Los mapas mienten. Están equivocados. Tellerda existe.
Los mapas son caprichosos. Sólo cuentan lo que se ve a simple vista, no lo que ha sido, lo que fue y se recuerda. Lo que se esconde y hay que buscar.
Los mapas son caprichosos. Sólo cuentan lo que se ve a simple vista, no lo que ha sido, lo que fue y se recuerda. Lo que se esconde y hay que buscar.
Los mapas no tienen alma. Los mapas sólo hablan del ahora, el presente. Insensibles y racionales. Sin secretos ni susurros, sin aromas ni memoria. Sin emociones.
Los mapas no hablan de hombres. No guardan el tiempo ni los inviernos. No cuentan nada de tormentas ni naufragios, golpes, sangre y juramentos.
Los mapas hablan de lo que existe y lo que no, carreteras y lugares de paso, pero no guardan el miedo y el valor, no cuentan historias.
José María Morales con sólo decir Tellerda nombra un pueblo. Un pueblo que son muchos y uno al mismo tiempo. Un pueblo con mil nombres distintos.
Siglos de vidas. Siglos guardados en ausencias, cruces y piedras. Palabras escuchadas y leídas. Palabras que hablan de amor, orgullo y amistad inquebrantable.
Hoy cuesta entenderlo. Pero hubo un tiempo en el que los hombres tan sólo tenían sus manos. Y su fuerza era todo su orgullo. Su único patrimonio.
Su fuerza para sobrevivir a la dureza de las montañas, dormir al raso, soportar calamidades y privaciones, inviernos y escasez. Y sus pies para llevarles hasta algún lugar. Tierra llana, cálida y extensa tierra de pan.
Siglos de historias de ambición y reconquista, de orgullo de nietos de alpargateros. Generaciones sin retratos al óleo. Anónimos protagonistas de la historia. Peones, soldados rasos sin museos.
Parideras, tolvas, valles, bosques, nieves, agua, piedras y murallas.
Tellerda es Aragón entero.
Aragón, el viejo y orgulloso Aragón.
El de los pastores, el de los hombres rudos, herederos y varones, tiones, guerreros, emigrados, conquistadores y derrotados.
Batallas que hicieron escudos, cruz roja de santo patrón.
Cuentos de brujas y supersticiones, heladas y albahaca reverdecida, gaitas con vestidos de volantes, barajas y tapetes, traidores y envidias. Lágrimas y amores inmensos.
Ese Aragón de castillos y fortalezas, latines y analfabetos, criptas, fábulas, bancales y estrechos huertos. Pueblos pequeños de fiestas mayores.
Valles inundados, pueblos que se tragaron pantanos. Tierra, casa y vida perdida. Dulces con sabor amargo.
Los mapas mienten. Y el nombre de Tellerda nos trae el apodo de los valientes. La gratitud y la fidelidad hasta la muerte. Amistades inseparables.
Palabras incómodas, tristemente caducas, igual que los viejos pueblos.
Tellerdanos. Aragoneses que estuvieron en Dinamarca, Génova y Orán. Hombres de tierra adentro que se embarcaron en la armada invencible. Soldados empujados por el hambre y un juramento. Sin fortuna. Sin recompensa. Sin reblar.
Tellerda existe. Igual que existió nuestro asombro de niños. La emoción de las historias contadas junto a la lumbre en las frías noches de invierno. Abuelos que regalaron vida y se ganaron nuestro respeto y admiración. Abuelos que jamás olvidaremos.
En Tellerda será siempre verano y volveremos a ser niños capaces de creer en todo. Carpinteros que tallaban armas de madera, caballos invisibles, Almogáraves, banderas, saqueos, aventuras, heridas, dolor y muerte. Hazañas y héroes, secretos y una espada brillante, el arma de un rey.
Tellerda existe. Igual que las piedras, el viento, el papel y la palabra guardan la memoria. El recuerdo anónimo de la historia. Cimientos de este viejo Aragón.
Tellerda existe. Y miente el que diga lo contrario.
José María Morales. “Historias de Tellerda”
http://unodetellerda.blogspot.com/
Los mapas no hablan de hombres. No guardan el tiempo ni los inviernos. No cuentan nada de tormentas ni naufragios, golpes, sangre y juramentos.
Los mapas hablan de lo que existe y lo que no, carreteras y lugares de paso, pero no guardan el miedo y el valor, no cuentan historias.
José María Morales con sólo decir Tellerda nombra un pueblo. Un pueblo que son muchos y uno al mismo tiempo. Un pueblo con mil nombres distintos.
Siglos de vidas. Siglos guardados en ausencias, cruces y piedras. Palabras escuchadas y leídas. Palabras que hablan de amor, orgullo y amistad inquebrantable.
Hoy cuesta entenderlo. Pero hubo un tiempo en el que los hombres tan sólo tenían sus manos. Y su fuerza era todo su orgullo. Su único patrimonio.
Su fuerza para sobrevivir a la dureza de las montañas, dormir al raso, soportar calamidades y privaciones, inviernos y escasez. Y sus pies para llevarles hasta algún lugar. Tierra llana, cálida y extensa tierra de pan.
Siglos de historias de ambición y reconquista, de orgullo de nietos de alpargateros. Generaciones sin retratos al óleo. Anónimos protagonistas de la historia. Peones, soldados rasos sin museos.
Parideras, tolvas, valles, bosques, nieves, agua, piedras y murallas.
Tellerda es Aragón entero.
Aragón, el viejo y orgulloso Aragón.
El de los pastores, el de los hombres rudos, herederos y varones, tiones, guerreros, emigrados, conquistadores y derrotados.
Batallas que hicieron escudos, cruz roja de santo patrón.
Cuentos de brujas y supersticiones, heladas y albahaca reverdecida, gaitas con vestidos de volantes, barajas y tapetes, traidores y envidias. Lágrimas y amores inmensos.
Ese Aragón de castillos y fortalezas, latines y analfabetos, criptas, fábulas, bancales y estrechos huertos. Pueblos pequeños de fiestas mayores.
Valles inundados, pueblos que se tragaron pantanos. Tierra, casa y vida perdida. Dulces con sabor amargo.
Los mapas mienten. Y el nombre de Tellerda nos trae el apodo de los valientes. La gratitud y la fidelidad hasta la muerte. Amistades inseparables.
Palabras incómodas, tristemente caducas, igual que los viejos pueblos.
Tellerdanos. Aragoneses que estuvieron en Dinamarca, Génova y Orán. Hombres de tierra adentro que se embarcaron en la armada invencible. Soldados empujados por el hambre y un juramento. Sin fortuna. Sin recompensa. Sin reblar.
Tellerda existe. Igual que existió nuestro asombro de niños. La emoción de las historias contadas junto a la lumbre en las frías noches de invierno. Abuelos que regalaron vida y se ganaron nuestro respeto y admiración. Abuelos que jamás olvidaremos.
En Tellerda será siempre verano y volveremos a ser niños capaces de creer en todo. Carpinteros que tallaban armas de madera, caballos invisibles, Almogáraves, banderas, saqueos, aventuras, heridas, dolor y muerte. Hazañas y héroes, secretos y una espada brillante, el arma de un rey.
Tellerda existe. Igual que las piedras, el viento, el papel y la palabra guardan la memoria. El recuerdo anónimo de la historia. Cimientos de este viejo Aragón.
Tellerda existe. Y miente el que diga lo contrario.
José María Morales. “Historias de Tellerda”
http://unodetellerda.blogspot.com/
3 comentarios:
Cualquier cosa que diga, lo enturbia. Me callo.
Totalmente de acuerdo con Berbi.
Su lectura corta la respiración.
Me callo
En realidad mirar un mapa es mirar una linea entre otras lineas, pero piensa quien los hizo, ese ser tiene que tener una vida muy llena con tanto viaje.
Un saludo
Misk
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