miércoles, 31 de agosto de 2011

La sonrisa de un pez

Ahora que mis dos hijos mayores empiezan a leer comparto con ellos un mundo nuevo. Aprender a leer tiene mucho de obligación y aprendizaje, de cosa del cole, de deberes igual que las matemáticas, las restas y las sumas con llevada. Pero leer también es descubrir. Palabras primero, en la página de la izquierda, y el dibujo después, en la página de la derecha, a continuación; pegado a las palabras, unido a ellas; reflejando, pintando lo que las palabras han contado.
Los primeros libros, las primeras palabras; esas que a veces se arrastran y atascan un poco, esas que a veces no entienden y hay que explicarles; y esos dibujos de colores que tanto les gustan, que miran y les hacen reír; dibujos que son el espejo de las palabras y que pueden ir más allá, más lejos que ellas.
“Un pez bajo la lluvia” es un cuento de peces, claro. De un cumpleaños y un regalo: un acuario tropical y seis peces multicolores. Un pez pequeño, otro dormilón, dos peces tragones, uno que juega al escondite, y un pez elegante, dibujado con sombrero de copa y bastón. Pero además hay un pez sin nombre de chapa forjada, un pez pegado a la barra de la lamparita de la mesilla de noche. Un pez de mentira que un día de lluvia quiere salir a jugar con el agua. Un pez que quiere llegar hasta el mar, más allá del faro que hay frente a casa.
Daniel Nesquens ha escrito un cuento muy breve cargado de poesía; unos peces de verdad que viven en un acuario y de los que hay que responsabilizarse como un mayor dándoles de comer y cambiándoles el agua y un cuento de un pez de metal que enseña lo contrario a todo eso que es obligado y real, a lo que está en los diccionarios, en el libro de cono y en la exactitud de las matemáticas; todo lo que puede suceder en la fantasía de un sueño o todo lo que se puede imaginar con los ojos bien abiertos, la luz encendida y contar con las palabras.
Todo lo que las ilustraciones de Rafa Vivas vuelven color, risa, realidad y fantasía.

Daniel Nesquens. “Un pez bajo la lluvia” Con ilustraciones de Rafa Vivas. El árbol de la lectura. Oxford. Madrid, 2010.

Daniel Nesquens
http://nesquensmania.blogspot.com/

Rafa Vivas
http://www.guiadeilustradores.com/portafolio/portafolio.php?opc=galeria&idper=9&idima=0

lunes, 29 de agosto de 2011

Masoveros

Muchos al encontrarse con un Mas o una Torre en ruinas no ven más que viejas piedras comidas por las zarzas.

Muchos al ver un pueblo deshabitado no ven más que una anécdota en el camino, un punto en el sendero que recorren con su mapa y su equipo de trekking.

Muchos pasan impasibles ante las casas arruinadas que ya sólo habitan los murciélagos; atentos tan solo a cumplir el horario previsto, al desnivel del terreno, a las calorías consumidas, al reto deportivo. Contemplan el paisaje como una postal pintoresca, una jornada de fin de semana y camping, unos días de vacaciones, excursionismo y turismo rural.

Muchos al ver esas casas con las paredes reventadas y sus techos hundidos por la lluvia y el cierzo no verán más que escombros, no sentirán curiosidad ni se harán preguntas, no pensarán que fueron lugares habitados, que antes de convertirse en nada lo fueron todo, fueron morada y pan, casa, tierra y agua, cobijo, sustento, calor, amor, dolor y trabajo.

Muchos al llegar hasta aquel lugar alejado y perdido de la montaña y ver sus habitaciones vacías y sus cocinas derrumbadas no pensarán que antes de llegar ellos allí llegaron mercachifles de Valencia que se llevaron de las casas todo aquello que podían vender en los mercadillos de las ciudades. Un montón de cosas abandonadas por sus dueños por no saber dónde meterlas en el piso angosto de Zaragoza de Valencia o de Barcelona a donde se fueron a aguardar la muerte.

Muchos al llegar de excursión hasta aquel lugar agreste y tan lejos de todo no pensarán que hasta allí no subía nadie para quedarse. A buscar setas, trufas, o hacer madera, sí, pero no para quedarse, y que, sin embargo, allí, en aquella umbría, en aquel Mas de Río, junto al remanso, vivieron hombres y mujeres para los que aquella casa y aquel paisaje eran todo su mundo.

Muchos al subir hasta La Peña Blanca y leer en su guía de bolsillo el inventario de su flora y fauna no sabrán que las almas de los que se han pasado la vida en aquellas montañas se quedan arriba y no bajan. Que al ver aquellas ruinas están contemplando los vestigios, el último recuerdo de lo que se olvidó, se abandonó, se despreció, se comió el futuro abortado y el viento nuevo. Hijos que se van; padres viejos que se quedaron solos para morir en esta tierra y quedar en ella para siempre abrazados a un mundo desmoronado.

Estos relatos no son la elegía de un mundo ideal ni un canto a lo arcaico en contra de la modernidad. Son algo que no explican ni enseñan las guías de viaje ni las rutas de senderismo; son una mirada, un reconocimiento, un homenaje, un recordatorio, un llanto sin falsa melancolía. Nos invitan a una reflexión acerca de la sobriedad y lo eterno, el obstinado amor a la tierra, el sacrificio, la fatalidad y la derrota.

Los relatos de “El fragor del agua” nos harán mirar esas casas derrumbadas de otra manera, con orgullo y tristeza, con admiración y dolor, porque esas ruinas guardan la memoria de otra manera de vivir: la estremecedora memoria de la vida, destino y muerte de los masoveros del Maestrazgo para quien quiera saber y escuchar.

Y todo eso contado por José Giménez Corbatón, sin duda, uno de los mejores narradores de Aragón. Por algo este libro va por la tercera edición.

José Giménez Corbatón. “El fragor del agua”. Prames. 3ª edición, Zaragoza, 2009.

Ilustración de portada: Ricardo Polo
, en la que se puede ver a la vieja de “La umbría” llevando a los lomos de la mula el cadáver de Próspero.


domingo, 28 de agosto de 2011

Parada de monstruos

Escribo ahora, todavía con la sangre caliente, alucinado, mareado y confuso.
Escribo ahora sin un criterio claro, sin equipaje ni memoria que me permita inscribir a esta novela en algún lugar conocido, género, generación o estilo. Para mí resulta precursora; novedad; un fin en si misma.
Escribo con la única referencia de aquellas películas españolas de cine quinqui de finales de los setenta y principios de los ochenta. Una road movie quinqui en el desierto de los Monegros. Drogas, sexo, violencia. Perdedores, matones, arrastrados, fracasados, cabrones y condenados. Parada, escaparate de monstruos.
Escribo desde la inocencia y el desconocimiento de un mundo paralelo apenas entrevisto en sus fachadas de colores chillones y sus copas de champán de neón. Luz roja, línea roja que nunca he cruzado. Cubos de basura con el rancio olor de las rodajas de limón, la abyección y las colillas. Un mundo submarino de partidas de cartas en la trastienda de las whiskerias y en naves industriales, partidas en las que se apuesta la vida del hijo cuando se ha perdido hasta el reloj. Apuesta que se pierde y que hay que pagar. Perros que se devoran a sí mismos.
Novela, película de carretera, ruta con parada en hostales sin barrer, clubs y salones de variedades de barrio chino: espectáculos con bailarinas de striptease, un fakir y sus puñales, un hipnotizador, un ventrílocuo y un humorista que ha perdido la gracia; cabaret en descomposición; sala vacía de terciopelo rojo y días contados. Películas porno en VHS, época de Boogie Nights sin mañana. Carreteras secundarias, pueblos de los Monegros y espectáculos de sexo en vivo en discotecas, show y carpa de circo, feria ambulante, rugidos de bestias que miran, perros de Pavlov erectos.
Museo, colección, catálogo de condenados, desfile de sicarios, expósitos, actrices porno sin jubilación, ex-soldados americanos, boxeadores sonados, narcotraficantes, transexuales, ladrones, perdedores; carne de cañón.
Alucinación en sesión continua de una noche y un día en un subterráneo delirante. Habitantes de un mundo sumergido, región abisal, infierno en la tierra que devora a sus criaturas. Presente torturado por una herida abierta en una guerra olvidada. Herida incurable supurando su veneno. Corredor de la muerte al aire libre y el único final posible, merecido, inevitable y lógico.
Novela, delirio lisérgico; asombro, vómito, maravilla, asco y sorpresa. Comedia, terror negro y violento. Lenguaje, hematoma, puño americano. Escopeta de cañones recortados, cara oculta, ensayo caníbal. Todo lo que no se lee en la noticia de un suceso con el café de la mañana. Vida antes, detrás de la muerte. Terraplén sin freno, abismo sin red. Padre que debe matar al hijo. Hijo que debe matar al padre. Lobos arrepentidos de haber nacido.
Novela salvaje, inusual, sin género, piedad, obediencia ni reglas. Novela de voyeur, copiloto del demonio. Papel fotográfico de lo sórdido, biografía, parodia, realismo crudo. Paisaje imposible que está al doblar la esquina, al otro lado del cristal blindado, debajo de una piedra. Escaparate de fieras. Homo homini lupus.

Félix Romeo. “Discothèque”. Editorial Anagrama. Barcelona, 2001.

viernes, 26 de agosto de 2011

Ronda poética en Calatayud

RONDA POÉTICA NOCTURNA POR EL CASCO ANTIGUO DE CALATAYUD

Mañana, sábado, 27 de agosto, a partir de las 12 de la noche, y dentro de los actos de “Calatayud entre dos luces”, se realizará una Ronda Poética Nocturna por los rincones del casco antiguo de la ciudad.
Esta Ronda Poética Nocturna está organizada por Blanca Langa, el Club de Lectura Bilbileyendo, la Asociación Aragonesa de Escritores y el Centro de Estudios Bilbilitanos.
Participarán los poetas: Ana Mª Aznar, Mª José Castejón, Graciela Giráldez, Juani Gómez Román, Reyes Guillén, Ángel Guinda, Pilar Hernandis, Âlime Hüma, Blanca Langa, Luigi Maráez, Ada Menéndez, Isabel Muñoz, Milagros Morales, Fran Picón, Inés Ramón, Trinidad Ruiz Marcellán y José Verón Gormaz.

Y la colaboración de miembros del Club de lectura Bilbileyendo que participarán en la ronda y recitarán poemas de distintos autores.

Empezará a las doce de la noche en la Puerta de Terrer y después de pasar por diferentes lugares de la ciudad terminará en la Plaza del Olivo.

Club de lectura Bilbileyendo.
http://bilbileyendo.blogspot.com/


jueves, 25 de agosto de 2011

Esperando el regreso

Lo de ayer me hizo recordar algo. Saldar una deuda pendiente. Hablar de este libro con el recuerdo de un carnaval y un disfraz que hacía tiempo que no me ponía. Recordar la última vez que descubrí a un autor y me convertí en un neurótico, un neo-fan enloquecido buscador de tesoros perdidos, cazador de rarezas descatalogadas, bibliófilo temporero y circunstancial
Jugar a ser José Luis Melero y leer para contarlo. Buscar en Internet y acudir, acompañado de mi querido amigo José Antonio Lozano, a una librería de viejo de Zaragoza a cobrar mi presa, el libro deseado; bajar a un sótano y creernos que estábamos en la cripta-cementerio de la que habló Zafón viviendo una experiencia extrasensorial.
Y es que desde que descubrí a Adolfo Ayuso y me quedé deslumbrado por sus “Fugas” me convertí en cazador. Conseguí de manera similar, pero en otra ciudad, su novela “La caja” y más tarde éste “El besugo y la soprano”. Los relatos de “Fugas” me hicieron querer tener y leer todo lo que Ayuso había escrito, pero mentiría si no dijera que tanto como el escritor me intrigó, me sedujo la rareza y excentricidad del personaje. Ese extraño malditismo, esa renuncia voluntaria suya a la escritura.
Ayuso ha escrito tres libros de narrativa: una novela y dos colecciones de relatos. Éste “El besugo y la soprano” publicado en 1987, y esas “Fugas”, -de las que otro día hablaré- publicado en el 2003. Ese es el último, después del 2003, nada. Silencio. Renuncia. Como si ya lo hubiera dicho todo, como si no tuviera nada más que decir, como si se hubiera hartado, cansado, ¿decepcionado? de la literatura ¿Por qué? Pues precisamente no saberlo es lo que le convierte en un personaje extravagante, enigmático, atrayente y singular.
Pero si sólo se tratara de eso, de una pose, el bluff de un bebedor de absenta que hubiera dejado escritos un par de poemas geniales y que murió arrojándose al Ebro enfermo de amor tal vez no se merecería más que un nuevo, provinciano y moderno capítulo de las “Cruces de bohemia” de Javier Barreiro. Pero no, Ayuso, además de estar vivo, se merece un reproche, o más bien una petición. A mí, que me gustaría saber el por qué de su voluntaria renuncia, lo que en realidad me gustaría es pedirle que vuelva a escribir un nuevo libro; otra novela, otra colección de relatos. Que me volviera a dar la oportunidad de disfrutar con su literatura, que pudiera hablar de él en tiempo presente y no en pasado.
Para mí “El besugo y la soprano” no supera a las “Fugas”. “El cuento “El besugo y la soprano” obtuvo el Premio “Isabel de Portugal” en 1986. La Institución Fernando el Católico, de acuerdo con el autor, añadió a dicho cuento otros escritos afines, formándose así el presente volumen”, y, curiosamente, yo considero mejor otro cuento añadido: “El hombre que quiso matar a C.I.”, que el cuento por el que se le concedió el premio. Cuestión de gustos, como siempre.
“El besugo y la soprano” es un relato breve, concentrado, directo y sin embargo repleto de insinuaciones, referencias visuales y recuerdos fragmentados. Cuenta lo esencial, lo poco del pasado de toda una vida que realmente importa. Lo que nos dejó huella y nos situó en el mundo. Es un relato sobre el destino y esos encuentros accidentales e inolvidables entre las personas. Un relato que habla del triunfo y la muerte. De la actitud ante la vida. De la oportunidad de tener a nuestra disposición lo excepcional.
“El cazador de justos”, el tercer relato que cierra el libro, demuestra la capacidad narrativa de Ayuso. La capacidad para inventar, en el año 1986, antes de cualquier moda, una historia críptica, un simulacro aventajado de todas esas narraciones de enigmas religiosos, sectas secretas y misterios escondidos en libros y escritos en sánscrito que vinieron después. Ayuso es capaz de crear una teoría delirante. Una búsqueda enigmática con un viaje a África y Jerusalén. Incluir en su relato a Einstein, Max Brod y Borges. Descubrir inscripciones en hebreo en una cueva de Nigeria y hacerlo cuadrar todo en un final trágico y matemático. Una parodia sobre el conocimiento que esconde una moraleja de nuestras obsesiones y la humana estupidez. Aunque, a pesar de su innegable mérito, me parece el peor de los tres. Me resultó excesivo y rococó, una comida demasiado copiosa, una arquitectura que abruma y empacha.
“El hombre que quiso matar a C.I.” es, para mí, sin lugar a dudas, el mejor. El que muestra al Ayuso narrador que me deslumbró en “Fugas” y por el que volví a caer en mis viejas neurosis, peregrinar y salir de caza. El relato en el que está el narrador que deja latigazos de poesía; el narrador de los personajes de carne, heridas, equilibrios y carácter. El de los supervivientes. El narrador de la tristeza y el humor, el de la ironía y la inteligencia, el tímido y el descarado, el subversivo y el sensato, el loco y el práctico. El narrador absolutamente necesario, al que sigo esperando y le pido que vuelva.

Adolfo Ayuso. “El besugo y la soprano”. Institución Fernando el Católico. Zaragoza, 1987.
Con dibujos de Ignacio Fortún.


miércoles, 24 de agosto de 2011

Una novela romántica


Tal vez, a veces, no debamos pedirle demasiado a la literatura. Tal vez debería bastarnos con una historia sencilla y bien escrita, una novela romántica, un poco de misterio y magia, algo de suspense y un final feliz.
Supongo que se trata de una simple cuestión de gustos, y en mi caso de exigencia. Tal vez ese sea el defecto de los que leemos demasiado. Tal vez yo no sepa comprender y aceptar que haya personas a las que les gustan las teleseries, las telenovelas en horario de tarde. Personas que no le piden a la literatura algo más que esa clase de historias. Tal vez ahora me esté ganando el desprecio de muchos, el adjetivo descalificativo de clasista exquisito, odioso lector pedante. Porque para mi “Sin franqueo” es una correcta novela que se queda en eso, en una estándar telenovela de amor en tiempos revueltos, en un guión escrito al gusto de lo que es ahora políticamente correcto.
Recuerdo que una vez a un librero de viejo del rastro un cliente le preguntó con desprecio por las novelas románticas que vendía en su puesto. –Todo tiene su público- le respondió. –Que a ti no te gusten no significa que no haya otro al que sí. Y yo que entonces también despreciaba aquellas “novelas rosas para mujeres” no comprendí su respuesta. Yo que entonces pensaba que los que leíamos auténtica literatura éramos aquellos tipos exquisitos que llegábamos al rastro muy temprano y en ayunas a la caza y captura de rarezas, descubridores de nombres ignotos, fieles a los clásicos y a los poetas malditos. Tipos iguales, hijos del mismo dios, que despreciábamos esa novelas con portadas ridículamente típicas y un título que se decía con un suspiro. Hoy, más viejo y desengañado, entiendo lo que quería decir aquel librero. Todo tiene su público. Es decir, que igual que hay personas que disfrutan con esas telenovelas de tarde, también hay personas que les gustan las novelas románticas, con un poco de magia y misterio, con algo de suspense y un final feliz. Y pienso que esas teleseries de amor en tiempos revueltos, república y posguerra, le han servido seguramente a José Manuel González de inspiración para escribir su novela, o que tal vez sea tan sólo una coincidencia, o tal vez le han servido de música ambiental, de banda sonora que se oye de fondo.
“Sin franqueo” tiene como mérito contar una historia original que contiene muchos de los elementos clásicos de la literatura ambientada en el Aragón pirenaico y rural El aislamiento, el analfabetismo y el retrato de aquella época –no tan lejana- en la que no había teléfono y la gente escribía cartas y las malas noticias se comunicaban por telegrama. Los pastores trashumantes, la dula y los pastos de verano. El costumbrismo y los habitantes de las crónicas de un pueblo: el mosen, el alcalde, y el secretario; las partidas de dominó en el casino, el entrañable tonto del pueblo, las malas lenguas y el qué dirán, la fiesta de la noche de San Juan con su hoguera, y, por supuesto, el personaje autóctono más típico: la bruja curandera y su cueva. Una bruxa que además de curar lee la mano. Una mujer que “Parecía una bruja salida de los cuentos de los caballeros de la Tabla Redonda. Nada más le faltaban las verrugas y la escoba para salir volando en cualquier momento hacia lo oscuro de la noche.”
“Sin franqueo” es una novela tierna, triste y heroica. Una novela bienintencionada, postal en blanco y negro coloreada a mano. Es una novela correcta, como es la belleza roma e insulsa de una novela romántica. “Sin franqueo” es una novela repleta de lugares comunes que gustará a los que gusten de esas historias manidas de la posguerra española. Todo tiene su público, todo discurso tiene su salmodia, sus tópicos, sus discos rayados, su estribillo, sus muletillas y su tabarra.
Pero yo, a pesar de haberme vuelto comprensivo y tolerante con los gustos de cada uno, sigo leyendo esperando que una novela sea algo más que una historia correcta y medianamente bien contada que me haga pasar un buen rato. Leo buceando, esperando, subrayando las líneas emocionantes, los deslumbramientos, los paraísos. Y ya no se trata de gustos particulares ni de romanticismo amable, sino de leer y no tener que encontrarse con algo así: “Cocinadas con sencillez, sólo se habían permitido añadir a las setas un poco de perejil. Una mezcla de sensaciones llenó mi boca: a monte, a musgo, a frescor de rocío, a mañanas de sombra y paseos sin rumbo ni destino… Marcial me escanció un vino que, según él, reservaba para las ocasiones especiales. Y de verdad que era excepcional. Maridaba de manera perfecta con la tortilla y permitía realzar los matices de los hongos sin enmascarar ni una sola de las esencias que emanaban de las muxardinas.” De frases como esta: “En el amor y en la guerra todo está permitido.” o esta otra: “…el eco de sus pies descalzos.”, o esta: “El letargo, la soledad y la ausencia de las voces convertían el edificio en algo parecido a un castillo embrujado, pero yo no sentía miedo.”
No, ya no es sólo cuestión de gustos, cursilería, romanticismo, telenovelas e historias tópicas y manidas, sino de buena literatura.

José Manuel González. “Sin franqueo”. Mira Editores. Zaragoza, 2011.

martes, 23 de agosto de 2011

El relato como género menor

Leo en la nota de la contraportada que la obra literaria de Joaquín Sánchez Vallés “se centra fundamentalmente en la poesía, género del que ha publicado una docena de libros y por el cual ha recibido numerosos premios. Como narrador, es autor de dos novelas: “La ciudad junto al río”, finalista del premio “Azorín” (1990); y “La costa de las perlas”, premio “Francisco Ayala” (1997).”
Motivos suficientes para tener interés en leer los relatos que componen este “El hombre-lobo de Huesca”. Motivos más que suficientes para esperar encontrarme con buena literatura entre sus páginas.
Y tal vez por esa expectativa creada la decepción haya sido mayor. Tal vez porque esperaba, con esos antecedentes, encontrarme con unos relatos escritos en serio y con lo que realmente me he encontrado es con un divertimento, con un poeta y novelista que se toma el relato como un género menor, un pasatiempo, un desahogo, una gracieta.
Una recopilación de ocasión, un libro en donde se han metido esos escritos que el novelista premiado guarda en la carpeta de “varios” y nunca supo qué hacer con ellos, gamberradas de borrachera y resaca, experimentos híbridos de teatro y cuento humorístico, un relato escrito por encargo para una publicación de la Diputación, un relato presentado a un concurso y otro con dedicatoria familiar.
“El hombre-lobo de Huesca” podría comprenderse y tendría sentido si fuera lo que no es, un libro de textos inéditos editado como un homenaje póstumo, un libro de relatos que se entendiera como la literatura menor, dispersa e insólita, de un escritor y que formara parte, en último anexo, de su obra completa.
Pero a pesar de todo eso, y tal vez por tratarse de un escritor experimentado y de larga trayectoria, me encuentro al repasar el libro para escribir esta reseña con algunos párrafos subrayados. Me encuentro con retazos, momentos de cierto interés, relatos escritos en general con corrección, oficio y, sobre todo, buen humor. Pero yo, que esperaba encontrarme con el poeta deambulando entre líneas y sombras y al novelista levantando castillos de piedra arenisca, me he tropezado con un escritor que escribe por compromiso administrativo o de amistad para salir del paso y salvar el nombre, a un escritor con ganas de divertirse y que considera al relato como un juego intrascendente y banal, una zarzuela bufa, un cajón de sastre en el que cabe todo y todo vale sin autocrítica ni orgullo.
Pero entre toda esa decepción me encuentro una historia con nombre de ciudad que me hace sentir la melancolía del desterrado; un relato sobre esa infancia que recuerdo hecha de petardos y cohetes de varilla, casetas de tiro con escopetas de perdigones, palillos y paquetes de tabaco; un despertar al sexo en aquellas viejas cintas de VHS en las que se anticipaba -por comparación -nuestra próxima mediocridad; y, sobre todo, me encuentro con “La tertulia” un relato que se salva entre tanta bagatela y que es un retrato, fiel e irónico, de este universo y sus estrellas, planetas y satélites, que llamamos literatura. Poetas de esa edad que escriben poesía sin más intención que explicar un sentimiento que quema la piel y las entrañas. Poetas ocasionales y aspirantes a poetas que acuden a las tertulias literarias para descubrir lo rápido que caen los mitos; que cambian lo idílico por lo humano y sus impurezas, el arte por el ego, las camarillas, la envidia y la bilis típicas de un plató de televisión; que saben, perdida la inocencia, de libros publicados a cambio de una contraprestación; que alguno/a sabe que para llegar a ser escritor/ra ayuda –y mucho- saber lo que se quiere y el camino para alcanzarlo.

Joaquín Sánchez Vallés. “El hombre-lobo de Huesca”. Libros Certeza. Zaragoza, 2008.


lunes, 22 de agosto de 2011

Días compartidos

Si en “Pintar de azul los días laborables”, el anterior y excelente libro de poemas de Ramiro Gairín, teníamos cuatro poemarios en uno, cuatro poemarios de aliento intenso, ecléctico, desbocado y melódico, en “Que caiga el favorito” la voz se transmuta y concentra, se hace íntima, unívoca y explícita; se hace por ella y para ella, y su nombre pronunciado una vez solamente, antes de que todo comience y sea dicho.
Y fuera de mis propios gustos y de mis más que dudosos conocimientos; de mi predilección por aquella intensa emoción y belleza desbordada en aquellos días azules, ahora las palabras de Ramiro se hacen versos distintos, espacios de silencio y aliento lento; poemas para nombrar el lugar y nombrarla a ella; siempre omnipresente, siempre centro del mundo; destino, final de trayecto; camino y comienzo.
Podría decir que estos versos son ella y tan solo ella. Que todo gira alrededor de su nombre una vez pronunciado y dicho. Ella, comienzo y final; dedicatoria, nudo y epílogo. Ella, pasado; presente y futuro, sonrisa y continuación. Pero estos poemas son versos de amor y mucho más que eso. Son poemas de carne, celebración y suerte; miedo y óxido espantados con un solo gesto. Son poemas de años, ciudades, estaciones y meses juntos. Poemas de días compartidos. Porque todo lo que hagamos cuenta.
Son poemas de un viaje en tren sobre el mar y un avión sostenido en el silencio. De que el sentido del viaje es sobrevivir, que dentro de nosotros nos vayamos quedando los dos solos.
Son poemas que son ella y son también ciudad. País mudéjar en noches de humedad; cierzo que encrespa el río y la espuma. Todo lo que existe y es además ella y compartido. Ciudad y dos almendros que sobreviven; ciudad que se estremece, pequeño temblor de flores y raíces que resisten y nadie advierte.
Y son la distancia y el esperarse. Y también el miedo a las salas y a los pasillos de espera de los hospitales; el juramento a volver sana y salva, precisamente hoy, cuando la ciudad se hace de nuevo primavera. Es ella y otro día; el día siguiente, cuando el mundo parece nuevo, recién lavado y limpio. Es querer que el futuro, compartido y suyo, sea un domingo y una casa sin terminar.
Es él y lo que existe y está además de ella, compartido. Él y toda su frustración y su derrota. Sueños de un mundo mejor que a nadie parece importarle. Soledad, intención, deseo iluso, paisaje roto y desvanecido. Él abatido y ella como única certeza, como refugio y verdad, como aliento, ella y su cuerpo, su sabor, su abrazo inmenso.
Y son los favoritos que ojala cayeran y perdieran todo su millonario poder. Son las noticias y ese horror cotidiano, persistente. Es este mundo y esperar cada mañana que ocurra algo que lo cambie, que se moviera para equilibrarse. Son las malas noticias en el televisor y desviar la mirada y verla a ella, dejar de mirarlas y contemplarla, saber que ella es como encontrar supervivientes varios días después del terremoto.

Ramiro Gairín Muñoz. “Que caiga el favorito”. Prensas Universitarias de Zaragoza. Zaragoza, 2011.