Lara se presenta y once años nos separan. Mientras yo, cada día, en ese tiempo nublado y lento, he pintado mi caricatura en el espejo, ella ha conseguido encender todas las hogueras.
Lara se levanta y yo busco su mirada. Soy un perro callejero, un pedigüeño de consuelos. Lara me ve y yo no me atrevo. Me avergüenzo y me marcho, arrastrando el barro de mis zapatos. Pero no he venido hasta aquí para hablar de mis huesos apaleados, sino de ella y de su caja de música. Porque en aquella tarde de poesía y renuncia, me llevé su retrato y su nombre, su palabra manchando el blanco impuro, la melodía surgida del fuego de sus manos.
Cierro las ventanas. Me quedaré aquí. Fuera hace frío y el viento se lleva las hojas muertas. El aliento de Lara calentará este lugar, desesperadamente vacío y hondo.
Abro la caja de música y su sonido me trae el dolor de las ausencias, la rabia y los secretos sin palabras, la ruina de los lugares a los que no desearías volver; el olor de los jardines abandonados y los cuerpos cercanos; y los sueños y todas las verdades que piden la huida; porque huir, siempre sirve de algo. Me descubre el ruido que hacen las ventanas al abrirse, la vida está ahí fuera, disfrazada de carnaval, sal y descubre el precio del amor y de la vida, pero ten en cuenta –me dice- que si regresas no volverás intacto.
Su melodía me obligará a fijarme mañana en los rostros de los desconocidos, a recordar la forma de sus cuerpos y a intentar adivinar sus pensamientos ocultos tras la mirada. La vida es mucho más de lo que vemos. Lara lo sabe. En lo cotidiano hay muchas palabras encerradas, entre nuestros pasos hay mucho silencio, muchos sentimientos ahogados. Lara los saca fuera, los hace audibles. Nos esforzamos cada día en mentirnos con estribillos alegres, pero nuestros pensamientos tienen sabor agridulce; escuecen, acarician y duelen. Lara nos enseña que nuestro equilibrio es un delicado cristal que manejamos sin cuidado entre nuestras manos.
La oiremos hablar de nuestras vidas contradictorias, de buscar la cordura perdida de nuestros pensamientos, la palabra y la verdad nunca pronunciada. El pensamiento se hace música, verbo, poesía, amor, sexo, confusión y esperanza. Oiremos la respiración agitada del miedo y el deseo, cavaremos con nuestras manos un agujero para esconder el tiempo y desenterraremos un interrogante; veremos nuestra cara desencajada de los lunes y sabremos que el sol quema la piel blanca y fría. Descubriremos el valor de las llaves en las cerraduras y que hay caminos que no llevan a ninguna parte; nos dolerá el amor y nos arrepentiremos de formular una pregunta. Oiremos contar de una vida con la que no se sabe qué hacer; de los ojos que guardan la noche, de una boca que se hace agua, una mudanza y una caja, de las azoteas, los tendederos y una tarde de lluvia en noviembre. Los años pasan hacia atrás, como dándole cuerda al tiempo, y el cuerpo de la mujer que amamos se hace visible frente nuestros ojos cansados. Todo lo que vino después de ese amor fue inútil. La luz se va y las sábanas se quedan frías, las ciudades soñadas son nombres imposibles y lo único real son los escalones que llevan hasta nuestra casa.
Dormirá, morirá la tarde de este último viernes con la melodía de su caja de música. Fuera hace frío. Me quedaré aquí, junto al fuego, consolado en su calor, abrigado en su refugio.
Lara Moreno “Cuatro veces fuego” Tropo Editores. Zaragoza, 2008
4 comentarios:
Esto no es una critica... ¡es un relato en sí!
Espero poder leer algo de Lara, me he quedado con las ganas, la verdad.
De todas las reseñas que he hecho, está ha sido, con diferencia, la que más me ha costado.
Tengo miedo, y vergüenza, estoy seguro de que Lara se merece una reseña que esté a la altura de su literatura, yo me quedo con el intento.
Gracias por tu visita y tus palabras, ya sabes que son de ida y vuelta.
Un abrazo
Los autores deberían premiarle con un jamón por sus críticas. Eso sí, de Teruel.
Gracias de nuevo por su visita y su comentario.
Un placer compartir Diario y tinta china.
Y no ceje en su empeño. Igual un día de estos le obsequio con un zapato de tacón infinito, de esos que hacen picadillo la buena intención.
Saludos al por mayor
Como no tengo perro sacaré a pasear a mi hermano el procaz, deslenguado y tabernario: Preferiría que me regalaran una jamona, eso sí de Teruel y con nombre angelical.
Gracias por plantearse lo del zapato, pero, ¿quien le ha dicho a usted que tenga yo buena intención?
Saludos multiplicados.
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