jueves, 31 de marzo de 2011

Campeón del mundo

Soy un niño de ciudad sin mitos. O tal vez sí. Televisión y fútbol y una memoria escurridiza. Caprichosa. Colcha hecha de retales que no me abriga en invierno. Televisión: Los hombres de Harrelson, Starsky y Hutch. Los payasos de la tele. Fútbol. Cromos sin adhesivo. Iribar. Partidos en el parque, en la plazoleta al salir del colegio.
Soy un niño de ciudad sin cine de barrio. O tal vez sí. Películas de guerra y Geyperman. Sobres de soldados. Paracaidista de plástico. Cables de la luz.
Soy la nada que queda de un adolescente inconsciente. Del rebaño, la mayoría, la copia, la uniformidad. Tiempo pasado de borracheras y música en inglés sin entender la letra. Euforia y nada más. Ni un poema ni un fruto. Ni un peldaño ni césped artificial.
Soy un adulto en pijama. Un adulto sin padrino. Un pueblerino de ciudad. Soy ahora el argonauta. Iluso, esforzado, condenado y kamikaze. Soy el que ahora te descubre y siente vergüenza y también un extraño temor.
Y tú, expósito, campeón del mundo. Tú que lo tuviste todo y lo perdiste todo. Que viviste rápido y tuviste después mil oficios distintos. Que venciste y fuiste derrotado. Que nunca había oído tu nombre.
Perico Fernández es uno de los muchos secretos que Zaragoza esconde bajo su piel. Estatua de una ciudad que ahora cobras vida. Campeón del mundo. Moda de entretiempo. Portada de revistas. Famoso. Ídolo con pies de barro. Personaje. Juguete roto. Ceniza.
Tú, campeón del mundo por segunda vez, tuviste suerte de perder joven la fama. Con tiempo por delante para reinventarte. No volver a cantar nunca más. No volver a salir en la televisión tropezando con las palabras. No volver a escuchar a la masa reírte las gracias.
Y ahora, Perico, más de treinta años después Octavio y Juan Luis escriben tu historia, tu hagiografía en verso. La historia del ángel primero. Ahora que los días se repiten como salidos de una fotocopiadora estropeada.
Ahora Enrique Cebrián y Manolo Forega te advierten, reconocen y descubren. Te recuerdan niño de hospicio, boxeador de hambre, cornadas y gloria millonaria. Historia contemporánea que se repite. Hombre resucitado que nunca murió.
Juan Luis y Octavio son niños de buena memoria. Memoria de tele en color recién estrenada. Pantalones de campana y pullover. Hombres que no quieren perder su niñez, dejar de abrigarse con ella, perder la ilusión y la inocencia. El mito que ganó el mundo, puso a su ciudad en el centro del Universo.
Manolo, Enrique, Octavio y Juan Luis escriben contra el olvido ingrato de una ciudad vetusta y romana. No quieren hacerte renacer para dejarte caer después. En tu resurrección ellos también renacen. Recuperan la memoria de una ciudad con teleclub. Con la otra llegada a la luna, con la madrugada al otro lado del mundo. Con el éxito y el triunfo; un héroe, un huérfano de Torrero campeón del mundo. El cielo bajo tus pies. Le das fuego a la vida. Parsifal. Luces de discoteca. Chivas y coca.
Hasta que llegó aquel día de la puta calor, con tus pulmones como arrecifes en el alquitrán de Bangkok. Tumba sobre la lona, tumba pesada y triste/sarcófago en el cosmos con olor a puro. La derrota. El olvido. La decadencia. La cuesta abajo sin freno. Bufón. Mono de feria. Despreciado. Arrinconado. Producto averiado, pasado de moda. Inútil caja vacía improductiva. Carne exprimida hasta la última gota. Sitiado por los colores luminosos, el sarpullido de los golpes, las chavalas caducas, todo alimento para mi mente de urraca. Bebo en las fuentes como hacen los chuchos, soy más animal que muchos humanos. ¿Serás capaz de sobrevivirte a ti mismo?
Y ahora, treinta años después, Octavio y Juan Luis, eternos principiantes, son un culto escaso que te escribe oraciones vacías. Hemos aprendido cómo apretar los dientes cada mañana, airados consumidores de transbordos en autobuses públicos. Y tú, Perico, te reinventaste a ti mismo con el dibujo y el color. Tú que no estudiaste nada. Que diste hostias como nadie. Tú, niño de hospicio, campeón del mundo, superviviente del olvido, hijo huido del voraz Saturno.
No te conocía, Perico, discúlpame.
Ahora conozco tu nombre.
Cierra la puerta y cuéntame qué soñabas cuando eras un niño.

“Perico Fernández que estás en los cielos” Juan Luis Saldaña y Octavio Gómez Milián. Los Libros del(a) Imperdible. Zaragoza, 2011. Acotación y prólogo: Manuel Martínez Forega Y Enrique Cebrián. Dibujo de cubierta: Perico Fernández.

http://leocamaleon.blogspot.com/2009/08/perico-fernandez-que-estas-en-los_10.html

martes, 29 de marzo de 2011

La última frontera

Durante muchos años uno sueña con algo que nunca cuenta. Una ilusión que siempre ha callado. Algo que sabe que los demás no entienden, creen absurdo y disparatado. Un viaje a pie en solitario recorriendo una comarca. Tal vez La Litera donde vivió libre su infancia, o tal vez el Maestrazgo que amó y odió su abuelo. Sí, caminar a solas y llevar un cuaderno en el que contar los pasos. Lo que sabía antes de empezar. Lo que descubrió entre el silencio y la soledad. Sí, tener siempre esa ilusión y aplazarla siempre. Por cobardía, por incompatibilidad, por hache o por be. Sí, querer siempre y no hacerlo nunca.
Y un día descubrir que alguien lo ha hecho. Aunque sea en otra comarca, en otros paisajes. Que alguien ha sido más valiente. Que ha encontrado nueve días de vacaciones para cumplir su sueño. Ha recorrido a solas los caminos en pleno verano, ha llevado un cuaderno de campo y ha anotado sus pasos. Lo que ya sabía antes de empezar, lo que descubrió entre el silencio y la soledad. Lo que el camino y el viaje le contaron. Porque los viajes hablan. Nos transmiten una enseñanza.
Todo viaje en soledad es múltiple. Es exterior e interior. El viaje exterior es la enseñanza del mundo. Lo que vemos. Lo que el mundo nos muestra. Y “En el país de los cucutes” Javier Arruga nos enseña los Monegros. La última frontera. Pueblos de regadío y secano. Los bancos en la plaza. Niños y abuelos. Bares, las miradas a un forastero; el calor, la sed, la tormenta súbita. El Monasterio de Sigena y Miguel Serveto. Callizos, hornacinas, capitanas y cierzo, fuentes, canales de riego y piscinas. Tierra y sol. Cabezos, mogotes y torrollones. Campos que espedregar. Abejarucos, cucutes, escarabajos, cigüeñas, pajares y parideras. Pueblos desiertos y pueblos de colonización. Marcén y Cantalobos. La casa de la Una del vizconde de Torres Solanot. El Monte Oscuro y La salina de la Muerte.
Todo viaje es lo previsto y lo imprevisto. Lo planeado y lo que se descubre. Lo que se quería ver, se llevaba marcado en el mapa, como Perdiguera y el origen, La Cartuja de los Monegros, el museo etnológico de Lanaja, El Cucaracha y su leyenda, la sierra de Alcubierre y las trincheras de la guerra, Orwell y aquel libro que debería haberse titulado Homenaje a Aragón, Poleñino y una enfermera australiana. Y es también todo lo que surge en el camino. Los encuentros imprevistos. El acento andaluz. Los lugares cerrados. Las pinturas de Bayeu. Las tapias que se saltan. El arte abandonado y condenado. Las sabinas que hablan.
Y el sentido de este viaje es también la memoria personal: Cuando tenga dudas sobre qué es la felicidad, podrá recordar cuando caminó por unas tierras irrepetibles, durante nueve días, con sus pensamientos a cuestas. Es el viaje interior. Caminar envuelto en el silencio y saber de uno mismo. Porque andando se ven las cosas de otra manera y se tiene más tiempo para pensar. Son las obsesiones. El vivir duplicado. Las preguntas y las respuestas. Todo viaje en solitario responde a una íntima necesidad. Tal vez en el camino encontremos la solución. Y si no la hallamos habrá que volver a salir a buscarla.

“En el país de los cucutes” Javier Arruga. Mira Editores. Zaragoza, 2010.

lunes, 28 de marzo de 2011

Parafilias ilustradas

No sé, supongo que resulta bastante inmaduro y superficial, pero me temo que es la primera reacción inevitable. Como desviar la mirada al escote generoso en lugar de mirar directamente a los ojos. Reconozco que he pecado. Aunque supongo que eso también forma parte del juego. Al fin y al cabo la imagen es un imán realmente poderoso y hace que uno se acerque, lo abra y lo mire con una extraña mezcla de temblor y culpa, y se decida a comprarlo y esconderlo dentro del periódico. Leerlo luego a solas con el pestillo echado. O quizás esté pensado para sacarlo en el autobús y epatar a unos cuantos viajeros. Abuelitas adorables, adolescentes sin internet, curiosos de la narratofilia. Hace cincuenta años este libro hubiera sido un escándalo mayúsculo. Algo inaceptable. Hoy en día tal vez ya nada sorprende porque todo está muy visto. Aunque no por eso deja de resultar efectivo. Objeto atrayente, juguete ilustrado; fetiche de papel, secreto campo magnético; lado oscuro de la fuerza.
Y de lo primero que me acordé al ver las ilustraciones de estas “Perversiones” fue de “El Víbora”, aquella revista -cómic para adultos- que pasaba en los años ochenta por las mesas de las aulas de mi colegio y se veía a escondidas en los baños entre el humo de los cigarrillos. Quizás por eso las que más me han gustado han sido las de Joaquín López, David Guirao, Jorge Fornés, Pablo Gallo, Cristina de Cos y Alejandro Santos.
Pero pasado el primer efecto del morbo y el instinto básico dejas de mirar al escote y empiezas a prestar atención a las palabras. La seducción necesita de algo más que el simple dibujo de la carne. El imán pierde intensidad y entran en juego otras variantes imprescindibles y necesarias: humor, imaginación, misterio, inteligencia. Claroscuro antes que clarividencia. Y algunos cuerpos resultan tristemente decepcionantes, deshaciéndose su materia entre líneas de simpleza, procacidad, vulgaridad o repulsión. Resultando para mi mucho más estimulante y atrayente lo insinuado que lo descarado, lo erótico que lo pornográfico, lo íntimo que lo violento. Y así me sedujeron los relatos de Andrés Portillo, Rafael Linero, Isabel González, Manuel Moyano, Ana Ayuso, Francisco Naranjo, Eva Díaz Riobello, Manu Espada, Miguel Ángel Cáliz, José Ángel Cilleruelo y Carolina Aikín. Y otros me resultaron incomprensibles, insulsos, fallidos, pretenciosos, simples o irritantes. Llegándome incluso a seducir más las historias contenidas en la introducción de Federico Villalobos y José Antonio López, “Estatuas, cráneos y urinarios”, que algunos de los relatos firmados por nombres conocidos que son mediocres lugares comunes para hacer bulto o redacciones pedantes hechas por encargo. El pecado de las antologías.
Aunque supongo que lo que realmente pretenden estas “Perversiones” es provocar, hacernos buscar en el interior de cada uno. Leer esa lista final, ese glosario de parafilias buscando el rechazo o el interés de sus definiciones y elementos. La imaginación propia que mejora la perversión ajena mostrada por escrito. Búsqueda que en mi caso ha resultado de lo más decepcionante, aunque no del todo. Pero eso por supuesto que no voy a contarlo.

“Perversiones”. Varios autores. Vagamundos libros ilustrados. Ediciones Traspiés. Granada, 2010.

viernes, 25 de marzo de 2011

Un texto de Maite Diloy

Fonógrafo maldito

Estimada señoría:
Me llamo Romano, Pedro Romano, pero todos me llaman simplemente Romano, quizás por que mi cabeza recuerda demasiado a Augusto, ni idea... gracias a los dioses, vivo solo. Cuando termine mi historia, comprenderá usted que es una suerte no compartir mi espacio vital con nadie.
Todo sucedió hace unos quince días, mi vecino de abajo, un viejecito encantador al que subía el correo, se mudó por problemas de salud a una residencia. En compensación a mis desvelos por su persona me regalo un fonógrafo magnífico, en perfecto estado. Estaba tan emocionado. Él sabía de mi afición a la música y por ello estaba encantadísimo con el regalo. Tras agradecerle el gesto, lo coloque en un estante al lado de una planta medio seca que corona la estantería del cuarto de escritor que habito la mayor parte del tiempo.
¡Ah! , es cierto, no le había comentado que soy escritor en mis ratos libres, aunque mientras el éxito me toca con su mano sigo trabajando en jornada de ocho a tres en una oficina.
A la noche, como todas las semanas cogí la regadera y regué la planta. Ya sé que está medio seca pero obviamente no voy a dejarla morir. Una gota debió salpicar al fonógrafo .Tuvo que ser eso porque a la mañana siguiente observe un bulto que sobresalía en el fonógrafo. Me dio pena, estaba tan bonito, tan brillante, que me pase la mañana pensando como sacarle ese bultito.
La sorpresa fue al volver a casa, un fonógrafo recién nacido tocaba el “Aria de las Flores” mientras devoraba dos cuentos que había terminado la noche anterior. Allí mismo lo hubiese descuartizado, créame, pero era tan gracioso que no pude hacerlo. Lo saqué a la terraza para evitar que siguiese dándose un festín con mis cuentos. Al verse aislado comenzó a tocar “Noche en el Monte Pelado”. Era tan inteligente y tan bonito que corrí al cuarto de escritor y le di cuatro o cinco cuentos que iba a arrojar a la papelera. Satisfecho se quedo dormido.
Estaba claro que el fonógrafo original había creado de algún modo este pequeño, pensé que era el agua. Así que, dejando mi pereza al lado, lo cubrí con un plástico de burbujas para evitar en un futuro tener nuevos fonógrafos en casa.
El chiquitín crecía rápidamente. A la mañana siguiente ya no era tan travieso, incluso había evolucionado en su música, tocaba ”La Máquina de escribir” de Leroy Anderson. Me gusto el cambio en su música. En cuanto fuese adulto se lo iba a regalar a Sara, mi compañera y confidente, me apetecía hacerlo y no sólo como pago a sus desvelos. Mi Sara. Estaba tan contento que me fui a la oficina dando saltos por la calle. Dos fonógrafos en una modesta casa como la mía son ostentosos. Había encontrado la solución perfecta.
Soy tonto, usted en su infinita sabiduría se habrá dado cuenta, cubrí el fonógrafo con un plástico y mi casa tiene calefacción. Con un frío del carajo, la calefacción se puso en marcha. Las leyes de la condensación son universales y con el calor interno frente al frio de la calle, formó en el interior unas cuantas gotitas en el gran fonógrafo, para ser exactos doscientas cuarenta y cinco gotas de las que nacieron doscientos cuarenta y cinco fonógrafos enanos que tocaban como locos cuando abrí la puerta de la casa.
Casi me desmayo al ver los fonógrafos comiéndose todos mis trabajos, años y años de escritor aficionado, libretas llenas de cuentos e ideas que estaban siendo devorados, deglutidos por esas maravillosas máquinas que hablaban el lenguaje musical.
Es justo castigo a mi idiotez, lo reconozco. Pero me parece demasiado castigo, todo mí trabajo, todo el ruido que llenaba la casa y me taladraba los oídos. Nada mas abrir la puerta del cuarto de escritor salieron como cuervos en busca de literatura, los vi comerse algunos de mis libros. Logré salvar alguno. Cogí unos cuantos de mis favoritos; los encerré en el cuarto de baño. Los vecinos llamaron a mi casa y amenazaron con avisar a la policía si no paraba esa mezcla infernal de ruido.
Cogí unos cincuenta fonógrafos en el carrito de la compra y los intenté vender a un anticuario que me creyó un ladrón y llamo a la policía. Al oír las sirenas salí abandonando esos cincuenta fonógrafos, el carrito de la compra y la cazadora; pero aún me quedaban casi doscientos... estaba desesperado...
Cuando llegue a casa el espectáculo era dantesco. Toda mi biblioteca reducida a trizas, las puertas devoradas; al menos estaban en silencio, salvo por uno que tocaba “Alabama”, con un sonido triste mientras el resto escuchaba emocionado. Me emocionaron a mí también, pero entiéndame señoría, no podía quedarme con todos ellos.
Mientras el saxo se elevaba por la habitación, aprovechando que todos ellos estaban reunidos con los restos de mi estupenda biblioteca por el suelo en ese cuarto que tanto había amado, derrame el bote de alcohol que tenia para mis cortes y le prendí fuego.
Logre cerrar la puerta. El resto del edificio también se incendio pero no me veo yo responsable, el único culpable fue ese viejecito cabrón que me regaló el maldito fonógrafo sin instrucciones.

Texto de Maite Diloy
http://brisne.blogspot.com/

Fotografía de Sergio Piquer
http://www.flickr.com/photos/srgblog/

martes, 22 de marzo de 2011

Norberto y Ángeles

Supongo que vivir se trata de esto. Del regalo de la amistad. De la empatía, la afinidad. De los detalles que materializan sin precio de venta al público el valor de lo indeleble.
Tal vez, dentro de muchos años, nadie lo entienda. No sean más que papeles coloreados con notas manuscritas. Flores marchitas, excentricidades, rarezas, arte mínimo, curiosidad. Tal vez nuestra única obligación sea explicar su valor, salvarlo de la hoguera o el cubo de la basura, darle la inmensidad de su valor, el porqué está ahí, ocupa ese lugar. Enseñar a los demás a mirar, hacerles entender, apreciar su valor sin cuantía en moneda de curso legal, su significado.
Lo que sí sé seguro es que mi suerte es disfrutarlo, compartirlo, vivirlo con emoción. La suerte de que forme parte de mi anonimato.
Tal vez no debería hacer público lo privado. Tal vez alguien se pregunte ¿y a mí que me importa?, pero no encuentro otra forma de mostrar mi gratitud. ¿De qué sirve vivir sin emoción ni agradecimiento? Y eso significa hablar de esta plaqueta, hablar de Norberto Luis Romero y su editora liliputiense, lúdica y casi siempre onfálica y sin ánimo de lucro: "Las puertas del hacedor". Libros objeto hechos a mano, actos de cariño, regalos de amistad. Tardes, días, horas de Norberto gastadas en pensar el diseño. Tiempo regalado para construir objetos únicos. Celebración de la amistad, declaración de amor a la literatura. Forma de darle un significado a la palabra arte, una manera distinta de darle un significado a la palabra libro, a la palabra relicario, a la palabra joyero.
Y dentro un relato de Ángeles Prieto Barba, “El milagro de la santa” dedicado a Daniel Moyano. Un relato contado por una niña gaditana con una protagonista argentina: Eva Perón. Un relato blanco y azul. Regalo de Norberto a Ángeles. Regalo de Ángeles a sus amigos.
Y dentro la prosa de Ángeles, un cuento que habla de mujeres y recuerdos. De la vida vista desde los ojos de una niña. Del padre, el hogar, la familia, el presente y los deseos que se piden al futuro. Un relato que cuenta un día especial, de esos que nunca se olvidan y que nos permiten tropezarnos con la historia; esa que se escribe en los libros de texto, esa que guarda los pétalos de las flores secas, pétalos de tela cosidos a mano, pétalos entre las hojas de un libro.
Un relato que habla de hambre y olores. De la pobreza, el olor del hambre. De milagros profanos. De lo excepcional y la fortuna que no tiene un precio. Un homenaje a Cádiz y a sus calles, sus barrios y sus nombres. Que habla de hermanas mayores, mujeres y destino obligado, novios, emigración, ventura, América. Época, futuro gris, hombres domésticos, aspiraciones.
Un relato en el que Ángeles me habla de una niña rebelde, distinta, una niña vestida de domingo un día en el puerto para ver a una santa con el pelo teñido. Niña anónima y única entre una multitud de uniforme. Oro y luto. Blanca y azul.
Una niña con palabras rebeldes guardadas en sus bolsillos remendados. Palabras, mirada, corazón lejos de lo evidente y lo aparente. Niña que espera arrancarle al futuro algo distinto, sin valor material, sin precio de venta al público. Mujer que no quiere parecerse a nadie, copiar a nadie, olvidarse de nada, pedir nada.
Un día de fortuna, de historia sin princesas del pueblo. Día viejo sin mercado, casquería, vergüenza ajena y presente zafio.
Un día de papel y olor nuevo. Perfume, aroma; regalo y agradecimiento.

Norberto Luis Romero
http://wwwnorbertoluisromero.blogspot.com/
Las puertas del hacedor
http://wwwlaspuertasdelhacedor.blogspot.com/

viernes, 18 de marzo de 2011

En el nombre del hijo

Qué extraño resulta verte, saber que existes; poner tu nombre y apellidos en el buscador y encontrarte. No estás muerto, no estás huido; hace menos de una hora dejaste un comentario en el post de un amigo, y ayer publicaste un artículo a cerca de una película que te hizo estremecer, emocionarte, escribir un apasionado discurso sobre los sentimientos imprescindibles que diferencian a los humanos de los animales sin alma. Y esto último ha resultado irónico. Jodidamente irónico.
No, resulta que no estás muerto, que simplemente estás desaparecido a medias, invisible a la medida de tu deseo, incorpóreo tan sólo para algunos, para tres, dos; para una persona en particular. Una que lleva tu mismo primer apellido compuesto. Ese que queda tan bien al decirlo, que reafirma tu singularidad y te diferencia del resto. Ese sobre el que escupir un viscoso gargajo salido de las entrañas.
Qué extraño resulta verte sonreír. Mirar a la cámara y sonreír como si nada, como si no existieran el pasado, las huellas, la carne y la sangre. Los nombres, la vida; los espacios en blanco, las fotografías y tus abrazos viejos; los besos que diste y la distancia sin puentes. Como si todo fuera una mentira, unos días de fiebre pasajera y nada más.
Qué curioso resulta verte así, descarado y feliz, exhibiéndote en lugar de esconderte. Insolente y desvergonzado en lugar de velado y anónimo para que él no pueda verte sonreír. Cínico y procaz, viviendo repleto de olvido. Indiferente, impermeable, satisfecho y feliz. No sé porqué pensé que sentirías vergüenza. Tanta como para ocultarte, vivir sin ser visto, en silencio, abochornado, arrepentido; en otro país.
Qué extraño resulta verte, saber de ti. Verte hacer el payaso, disfrazarte, bromear, sonreír. Presumir con la camiseta de España el día en que ganamos el mundial de fútbol. El fútbol y los amigos, la familia y los hijos. Todos juntos. Euforia, inmortalidad y felicidad. Aquel día para celebrarlo entre abrazos, gritos y canciones. Para recordarlo y guardar.
¿Qué piensas cuando ves a los hijos de los demás? A los hijos de tus amigos. A los padres jugando con sus hijos. ¿Sientes algo? ¿Conoces la definición de remordimiento? ¿O no eres más que un animal sin alma?
Qué extraño resulta ver a los demás admirarte. Tu larga lista, tus miles de amigos; tus triunfos, tu éxito, tus libros y viajes.
Qué extraño resulta ver a los demás admirarte, querer fotografiarse junto a ti, cogerte del hombro, reírte las gracias, seguirte el juego. Creerte un tipo brillante, interesante, culto, ingenioso; un ejemplo quizás. Periodista, escritor, guionista, crítico, fotógrafo, pintor. Sí, yo también te admiraba cuando te conocí, también yo pensaba que eras un tipo brillante, interesante, culto; alguien al que escuchar con atención y del que aprender.
Y ahora qué fácil resulta verte y despreciarte. Mirarte y odiarte. Sentir ganas de vomitar al ver tu sonrisa y tu felicidad. Insultarte, llamarte cabronazo, hijo de puta. Sentir ganas de dinamitar tu teatro de vanidades, tu tinglado renacentista de escritor y pintor. Verte humillado, ponerte la zancadilla y descojonarme; dejar en evidencia tu pose, tu palabrería pedante, tu inmensa falta de humanidad y conciencia. Contarles a todos tu falta, tu pecado; tu renuncia y deserción; el secreto que nunca has contado, lo que todos esos miles que parecen admirarte no saben de ti.
Qué asco siento al verte sonreír. Mirar a la cámara y sonreír como si nada; como si no existieran su carne y su sangre, su nombre y su vida; el amor y el dolor. El laberinto de la pérdida, la inocencia y la culpa, el espacio en blanco, el agua no potable y la amputación.
Me pregunto ¿qué pensarían de ti si lo supieran? Si ahora mismo, en tu muro, pusiera su nombre y hablara de él, certificara que cuatro años después de su nacimiento te fuiste y lo olvidaste por completo, que desde entonces no lo has vuelto a ver ni una sola vez. Que te desentendiste de él como si no existiera, como si hubiera sido un juego de azar, una etapa de tu vida para quemar y soplar, un animal que dejar abandonado en una gasolinera al llegar el verano, una fotografía vieja que se queda olvidada en un piso de alquiler.
¿Qué pensarían de ti? ¿Te seguirían admirando por miles? ¿Seguirían riéndote las gracias? Escuchándote pontificar sobre los sentimientos imprescindibles que diferencian a los humanos de los animales sin alma. ¿Y tú?, ¿seguirías tú sonriendo como si nada?
Qué extraño resulta contar los años con los dedos de las manos de un niño. Sumar y restar. Uno menos uno: cero. Cero más cero: cero.
Contar desde el siglo nuevo; un año fácil para nacer y llevar las cuentas de una vida. Un año imposible de olvidar.
Contar desde cero y esperar a septiembre, cinco días después del tuyo. Justo cinco días después. Uno y cinco: seis. Y siempre, cada año, pienso lo mismo. Cuando es tu cumpleaños, ¿nunca te acuerdas del suyo? ¿Ese día nunca te acuerdas de su nombre, de su edad, de su existencia, de sus preguntas, de su orfandad? ¿Nunca te ha dolido en el alma?, grandísimo cabrón.
Qué extraño resulta no haberte visto desde hace años y encontrarte ahora, por simple curiosidad, en esta ventana abierta por la que el mundo se desnuda y muestra sus miserias y sus héroes; sus pústulas y sus llagas.
Encontrarte y verte sonreír, hablar de tu chica y el sol de agosto en sus piernas, de la luz del atardecer y sus nubes de calabaza madura.
Enseñar tus cuadros y tus fotografías, tus chistes, tus juegos de palabras y las exclamaciones y las risas por escrito de tus aduladores.
Hablar de tus amigos y sus fiestas, de los escritores que presentas y te dedican con cariño sus libros. De tu libertad sin ataduras ni compromisos, sin horarios de colegio, tardes de invierno y urgencias, sacrificios; responsabilidad ni purgatorio.
Qué extraño resulta saber lo que sé y ver a todos esos aprendices de escritores que te respetan tanto y buscan tu aplauso de crítico. Saber de tus libros publicados, tu amplia experiencia profesional, tu impresionante currículum, tu sabiduría, tu chaqueta de cuero negro y tus exóticos viajes. Y vuelvo a sentir una arcada al pensar que en algún momento, en público o en privado, pudieras hablar de moral, ética y justicia, causas justas y guerras injustas; hablarle de amor a tu chica bajo la luna de julio.
Qué asco y qué repugnancia siento al saber lo que supongo que a ella jamás le habrás contado. El tiempo de aquellos años congelado, amordazado, ahogado, sumergido en una piscina de plutonio y hormigón: demandas de divorcio sin contestar, domicilio y paradero desconocido, sentencias en rebeldía y renuncia a la patria potestad y a la pensión alimenticia de tu hijo. Y él cada mes de septiembre cumpliendo años y tú evaporado, ausente; pagando con silencio y desprecio su vida que sigue contando; regalándole indiferencia despiadada y brutal.
Qué doloroso y qué duro resulta verte sonreír y pensar en tu hijo. Verte sonreír y saber que él no existe para ti. No existen su hambre y su miedo, sus deberes, su partido de los sábados, su presente y su porvenir. Su hipermetropía y sus gafas, su ortodoncia, sus éxitos y sus fracasos, su inestabilidad, sus pesadillas cuando apaga la luz.
Qué extraño resulta saber que tu primer apellido es el suyo y no te conoce. Que puede abrir una ventana y verte sonreír. Saber que no estás muerto, que vives en la misma ciudad que él.
Qué doloroso resulta imaginar lo que siente por ti. Saber que mi hermana tuvo que mentirle cada vez que preguntaba dónde estabas, cuándo ibas a volver. Que tuvo que inventar durante años una excusa, una mentira piadosa, un país sin teléfono, un trabajo en el extranjero sin días de vacaciones ni aviones de vuelta. Que mintió hasta que un día él dejo de preguntar por ti, descubrió la verdad, el valor absoluto de cero, el significado de los agujeros negros, la disolución del átomo, el agua estancada y putrefacta, el diecinueve de marzo y la esterilidad, los adjetivos calificativos y demostrativos, la hipocresía y la tribu de los fariseos, el odio y sus sinónimos, la inmoralidad y el alquitrán, la humillación y el desprecio, la congelación y la leche agria.
Tu sonrisa y tu felicidad como un insulto, una ofensa, una puñalada trapera, una traición. El retrato fotográfico, hiperrealista, exacto y verdadero de tu humanidad.
Tu epitafio en blanco, el espacio vacío, sin alma ni materia de tu lápida y tu sepulcro.

Texto de Luis Borrás.

La extraordinaria fotografía es de José Luis Ríos.
http://andan-dos.blogspot.com/

miércoles, 16 de marzo de 2011

Rompiendo moldes


Supongo que al leer la palabra suegra resulta inevitable pensar en uno mismo y en todos los yernos y nueras del mundo. Contar la historia según le haya ido a uno. Según lo que le haya tocado en suerte. Y lo siento si rompo con la estadística mayoritaria, pero yo no incluyo a mi suegra en la lista de mis enemigos íntimos. Pero así presentado, tan sólo con ese título: Suegras, resulta una original y atrayente manera de realizar un estreno editorial: unir bajo ese inquietante nombre una colección de relatos. Título, curiosidad. Cebo para el anzuelo. Temática. Munición. Empirismo, anécdotas de bar y lugares comunes. Humor negro. Historias de género, batallitas, agravios, intromisión, terror psicológico y guerra fría.
Pero la finalidad de estas Suegras no son las leyendas urbanas sino la literatura. Y ese nombre es el punto de partida para mezclar ficción y reality, tópicos y lirismo, dosis de fantasía y experiencia. Diferentes miradas, escenarios, situaciones, patrones y moldes rotos sobre las suegras. Una parte de verdad y otra de pesadilla. Y eso lo cumple a la perfección.
Supongo que la misión, la utilidad de una antología es la de descubrirnos autores. Nuevos nombres, textos inéditos. Apuntar en la agenda y luego ir de caza a la librería. Y estas Suegras de Nuevos Rumbos me han servido para algún reencuentro y alguna confirmación, pero, sobre todo, para el descubrimiento de varios planetas con luz propia. Porque reconozco que, al menos para mi, la sola inclusión de Adolfo Ayuso en esa lista me bastaba para decidirme. Como el imán atrae al hierro y la luz a los insectos. Que leí su relato “Paralelismo” con devoción y hambre atrasada y me confirmó lo que ya sabía. Que estas Suegras me han permitido el reencuentro con María Pérez Collados y confirmar con su cuento ruso y poético lo que ya me había mostrado en su maravilloso “Diario de un invierno”. Me ha permitido, con un relato espejo, repleto de reminiscencias literarias y machadianas, saber del escritor José Joaquín Beeme, artista editor de joyas de papel. Me ha descubierto a Olga Bernad y su aliento poético convertido, sumergido en una narración intensa y subliminal. Me ha regalado la sorpresa de leer a Fernando Lalana en un magistral relato alejado de la literatura infantil y que debo reconocer con vergüenza que descubro gracias a esta antología. Disfrutar con la tipología de las suegras de Maruja Collados en un relato desbordante de humor nacido de su máquina de escribir que me ha hecho reírme a carcajadas. A Luis Pérez Collados y su relato de pesadilla y normalidad en la que me vi peligrosamente identificado y me hizo buscar en los cajones de mi armario. Simpatizar, sufrir, sonreír y emocionarme con ese “Güisqui con hielo” de Santiago Gascón, el más realista de todos, el más doméstico, el que muestra mejor la difícil combinación, el complicado equilibrio, la relación entre familia e individuo. Todo eso y la extraña fortuna de ser además un libro ilustrado, propina, regalo; Palmira Morán, Quinita Fogué, dibujo, pintura, collages; otros nombres para descubrir el color y asomarse a otras ventanas.

“Suegras. Relatos breves sobre el gran enemigo”. Varios autores. Ediciones Nuevos Rumbos. Zaragoza, 2010.

martes, 15 de marzo de 2011

Juan Luis Saldaña y "Cambio de planes"

Con la venia de su Señoría: se considera probado que el autor de este libro responde al nombre de Luis Borrás. Está demostrado que los relatos escritos en esta obra son de su plena autoría. También, ha quedado patente que al redactarlos estaba en situación de dominar su conciencia y sus capacidades mentales y físicas. Ha quedado probado que la Editorial Certeza se prestó a editarlos bajo su sello en la llamada colección Cantela. Es más que evidente la presencia de agravantes como la nocturnidad, la falta de guiños a la literatura contemporánea o moderna en el peor de sus sentidos y su falta de ambición en el sentido que usted y yo sabemos, Señoría.
Habrá quedado claro que el libro tiene una nota predominante: la intensidad narrativa. Hay relatos que seducen desde el principio y se convierten en espirales que consiguen atrapar al lector. "Mariona" es el relato del libro sin ningún lugar a dudas, el relato en el que se ve al narrador más creíble y sutil. La figura del padre es para Borrás un totem literario. El padre silente, que habla cuando calla, contra el que uno se ha rebelado y, después, el molde al que uno se va pareciendo casi sin quererlo a medida que el tiempo avanza. Este relato, en el que se deja entrever una historia de amor fallido del padre del narrador, muestra una ternura desbordante, digna del primer Delibes o del Cela más caminante.
"Pecados capitales" es la pieza que apunta a la faceta más irracional y atrevida del autor, siempre comedido en fondo y forma. En este relato se observa la fuerza de lo no racional pidiendo su cuota de participación y recordando que sin sinrazón no hay literatura. La figura del protagonista decadente es atractiva y muy vistosa. "Tan solo su nombre" y "Año nuevo, vida nueva" son otro par de relatos reseñables, sobre todo porque muestran un tema literariamente atractivo: la torpeza e incapacidad del ser humano para relacionarse y la consecuente inseguridad a la hora de darse o de amar.
Hay demasiados relatos en los que aparece la muerte. Muerte por aquí, muerte por allá. Todos tenemos que morir y es bueno tenerla presente, pero, en la literatura, la muerte violenta puede acabar siendo un recurso fácil para tener algo vistoso que contar. Quizá pase esto en Cambio de Planes o quizá su autor tenga pensado matarnos de un modo exquisito un día de estos. La elipsis también se echa de menos en algunos pasajes como recurso literario y como consideración hacia el lector inteligente y quizá, también, algo de experimentación, algún “aquí estoy yo” del autor.
Pido, por lo tanto, para el acusado la siguiente pena: seguir escribiendo y cantar una jota el próximo viernes 3 de diciembre del año 2010 en la presentación de este libro en la Librería Anónima de Huesca a las ocho de la tarde. Una lectura recomendable.
Juan Luis Saldaña
http://juanluissaldana.zaragozame.com/
La fotografía es de Emilio Molins
http://www.flickr.com/photos/7725708@N02/
que la realizó el día de la presentación en la librería “El pequeño teatro de los libros” de Zaragoza
http://www.teatrodeloslibros.net/

martes, 8 de marzo de 2011

Marcel Proust inédito en "Turia"

LA REVISTA “TURIA” PUBLICA ONCE POEMAS INÉDITOS DE MARCEL PROUST

PERMITEN DESCUBRIR LOS ORÍGENES LÍRICOS DE UNO DE LOS GRANDES ESCRITORES DEL SIGLO XX

El gran escritor francés Marcel Proust, considerado junto a Kafka y Joyce indiscutible nombre propio de la literatura del siglo XX, será uno de los principales protagonistas del nuevo número de la revista cultural TURIA. Una entrega que va a ser distribuida este mes de marzo y que cuenta, entre sus contenidos más destacados, con la publicación de una selección de once poemas inéditos en español del célebre autor de “A la busca del tiempo perdido”. El responsable de este rescate cultural es el traductor Mauro Armiño, que no sólo se ocupa de su versión en castellano sino que elabora una interesante nota introductoria sobre el papel de la poesía en la obra de Proust.
Para Mauro Armiño, Premio Nacional de Traducción 2010, “la poesía persiguió a Marcel Proust a lo largo de toda su vida; pero, si empezó escribiendo y publicando en alguna revista durante sus años de estudiante, no tardó en derivar hacia la narrativa, que en sus inicios quedó marcada por sus afanes líricos”
Ahora la revista TURIA da a conocer, por primera vez en español, los orígenes creativos de Marcel Proust (1871-1922). Además, y según asegura Mauro Armiño, “es en los poemas iniciales donde Proust busca en la poesía un cauce para la expresión de sentimientos o la descripción de una situación anímica personal. Y, entre ellos, he escogido los que pertenecen, en mi opinión, a esa corriente lírica finisecular en la que se integran y son comprensibles”.
Encontraremos, por tanto, en las páginas de TURIA, poemas como el titulado “Contemplo a menudo el cielo de mi memoria”, alguno de cuyos versos son: “Todo lo borra el tiempo como las olas borran / Los trabajos infantiles sobre la allanda arena / Habremos de olvidar estas palabras tan precisas / tan vagas, / Tras las que el infinito sentimos cada uno”.
En otro poema, sin título, Proust traza un retrato femenino en versos como: “Si la mujer estúpida o detestable es bella / Acuérdate de una para que tu enojo reviva. / Su corazón de ceniza estaba en un cuerpo de flores. / En una lánguida belleza azul y lastimera / Sus ojos de los crímenes de su corazón se arrepentían.”
Baudelaire y, sobre todo, Mallarmé ejercieron una influencia evidente sobre el célebre autor de “A la busca del tiempo perdido”. Incluso, alguno de los poemas de Mallarmé actuaría sobre su vida personal: en 1914, por ejemplo, promete regalar un aeroplano en el que hará grabar un soneto suyo, “El cisne”. Y, en su gran novela, el narrador trufa sus cartas con fragmentos de ese mismo soneto mallarmeano.
Sin embargo, después de pensar durante su adolescencia que la poesía era su vocación literaria, no tardaría en convertirla en herramienta social en aquel mundo parisiense de salones aristocráticos en los que la literatura desempeñaba un papel decorativo. Como subraya Mauro Armiño, “la poesía, en fin, como ejercicio de integración en una buena sociedad donde citar versos propios o ajenos suponía un juego de esgrima para el ingenio con el que entretenía sus ocios el mundo aristocrático en el que Proust eligió vivir”.
TURIA es, con 28 años de trayectoria y periodicidad cuatrimestral, una de las publicaciones culturales españolas más veteranas y reconocidas, por cuya labor obtuvo el Premio Nacional al Fomento de la Lectura.

PROUST A LOS DIECISIETE AÑOS
Uno de los poemas en prosa que TURIA publica fue escrito por Proust a la edad de diecisiete años, está fechado a las once de la noche del mes de octubre y su transcripción íntegra es la siguiente:
“La lámpara ilumina débilmente los ángulos sombríos de mi cuarto y pone un gran disco de viva luz donde entran mi mano, de repente ambarina, mi libro, mi escritorio. En las paredes azulean delgados hilillos de luna que han entrado por la imperceptible separación de las rojas colgaduras. Todo el mundo se ha acostado en el gran piso silencioso… — Entreabro la ventana para ver de nuevo por última vez la dulce cara leonada, muy redonda, de la luna amiga. Oigo algo así como el aliento fresquísimo, frío, de todas las cosas que duermen –el árbol de donde rezuma la luz azul–, de la bella luz azul que a lo lejos, en un entresijo de calles, transfigura, como un paisaje polar eléctricamente iluminado, los adoquines azules y pálidos. Por encima se extienden los infinitos campos azules donde florecen frágiles estrellas… — He cerrado la ventana. Me he acostado. Mi lámpara, en una mesilla al lado de mi cama, en medio de vasos, de frascos, de bebidas frescas, de librillos preciosamente encuadernados, de cartas de amistad o de amor, ilumina vagamente en el fondo mi biblioteca. ¡La hora divina! A las cosas usuales, como a la naturaleza, las he hecho sagradas por no poder vencerlas. Las he revestido con mi alma y con imágenes íntimas o espléndidas. Vivo en un santuario, en medio de un espectáculo. Soy el centro de las cosas y cada una me procura sensaciones y sentimientos magníficos o melancólicos, que disfruto. Ante los ojos tengo visiones espléndidas. Se está bien en esta cama… Me duermo.”

viernes, 4 de marzo de 2011

Con los ojos de otro hombre

Y otra vez desarmado, incapaz. Sin argumentos ni teorías, sin explicaciones lógicas ni científicas; hablando, otra vez, desde los sentimientos y las emociones, crítica impresionista, subjetiva y pasional. Y hoy, ahora, renaciendo; pintados de azul los días laborales, pensando en esas canciones en inglés de las que no entiendo la letra, tan sólo palabras sueltas que encajo a la medida de mi apetito y mi deseo, canciones que me seducen y emocionan por su melodía, banda sonora de un sentimiento, una noche, un recuerdo, un lugar.
Y estos versos tuyos serán uno de esos libros que guardaré en mi botiquín particular. Libro efecto, libro medicina, libro provocación. Inspiración, descubrimiento, lanzamiento; hombre bala, pólvora, ignición; trampolín, belleza y alimento; euforia, aplauso, admiración.
Y mientras, muchos, cientos, miles, millones no conocerán jamás tu nombre. Continuarán viajando entre las avalanchas de papel multicolor, seducidos por los grandes nombres, las cifras de ventas y las campañas de publicidad. Y mientras, la belleza pasará inadvertida, silenciosa, ignorada, despreciada. Y ellos seguirán quedándose con las aventuras y sus películas, los días iguales, teledirigidos, industriales, y tus poemas: mensajes cifrados, días pintados de azul; pasarán desapercibidos, desoídos, desdeñados y ocultos.
Pero yo guardaré tus versos con la emoción arrolladora de la belleza recién descubierta con los ojos de otro hombre. Mirarse en el espejo, beber viento, escribir a escondidas. Con el valor del arma y su poder, leer sin parar, borracho de palabra, ritmo y paisaje. Ciudades y hormigas, mundos posibles, cierzo, río y niebla, criaturas salvajes, hombres, mujeres, niñas en miel. Cuatro días lentos, pintados de azul. Alimentado con tus pequeños y sabrosos frutos. Carne que arrancar a los huesos y a la luz. Leer sin parar, embriagado en la melodía. Releer por vez primera, sin quedar saciado. Releer por segunda vez. Releer por tercera vez y naufragar; deteniéndome en una línea, un verso; dos, tres, cientos, otra vez. Releer y volver a empezar.
Porque en tus versos hay canciones, hay mirada de cíclope, amaneceres y noches de tierra, piedra, cristal y promisión. Hay madrugadas, bares, taxis compartidos; azoteas, veranos, agua, puentes de piedra y hierro, otras vidas, olores, domingos y horas extras. En tus versos hay verdad, belleza indescifrable; presente, futuro y revelación.
Los días no importarán, sólo valdrá su fruto, su camino; el instante. Tus versos son la piedra desbastada, pulida con tus palabras. Sí, a veces tenemos suerte, escuchamos la música entre el ruido, el anuncio de algo hermoso confundido entre las horas muertas. Todo pasa rápido y el planeta está repleto de escenarios en llamas. Miramos el horizonte desde escaparates en rebajas y no vemos las rendijas por donde nos escurrimos diluidos en los aguaceros de la nada. Esos días laborables; días de víspera y limosna, me perderé en tus versos; apartaré las zarzas, las ortigas a mordiscos y machetazos. Encontraré el valor, en tus versos mi aliado. Para los niños se hace el alba, para los locos. Sobre esta mañana caminan los elegidos.

Ramiro Gairín. “Pintar de azul los días laborables”. Isla Varia. Granada, 2011.
Premio de poesía “Ángel Miguel Pozanco” 2008.

http://haciaotrasaventurasmashermosas.blogspot.com/