miércoles, 29 de mayo de 2013

Postales de la moderna desolación.


Mucha gente prefiere la literatura que les haga olvidar lo que son. Literatura que los lleve lejos. Y los entiendo; pero yo prefiero la literatura que, aunque duela o resulte cruel, pueda verme reflejado en las esquirlas de su espejo; historias que suceden en los lugares que conozco y contemplo a diario; unas calles más allá; al doblar la esquina. Y este breve –brevísimo- e intenso texto de Miguel Carcasona es de esa clase de literatura, porque habla de gente corriente –que puede ser cualquiera de nosotros- y de un lugar que conocemos: “Vivo en una urbanización del extrarradio, en una acumulación de sesenta casas dispuestas como un ejército en cerrada formación de avance: diez casas por fila, seis filas de casas. Con la particularidad de que es un ejército de siameses unidos por la espalda”. Un paisaje reconocible para muchos. Un lugar reconocible para mí porque yo vivo –con algunas diferencias- en un lugar así.
Aquellas ciudades dormitorio que surgieron a finales de los sesenta se han convertido en barrios integrados en la ciudad, y el centro antiguo en un lugar alejado para ir de turismo o manifestación. Los nuevos extrarradios del siglo XXI son islas de cemento y ladrillo que han brotado en los pueblos cercanos; rodeadas de autopistas, campos de cultivo abandonados y cañadas sin ovejas, murallas que guardan parques de árboles raquíticos, jardines japoneses, piscinas de plástico y barbacoas domingueras. Campo abierto de puertas cerradas en el que nunca pasa nada apasionante; tan sólo nuestra vida vulgar y moliente.  
 Carcasona nos muestra el lado feo y desolador de ese lugar, ese del que nunca nos hablaron los vendedores que vivían lejos de allí: el páramo como frontera, la uniformidad impersonal, las líneas rectas, la distancia y el aislamiento. Pero eso no quita para que algunos no le vean su lado bueno. Se trata de gustos. Todo tiene sus ventajas e inconvenientes y nada es perfecto. Unos lo buscan a propósito y consiguen adaptarse sin problemas; otros no tanto, pero se resignan y agarran a sus aspectos positivos.
El retrato que se hace de ese lugar en “Todos los perros aúllan” es devastador y subjetivo, pero se trata de mostrarnos un escenario en el que lo realmente importante está en la historia que cuenta. Si fuera una historia feliz o cómica saldría su lado fotogénico y no su perfil malo. Llegar hasta allí es una elección, la de los nuevos emigrantes que abandonan el centro de la ciudad buscando espacio abierto sin ruido y contaminación y se convierten en sus habitantes. “Clara opinaba que los cuarenta y cinco metros del piso alquilado donde vivíamos, en la primera planta de una avenida con tráfico excesivo, no eran el mejor entorno para el desarrollo de nuestro hijo. Buscábamos espacio saludable para él y espacio, a secas, para nosotros, y combinar superficie amplia con precio asequible solo era viable en el extrarradio”. Razones y argumentos comunes a la mayoría si se hiciera una encuesta puerta por puerta. Y los entiendo. Pero el texto de Carcasona no se trata sólo de sacar a la luz los defectos de ese paisaje impersonal y desolador sino en que a veces cambiar un lugar imperfecto por otro puede hacerse con muy buena intención pero puede convertirse en un error.  Y que lo realmente grave y calamitoso es el persistir en ese error por las consecuencias que eso conlleva. El orgullo y el autoengaño, el no querer reconocer que te has equivocado, la falta de comunicación y sinceridad, el no saber rectificar a tiempo; el callarte y dejarte llevar por la inercia de lo cotidiano, permitir que el cansancio se apodere de ti y acabe aniquilándote, hacerte odiar el lugar en el que vives. Lo que antes era virtud ahora es un defecto insalvable.
Y la maestría de Carcasona está en mostrarnos todo eso con muy poco. En resumir, concentrar años de carcoma y podredumbre en un par de hechos cruciales; en unas cuantas postales, imágenes decisivas: el asco de una rata muerta; la invasión de las hormigas que se cuelan por las grietas; la crueldad de ver morir a tu mascota envenenada.
Pero además de todo eso Carcasona también deja en evidencia la desorientación y fragilidad de los padres modernos y sus hijos cibernautas. Sus nuevas formas de divertirse y relacionarse y comunicarse con los demás. Comportamiento en el que también caemos los padres y los adultos y que nos deja sin argumentos ni fuerza moral para decir no. Realidad virtual que nos separa y aísla a cada uno en su cuarto delante de una pantalla y la puerta cerrada. Soledad que acaba llevándonos a visitar de noche los polígonos industriales y a compartir quince minutos en el asiento de atrás con una falsa hada madrina. 
Es triste y cruel. Pero debemos darle las gracias a Miguel por mostrarnos algo de nosotros mismos que tenemos muy cerca y de lo que huimos sin movernos en realidad del mismo sitio, persistiendo en el error. 

Miguel Carcasona. “Todos los perros aúllan”. 43 páginas. Instituto de Estudios Altoaragoneses. Huesca, 2012.