martes, 29 de junio de 2010

La caja de música

Conocí a Ricardo Espín por pura casualidad, pues la Librería París nos había puesto juntos en la misma caseta para firmar en la Feria del Libro de Zaragoza. Él promocionaba su octava publicación, “Melodía en Alabama”, finalista del premio Dulce Chacón 2008.
Acudí a su presentación, me cautivaron sus palabras, compré el libro y me dejé transportar…porque en cuatro páginas ya nos ha metido en el corazón de los EE.UU. sudistas, en las fincas de algodón, en los bares de jazz con músicos negros y en el racismo subyacente de algunos blancos.
Su editor dijo en la presentación que era un libro muy cinematográfico, aunque no sé si se refería a su manera de escribir por medio de frases cortas, directas y sin complicas adjetivaciones, o tal vez porque al leerlo fluyen a tu cabeza imágenes o paisajes que hemos visto en el cine. En mi caso surgieron tres títulos conforme leía la novela, ustedes dirán si con acierto o no cuando la lean: Matar a un ruiseñor, El sargento negro, y Arde Missisipi.
Espín lleva su novela de menos a más, hasta un clímax emocionante, envolviéndonos en sus enredos sin darnos tregua ni dejarnos especular durante la lectura. Las pistas y detalles los va dosificando a la vez que introduce los personajes y dando forma a la trama que queremos que nos explique.
Narrada en primera persona, a través de su protagonista, Víctor Rey, nos sumerge en la investigación de un asesinato no muy claro que sucedió décadas atrás
Y lo resuelve muy bien, en un doble salto hacia delante con un trufado de Entre fantasmas.

Ricardo Espín. “Melodía en Alabama”. Ediciones Nalvay. Teruel, 2010. 143 páginas. 13,95 €.

Reseña de José María Morales
http://unodetellerda.blogspot.com/

Ricardo Espín
http://ricardoespin.wordpress.com/

domingo, 27 de junio de 2010

Razón y corazón

Sería injusto comparar “Adónde vamos” con cualquier otro texto que hable en tercera persona de lluvia amarilla, derrumbe, soledad y muerte. Así que prefiero unirlo a “Casa por casa” y, sobre todo, a “De puertas adentro”, los dos magníficos libros-documento de Fernando y Ana Biarge porque son la forma perfecta de ver, ponerle imágenes a las palabras y entender todo lo que Ana Tena nos cuenta en su novela.
El estilo literario no es lo importante; lo valioso de “Adónde vamos” está en su enseñanza, en lo que quiere que sepamos, comprendamos y guardemos. Ana ha puesto en un doloroso y lúcido monólogo las historias oídas en su casa. Palabras que ella escuchó con atención, respeto, curiosidad y cariño. Palabras que puso de igual forma sobre un papel para que no se perdieran. Una forma de vida desaparecida que yo también he oído contar a mi padre, mi madre y a mi abuela. Primera persona del singular que se convirtió en plural.
“Adónde vamos” es la historia de tres generaciones. Entender que para poder llegar a la orilla en la que ahora estamos es porque otras dos generaciones lo hicieron posible. Mis padres son de los que marcharon a la capital. A mis abuelos les tocó verlos marchar. La generación de nuestros abuelos se quedó en la otra orilla, la contraria a la nuestra; y nuestros padres hicieron de puente uniendo una y otra. Pasado, presente y futuro y dos lugares distintos. Y que cuando el puente se rompa ya no habrá forma de regresar porque lo que nos une y mantiene unidos al pasado habrá desaparecido. Por eso debemos escuchar, saber, comprender y guardar.
“Adónde vamos” está escrito contra el silencio; le pone voz y sentimientos a esa generación que fue la última orilla. La que tenía que despedirse de los hijos y quedarse solos en su pueblo para morir con él. “Adónde vamos” nos enseña el porqué de todos esos pueblos derruidos y deshabitados de Aragón. La llegada del progreso que dejó sin trabajo a los jornaleros, los más humildes que no tenían tierras propias, que los obligó a marcharse porque allí ya no eran necesarios. Y que hizo después que los hijos de los propietarios ya no quisieran ser agricultores, vivir en un pueblo pequeño de tierra escasa y abrupta sin más futuro que la subsistencia. Una nueva época. Una nueva vida.
“Adónde vamos” es vivir en soledad con la única compañía de los recuerdos. Del pasado y lo vivido, del hablar solo, ver morir un mundo y nacer otro distinto donde ya no se tiene cabida. Dos vidas distintas. Sentimientos, resignación, orgullo y duelo.
“Adonde vamos” es razón y corazón. Razón es la sensatez, asumir lo inevitable. Corazón es lo sentimental. Razón es comprender el porqué. Porqué abandonaron aquellos lugares, porqué se derrumbaron. Corazón es sentir dolor al verlos destruidos, abatidos, irrecuperables dos generaciones después. Razón es lógico y duro destino. Corazón es Ana Tena; es primera persona del plural. Razón es “Adónde vamos”, es conocer, escuchar, comprender, apreciar, agradecer y guardar en el corazón.

Ana Tena Puy. “Adónde vamos” Gara d’Edizions. Zaragoza, 2009.

miércoles, 23 de junio de 2010

Mecánica vacía del tiempo

Diez minutos de retraso. Hora en punto. Terminó la cuenta atrás. Desde ahora, y por cada minuto que pase, llegaré tarde a trabajar. Miro las vías en dirección este. Nada. Semáforo en blanco. Oscuridad. Un minuto tarde. Ciento cincuenta y tres pasos hasta el final. Media vuelta. Nada. Dos minutos. Veintiocho personas en el andén. Tres minutos más. Siete mujeres. Veintiún hombres. Pasatiempos. Cuatro minutos. Número par. Doscientas dieciséis baldosas. Andén uno. Dirección Zaragoza. Silencio. Invierno. Cinco minutos tarde. Mi jefe y su cara de vinagre. Mi puesto vacío. Su voz atronando. ¿Dónde está Saganta? Seis minutos. Trabajo en cadena. Línea rota de producción. Perjuicios. Descuento en tu salario proporcional. Días mecánicos. Asco. Condena. Repetición. Ciento cincuenta y tres pasos por cuatro. Final del andén. Nada. Vacío. Media vuelta. Ciento cincuenta y tres por seis. Siete minutos. Semáforo en rojo. Media vuelta y una maleta junto al último banco; de pie. Nadie sentado. Nadie alrededor. Treinta y dos personas. Cuatro más. Nueve mujeres. Veintitrés hombres. Carne de cañón. Este. Vía muerta. Ocho minutos tarde. Sin disculpas ni excusas. Sin perdón. La maleta abandonada, tipo trolley, azul eléctrico, nueva, sin un arañazo; de pie. Nueve minutos. El cartel de prohibido fumar y la cajetilla en el bolsillo. Uñas mordidas. Diez minutos. Mi jefe mirando su reloj y mi puesto vacío. Blasfemia. Insulto. Suspensión. Me siento en el banco, la maleta junto a mí. Azul eléctrico. Nueva. De pie. Miro a mi espalda. Miro a mi alrededor. Tres hombres y una mujer paseando por el andén. Ciento cincuenta y tres pasos hasta el final. Once minutos tarde. Sirenas a lo lejos. Nadie cerca. Nadie fijándose en mí. Pongo la maleta en el banco. Tres cierres negros. Derecha, izquierda, centro. Doce minutos tarde. Abro. Una camisa blanca. Corbata color burdeos con el nudo hecho. Traje azul. Cinturón. Calzoncillos. Calcetines. Zapatos negros de cordones. Equipaje de domingo. Boda. Bautizo. Comunión. Cambio de planes. Extravío. Renuncia. Insumisión. Y en el fondo un DNI: Javier Burceat Estada. Nombre y dos apellidos. Identidad. Fotografía de un hombre corriente. Vulgar. Anodino. Mediana edad.
Y el tiempo quebró su mecánica.
Se paró.
Dejó de medirse en minutos. En pasos. En angustias de retrasos. Egoísmos y rebajas, números detrás de mí.
Javier Burceat Estada. Rostro conocido. Rostro sin palabras. Sin nombre. El mismo que a diario veo frente a mí. Cinco días a la semana. Turno de ocho horas. Pausa de veinte minutos y volver a empezar.
Javier. Cadena de empaquetado. A un paso, medio metro, dos baldosas frente a mí.
Javier. Rostro sin nombre. Repitiendo los dos los mismos gestos. Mecánicos. Iguales. Espejo. Reflejo. Imitación.
Javier. Doce años en el mismo sitio. Doce años sin nombre. En silencio. Doce años frente a mí. Javier. Trolley azul. Camisa, corbata, zapatos, chaqueta y pantalón. Equipaje abandonado. Semáforo en rojo. Vía muerta. Sirenas en el este. Vacío. Interrogación.
Javier. Doce años tan cerca y sin saber nada de ti. Buenos días. Silencio. Ocho horas. Hasta mañana. Adiós. Días mecánicos. Vacíos. Copia. Plagio. Repetición.
Una voz en la megafonía de la estación. Aviso. Debido a un incidente en la vía el servicio se encuentra suspendido. Volverá a funcionar con normalidad en treinta minutos. Disculpen la interrupción.

Texto de Jorge del Frago.

Fotografía de José Luis Ríos.
http://andan-dos.blogspot.com/

lunes, 21 de junio de 2010

Fiesta mayor

Cuando llevamos una existencia en la que lo único que hacemos es acumular rutinas y calderilla podemos inyectarnos en vena la heroína letárgica de la televisión o leer para olvidar.
Cuando la realidad se vuelve tedio y espina deseamos que nos pase algo que alivie el plomo de los días, y para eso lo fácil es comprar imaginarios viajes en el tiempo; ser abducido por una nave alienígena; o vivir una noche de sexo, drogas y rock and roll sin pisar la calle.
Por el contrario lo difícil es hacer lo que hacía Ramón Sabatés en sus “Grandes inventos del TBO”, inventar algo extraordinario, absurdo y posible con lo que tenemos más cerca, al alcance de la mano, dentro de nuestra casa, en la puerta de al lado, en el piso de arriba, en la ventana de enfrente, al otro lado de la calle, a la vuelta de la esquina, en el parque del barrio. Con las personas que nos rodean, se cruzan en nuestro camino; nuestra mujer, nuestra familia, nuestros silencios y dudas, nuestro miedo, nuestra locura y valor. Lo difícil y lo extraordinario es lo que hace Félix J. Palma en “El menor espectáculo del mundo”.
Porque Félix es un tipo corriente, un tipo como nosotros que inventa una mentira para consolar a su hija, que ha leído esas chorradas que hay escritas detrás de la puerta del aseo de un bar de mala muerte; que tiene un piso con trastero, que va los domingos a comer a casa de sus suegros y que en su edificio viven un gato maullador, un vecino ligón al que envidia, un jubilado que te puede contar dónde están el cielo y el infierno y una anciana que vive sola y echa de menos a sus hijos.
Félix nos regala ese algo deseado que venga a poner patas arriba nuestra rutina de tipos corrientes. Ese algo que sucede sin pedirlo y que convierte la línea en ángulo, lo cómodo en angustia, el amor en valor y la palabra en gesto.
Félix nos cambia las lágrimas por asfixia, convierte al gusano en mariposa, multiplica uno por siete, divide en dos y le resta uno; transforma una llamada de teléfono en un misterio, el aburrimiento y el fastidio en secreto, lo habitual en sorpresa y terror.
Félix cambia los cuentos y mezcla “Qué bello es vivir” de Frank Capra con “La cabina” de Antonio Mercero.
Félix mete nuestro pequeño y ordenado mundo dentro de un Bibelot y lo pone del revés. El escenario que pisamos y el decorado que nos rodea tiemblan y se agitan dentro de una tormenta. Y mientras dura leeremos palabras de dolor y amor, de arrepentimiento y lucha por recuperarlo, de paternidad y heroísmo, de muerte y tiempo atrás, de secretos y traiciones, de soledad y tragedia. Relatos que nos hablan de matrimonios y dudas, mentiras piadosas, finales tristes; malabarismos y lluvia; ascensores que suben al infierno; imaginar qué hubiera pasado aquel día si en lugar de torcer a la derecha hubiéramos torcido a la izquierda, hubiéramos sido intrépidos en lugar de apocados.
Vidas vulgares contadas con dolor, humor, ternura, fantasía, piedad y melancolía para reconciliarnos con nosotros mismos y curarnos de carcomas, hipocondría, aprensión y ombliguismo; mirar a nuestro alrededor de otra manera; saber apreciar lo que tenemos.
Y por si eso no fuera suficiente, Félix además, convierte a la literatura en inolvidable fiesta mayor.

Félix J. Palma. “El menor espectáculo del mundo”. Páginas de Espuma. Madrid, 2010.

jueves, 17 de junio de 2010

Nuevo número de la Revista "Turia"

Ramón Gaya es el gran protagonista del nuevo número de “Turia”.
La revista le rinde homenaje con un monográfico espectacular, repleto de inéditos.
Publica también dos amplias conversaciones con Santos Juliá y Gustavo Torner, así como textos de John Cheever, César Antonio Molina, Ignacio Martínez de Pisón, Luis Alberto de Cuenca, Chantal Maillard y Manuel Moyano.

La revista TURIA rinde homenaje al pintor y escritor Ramón Gaya a través de un monográfico espectacular, repleto de textos inéditos acerca de un autor del que se conmemora este año el centenario de su nacimiento. Son más de 500 páginas en las que, entre otros contenidos, TURIA brinda una aproximación muy completa e interesante al universo creativo de este murciano universal. Sin duda, Gaya posee los suficientes méritos artísticos y literarios para ser calificado como un autor indiscutible entre la nómina de protagonistas de la cultura española de nuestra época. Y, desde dicha perspectiva, este 2010 constituye una excelente ocasión para redescubrir la valía y relevancia de su obra plástica y literaria.
Además del protagonismo esencial de Ramón Gaya, este sumario de TURIA brinda un completo y sugestivo catálogo de lecturas. No en vano, además de las colaboraciones de los autores ya citados, las páginas de la revista se abren con un esplendido artículo en torno a Miguel Hernández, elaborado por un gran conocedor de su obra, Agustín Sánchez Vidal, y en el que bajo el título de “Hernandiana” se nos dirá:“Versos como los de la ‘Elegía a Ramón Sijé’, las ‘Nanas de la cebolla’ o ‘Hijo de la luz y de la sombra’ seguirán hablándonos por derecho propio, porque en ellos el idioma alcanza un grado de intensidad, vibra con tal capacidad de reverberación que convierten a Miguel Hernández en un poeta imprescindible”.
Por si esto fuera poco, el plural sumario de la revista contiene igualmente textos muy recomendables sobrela Residencia de Estudiantes (que cumple su primer centenario y sobre la que se analiza su determinante papel como espacio literario) y sobre la ingente labor de fomento de la lectura que realizó ese extraordinario crítico que fue Rafael Conte, fallecido el pasado año. De ahí que, como se subraya en TURIA, de la figura de Conte haya que resaltar que, desde su fe en la literatura, “dignificó con erudición, entusiasmo y dedicación pertinaz la tarea del crítico literario en la prensa”.
Los lectores de TURIA disfrutarán también con narraciones inéditas de John Cheever, César Antonio Molina, Ignacio Martínez de Pisón, José Giménez Corbatón, Manuel Moyano y José Julio Perlado.
La revista contiene también la sección habitual de “La isla”, con fragmentos del diario de Raúl Carlos Maícas, una mirada personal al tiempo que vivimos enriquecida gráficamente por Isidro Ferrer. En cuanto a los temas aragoneses, sobresale el artículo dedicado a Alfonso Zapater (1932-2007), escritor de raza y periodista todoterreno cuya presencia en el acervo cultural aragonés del siglo XX resulta indiscutible. De narrarnos toda esa intensa peripecia vital (la jota, los toros, la literatura, el periodismo, el teatro, etc.) se ocupa con brillantez el trabajo elaborado por Juan Villalba. Además TURIA publica el artículo de César Pérez Gracia “Breve historia de la sublevación anarquista en Zaragoza en diciembre de 1933”. Por último, una extensa sección de crítica de libros denominada “La Torre de Babel” se ocupa de la actualidad editorial y cierra el sumario.
Fundada en 1983, TURIA es la revista cultural aragonesa de difusión nacional e internacional de más dilatada trayectoria. Por sus páginas han pasado más de mil autores de diversas procedencias estéticas e ideológicas, lo que da idea de la riqueza y pluralidad de sus contenidos. En reconocimiento a su labor y a su perfil integrador de lo universal y lo local, la revista obtuvo en 2002 el Premio Nacional al Fomento de la Lectura.
TURIA es una publicación cuatrimestral, editada por el Instituto de Estudios Turolenses de la Diputación de Teruel, el Ayuntamiento de Teruel y el Gobierno de Aragón. Este número dedicado a Ramón Gaya cuenta también con la colaboración del Gobierno de la Región de Murcia y de la Fundación Cajamurcia.

lunes, 14 de junio de 2010

Tellerda existe

Los mapas mienten. Están equivocados. Tellerda existe.
Los mapas son caprichosos. Sólo cuentan lo que se ve a simple vista, no lo que ha sido, lo que fue y se recuerda. Lo que se esconde y hay que buscar.
Los mapas no tienen alma. Los mapas sólo hablan del ahora, el presente. Insensibles y racionales. Sin secretos ni susurros, sin aromas ni memoria. Sin emociones.
Los mapas no hablan de hombres. No guardan el tiempo ni los inviernos. No cuentan nada de tormentas ni naufragios, golpes, sangre y juramentos.
Los mapas hablan de lo que existe y lo que no, carreteras y lugares de paso, pero no guardan el miedo y el valor, no cuentan historias.
José María Morales con sólo decir Tellerda nombra un pueblo. Un pueblo que son muchos y uno al mismo tiempo. Un pueblo con mil nombres distintos.
Siglos de vidas. Siglos guardados en ausencias, cruces y piedras. Palabras escuchadas y leídas. Palabras que hablan de amor, orgullo y amistad inquebrantable.
Hoy cuesta entenderlo. Pero hubo un tiempo en el que los hombres tan sólo tenían sus manos. Y su fuerza era todo su orgullo. Su único patrimonio.
Su fuerza para sobrevivir a la dureza de las montañas, dormir al raso, soportar calamidades y privaciones, inviernos y escasez. Y sus pies para llevarles hasta algún lugar. Tierra llana, cálida y extensa tierra de pan.
Siglos de historias de ambición y reconquista, de orgullo de nietos de alpargateros. Generaciones sin retratos al óleo. Anónimos protagonistas de la historia. Peones, soldados rasos sin museos.
Parideras, tolvas, valles, bosques, nieves, agua, piedras y murallas.
Tellerda es Aragón entero.
Aragón, el viejo y orgulloso Aragón.
El de los pastores, el de los hombres rudos, herederos y varones, tiones, guerreros, emigrados, conquistadores y derrotados.
Batallas que hicieron escudos, cruz roja de santo patrón.
Cuentos de brujas y supersticiones, heladas y albahaca reverdecida, gaitas con vestidos de volantes, barajas y tapetes, traidores y envidias. Lágrimas y amores inmensos.
Ese Aragón de castillos y fortalezas, latines y analfabetos, criptas, fábulas, bancales y estrechos huertos. Pueblos pequeños de fiestas mayores.
Valles inundados, pueblos que se tragaron pantanos. Tierra, casa y vida perdida. Dulces con sabor amargo.
Los mapas mienten. Y el nombre de Tellerda nos trae el apodo de los valientes. La gratitud y la fidelidad hasta la muerte. Amistades inseparables.
Palabras incómodas, tristemente caducas, igual que los viejos pueblos.
Tellerdanos. Aragoneses que estuvieron en Dinamarca, Génova y Orán. Hombres de tierra adentro que se embarcaron en la armada invencible. Soldados empujados por el hambre y un juramento. Sin fortuna. Sin recompensa. Sin reblar.
Tellerda existe. Igual que existió nuestro asombro de niños. La emoción de las historias contadas junto a la lumbre en las frías noches de invierno. Abuelos que regalaron vida y se ganaron nuestro respeto y admiración. Abuelos que jamás olvidaremos.
En Tellerda será siempre verano y volveremos a ser niños capaces de creer en todo. Carpinteros que tallaban armas de madera, caballos invisibles, Almogáraves, banderas, saqueos, aventuras, heridas, dolor y muerte. Hazañas y héroes, secretos y una espada brillante, el arma de un rey.
Tellerda existe. Igual que las piedras, el viento, el papel y la palabra guardan la memoria. El recuerdo anónimo de la historia. Cimientos de este viejo Aragón.
Tellerda existe. Y miente el que diga lo contrario.


José María Morales. “Historias de Tellerda”
http://unodetellerda.blogspot.com/

viernes, 11 de junio de 2010

Canción de viernes

Para José Antonio Lozano. Por la banda sonora.

Y yo que soy huido de guerras y cepos con nombre. Experto en esquivar reflejos de los días malgastados. Tropezar en las mismas páginas de calendarios amarillentos; jugar a perder el tiempo echando balones fuera.
Olvido premeditado que se ha convertido en mi manera habitual de saltar los días. Charcos, piedras, equilibrios. Bajar al sur para olvidar el norte.
Y yo que caminé por aquellas calles mirando al suelo y al infierno. Piedra en el zapato, ligadura. Sal en la herida y en el aire.
Desfigurado el ayer en veinte años culpables, creyendo mi rostro irreconocible, a salvo de ruedas de reconocimiento.
Y yo que regresé con el miedo oculto en el silencio. Los labios apretados, la lengua mordida. Con el temblor disimulado en un nuevo presente; alegre, festivo, perfumado; guardada la espina en el nicho latente de mis puños cerrados.
Y todo hubiera quedado perdido entre calles sin tranvías y sol de primavera. Libros, obras; semáforos y líneas rojas. Cerca y sin pisar la piel de plátano de su portal.
Y todo hubiera quedado en brindis y sonrisas, momentos mágicos, emoción, agradecimiento. Abrazos sinceros, alcohol y euforia; juego. Espejos en los que encontrarnos, secretos a voces en un mismo idioma, afinidades y buena suerte; fotografías y días después.
Todo hubiera quedado en bautismo y confirmación, juramento de amistad. En un ¿te acuerdas? para cuando seamos viejos supervivientes. En hoteles pagados y deudas para la vuelta. En compañía, actrices y artistas, poetas inéditos, forajidos; cabalgata de reyes magos.
Todo se hubiera quedado en domingo de mañana. Café, cerveza y literatura, motivo y esperanza, hambre, un lugar en el mundo. Un para qué, obstáculos, dudas y vergüenza.
Todo se hubiera quedado en arañazo, caramelos; horas de mudanza y alquiler. Tormenta y espuma con el dulce sabor de gestos y adioses. Carrera contrarreloj, tímida explosión de afectos y gratitud.
Y llegaste tú con tu último gesto. Coincidencia y confidencia, saber de mí y las batallas, belleza francesa de mujer.
Regalo. Adjetivo demostrativo. Epílogo.
Sufijo incandescente. Brillante celofán.
Pértiga de equilibrista. Espina dorsal.
Banda sonora de día y medio. Susurro. Neologismo. Premio. Bola extra. Una entre un millón.
Cerilla y gasolina, columpio. Palabra exacta. Piedra, herida y sal.

jueves, 10 de junio de 2010

El ojo de una cerradura

ELLOS Y ELLAS
Relaciones de amor, lujuria y odio entre directores y estrellas.
Hilario J. Rodríguez (Ed.)

Muchos directores a lo largo de la historia del cine han mostrado un especial interés en las mujeres, a veces porque deseaban crear grandes personajes femeninos y otras porque simplemente les gustaban o les atraían o les resultaban enigmáticas.
Jean Luc-Godard afirmaba al principio de su carrera que «para hacer una película no hacen falta más que una pistola y una mujer». Lo que no sabía es que con el tiempo la mujer sería quien empuñase la pistola.
En este libro se cuenta el extraño camino que recorrieron las mujeres desde los orígenes del cine hasta la actualidad, para empuñar la pistola ante las cámaras. O mejor, es una peculiar historia del cine, del feminismo y del siglo XX.
También es un libro de relatos que se nutre de las relaciones que a veces se forjan entre directores y actrices, en las que no siempre es fácil trazar la frontera que divide el amor del odio.

Índice
A modo de presentación. Hilario J. Rodríguez
Yo, tú, él, ella. Hilario J. Rodríguez y Carlos Tejeda
David Wark Griffith & Mary Pickford. Miguel Sanfeliu
Charles Chaplin & Edna Purviance. Care Santos
Clarence Brown & Greta Garbo. Óscar Esquivias
Josef von Sternberg & Marlene Dietrich. Francesc Miralles
George Cukor & Katharine Hepburn. José María Conget
William Wyler & Bette Davis. Miguel Barrero
Emilio Fernández & Dolores del Río. Nuria Vidal
Orson Welles & Rita Hayworth. Tino Pertierra
Roberto Rossellini & Ingrid Bergman. Román Raña
Alfred Hitchcock & Las mujeres. Patricia Esteban Erlés
Billy Wilder & Marilyn Monroe. Blanca Vázquez
Federico Fellini & Giulietta Massina. Marta Sanz
Roger Vadim & Brigitte Bardot. Ramón Lluís Bande
John Casevettes & Gena Rowlands. Miguel Ángel Muñoz
Ingmar Bergman & Liv Ullmann. Silvia Rins
Michelangelo Antonioni & Monica Vitti. Celina López Seco
Luis Buñuel & Catherine Deneuve. Luis Borrás
Woody Allen & Mia Farrow. Marisa Frisa
Claude Chabrol & Isabelle Huppert. Sergio Sastre
Pedro Almodóvar & Carmen Maura. Jaime Priede
A modo de epílogo. Iolanda Batallé

“Ellos y Ellas”. Calamar Ediciones. Madrid, 2010.
http://www.calamarediciones.com/libros/ellosyellas.html

miércoles, 9 de junio de 2010

Raíces y alas

Yo soy un niño de ciudad que se pasaba los largos veranos de la infancia descubriendo paisajes en bicicleta, arrancando regaliz de las cunetas y recogiendo fruta de los árboles en un pozal. Melocotones amarillos que lavar en las acequias. Mordisco dulce y caliente. Mermeladas y conservas. Ponche en las fiestas de agosto.
“Malos Tiempos” me trae el recuerdo de aquellos veranos interminables, igual que Javier Delgado me los devolvió en su “Tierra de nadie”.
Chusé Inazio me recordó que cuando regreso a las raíces hay casas y torres que ya no existen, que los escenarios de la memoria se van derrumbando, que tan sólo los olores y el paisaje nos dejan propina a cambio de nada. Que las calles y placetas del pueblo son siempre un billete de vuelta. Que el niño que yo fui murió, o se extravió para siempre entre las hojas de los álbumes de fotos de esos años. Igual que Fernando Sanmartín lo contaba en “La infancia y sus cómplices”.
“Malos tiempos”
me habla de días de escuela. De viejas escuelas que yo no conocí. De maestras que llegaban a los pueblos igual que contó Severino Pallaruelo en su “Pirineos, tristes montes”. Escuelas en las que se cantaban las tablas de multiplicar y las lecciones de geografía. Ríos y afluentes.
Chusé Inazio me trae recuerdos de noches de invierno alrededor del fuego, haciendo lucecitas con palos encendidos. Viejas palabras que aprendí de mis padres y se perderán conmigo. Significados que sólo yo conozco y repito en silencio.
“Malos tiempos” es la infancia y los animales, asombros y crueldades. Vacas que entran en bares y billares. Bandadas de vencejos que ocultan el sol. Salamandras y antorchas. Palomas y escopetas de perdigones. Farolas, salamanquesas, noches y piedras.
Soy un niño de ciudad que en casa de sus abuelos tenía corraletas con tocinos. Mondongos, embutidos secándose en la despensa. Conejos. Huevos y gallinas.
Soy un niño de ciudad que pasaba sus días de vacaciones ayudando a sus primos en las granjas de cerdos. Carretillas llenas de pienso. Emoción de ir por la noche a ver cargar los camiones del matadero. Bañarnos desnudos en la balsa y jugar con la rueda parcheada de un tractor. Sandalias llenas de barro.
Trágica coincidencia; trágico final; muerte narrada en el “Revuelo en una granja de cerdos”. Realidad vieja e inolvidable que vuelve para abrir la herida, mancillar, destruir los escenarios extrañamente felices de la infancia.
“Malos tiempos” es un diario disperso. Diario de pérdidas, simiente negra en los bolsillos, vías de agua, noches de insomnio, duelo y euforia. Años que van pasando y nos arrastran río abajo.
“Malos tiempos” son días modernos, domingo de vermú y berberechos. Tardes de bares y cervezas frías. Mes de verano, oposiciones y futuro. Piscina, sol y belleza, mujeres desnudas. “Malos tiempos” es Huesca, esa ciudad en la que los suicidas malgastan sus pies callejeando a la búsqueda de un río en condiciones en el que ahogarse. Huesca ciudad y la plaza de López Allué, los personajes de Rafael Andolz y los “Papeles dispersos” de Carlos Castán. Huesca, billete de vuelta.
“Malos tiempos” es literatura de consumo interno, literatura enronada, diluida, quieta y agitada entre hojarasca y chatarra.
“Malos tiempos” es opinión personal, libertad de cátedra, literatura de partido, tinta servicial, discurso, ideología, ingenuidad inoxidable.
“Malos tiempos” son tiempos de brindis, alcohol y compañía, alcohol y amistad. Excursiones, aperitivo, comida, sobremesa, cena y copa. Humor, surrealismo y poesía. Delirios y bromas. Negocios imposibles. Carcajadas.
Viejas tabernas apuntaladas. Lugares donde escuchar fábulas de pastores que todavía llevan boina, paraguas y pellejo. Pastores y campos de tiro, bombas sin estallar y motocicletas que moler a palos.
Chusé Inazio es bisnieto de pastores. Aragonés de estirpe fronteriza y burlona. Oveja negra que permanecía como amuleto contra los rayos y las centellas, de los que protegía al rebaño.

Chusé Inazio Nabarro. “Malos tiempos”. Prames. Zaragoza, 2009.

jueves, 3 de junio de 2010

El olor de los tebeos


Lo primero que sentí al abrir el libriccini “Justicieros” de José Joaquín Beeme fue el golpe del recuerdo. El golpe de un papel y un color perdido. Su fragilidad. Su extrañeza.
Y me sentí viejo. De otra generación. La transición entre dos generaciones, eslabón perdido entra la de mi padre y mis hijos. Entre el color y el blanco y negro. Vivir la infancia entre un tiempo que acaba y otro que comienza. Dibujos a tinta china hechos a mano. Historietas, fotogramas de ficción.
La nuestra fue la última en la que los tebeos existían. Con nosotros se acabó y comenzó otra hecha de video-juegos, de realidad virtual, dibujos en la televisión, efectos especiales con ordenador. La imaginación pasó a jugar en otra dimensión ilimitada y el papel se volvió un escenario pequeño y lento. Los tebeos se convirtieron en un negocio sin beneficio. Algo de otro tiempo.
Los tebeos pasaron a denominarse cómics y empezaron a ser un entretenimiento de adultos. Objetos de coleccionismo y nostalgia. Cuadernillos coloreados de culto.
Ahora si quiero recuperar esa infancia de tebeos tengo que ir al Rastro. Donde acaba todo lo viejo, el pasado de segunda mano, el desahucio de las casas muertas. Comprar con euros lo que antes valía pesetas. Generación de siglo veinte. Tratar a los tebeos como un objeto delicado y frágil, una antigüedad que dejar lejos del alcance de las manos de mis hijos.
Y ahora, Norberto Luis Romero, me regala este libriccini de José Joaquín Beeme, “Justicieros”, en recuerdo y homenaje a su padre, Alberto Romero, dibujante de historietas.
Y lo primero que me encuentro es la máscara, el antifaz del guerrero y el zorro, el anonimato de “Los Increíbles”. Máscara roja, negra y vengadora. Un antifaz de misterio y llamas, alas de murciélago y telarañas de espuma.
Y el libriccini que es un sobre, una carta con el remite de José Joaquín y dentro, cubierto el color bajo un velo de papel cebolla, los dibujos de Alberto.
El papel cebolla con los nombres de todos los superhéroes de aquellos viejos tebeos. Nombres conocidos de nuestra infancia, telón, prólogo transparente para que “El Vengador” superhéroe creado por Alberto Romero aparezca en el escenario de papel.
Episodio piloto, maqueta, sombras pintadas a mano, viñetas superpuestas, matones noqueados de un directo en la mandíbula; cien contra uno. Y ese final entre paréntesis y con puntos suspensivos: (continuará...) para esperar al domingo siguiente en el que nuestro padre nos compraría el tebeo. Y esos días entre tanto en los que jugábamos a ser superhéroes saltando encima de las camas, corriendo por el pasillo de casa con un antifaz de plástico negro y una sábana vieja de capa.
Antes del cine. Antes de los video-juegos. Antes de todo eso fueron los tebeos.
Y todo ese cine con sus efectos especiales ilimitados viene de estos tebeos. Los superhéroes son los mismos. Esos que en una viñeta golpean a dos manos a los malvados. Visten esos trajes de carnaval, esas capas que les hacían volar y esas máscaras que ocultan al hombre corriente que nos gustaría ser. Invencibles. Valientes. Justicieros.

Alberto Romero, dibujante de historietas
http://robertoelasdeldeporte.blogspot.com/

Norberto Luis Romero
http://wwwnorbertoluisromero.blogspot.com/
http://www.norbertoluisromero.com/

José Joaquín Beeme
Editorial La Torre degli Arabeschi
http://sites.google.com/site/latorredegliarabeschi/home


“El olor de los tebeos, que emerge como un animal submarino de nuestro pasado colectivo, es el sutil, misterioso e insustituible perfume del tiempo” José María Conget. “El olor de los tebeos” Editorial Pre-Textos. Valencia, 2004.

miércoles, 2 de junio de 2010

Moda y literatura

Empezaré por admitirlo: no he leído ningún libro de la trilogía “Nocilla”. Tampoco a ningún autor de su generación. No sé nada de literatura experimental, géneros híbridos ni postmodernidad. Y es que a mí, igual que al protagonista de “Mutatis Mutandis”, también “me toca los cojones el afterpop”.
Si tuviera que hablar en serio de ese fenómeno diría que la literatura es la palabra que explica el arte abstracto y no su imitación. La literatura no es un objeto de plexiglas, no es algo simplemente visual, no es sólo representación. La literatura no es eyaculación precoz, no es cortacircuito, perfomance, gag, happening, show. La narrativa no puede ser ininteligible; no es un corta y pega, no puede estar hecha de bonitos recortes de colores. La narrativa no es un collage de confeti. Aunque también sé que siempre habrá alguien dispuesto a defender lo contrario y que las palabras vendrán en su ayuda para vestir sus argumentos.
El texto de Javier García es una demoledora crítica repleta de humor e ironía. Una crítica como nunca antes había visto: escribir un libro copiando el estilo postmoderno para dejarlo en completa evidencia, convertirlo en algo ridículo y sin sentido. “Mutatis Mutandis” es una parodia gamberra; una humorada muy bien intencionada. El sabotaje de una fiesta –merendilla- con humo, trucos de magia y piñata new age.
Y no se trata de enfrentar clasicismo contra modernidad, literatura medieval contra vanguardia. Yo me quedaré con la solapa de “La Caja” de Adolfo Ayuso en la que reconoce que no ha leído a los clásicos ni estudiado la carrera de Letras para escribir esa magnífica novela. Y es que yo tampoco soy filólogo y jamás he asistido a un curso/taller/seminario ni puedo poner en mi currículum que soy “Especialista en Coaching Ontológico y en Coaching Transformacional”
Javier García intercala como contrapunto a tanto neo-puzzle literario partes de una novela al uso: “Los días grises” para dejarnos líneas sin pringue de nocilla. La desesperación que degenera en psicosis de un vulgar aspirante a escritor rechazado en todas las editoriales y su asombro ante el éxito de la literatura mutante. El signo de los tiempos en los que el mundo se rige por el azar de un parchís con sonrisa de camaleón. Javier desmonta ese tinglado de retórica y teoría que llena líneas y más líneas y no dice nada. Esa forma de escribir de algunos filólogos que hacen de su exposición un argumento ininteligible para hacernos pasar a los mortales por estúpidos sin criterio incapaces de entender los nuevos caminos de la literatura. Porque “Basta especular para ser espectacular”.
Javier es capaz de escribir una gamberrada completamente en serio. Metaboliza el estilo y escupe la cáscara amarga de un limón cargada de malaleche. Es capaz de escribir un texto y hacer los comentarios de ese texto y todas sus trilogías derivadas. Javier se ríe de todo eso y de paso nos recuerda donde acaba la moda y dónde empieza, en qué consiste, la verdadera literatura.

Javier García Rodríguez. “Mutatis Mutandis”. Editorial Eclipsados. Zaragoza, 2009.