domingo, 29 de agosto de 2010

Palabras necesarias

Nuestro Diccionario de la lengua española son dos gruesos volúmenes con más de ochenta mil palabras. ¿Cuántas de todas esas no usaremos nunca en nuestra vida? ¿Cuántas son importantes; necesarias? ¿Cómo definiríamos ausencia? ¿Y felicidad, y dolor, y tiempo, y duda, y esperanza? ¿Cuántas preguntas nos hacemos a lo largo de nuestra vida? ¿Y para cuantas tenemos respuesta? ¿Buscamos las palabras o las esquivamos utilizando evasivas? ¿Cuántas veces miramos dentro de nosotros? ¿Y qué sentimos? ¿Palabras o silencio?
Este estribo es (supongo) un cuaderno de notas. Son papeles en los bolsillos, apuntes, palabras que asaltaron a Ramón Acín en plena calle, con las que se tropezó al leer el periódico, que aparecieron puntiagudas en una conversación.
Este estribo es (imagino) un libro hecho de días, meses y años. Son reflexiones, cuartillas emborronadas, pensamientos y palabras ordenadas alfabéticamente. Diálogos, sentencias, soliloquios, opiniones, preguntas y respuestas. Palabras que leemos, escuchamos, se cruzan en nuestro camino y nos obligan a buscar, descifrar con palabras: explicación, aforismo, definición. Palabras que nos incitan, nos obligan, nos hacen ser y sentir. Porque “cuando menos, la palabra nos parapeta frente al horror del vacío y, sin duda, transforma la ignominia de la existencia”. La palabra como algo necesario. La palabra como continente del ser. Porque “ser es implicarse. Y no es fácil salir indemne”.
Este estribo en su propia forma y carácter tiene (creo) la intención de ser punto de apoyo para provocar una respuesta, estimular una reacción. Motor de arranque, puesta en marcha. Hacer pensar. Porque “la actividad de pensar conlleva, como mínimo, el hecho de emocionarse”.
Ramón Acín como maestro, amigo, compadre y cofrade en “la modernidad de esta edad bárbara” nos habla con buen humor de cosas serias. Fundamentales. Imprescindibles. Obligatorias. Nos presenta con la literatura -porque “la literatura puede ser todo aquello que hay entre los ojos y la vida”- la existencia y sus palabras.
Este estribo da pie (al menos para mí) a múltiples notas al margen, páginas marcadas y subrayadas, a escribir dentro del libro junto a cada entrada. Da pie al interrogante, la exclamación, la afirmación y la duda. Este estribo es (para mí) un gabán de papel impermeable que nos protege del frío, la lluvia y el vacío; del punto muerto de la pereza. Es un diccionario de citas para la búsqueda. ¿Qué somos?
No sé, pero creo que este estribo nos lleva a meditar a cerca de la trascendencia e importancia de algunas palabras. En conocer su significado, al menos, para nosotros. Lo que no necesitamos y lo que debemos conocer a fondo. Palabras como individualismo, amor, conciencia, tiempo, vida, muerte.
Ramón Acín establece un diálogo con nosotros. Expone, afirma, nos hace preguntas, nos da pie a que pensemos, razonemos, reflexionemos.
En mi tozudez, he dado vueltas y más vueltas y, al final, he encontrado cierto cobijo en unos versos de Álvaro de Campos (Pessoa): “No soy nada/Nunca seré nada/No puedo querer ser nada/Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo”.

Ramón Acín. “Con el pie en el estribo”. Editorial Eclipsados. Zaragoza, 2010.

martes, 10 de agosto de 2010

Carta astral

Debería
haberlo supuesto,
la suerte no es
un animal de compañía,
mascota
amaestrada,
fiel, obediente y servicial.
Debería
haberlo previsto
y no creerme
un niño afortunado
a salvo
de cualquier tiroteo,
agujero, destino y carta astral.
Conmutar
la pena de muerte
y dejarme
sin ángel de la guarda,
vivo
en un gesto magnánimo y legal.
Amnistía,
documento oficial,
técnica de tortura
penitencia y natación.
Las pistolas de madera,
el horóscopo
y las siete vidas
se han vuelto
monedas,
calderilla
palabras fáciles de pronunciar.
Y la munición
un simple adiós,
una despedida,
y un deseo
de buena suerte
animal
salvaje
sin domesticar.

Poema de Jorge del Frago

Fotografía de Antonio Gaga
http://www.flickr.com/photos/antoniogaga/page1/

lunes, 9 de agosto de 2010

Terrorífica posibilidad

Catalogar esta caja como una emocionante y trepidante novela de suspense o thriller de ciencia-ficción es quedarse solamente con su parte más aparente. El brillante papel que la envuelve. Porque ya se sabe que lo realmente importante de una caja es lo que hay dentro; la sorpresa que guarda o esconde. Aunque sea algo espeluznante, algo que produzca miedo, algo pútrido y de cuerpo deforme. Algo realmente posible.
Porque lo inquietante de la ciencia-ficción está en que esa parte fantástica pueda llegar a ser real. Que algo aparentemente imposible o virtual se convierta en una amenaza factible, en algo que podamos entender como posible y que se construye con elementos reconocibles que habitan junto a nosotros. Porque todos sabemos que hay laboratorios y laberintos, fármacos y experimentos, incineradoras, secretos y trituradoras de papel. Puertas blindadas, vallas electrificadas y sótanos insonorizados, órdenes y alcantarillas, ética y conciencia, escrúpulos y poder. Todos sabemos que la realidad tiene una parte que desconocemos. Un lugar en sombra, codificado y abstracto. Una liga con otras reglas. Un club privado al que nunca seremos invitados a entrar. Ficciones que hemos intuido en algunas películas y en algunas noticias de los periódicos. Ficción que sirve para entretener nuestro tedio y noticias que suceden en un planeta lejano sin quitarnos el sueño.
Porque “mientras uno no se hace muchas preguntas, todo va bien; mientras no indaga más allá de las serpentinas y las máscaras de carnaval, todo es perfecto; nos parece vivir en los jardines de la libertad. Pero dedíquese a levantar con la uña el esmalte con que cubren nuestras gafas y pronto se verá sumergida en un cenagal kafkiano”.
Y es que esta caja no es sólo una novela que habla de tener una vocación y cumplirla. Tener la suerte de conocer el lugar dónde queremos estar. De triunfar con esfuerzo, dedicación e inteligencia. Trabajar en un proyecto junto a alguien que se hace cómplice y ayuda imprescindible para conseguir un objetivo. Descubrir el significado de la amistad y sus beneficiosos efectos derivados y por el contrario sufrir el fracaso en la vida privada. La distancia, las diferencias insalvables, la incomprensión y la incomunicación. El vivir completamente entregado a un trabajo por pasión o como excusa para no enfrentarse a ese mundo exterior que es un medio hostil y en el que no sabemos navegar. La vida dentro de un laboratorio y sus teorías y análisis del comportamiento humano. La verdadera vida sucediendo fuera. La dicotomía, la contradicción y la aparente incompatibilidad. Los instantes de verdadera felicidad con bien poco. La compañía, la risa y la conversación banal. Los pensamientos y las dudas. La emoción y el pánico. Los callejones sin salida. La derrota y la resurrección.
Esta caja contiene la ambición profesional y el querer llegar donde ningún científico había llegado. Trabajar por encontrar una fórmula que consiga aliviar el dolor y la ansiedad, la angustia del miedo humano. La ciencia como algo útil. Dar el paso y cruzar la línea. Pasar de la investigación con ratones y primates a utilizar cobayas humanos. Pasar de la teoría a la posibilidad. De la hipótesis a lo factible. Explorar el terror humano. Enfrentar a un hombre a sus temores, descubrirlos y encontrar un medicamento que los elimine. Y a partir de ahí ver como esa finalidad se transforma, se muta, se convierte en la fórmula deseada por el poder y su sombra. Y enfrentarse a una realidad distinta. A unas consecuencias inesperadas. A los sótanos y a los resortes, ruedas dentadas que giran invisibles e implacables.
Esta caja habla de la ambición humana. De líneas rojas, límites propios y extraños. De la manipulación, la soledad y los desiertos concéntricos. De los argumentos para justificar nuestros actos. De lo moral y lo inmoral, la ética, los escrúpulos, la sumisión, la rebeldía y la conciencia. Del terror de lo desconocido y lo que descubrimos. Del terror como método de tortura perfecto. De la traición y la muerte, las mentiras y las trampas. De los recursos infinitos y los métodos sutiles y violentos del poder. De la posibilidad del hombre convertido en un androide, el ejército perfecto que toda nación querría tener.
Pero sobre todo esta caja nos hace sentir nuestra insignificancia; nuestra debilidad frente a un poder omnívoro e implacable. El llegar a vernos reducidos a cosas, peones en una partida que no dirigimos; estorbos, piezas sobrantes, ceros a la izquierda sin un solo decimal. Vernos despojados de nuestra condición humana.
Y esta caja es, además, la primera y –desgraciadamente- única novela de Adolfo Ayuso que cuenta en sus cubiertas con dos grabados de Mariano Castillo y en su interior con dibujos de Ignacio Fortún.

Adolfo Ayuso. “La caja”. Zócalo Editorial. Zaragoza, 1994.

Mariano Castillo http://www.grabadoscastillo.es/

Ignacio Fortún http://www.ignaciofortun.com/



martes, 3 de agosto de 2010

Mirar

Podemos mirar la vida representada en la televisión hasta quedarnos dormidos. Podemos ver y olvidar. Y podemos mirar desde la calle las ventanas. La luz azulada que parpadea. Ver de otra forma.
Podemos ir en el coche detrás de un camión y golpear nerviosos el volante. Arriesgar por adelantarle. Ir más rápidos. Llegar antes. Podemos estar detenidos en un atasco con la miada perdida en un punto fijo. En el depósito de la gasolina y en el reloj. Y podemos ir por la carretera y asombrarnos de los colores, sus formas y sus nombres. Ver lo que está cerca y lejos, envolviéndonos.
Podemos caminar o estar sentados sin mirar a nuestro alrededor. Y podemos percibir los detalles. Detener la mirada.
Y quizás se trate de eso. Simplemente. Darnos cuenta de lo sencillo y lo real. De lo que está junto a nosotros. De no quedarnos flotando en la superficie. Indemnes. Indiferentes. Que vivir se trata de parar y mirar. Contemplar. Sentir. Expresar. Guardar.
Porque sólo la poesía tiene esa virtud. Sólo la poesía puede marcar ese ritmo. Sólo la poesía consigue con sus palabras la mirada intensa, lenta, absoluta; incondicional. Sólo la poesía reduce el espacio y lo acerca a lo íntimo. A lo esencial. Y eso es lo que Jesús Miramón nos muestra y enseña en “El sueño del erizo”.
Podemos correr para llegar antes y no ver nada. Podemos vivir sin retener nada. Podemos vivir rápido sin contemplar, sin guardar el tiempo que se escapa. Salir ilesos y vacíos. Y podemos vivir y mirar, vivir y recordar, vivir y subrayar.
Podemos vivir pasando por encima de la vida. Vivir sin advertir. Y podemos escuchar el ritmo de las palabras encadenadas a la respiración y a la contemplación del silencio. El rumor de las olas sobre la piel. Podemos sentir cómo Jesús Miramón nos devuelve algo que perdimos. Algo necesario, vital e indispensable. Algo que es contrario a lo que estamos habituados. Algo que es lo opuesto a esas soluciones rápidas y asépticas que consumimos. A lo inmediato y lo fácil. Al barniz y la estética. Vivir delante de un escaparate, vivir delante de todo sin ver nada.
Porque Jesús Miramón escribe de lo que oímos y lo que vimos. De lo que sabemos y recordamos. De lugares, caminos y paisajes. Árboles solitarios y naturaleza junto a las autopistas. Viendo lo que para otros pasa inadvertido.
Escribe y refleja gestos cotidianos cargados de sentido. Del recuerdo que nos traen los olores y dónde nos lleva la música. Desiertos y acantilados. Viajes y otra edad. El sabor intacto de los besos.
Palabras que dan forma a los años, los secretos y las noches. De lo que estuvo antes y ahora. De lo que siempre vuelve. Siestas de verano y silencio. Conciencia de lo que somos. Reconciliarnos con nosotros y nuestra existencia. Vernos reflejados en instantes próximos, iguales. Observarnos y aceptarnos en los gestos mínimos. Sonidos, olores; biografía formada por familia, pasado y presente. Biografía hecha de personas: padres, mujer, hijos, trenes, amaneceres, cielos y trabajos. De nosotros y otros lugares, otro tiempo.
Despedidas, instantes grabados, diálogos, mudanzas, nubes panorámicas, el olor de las hojas, las calles vacías, la hierba mojada, las nueces y la lluvia.
Jesús Miramón nos enseña a mirar la naturaleza y sentirnos afortunados y pequeños. Nubes que amenazan tormenta, sol del alba, campos segados. A detenernos y observar, escuchar lo que está fuera, junto a nosotros, lo que palpita dentro.

Jesús Miramón. “El sueño del erizo”. Prames Editorial. Zaragoza, 2001. XXXIII Premio de Poesía “Hermanos Argensola”, Barbastro, 2001.

lunes, 2 de agosto de 2010

Fin de fiesta

Hay fiestas marcadas por cifras,
fiestas iguales, repetidas, fijas.
Hay fiestas sorpresa, piñatas,
fiestas mayúsculas y mayores,
fiestas desbordantes y contenidas.
Hay fiestas y rituales,
orquestas, vestidos, regalos, sonrisas,
borracheras jóvenes,
resacas dulces.
Fiestas que terminan siempre
marcando la fecha para la siguiente.
Y hay un día,
un solo día
que la fiesta concluye de golpe.
Un día que aniquila,
corta, destruye, ahoga, quema,
deja
la conciencia al borde del llanto.
La boca seca, la derrota,
la nausea y la angustia
dominantes.
La música y la alegría
apagadas,
arrancadas de cuajo,
totalmente
inalcanzables.
El miedo, el vértigo,
el insomnio,
el sudor en la almohada,
los ojos abiertos
la sala a oscuras
respirando.
La fiesta sonando fuera, lejos
en otro lugar
invisible,
y ahora,
a partir de ahora
viviéndola otros intensamente.

Poema de Jorge del Frago.

La fotografía es del grandioso fotógrafo portugués Rui Palha.
http://www.flickr.com/photos/ruipalha/