sábado, 27 de diciembre de 2008

Ese difícil ejercicio que es vivir


Cuando en marzo del año pasado falleció el filósofo francés Jean Baudrillard, apareció en prensa una semblanza sobre su vida y obra con este titular: Moriremos si es que hemos nacido.
Esa reflexión me impresionó tanto que me dio miedo pensar sobre ella, así que, para librarme de la destrucción de su eco, escondí aquella hoja en el fondo de una montaña de papel que hay sobre mi mesa, igual que el culpable entierra su mala conciencia.
Cuando leí el título del libro de Carlos Manzano, “Vivir para nada”, me acordé de aquella frase demoledora de Baudrillard. Y sentí miedo, pero, empujado por un presentimiento, comencé a leer.
Y a punto estuve de abandonar, porque ya, desde la segunda página, empezaron a dolerme los golpes de la novela de Carlos: vivimos vidas insignificantes; vivimos con resignación; vivimos para nada, para morirse solamente.
Tragué saliva y seguí adelante, y me encontré viviendo los años de bachillerato: la edad en la que descubrimos la vida. Tiempo de complejos y palabras torpes, en el que las derrotas son indelebles y los tímidos envidian a los valientes. Tiempo de guapos y feos, ganadores y perdedores, en el que el amor duele como ningún otro sentimiento y el sexo es un misterio que te hace temblar. Tiempo en el que se forjan las leyendas, se admira la originalidad y la trasgresión y a todo lo que se salía de lo convencional.
Y me encontré frente al valiente que decide romper con todo y se marcha a Londres con lo puesto, sin planes y sin dinero, a cumplir su sueño de estudiar en una escuela de cine. Una fabulosa aventura, una auténtica proeza para esa edad. Y comprendí que desde ese día se le admirara, porque él se atrevió a decidir su propio destino mientras que nosotros elegimos quedarnos en tierra. Comprendí que a partir de entonces sería el símbolo de nuestra rebeldía frustrada, nuestro referente vital, el mito de la liberación individual.
Y pensé en esa obsesión humana, inevitable y destructiva, de desear siempre lo que no se tiene, de querer ser lo contrario a lo que se es, y de nuestra irresistible tendencia a idealizar las cosas.
La vida es un ejercicio caótico, es un largo camino, pedregoso y duro. Y Carlos Manzano, en este “Vivir para nada”, nos lo ha enseñado a la perfección, con toda su crudeza, con toda su verdad.
Con situaciones y personajes tan cercanos y reales que provocan nuestra admiración y envidia, nuestro odio y desprecio, nuestra indignación y enfado, hasta el punto de parecer tan auténticos que desearíamos golpearles, participar, meternos dentro de la novela y hacerles reaccionar, cambiar su destino y agonía, esa inútil resignación en la que viven, hacerles ver su fortuna, que dejen de sentirse desdichados, abandonar su obsesión autodestructiva.
Carlos nos muestra que la vida es un camino marcado por el pasado imperfecto. Un duro camino hecho de arrepentimientos, cobardías, dudas y preguntas. Un tiempo largo de obsesiones y amores tristes, ideales hermosos, días que pasan, sueños que se pierden, fidelidades eternas; traiciones que provocan la muerte, golpes de buena suerte, viajes y lugares para guardar en la memoria, responsabilidades, egoísmos, fracasos, ilusiones rotas y pensiones baratas en ciudades que huelen a mar.
Que cuando termine ese verano que creíamos eterno aparecerá la vida con todas sus contradicciones, la cruda realidad, la escasez, el fracaso, el peaje de la libertad.
Al final, Carlos nos enseña que la vida, tarde o temprano, se cobra todas las deudas pendientes, que necesitaremos destruirnos, vivir todo lo que no vivimos a tiempo para comprender y volver a empezar. Saber lo que queremos y lo que no.
Y entonces necesitaremos que todo nuestro dolor tenga una respuesta, nuestra vida una utilidad, que encontremos el sentido, el objetivo, la razón por la que vivir, entregar nuestra vida.
Carlos, en este “Vivir para nada”, nos ha enseñado una respuesta, pero hay otras, hay muchas, lo que debemos hacer es buscar y elegir cada uno la nuestra. Que ese caótico, difícil e imperfecto ejercicio que supone vivir es lucha y empeño, es sufrir y reflexionar, admirar y perdonar, tener ambiciones y deseos, comprender que lo más necesario es conocernos a nosotros mismos.
Busque la hoja del periódico entre ese montón de papeles que, amarilleando, acumulan polvo sobre mi mesa. La encontré. Volví a leer la frase de Baudrillard. Doblé la hoja en tres mitades y la guardé dentro del libro de Carlos. La recordé por última vez: Moriremos si es que hemos nacido. Ahora ya no le tengo miedo.
Carlos Manzano, “Vivir para nada”, Mira Editores, Zaragoza, 2007

viernes, 19 de diciembre de 2008

Otro texto de Óscar Sipán


MONTAÑEROS

Mi padre desapareció en la ascensión al Nanga Parbat, veinte años atrás. He sentido una emoción y una furia incontrolable al encontrarlo en una grieta de la cara norte, sin una arruga, más joven que yo.

Creo que voy a matarle.

Oscar Sipán

lunes, 15 de diciembre de 2008

Caja de música

Lara se presenta y once años nos separan. Mientras yo, cada día, en ese tiempo nublado y lento, he pintado mi caricatura en el espejo, ella ha conseguido encender todas las hogueras.
Lara se levanta y yo busco su mirada. Soy un perro callejero, un pedigüeño de consuelos. Lara me ve y yo no me atrevo. Me avergüenzo y me marcho, arrastrando el barro de mis zapatos. Pero no he venido hasta aquí para hablar de mis huesos apaleados, sino de ella y de su caja de música. Porque en aquella tarde de poesía y renuncia, me llevé su retrato y su nombre, su palabra manchando el blanco impuro, la melodía surgida del fuego de sus manos.
Cierro las ventanas. Me quedaré aquí. Fuera hace frío y el viento se lleva las hojas muertas. El aliento de Lara calentará este lugar, desesperadamente vacío y hondo.
Abro la caja de música y su sonido me trae el dolor de las ausencias, la rabia y los secretos sin palabras, la ruina de los lugares a los que no desearías volver; el olor de los jardines abandonados y los cuerpos cercanos; y los sueños y todas las verdades que piden la huida; porque huir, siempre sirve de algo. Me descubre el ruido que hacen las ventanas al abrirse, la vida está ahí fuera, disfrazada de carnaval, sal y descubre el precio del amor y de la vida, pero ten en cuenta –me dice- que si regresas no volverás intacto.
Su melodía me obligará a fijarme mañana en los rostros de los desconocidos, a recordar la forma de sus cuerpos y a intentar adivinar sus pensamientos ocultos tras la mirada. La vida es mucho más de lo que vemos. Lara lo sabe. En lo cotidiano hay muchas palabras encerradas, entre nuestros pasos hay mucho silencio, muchos sentimientos ahogados. Lara los saca fuera, los hace audibles. Nos esforzamos cada día en mentirnos con estribillos alegres, pero nuestros pensamientos tienen sabor agridulce; escuecen, acarician y duelen. Lara nos enseña que nuestro equilibrio es un delicado cristal que manejamos sin cuidado entre nuestras manos.
La oiremos hablar de nuestras vidas contradictorias, de buscar la cordura perdida de nuestros pensamientos, la palabra y la verdad nunca pronunciada. El pensamiento se hace música, verbo, poesía, amor, sexo, confusión y esperanza. Oiremos la respiración agitada del miedo y el deseo, cavaremos con nuestras manos un agujero para esconder el tiempo y desenterraremos un interrogante; veremos nuestra cara desencajada de los lunes y sabremos que el sol quema la piel blanca y fría. Descubriremos el valor de las llaves en las cerraduras y que hay caminos que no llevan a ninguna parte; nos dolerá el amor y nos arrepentiremos de formular una pregunta. Oiremos contar de una vida con la que no se sabe qué hacer; de los ojos que guardan la noche, de una boca que se hace agua, una mudanza y una caja, de las azoteas, los tendederos y una tarde de lluvia en noviembre. Los años pasan hacia atrás, como dándole cuerda al tiempo, y el cuerpo de la mujer que amamos se hace visible frente nuestros ojos cansados. Todo lo que vino después de ese amor fue inútil. La luz se va y las sábanas se quedan frías, las ciudades soñadas son nombres imposibles y lo único real son los escalones que llevan hasta nuestra casa.
Dormirá, morirá la tarde de este último viernes con la melodía de su caja de música. Fuera hace frío. Me quedaré aquí, junto al fuego, consolado en su calor, abrigado en su refugio.
Lara Moreno “Cuatro veces fuego” Tropo Editores. Zaragoza, 2008

viernes, 12 de diciembre de 2008

Un texto de Óscar Sipán



MI BRAZO FANTASMA

Desde que perdí el brazo izquierdo en un accidente de moto su presencia es más real. Resentido con el mundo por su nueva condición de fantasma, mi brazo se ha vuelto retorcido y caprichoso: exige tocar la guitarra dos horas al día, hacerse un tatuaje de un Cristo yacente y golpear al guardia que nos multó; me amenaza con un dolor intenso si no secuestro a la vecina del quinto que tanto nos gusta.

Óscar Sipán

jueves, 4 de diciembre de 2008

La vida frente a todo

Todos estos relatos son fragmentos de vida. Injusta, breve, cruel y desesperada vida. Pero siempre latiendo, siempre imparable, arrolladora; venciendo siempre a todo.
En estas “Esquirlas del espejo”, Miguel Carcasona nos cuenta cómo una tarde de lluvia podemos reencontrarnos con un rostro conocido, y descubrir, en su mirada perdida, que ya no sabe quién fue. De cómo responde la vida frente al infortunio, muestra su fastidio ante la enfermedad y se despide con brevedad e indiferencia. Pero también nos cuenta que, junto a la compasión por la vida vacía, aparece una fotografía en blanco y negro, y tus ojos ven lo que otros ignoran. Que la vida permanece en lo que otros guardaron, y escrito en un verso está, tu recuerdo imborrable.
Nos enseña a ver la vida con los ojos de un niño. El sentimiento de sorpresa e indiferencia que produce un desconocido que llega de Francia en un autobús. De que la vida está en la calle, jugando con los amigos, en lugar de escuchar la cháchara de los mayores. Que la vida de otros nos fastidiará porque nos perderemos el un, dos, tres en la tele, la película del sábado y el partido del domingo, y, sobre todo, porque nos quitará nuestra cama. Que nuestra vida no son sus recuerdos, ni su pasado guardado en la caja de las fotografías, con rostros y nombres que no conocemos. Que cuando se marche y nos deje un recuerdo, el tiempo, la vida madura, nos hará comprender algunas cosas, y arrepentirnos de que se marchara sin escucharle.
Nos enseña la vida enfrentada al destino. Una batalla siempre perdida. La crueldad de perder el amor que nos llegó por carta, de perder la felicidad, después de saborearla y sentirla. El viaje, el regreso al lugar conocido con las palabras del amor antiguo, el arrepentimiento y el recuerdo. La despiadada burla del destino oculto en una bomba sin estallar. No existirá dolor más inhumano, pero ese manantial de vida seguirá fluyendo.
Que una sola vez en treinta años basta para destruir una vida. Que una tarde basta para recordar cuando surgió el amor y como ahora ese recuerdo te produce un asco infinito. El presente destruido con el anonimato de un adulterio y el futuro escrito en el nombre de una enfermedad que asegura una muerte lenta y dolorosa. La desgracia ajena, esa que siempre veíamos indiferentes, ahora nos toca vivirla en carne propia.
La vida sólo da su verdadera medida al enfrentarse a la muerte. A las campanas que tocan a muerto. La muerte que se viste con camisa blanca y traje para ir de boda y tú le recuerdas vivo, conduciendo el tractor y cantando juntos una ranchera. No quieres verle muerto, no quieres llevarte ese recuerdo contigo. Y la muerte pasa envuelta en una sábana que transparenta la silueta del cuerpo y tú te acuerdas de las canciones oídas en ese casete traído de contrabando, cantando al amor con la ventana abierta. Y la víspera de la muerte, entre convulsiones de dolor y la extremaunción rechazada, recuerdas las lágrimas de tu madre. Y tú te ibas a jugar a una faja de rastrojo con tus primos y pensabas en tu primer amor hecho sólo de miradas. Y ves el velatorio en casa, con los hombres que aguantarán despiertos toda la noche, ayudados por el porrón de vino y alguna torta. Y tú jugabas partidos de fútbol en una era, con unas porterías hechas con dos piedras. Y recordarás el último beso a tu padre moribundo y el entierro con sus corrillos de hombres: jóvenes, viejos y forasteros, y te acordarás de tu primera borrachera, de la feria, las casetas, las atracciones y los churros rellenos. Y el funeral de tu padre fue multitudinario y tú sabrás que después tocará reorganizar la casa vacía, devolver los muebles a su lugar, engañarse con la rutina, jugar, montar en bicicleta, vivir el amor imposible, sentir la furia y las lágrimas.
Carcasona nos cuenta que los herederos que abandonan la tierra para buscar un jornal seguro en otro lugar saben que su destino es la muerte. Saben donde vendrá, la forma y el motivo. Saben que su muerte será la venganza de esa tierra por haberla dejado yerma o en arriendo. El castigo por no querer vivir de ella.
Al final, la vida se convertirá en un recuerdo con el que el presente tropieza. El recuerdo de una guerra, un abuelo, socarrón y sabio, en la bancada de una plaza, un amigo al que perdimos de vista, un pasado que otros conocerán en el futuro, una huida, una bomba sin estallar, un destino cruel, un exilio y un silencio de muerte. Una pérdida, un dolor, la palabra para guardar el recuerdo. Y la vida, arrolladora, que sigue latiendo en otros, en nosotros mismos, enfrentándose a todo, venciendo siempre.
Miguel Carcasona, “Esquirlas del espejo”, XX Premio de Narrativa Santa Isabel de Aragón. Diputación Provincial de Zaragoza, 2006.