencia”.
Y en sus versos sin artificio regresó todo lo que yo creía perdido. Volví a sentir la irracionalidad y la belleza; las ganas, el placer sin obligatoriedad. Y volví atrás, al principio; a ese Tokyo que fue “El ocaso y el amanecer de un millón de sueños”. Viaje y lugar, exotismo, verso metafórico, imagen, contraste; el gusto por la palabra y su juego, un “porvenir muerto” y una despedida sin dolor. Y volví a Barcelona dos, tres, cuatro, infinitas veces. Siempre sin fatiga. Siempre agradecido como “un niño boquiabierto”. Y encontré la sonrisa de un comienzo, el futuro intacto, todo porvenir. Y adiviné en ella el amor y el frío. Un nosotros roto y varias veces recompuesto; al final definitivamente imposible. Lo que se quería y dejó de ser. Y regresé a Albalate y su recuerdo. Tiempo irreductible, nombre propio, paisaje; “higuera que me vio crecer y un día alguien corto sin permiso”. Niñez “sin bajarnos de la nube”, “en un campo de ababoles”, y juventud primera, cuando “la vida a dos ruedas/ en una gasolinera/ sabe a veranos agrios/ a paladares inexpertos”
Tres lugares, tres partes y varias vidas. Y la reconciliación de un reencuentro, el mío, en los poemas de Sergio Grao.


Sergio Grao Palos. “Tokyo, Barcelona, Albalate”. 70 páginas. Editorial Comuniter. Zaragoza, 2012. 

jueves, 21 de junio de 2012

“TURIA” analiza la Concordia de Alcañiz y el Compromiso de Caspe


Se cumplen 600 años de dos episodios históricos claves
La revista cultural TURIA distribuirá su nuevo número a partir del próximo día 19 de junio y, como es habitual, entre la amplia variedad temática de los textos que componen el sumario, los lectores que se interesan por los asuntos y protagonistas aragoneses no quedarán defraudados. Les aguardan dos sugestivos artículos: el primero de ellos dedicado a analizar dos episodios históricos de gran trascendencia que tuvieron lugar en 1412 y de los que se cumple, por tanto, su 600 aniversario: la Concordia de Alcañiz y el Compromiso de Caspe. Ambos son objeto de un interesante artículo elaborado por Esteban Sarasa Sánchez, profesor titular de Historia Medieval de la Universidad de Zaragoza.
También las páginas de TURIA se publica la segunda y última entrega de un pormenorizado trabajo de divulgación acerca de uno de los personajes más singulares    del siglo XIX turolense: el escritor, profesor y político Manuel Polo y Peyrolón. Quien fuera uno de los más prolíficos y activos protagonistas del conservadurismo español, mostró siempre un verdadero compromiso social y creativo con Teruel. Carlista, católico y costumbrista, Polo y Peyrolón dispone ya de una aproximación amena y rigurosa que nos redescubre su controvertida biografía y su muy nutrida obra. 

El precedente de la unión dinástica de Aragón y Castilla
A través del trabajo escrito por Esteban Sarasa, TURIA ofrece la posibilidad de conocer más y mejor la Concordia de Alcañiz y el Compromiso de Caspe. Dos acontecimientos, ocurridos a comienzos del siglo XV, de gran trascendencia para Aragón y su Corona por ser el comienzo de una nueva dinastía y el precedente de la unión dinástica de Aragón y Castilla con los Reyes Católicos. Además, el Compromiso de Caspe tuvo especial repercusión histórica, no sólo en la Corona de Aragón, sino también en el resto de España y aun en la historia de Europa.
Como subraya el profesor Sarasa, “a lo largo de cien años (1369-1469) se desarrolló todo un proyecto político y de hegemonía peninsular entre los siglos XIV y XV, con el punto de inflexión de 1412 que tuvo al territorio de Aragón como escenario principal de unos hechos que cambiaron la historia española y también europea por las consecuencias de la entronización trastámara en la Corona de Aragón, con su política papal y su presencia mediterránea en disputa con las potencias continentales del momento y del resto del siglo XV”.
Dicho proyecto político tuvo uno de sus momentos más trascendentales en 1412 cuando, primero en Alcañiz, se convoca a un parlamento común entre aragoneses, catalanes, y valencianos. Y, sobre todo, cuando posteriormente en Caspe se produce la sentencia arbitral que dio continuidad a la Corona de Aragón y resolvió el problema sucesorio que se produjo con la muerte sin heredero legítimo de Martín el Humano en 1410.
Durante los dos largos años en que se dilucidó la cuestión de la sucesión, la Corona de Aragón estuvo en una situación política muy inestable, debido a que sin la figura del rey que aunaba a la población, y muy especialmente a la nobleza, el reino se dirigía hacia una guerra civil, produciéndose en esa época varias revueltas y asesinatos. Para solucionar este vacío de poder, los Parlamentos de los reinos de Aragón, Cataluña y Valencia, acordaron en Alcañiz el 15 de febrero de 1412, que tres personas designadas por cada uno de ellos fueran los que eligieran al nuevo rey, en un plazo de dos meses prorrogables a otros dos. Estas nueve personas, se reunieron el día 18 de abril, en Caspe, para escuchar a todos los pretendientes, y valorar los méritos de cada uno Surgieron varios candidatos de diferentes procedencias y con lazos de sangre más o menos cercanos con el anterior rey. Desde un principio la pugna estuvo entre, D. Fernando de Antequera y D. Jaime, Conde de Urgel. El día 24 de junio se procedió a la votación, y Fernando de Antequera resultó el elegido por varias razones: por ser el que tenía parentesco más cercano con Martín I, porque el reino de Aragón, que apostó por este candidato, todavía era muy influyente en la Corona, y además contaba con el apoyo del Papa Benedicto XIII, quien lo consideraba un futuro aliado, y lo más importante para aragoneses y valencianos, representaba unas posibles relaciones económicas con Castilla, aspecto éste que no podía aportar el segundo en discordia, el conde Jaime de Urgel. Por tanto, el Compromiso de Caspe supuso el nombramiento como rey de la Corona de Aragón a Fernando de Antequera, el cual en sus cuatro años de reinado (1412-1416) reforzó la monarquía y continuó con la política de matrimonios, tendente a la unión con Castilla. Un asunto que culminaría décadas más tarde, con el matrimonio entre Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, los Reyes Católicos. La interpretación y revisión de lo ocurrido en Caspe en 1412 ha sido y es objeto de atención permanente por los historiadores. Buena prueba de ello es que este tema será el protagonista del próximo XIX Congreso de la Corona de Aragón, que tendrá lugar los días 26 al 30 de junio en Zaragoza, Caspe y Alcañiz. Aunque con matices, puede decirse que la Concordia de Alcañiz y el Compromiso de Caspe fueron ejemplos de diálogo y responsabilidad política que resolvieron un problema sucesorio pacíficamente cuando otros estados europeos y aun hispánicos lo hicieron con las armas en otros momentos, antes y después del siglo XV. Y fueron los representantes de Aragón los que, en un tiempo de crisis y dificultades, lideraron ese proceso.
En ese sentido, y de acuerdo con la tesis que Esteban Sarasa desarrolla en TURIA, hay que “destacar que Aragón fue el escenario principal de los acontecimientos, y los aragoneses, a través de sus propias autoridades, llevaron excepcionalmente la iniciativa en el proceso que concluyó con la elección del que, posiblemente, era el candidato más idóneo para el momento general de la Corona y para los intereses particulares del reino cabeza de la misma”.

Redescubrir a Polo y Peyrolón.
En el sumario de este próximo número de TURIA también sobresale la publicación de la segunda y última parte del artículo “Manuel Polo y Peyrolón: católico, carlista y costumbrista”. Se trata de un amplio, interesante y riguroso texto de divulgación que permite rescatar del olvido la figura de Manuel Polo y Peyrolón (1846-1918), uno de los indiscutibles protagonistas del siglo XIX turolense. En él, Francisco Lázaro Polo elabora un pormenorizado análisis, que ha ocupado dos entregas, acerca de un autor que siempre consideró la Sierra de Albarracín, en la que pasó largas temporadas estivales y de mayor, “como su verdadero hogar, así como su eterno y añorado paraíso”. Y esa serranía turolense no sólo será su espacio literario,  también el territorio donde comience su carrera política, o donde ejerza su catolicismo.
Lázaro Polo subraya que, en Polo y Peyrolón, el carlismo no sólo está presente y protagoniza dos de sus novelas sino que impregna casi todos sus textos. Por ejemplo su primera novela, “Pacorro. Novela de costumbres serranas”, escrita en 1905, “transcurre en un pueblo de la Sierra de Albarracín, Tapiasrrojas, cuyo correlato no es otro que Torres de Albarracín. El protagonista es Pacorro, joven carlista, con todas las virtudes que uno puede imaginar, un modelo digno de imitación. Su antagonista es Lilailas, hijo del alcalde republicano, con todos los defectos que también uno puede imaginar. Simbolizan dos visiones del mundo distintas: la buena, que es la carlista; y la mala, que es la liberal. Ambas enfrentadas. Un maniqueísmo que desemboca en el asesinato de Pacorro, por parte de Lilailas, por envidia y en venganza por haberle arrebatado a la mujer que amaba. Desgraciadamente, este caínismo abundará en la vida y en la literatura de la España contemporánea”.
Sus creencias católicas y su ideología carlista  también las defendió Polo y Peyrolón desde la tribuna del Congreso de los Diputados y desde la del Senado: “una de sus intervenciones parlamentarias más curiosas es aquella en la que reivindica la conveniencia de que, en las Escuelas Normales de aquellas regiones con dialecto propio, se imparta la enseñanza de la modalidad para que los maestros la aprendan. La postura defendida por Manuel Polo y Peyrolón se inscribe dentro de los distintos movimientos decimonónicos de recuperación de las culturas y las lenguas regionales de España; una actitud que había comenzado con el Romanticismo”.
De acuerdo con las tesis de Lázaro Polo, “por confluir el localismo, costumbrismo y popularismo en su literatura, amén de por regionalista, a Manuel Polo y Peyrolón podríamos incluirlo como miembro del grupo que cultiva la novela regional aragonesa: Blas y Ubide, López Allué, Eusebio Blasco, Romualdo Nogués…”. Entre esa producción narrativa, cabría recordar títulos como “Costumbres populares de la Sierra de Albarracín: cuentos originales”, de 1876, reeditada y ampliada en 1910 con el título de “Alma y vida serranas. Costumbres populares de la Sierra de Albarracín” y “Los Mayos”, de 1878.


lunes, 11 de junio de 2012

Abuelos y nietos


Reseña publicada en la sección "Literatura" del suplemento dominical del Diario del AltoAragón, el domingo, 10 de junio de 2012.
http://www.diariodelaltoaragon.es/SuplementosNoticiasDetalle.aspx?Sup=1&Id=751829

Quizás será porque yo he pasado los veranos de mi infancia en un pueblo y eso me haga verlo de otra manera, pero creo que este cuento habla de algo que se ha perdido, de algo que ya no es como entonces. Supongo que es inevitable, que todo ha cambiado, pero no por eso puedo evitar sentir cierta nostalgia. Porque “Los caminos de los árboles” sucede en una casa con un jardín o un corral en donde hay un enorme ciruelo en flor. Un banco junto a la casa en el que un abuelo y su nieto están sentados juntos, observando el atardecer y el árbol. Tal vez será porque ahora vivimos en ciudades y nuestros hijos ya no pasan el verano con sus abuelos en el campo. Que ahora pasan quince días en la playa y el resto en campamentos urbanos. Que ahora, los abuelos, se han hecho niñeras que cuidan de sus nietos en su piso, los llevan al parque, a los columpios o al centro comercial a pasear. Tal vez la relación entre abuelos y nietos ha cambiado. O tal vez no. Pero este cuento trata de eso, de cómo debería ser esa relación. El nieto pregunta y el abuelo contesta. El abuelo tiene todo el tiempo del mundo y el nieto quiere saber si para subirse al árbol necesita ser más grande, más fuerte. Y el abuelo le contesta que no. “Lo que necesitas es paciencia, pensar hasta que encuentres la manera de trepar por él. Cada árbol tiene su propio camino”. El abuelo tiene la experiencia, la sabiduría. Y el nieto curiosidad. El abuelo puede enseñarle, ayudarle. El árbol es una metáfora. Subir al árbol es el objetivo de lo que se quiere conseguir en la vida. No es fácil, pero subir es lograr lo que se desea. “Cientos de árboles, todos distintos y cada uno con su propio camino”. Y una vez arriba le contará a su abuelo lo que ve. Simbólico texto que se apoya en maravillosas ilustraciones naif, con técnica de patchwork y un fascinante colorido.


“Los caminos de los árboles” Texto de Pep Bruno. Ilustraciones de Mariona Cabassa. Ediciones La Fragatina. La Seu d’Urgell (Lérida) 2012.

domingo, 27 de mayo de 2012

La elipsis y el K.O.



"Casi tan salvaje" la colección de relatos de Isabel González publicada por Páginas de Espuma:
http://luisborras.wordpress.com/

jueves, 10 de mayo de 2012

En busca de "El Dorado"

Uno lee siempre esperando. Supongo que se trata de eso, de leer esperando encontrarse con algo excepcional, por encima de la media, de la literatura modesta y de buenas intenciones. Y a veces, raras veces, sucede. Pero esta novela de Javier Gómez Hernández no es el caso.
Recientemente, José Ovejero, en una entrevista en el Diario de Navarra ha dicho: “El lector no es cómplice a no ser que le des buena literatura. No se trata de leer a alguien sólo por su vida o por lo que haya hecho, tiene que contarlo bien. ¿Por qué las novelas tienen que ser hoy ante todo entretenidas? Para pasar el rato ya está la televisión.” Y poco más hay que decir.
Javier Gómez ha escrito una novela entretenida, una de esas novelas que se leen sin arrepentimiento, pero sin la emoción del encuentro con la buena literatura. Javier ha escrito un buen ejercicio escolar de redacción que merece el aprobado, pero no más. Y con esto no quiero despreciar la novela, no es para tanto, ni mucho menos para dejarla a medias o tirarla a la piscina vacía. Es problema mío y de mi exigencia, de mi concepto de qué debemos pedirle a la literatura.
Javier y su mujer decidieron adoptar un hijo. Y con esa decisión han vivido una experiencia dura e inolvidable que puso a prueba su determinación y su constancia, pero también que ha sido –sin duda- emocionante y gratificante. Una experiencia que Javier ha querido compartir contándola por escrito, reflejándola en una novela. Y esa parte central es la más valiosa e importante de “El guardián de la leyenda”. Una parte en la que encontrarán a los lectores cómplices de su historia, la parte con la que podrán identificarse -a modo de catarsis- todos esos matrimonios que han pasado por esa misma experiencia. Una parte que también servirá a los que estén pensando en adoptar como lectura de referencia, guía de errores y aciertos.
Y es que las pruebas que deben ir superando los candidatos a adoptantes resultan una auténtica carrera de obstáculos. Presentación de instancias, notificaciones, reuniones en grupo, entrevistas –interrogatorios más bien- personales y evaluaciones de idoneidad que desanimarían a cualquiera. Los larguísimos plazos –cuatro interminables años desde que se inicia el proceso-, el numeroso papeleo, el laberinto administrativo, los desplazamientos, la incertidumbre y la falta de noticias. Esfuerzos y dudas que se ven hoy en día aliviados por el encuentro y la comunicación en foros y páginas web. Empeño que requiere de una gran fortaleza mental y que se ve recompensado con el viaje definitivo al país de adopción, estancia en ese país que puede durar un mes y en el que se pasan nuevas evaluaciones o que incluso puede resultar un fracaso. Toda una dura prueba que al final se da por buena cuando se tiene al hijo entre los brazos.
Esa parte es además un homenaje a Colombia y su región de Boyacá. Una completa y minuciosa guía de viaje. Autobiografía, cuaderno, diario de ciudades, paisajes, historia, cultura, hoteles recomendados, excursiones, restaurantes y el recuerdo de las personas que se conocieron en ese país y que compartieron ese tiempo. Amistad y agradecimiento infinito.
"El guardián de la leyenda” es la memoria personal de unos padres, un regalo inolvidable para un hijo (adoptado). Lo demás, la parte narrativa, de ficción, es otra cosa. Su capítulo de “Casi cinco siglos atrás” resulta un buen y esforzado trabajo de reconstrucción histórica, documentación, lectura, estudio y reescritura a cerca de “El Dorado” y su leyenda. Pero su “Prólogo” y “Búsqueda con comienzo y revelación” con su mapa del tesoro, su viaje, aventura, juego de pistas, personajes y túnel secreto resulta –literariamente- una trama demasiado pueril e infantil.

Javier Gómez Hernández. “El guardián de la leyenda”. 242 páginas. Éride ediciones. Madrid, 2011.

jueves, 29 de marzo de 2012

No sólo para mujeres

Reseña publicada en el suplemento Artes&Letras del Heraldo de Aragón el jueves, 29 de marzo de 2012.

Este puede ser un libro hecho por y para mujeres, pero a quien de verdad se lo recomiendo leer es a los hombres. Advirtiéndoles antes que en estos doce relatos se van a encontrar con la versión o punto de vista personal de Margarita Barbáchano sobre varios temas. Opinión con la que se puede estar de acuerdo o no –según cada cual-, pero que tiene la innegable virtud de darle voz a las mujeres y por la que los hombres, al escucharla, podrán aprender a cerca de ellas, sus necesidades, reacciones y silencios y comprenderlas mejor.
Temas que, analizados desde la perspectiva de una mujer, resultan comunes y afectan a los dos aunque las respuestas, la manera de llevarlo puedan ser distintas. Verse mayor de repente, contemplar los estragos de la edad en la cara y el cuerpo; la jubilación forzosa y anticipada, el despido a los cincuenta y sus devastadoras consecuencias, la humillación y la pérdida de la autoestima; los problemas con los hijos, primero la adolescencia y luego cuando se van de casa; la separación y los motivos de cada uno; las manías y achaques de la vejez o el convertirse un día en abuelos.
Temas específicos de las mujeres que han cumplido los cincuenta y cómo les afecta esa edad: el sexo, las arrugas en el espejo, las dietas para no engordar, y, sobre todo, la menopausia y sus consecuencias.
Y temas polémicos como el suicidio asistido, la ideología política, el asesinato, la prostitución masculina, las drogas o el lesbianismo que -para mí- resultan oportunistas, tendenciosos o de un cinismo inaceptable como en el caso de la infidelidad que se justifica alegremente.
Relatos que para bien y para mal están más cerca del reportaje periodístico, del artículo de sociedad que de lo estrictamente literario, pero que en ningún caso producen indiferencia o aburrimiento.
Opinión desarrollada, introducida en una narración como la forma de llegar y permanecer más allá de la hoja de un periódico, la noticia con fecha de caducidad o la fría estadística.
Temas comunes y específicos; consecuencias, sentimientos, efectos que serán igual, se repetirán igual ahora que dentro de treinta años. Momentos para los que seguirán valiendo las mismas soluciones que da Margarita: tener el valor, la fortaleza y el ímpetu para empezar una nueva vida. Saber lo que ella siente y necesita, que siga siendo visible sí, pero también lo que es necesario para los dos: el respeto, la igualdad desde la complicidad y el amor, la comunicación y la sinceridad. Dejar el machismo y el hembrismo para los malos chistes y los estereotipos. Y una lección final sobre la apariencia y la dignidad en un gran relato último sobre cómo, cumplidos los setenta, recién liberados, podemos todavía reinventarnos.

Margarita Barbáchano. “Mujeres en la edad invisible”. 182 páginas. Mira Editores. Zaragoza, 2011.

martes, 6 de marzo de 2012

Turia rescata la poesía de Jesús Moncada

La revista cultural TURIA distribuirá su nuevo número a partir del próximo día 15 de marzo y, como es habitual, entre la amplia variedad temática de los textos que componen el sumario, los lectores que se interesan por los asuntos y protagonistas aragoneses no quedarán defraudados. Les aguardan dos sugestivos artículos: el primero de ellos dedicado a rescatar del olvido la poesía de Jesús Moncada. Sin duda, el gran escritor de Mequinenza, de reconocida solvencia y prestigio como narrador gracias a novelas como “Camino de sirga”, nos revela ahora una faceta inédita y digna de atención.
También las páginas de TURIA redescubren a uno de los personajes más singulares y notorios del siglo XIX turolense: el escritor, profesor y político Manuel Polo y Peyrolón. Quien fuera uno de los nombres propios más prolíficos y activos del conservadurismo español, mostró siempre un verdadero compromiso social y creativo con Teruel. Carlista, católico y costumbrista, Polo y Peyrolón merecía una aproximación que nos clarificara y actualizara su controvertida biografía.


La prehistoria lírica de Jesús Moncada
A través de un trabajo elaborado por Javier Barreiro, TURIA ofrece la posibilidad de conocer más y mejor la labor creativa de Jesús Moncada (1941-2005). El hallazgo, en una librería de viejo, de un conjunto de poemas de Moncada publicados en 1961 constituye toda una sorpresa. Barreiro nos da noticia detallada de este rescate y valora los versos que Jesús Moncada escribiera en su juventud y que vieron la luz en una llamada “Hoja mural de poesía para el pueblo”.
Jesús Moncada había hecho el bachillerato en Zaragoza, en el Colegio de Santo Tomás, donde tuvo como profesor de literatura a Rosendo Tello. En 1961, fecha de la edición de sus versos, se encontraría estudiando en la Escuela de Magisterio, donde obtuvo el título que después ejercería en su Mequinenza natal.
El interior de la publicación es un desplegable con los dibujos intercalados entre los textos. Dos poemas breves con los títulos de “Gaviota de la agonía” y “Gaviota del amigo”, dos narraciones dialogadas que se pueden considerar como prosa poética, “Emboscada” y “Lilas”, y diez composiciones cortas que Moncada enmarca bajo el título general de “Poemas” son el contenido de la publicación.

viernes, 2 de marzo de 2012

La tercera España

Reseña publicada en el suplemento Artes y Letras del Heraldo, el jueves, 1 de marzo de 2012

José Ramón Arana, pseudónimo de José Ruiz Borau, nació en 1905 en Zaragoza y murió en 1973 en la misma ciudad. Primero cenetista y después de la UGT, durante la Guerra Civil ocupó diversos cargos públicos relevantes en el Consejo de Aragón y en 1939 estuvo interno en el campo de Gurs, en Francia; de donde consiguió salir para irse a México, en donde vivió hasta un año antes de su muerte. En aquel país trabajó de vendedor de libros hasta que montó su propia librería.
Agitador cultural, editor literario, director y redactor de revistas, poeta, narrador, ensayista e incluso dramaturgo fue dinamizador del exilio español. Arana es, sin duda, de esos personajes que merece la pena recuperar desde esa perspectiva. Pues su subrogación al Partido Comunista y pertenencia al siniestro SIM y el abandono, en plena guerra, de su mujer y sus hijos -una trágica historia que espero que obtuviera de ellos la reconciliación de su perdón- no resulta nada edificante ni ejemplar.
“El cura de Almuniaced” es una novela corta que fue publicada por vez primera en México en 1950 y que ahora recupera acertadamente Gara d’Edizions. Almuniaced es en realidad Monegrillo, el pueblo materno y en el que sorprendió a Ruiz el estallido de la Guerra. Entiendo que algunos lectores encontraran en esta novela una historia a la medida de esa horrible frase hecha de sus filias y fobias. Y yo no me opondré, cada cual es libre de decorar a su gusto la república independiente de su casa. Y más que nada porque es verdad que la historia que cuenta, así, reducida a lo más básico y superficial; narra eso, el asesinato de un cura por las tropas franquistas. Habrá otros que decidan ir más allá y entren en su aspecto filosófico y teológico. La personalidad de Mosén Jacinto, su protagonista. La duda que lo hace humano, débil y fuerte. La cita de Machado. La pugna entre fe y razón. La Generación del 98, los carlistas de Valle-Inclán, el médico del pueblo y Baroja y la parte metafísica y su explícita relación con Unamuno, más cerca de El Sentimiento trágico de la vida que de San Manuel Bueno, martir. Incluso también con el papel de la Iglesia en aquella Guerra y su culpa, y el reflejo sociológico de aquella década de los cincuenta en España y un nuevo movimiento, los cristianos de base, los curas obreros, su implicación en las reivindicaciones sociales; la teología de la liberación y su interacción con el marxismo.
Yo me quedo con la parte narrativa, su estilo nítido, telegráfico y demoledor. La poesía latente, siempre a la vista. La añoranza, evocación detallista, melancólica y enamorada del paisaje de los Monegros. Recuerdos que ningún destierro y ninguna lejanía consiguieron eliminar. “Quieto, abstraído, dejaba correr los ojos tierras arriba, hasta donde la sierra, rosa y azul, es una quilla adormecida en la llanura”.
Y me quedaré, sobre todo, con lo que entiendo que es hoy y ahora lo más válido, setenta y seis años después de aquella trágica y maldita Guerra: Mosén Jacinto no estaba con unos ni con otros. Fue fiel a su conciencia, a su fe y pago con su vida. “Delincuentes eran todos, los que se iban y los que se quedaban, los del orden y los del desorden. Todo el que sentía odio y lo avivaba en los demás delinquía contra la ley de Dios, contra el interés de la Patria, contra lo divino y lo humano. Allí no había redentores de izquierdas ni salvadores de derecha, sino locos, fraticidas, verdugos”.
En aquella época no se podía ser independiente, la inmensa mayoría eligió un bando por imposición o por voluntad propia. Algunos de los que no se sentían identificados ideológicamente con ninguno, o desencantados o aterrados por los dos, abandonaron España; otros no pudieron hacerlo. Para mí esta novela tiene el valor de presentar a un personaje de aquella tercera España que no fue posible y quedó en minoría ahogada por la irresponsabilidad política y su discurso, arrasada por el odio y el fanatismo, por aquella “locura de caínes”.

José Ramón Arana. “El cura de Almuniaced”. 92 páginas. Gara d’Edizions. Zaragoza, 2011.

domingo, 26 de febrero de 2012

Con diez cañones por banda

Resulta emocionante que en esta tierra de interior alguien escriba una novela de aventuras, piratas y viajes por dos océanos y tres continentes. Océano Atlántico e Índico, costas de América, África y Asia. Sólo por eso ya merece la pena embarcarse. Y puedo asegurar que el largo, exótico y emocionante viaje no defrauda.
Teresa Sopeña nos lleva la noche de difuntos de 1728 hasta un caserón en la costa de Nueva Inglaterra para encontrarnos con un viejo capitán pirata a quien las crónicas daban por muerto. Encontrarle vivo y hablar con él es la última esperanza para confirmar una paternidad ausente, pero también para saber si la leyenda era cierta, si realmente existió Libertalia, una república de hombres libres en la isla de Madagascar.
Canción pirata de Espronceda, cuento de las mil y una noches y de Tagore, libro de la selva de Kipling. Todo eso es esta novela. Pero también un extraordinario trabajo documental: ensayo sociológico y filosófico; bibliografía, historia, oceanografía y diccionario de náutica. Puertos, ciudades, selvas, islas, mares, vientos y barcos. Mercancías, abordajes, comercio, naufragios y travesías. Hindúes, anglosajones, holandeses, portugueses, árabes. Y todo ambientado a finales del siglo XVII y principios del XVIII. Novela neo-clásica de periplo y epopeya que avanza luchando por desentrañar un misterio superando todos los retos y obstáculos. Teresa siguiendo la estela de Defoe, Swift y Lino Novás. Hombre que sigue el rastro de otros hombres. Aventura dentro de otra aventura. Doble esfuerzo, éxito de Teresa recreando por un lado la vida de los piratas y por otro la crónica de su búsqueda. Pasado y presente. Un viejo manuscrito y un nuevo libro. Novela de acción y minuciosa descripción –tediosa por momentos pero que se salva con humor inteligente- y reflexión. Y en esta reflexión está lo importante. Porque ya no se trata solamente de la acción, de un hijo en busca de su padre, sino de la búsqueda de un ideal y de un lugar.
El contexto es el siglo XVII, una época de luchas y persecución religiosa, patentes de corso, esclavitud, colonialismo, crueldad y avaricia, y frente a eso Teresa nos presenta la República de Platón y la Utopía de Tomás Moro. Y a unos piratas, proscritos sin rey ni amo, que quieren convertir esa utopía en realidad, fundar una república de hombres libres e iguales en la que existía la propiedad comunal, la participación de sus integrantes en la toma de decisiones -un hombre, una voz, un voto- sin importar raza ni credos.
Encontrar ese lugar es el verdadero viaje de esta novela. Una patria sin castas ni esclavos donde la libertad sea verdad. El mito de esos piratas buenos resulta innegablemente atractivo, pero esa utopía política sin propiedad privada me suena a cuento chino. Sin embargo algunos de sus principios rectores y morales que hoy nos parecen obvios e imprescindibles en aquel viejo siglo no existían, y por eso esos hombres que quisieron conquistarlos bien merecen este viaje, embarcarnos con ellos por dos océanos y tres continentes y salir a buscarlos.

Teresa Sopeña. “Libertalia”. 290 páginas. Mira Editores. Zaragoza, 2011.

viernes, 17 de febrero de 2012

Nomeolvides

Yo no tengo ningún tatuaje, y, sinceramente, me llevaría un disgustazo si alguno de mis hijos se pusiera uno. Sí, soy un carca. ¿Qué pasa? Mi experiencia más cercana son las calcomanías que salían en los chicles bazooka. Los tatuajes eran cosa de marineros, legionarios y gente que había estado en la cárcel Y este ensayo de Salillas viene a explicarme porqué pensaba eso. Lo de ahora es más un criterio estético y antifutbolístico.
Rafael Salillas que nació en Angüés (Huesca) en 1854 es uno de esos personajes desconocidos y olvidados que merece la pena recuperarse. Médico, periodista, profesor del Ateneo de Madrid, creador y director de la Escuela de Criminología y Diputado, publicó una veintena de libros y fue precursor, pionero y divulgador de la antropología criminal en España. En 1908 publicó este ensayo: “El tatuaje”, que aunque no es un libro de lectura cómoda aporta sin embargo datos históricos y realmente curiosos sobre el origen y evolución del tatuaje. Lo primero que hay que tener en cuenta para no perder la perspectiva es cuándo se escribió este ensayo. No se trata del tatuaje ahora sino de quién y porqué se tatuaba en el siglo XIX y principios del XX en Francia, Italia y España. Y en aquella época y en esos países, tatuarse era –con algunas excepciones- propio de marineros, delincuentes y presos. Por eso resulta tan jugoso el exotismo de un diplomático español que se había tatuado en Japón, descubrir que la alta aristocracia inglesa se tatuaba con gusto y el episodio de ese profesor Williams, un tatuador de los EEUU que se exhibía con su mujer -también tatuada- en un teatro de Londres y que en una entrevista a un periódico británico afirmaba que “el tatuaje se está haciendo una de las artes más hermosas y uno de los anhelos más en moda”.
Lo mejor de este ensayo está en comprobar que a parte de esa extravagancia; de que fuera signo de pertenencia a un gremio, a un cuerpo del ejército o profesión de fe; que se hicieran por imitación; fueran propios de un colectivo marginal y carcelario; que algunos de sus dibujos fueran divertidamente pornográficos, “Lo que se hace en el tatuaje se hace en el anillo, en el medallón, en la estampa, en la corteza de un árbol, en las paredes, en los bancos, en los espejos de los restaurantes con el diamante de los anillos”. Los tatuajes podían ser Cristos y vírgenes; lemas políticos escritos en la piel: “Viva la anarquía”; de protesta, juramentos y anagramas de venganza; lemas delirantes: “Viva el vino” o fatalistas: “Hijo de la desventura”. Pero sobre todo los tatuajes eran una cicatriz, una forma de memoria; souvenir, recuerdo imperecedero. Los tatuajes de un hombre podían representar su biografía: la herida, los lugares en los que había estado, el símbolo, las amistades o la traición, las desgracias, las aficiones, la fe religiosa. Eran formas mnemotécnicas, la manera de no olvidar. Eran la expresión, la forma de grabar un sentimiento, y, sobre todos los demás, el del amor, la pasión amorosa. Corazones atravesados de puñales y flechas, simples iniciales, el nombre e incluso el apellido de la mujer amada. “Carmen piensa en Vicente y yo no te olvido año 1901”. Grabado con tres alfileres sujetos a un palito y con tinta china.



Rafael Salillas. “El tatuaje”. 204 páginas. Ediciones Nalvay. Almudévar (Huesca), 2011.

martes, 31 de enero de 2012

Trilogía de Giménez Corbatón



Reconozco a Giménez Corbatón como a uno de los mejores narradores vivos de Aragón. Y lo creo desde que me deslumbró con su novela “La fábrica de huesos”. Crónica de una nueva generación nacida en barrios de aluvión, extrarradio y casas baratas; de padres trasplantados del campo a la ciudad, jornaleros convertidos en operarios de fábrica que cambiaron de sitio pero no de vida; nuevos dueños y viejos criados; historia de lucha y dignidad por salir adelante que muchos conocemos de cerca.
Deslumbramiento que se confirmó con sólo leer “La umbría”, aquel primer cuento, magistral y doloroso, de su colección de relatos “El fragor del agua”. Con los relatos de ese libro materializó un universo extinto y presentido en los largos veranos de mi infancia, sació mi curiosidad de adulto sin respuestas; me trajo con sus palabras la conciencia física y estremecedora de un mundo desaparecido y los que lo habitaron: los masoveros y sus vidas sacrificadas resurgiendo de las ruinas y el olvido.
Supongo que compartir origen y geografía une. Él a un lado de Castellote; Santolea y su embalse; La Algecira y todos los Mas despoblados; el mío al otro lado, en Las Parras y el río Bergantes, a ambos lados de la raya de Castellón y Teruel.
Reconozco mi predisposición sentimental, la coincidencia en la mirada, mi agradecimiento por recuperar con sus relatos la vida y una de sus formas más duras. Pienso que si alguna vez tuviera que explicarles a mis hijos cómo era la vida de sus bisabuelos podría recurrir a las maravillosas guías etnográficas de Fernando y Ana Biarge, pero que esos libros les enseñarían sólo la parte visual del todo; que si de verdad quieren sentirlo, entenderlo, vivirlo en plenitud, deben leer los relatos de Giménez Corbatón.
Y en “Tampoco esta vez dirían nada”, esta segunda colección de relatos, tenemos la suerte de regresar, volver con sus palabras a El Crespol y Cantalar, al territorio del Maestrazgo y sus habitantes. A su soledad y sus recuerdos, su destino, su dignidad y su derrota. Su vida agreste y libre, sus secretos desvelados en una confesión. Su humillación y su orgullo. Sus heridas, su hambre, su dolor, su miseria y sus trampas. Su dura existencia no exenta de brutalidad, lágrimas, piedad, humor, ternura y amor. El abandono de las masías. La última historia de sus últimos moradores. Su propiedad y herencia, su renuncia forzosa, su emigración, sus muertos y sus cementerios. Relatos de sus actuales habitantes; esa vida nueva adaptada a los nuevos tiempos y a sus dificultades. Nuevas historias y nuevas voces de un viejo mundo cada vez más pequeño y lejano. Nietos, hijos, padres, abuelos, hombres y mujeres; presente y pasado de aquellos masoveros. Historias siempre de supervivencia, mundo que se niega a morir del todo, a perder del todo su memoria. La narrativa de Giménez Corbatón es la resurrección a la vida de un tiempo y un lugar, la pedagogía sin nostalgia; es lirismo, sentimiento, naturalismo, épica y realismo; es, sobre todo, la dolorosa carnalidad de sus personajes, su absoluta humanidad.
“Voces al alba” podría haber convertido a ese universo narrativo en una tetralogía esencial, pero no puede formar parte de él. Comparte con ellos escenario y esencia, pero unas veces las historias se hacen mitin y otras retales de sastre. Porque el cuento que le da título es un magnífico relato épico de humillación, venganza, amor, fidelidad y sacrificio, pero también un retrato parcial e incompleto de los guerrilleros comunistas del maquis. Talento puesto al servicio de la propaganda. El resto del libro nos deja momentos de evocadora y lírica belleza recuperando a algunos personajes de “La fábrica de huesos”, pero mezclando por una parte fragmentos afrancesados que afortunadamente fueron descartados de la novela y por otra un idealismo político que secuestra la narración convirtiéndola en un bochornoso panfleto.
La obra narrativa de Giménez Corbatón, esa que le ha convertido en uno de los mejores de Aragón, está formada por una trilogía.

José Giménez Corbatón. “Tampoco esta vez dirían nada”. 185 páginas. “Voces al alba” 186 páginas. Prames-Las Tres Sorores. Zaragoza, 2011.



martes, 17 de enero de 2012

Tragedia y melodrama

Esta novela obtuvo el Premio Sésamo en 1989 y Ediciones Gallimard la publicó en Francia unos pocos años más tarde. Ahora, veintidós años después, Mira Editores, por mediación de Fernando Aínsa, la publica por primera vez en España.
Gregorio Manzur, argentino nacido en Mendoza en 1936, lleva residiendo en París desde la década de los sesenta. Ha sido actor de cine y profesor de teatro, ha trabajado en televisión, escrito novelas y piezas teatrales; periodista, productor y locutor de radio y ha vivido en varios países. La suya es una de esas biografías que asombra y deja en evidencia a la mayoría de los que quieran competir con él en chinchetas clavadas en el mapamundi y visados estampados en el pasaporte. Apabulla su experiencia vital, tanta y tan variada, que dudas si el personaje de si mismo no acabe convirtiéndose en caníbal inmisericorde de su obra literaria.
Gregorio sitúa su “Sangre en el ojo” en la Argentina rural y mestiza donde nació y la narración comienza con la determinación de un hombre por cometer un crimen, un asesinato. La única forma de acabar con el competidor por el amor de una mujer. Aunque matar al amante sólo elimina la mitad del problema, pues la mujer está casada. Triángulo que no puede calificarse de amoroso sino más bien como una representación del juego del billar francés, ese que se juega con tres bolas y que es la metáfora que estructura la trama. Aunque el billar es en esta historia mucho más que una alegoría, es una parte esencial de la escenografía, es la conexión de una amistad que resulta fundamental y salvadora; y son su ritual y teoría, sus tácticas y, sobre todo, su simbolismo la forma de explicar y entender el juego de la vida y de la propia novela.
Fernando Aínsa la asimila a una tragedia griega, y realmente hay algo de eso en esta historia. Hay amor; amor irracional de ese que sólo se vive antes de los veinte años. Amor por el que un hombre joven sin coraje está dispuesto a matar a un amigo por la espalda. Hay un destino impuesto, un matrimonio obligado por el interés de un padre; una hija joven y hermosa casada con un viejo abyecto y borracho. Hay una excelente galería de personajes muy bien dibujados: tiranos y súbditos, supervivientes y chulos, valientes y chivatos. Hay celos, envidia, odio y amistad. Y hay traición, una encerrona a partir de la que todo se rompe, muta y se destruye. Hay un padre putativo y una madre antigua amante del señorito del pueblo. Hay un hijo proscrito y una muerte inesperada y salvaje. Hay violencia, amor filial y lágrimas y hay, entrelazada en toda esa tragedia, un pueblo y sus habitantes, un rincón de amargados que se nutre de intrigas, hipocresía, falsedad y chismorreos. Y hay un asco infinito, una repugnancia hasta el vómito por ese poder local y su despotismo bárbaro; un cura, un juez de paz y un comisario que se confabulan para tapar un escandaloso asesinato. Pero esta es también una novela de aprendizaje, de morir el muchacho para dejar paso al hombre, de conocer el dolor que eso implica, de que no es fácil crecer. Es conocer la verdadera amistad, la incondicional, la que cree en ti y te salva; la moraleja de una buena acción, la deuda y la gratitud, la ayuda en una fuga que es una genial escena entre cómica y heroica.
“Sangre en el ojo” bordea el límite del folletín histriónico, pero le salva la ambientación, el fatalismo, los personajes del ciego huérfano y el turco, maestro del billar y la vida. Pero ese final… esa inesperada aparición de la mujer amada como regalo sorpresa y despedida, esa petición ¡de culebrón!: dejame un hijo; esa ¡inesperada aparición! del amante rival, su pelea de navajeros y ese perdonarle la vida; ese confesar haberle dejado a su mujer como el que presta una cosa de su propiedad, alquiler al que ella accede con una sonrisa. Ese final convierte a la tragedia en un ridículo melodrama

Gregorio Manzur. “Sangre en el ojo”. Mira Editores. Zaragoza, 2011.

lunes, 2 de enero de 2012

De la mano del ángel de la infancia

Este poemario de Blanca Langa fue premio “Gerardo Diego de poesía” para autores noveles en 1988.
Ahora, veintitrés años después, la editorial Telee ha decidido reeditarlo.
Telee es el proyecto de Juan Carlos Martín, que puso en marcha y durante un tiempo regentó la librería “Donde los libros” en Calatayud.
Ahora Juan Carlos vive en Madrid, pero antes de cambiar de ciudad, publicó y promocionó a autores locales. Y ese localismo es algo muy meritorio, pero al mismo tiempo corre el riesgo de convertirse en autarquía si se prescinde de la calidad.
En cualquier caso, y por encima de mi criterio personal, se debe destacar la calidad de la edición de este poemario. Porque este “Cementerio de gorriones” es un libro editado maravillosamente. Con tapa dura, papel satinado e ilustrado con los cuadros de Mercedes Torres López. Además al libro le acompaña un CD en el que se pueden escuchar los poemas de Blanca recitados por José Carlos Álvarez.
Una edición totalmente inusual de un libro de poesía. Y, sobre todo, para un libro como este, quizás destinado más para un consumo interno, de círculo pequeño a pesar del premio.
Estos poemas son, según explica Blanca en el prólogo: “Poemas sobre recuerdos de mi infancia y de mi adolescencia”. Poemas a los que, en general, les viene bien la calificación de dulces y tiernos a pesar de tratar el tema de una pérdida. “Cuando quisimos darnos cuenta debutábamos en un mundo de adultos”. Poemas –para mí- sencillos y amables: “Yo sé que nunca más/encontraremos la tierra prometida,/que el dulce paraíso de la infancia/se vuelve inalcanzable/y tan ajeno/que es imposible cruzar de nuevo el puente./Pero prefiero que nadie me lo diga”.
Palabras para nombrar y recuperar ese tiempo pasado, nombres propios que guardan la imagen de aquel entonces. Nombres necesarios, cargados de simbolismo, y, al mismo tiempo, peligrosas referencias que pueden convertirse en palabras cursis en la voz de un adulto. Un tono obligado que se convierte en poesía inocente, blanda y ñoña. Porque tal vez éramos así en aquellos días.
Poemas –para mí- parciales. Con alguna imagen, algún verso logrado: “El agua sabe amarga y envenena/la prisa me acuchilla los talones”. “Silencio/la sempiterna palabra absoluta”. “Cisnes de incógnito en sus trajes de pato”. Poemas del desengaño y la nostalgia sin palabras que produzcan heridas que se infecten, aunque no ausentes de belleza: “Nos devuelven las cartas que escribimos…/Si un ángel nos saluda en un suburbio”.
Poesía –para mí- de sí y no. “Si miramos atrás y no nos recordamos”. “Si vivimos, es sólo de prestado/caminamos con botas alquiladas/hablamos con palabras adquiridas/Más que vivir, vamos sobreviviendo”. Parte de un poema final: “Nosotros” que es lo mejor del libro. El único que –para mí- y a excepción de un verso, se salva entero.
Este es un poemario premiado, pero a mi no me gusta. Quizás sea porque a mi me gustan más otras imágenes. Imágenes urbanas fabricadas con palabras menos bondadosas, más crueles y duras, más poderosas, menos amables.
El melocotón en almíbar era el postre de mi infancia; hoy me resulta una conserva empalagosa e insulsa. El ponche era la bebida de las fiestas y los guariches de la primerísima juventud. Entonces bebíamos el vino y escupíamos el melocotón. Queríamos emborracharnos sin dulzura, queríamos perder un lenguaje y adquirir otro, ser mayores antes de tiempo.
Estos poemas me parecen inocentes, dulces como una tarta casera. Tal vez yo me haya hecho viejo, cínico, escéptico y desencantado. Tal vez tomo demasiada cafeína, analgésicos y mastique entre dientes mi desencanto. Quizás la virtud de estos versos premiados esté en volvernos amables y tiernos, tristes y serenos. Y quizás no sea lo que yo necesite o ande buscando. Quizás ya no quiera ser así, quizás no lo sea, lo haya perdido, me lo hayan robado.
Quizás yo tenga con la poesía una relación sadomasoquista; quizás busque en ella la palabra que me apuñale, emocione, desconcierte. Espejo, laceración y estímulo.
Quizás ya no tenga el cuerpo ni las ganas para estos poemas de tarde de domingo, mesa camilla, chocolate caliente y bizcocho casero. Quizás le pido demasiado a todo esto; cada vez que abro un libro. Quizás yo no sea de los que lee en pijama y en la cama; que ya no sea una buena persona, que me haya vuelto beligerante, insomne, exigente e intransigente. Antipático y mal humorado. Quizás lea buscando la puñalada trapera, el callejón oscuro y no el gesto tierno y dulce, la amable y suave melodía.

Blanca Langa. “Cementerio de gorriones”. Servicios Editoriales Telee. Calatayud, 2011.