viernes, 30 de septiembre de 2011

La edad de las confituras

Estos relatos de Maurice Pons tienen, además del valor de ser inéditos hasta ahora en España, la curiosa sinergia de una carambola a dos bandas. Pons y sus “Virginales” fueron calificados de textos impíos y perversos por los zelotes de su época; y precisamente a través del escándalo llegaron el interés y el éxito, la adscripción a una nueva tendencia que pretendía desterrar la novela tradicional decimonónica al estilo de Balzac. Pons resultó innovador, moderno; un precursor que abrió una vía de renovación en la literatura francesa. Ambición y objetivos en los que resultó contemporáneo y coincidente con la Nouvelle Vague; un grupo de cineastas que pretendían transformar el cine francés.
Y en esa sincronía surgió la complicidad. Los “Virginales”, publicado en 1955, fue la ópera prima de Pons, y en uno de sus relatos: “Los mocosos”, se basó François Truffaut para filmar en 1957 un cortometraje con el mismo título. Segundo corto del director que él mismo consideró siempre como el primer paso de su carrera cinematográfica.
Visto hoy, “Les mistons” de Truffaut, ha envejecido mal. Para poder entenderlo y apreciarlo hay que ser un gafapasta de cine-club y Nueva Ola. Sin embargo el relato mantiene todo su vigor sin necesidad de contextualizarlo. La hermana de Jouve era demasiado guapa. No podíamos soportarlo. Los movimientos de un corazón virginal se rigen por una lógica propia de la infancia: como no teníamos la edad de amar a Yvette, decidimos odiarla y atormentar sus amores.
Y precisamente en ese no teníamos la edad de amar se resume muy bien el contenido de la gran mayoría de los relatos de Pons. Los “Virginales” están protagonizados por niños en esa edad indeterminada –tierra de nadie- del final de la niñez y principio de la juventud. En ese tiempo neutro entre candidez y malicia Pons nos cuenta de los terrores infantiles en un delicioso ajuste de cuentas con el maldito Balzac. Nos recuerda la crueldad típica de los niños, pero también su pudor y su culpa; su fascinación por la muerte, la aventura y su sorprendente ingenuidad.
Pero mayoritariamente estos “Virginales” tratan del sexo y la inocencia, y su mayor acierto está en reflejar esa dicotomía, ese desconcierto, esa especie de pureza insólita. Niños que descubren la atracción fetichista de un ligero. Niños que fingían a la perfección haber superado la edad de las confituras y que juegan con un extraño objeto de caucho con cabeza oblonga que encontraron en casa de su abuela. Chicos que compraban serpientes de nube y canicas y que forman una pandilla capitaneada por una chica que les permitía verla desnuda sin tocarla. De la forma más sencilla del mundo, aquella joven criatura nos había provocado la conmoción de una revelación. Ella era para nosotros el descubrimiento amable de tantos sueños oscuros e imaginaciones ocultas. Niños atraídos por el lado impúdico de una adolescente que turba su inocencia. Batallas virginales, aliento, mordiscos y saliva; besos de amor que yo no sabía dar. Recuerdos de verano y placer. Mocosos, mistons que en el fondo no éramos malos, sino solo víctimas de esa rabia impotente, de esa crispación que experimentan los niños frente al amor que ignoran y que les atormenta.

“Virginales”. Maurice Pons. Tropo Editores. Zaragoza, 2011. 108 páginas. Traducción de Verónica Fernández Camarero. Ilustración de portada de Óscar Sanmartín.

Tropo Editores
http://www.tropoeditores.com/

Les Mistons, de François Truffaut
http://www.youtube.com/watch?v=Ne0OS9s8NNs

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Una nube de piedra

En algunos casos la inocencia de la infancia se pierde sin cruzar una línea roja. Se diluye, se evapora sin un hecho concreto, sin una fecha en el calendario. En esta historia es un viaje el que "abre los ojos": “Diecisiete años y un viaje a París que supondría una frontera a punto de partir mi vida en un antes y un después”. Y ese es el comienzo de todo. Romperse el cascarón. Saltar los muros del colegio interno. Dejar de ser un niño al que llevan de la mano. Escuchar y ver. Conocer las dos versiones y elegir el bando de los subyugados, los vasallos. Y a partir de ahí la inocencia se perderá en dolorosos desencuentros y consecutivos enfrentamientos que irán abriendo, uno a uno y año tras año, una grieta insalvable que hará madurar; creará la firme conciencia del hombre. Y golpe a golpe, igual que se va tallando la piedra, se llega al final. Aparece lo que estaba oculto y poco a poco se fue insinuando, mostrando. Y el final supondrá la verdad y la liberación.
“Los lagartos de la quebrada” son dos caminos antagónicos de una misma raíz, dos caminos que, a pesar de ser padre e hijo, nunca se convertirán en un camino común. Dos maneras incompatibles de entender la vida, la propiedad, la ambición, la moral y el amor. Un largo y duro viaje que parte de la infancia, ese territorio libre en el que se producen las primeras e inquebrantables lealtades: a la tierra y a los hombres que nos enseñaron a amarla. Pero no como título de poder y propiedad feudal sino como ejemplo a seguir de equilibrio, estoicismo, humildad y sencilla dignidad. Insurrección que comienza cuando el hijo, hecho hombre, descubre que no es como el padre ni en el valor, ni en la avaricia. El hijo que se enfrenta a su padre el terrateniente, el amo del pueblo por su desprecio, su egoísmo y su falta de compasión hacia los demás. El hijo que busca su sitio, la forja de si mismo, la fidelidad a su conciencia construida por todo lo que ha visto y oído. Todo lo que no le gusta. El mal ejemplo. Hijo del rico, del jefe; hombre que abre los ojos y se rebela ante el dolor cercano y la injusticia de una existencia ajena de peonadas, siervos y jornaleros, obedientes súbditos. Trágala de la que su padre es administrador, dueño y señor.
Novela de aciertos y errores. Aciertos que están en el retrato sin falsos costumbrismos ni romanticismos de la España agrícola y rural del siglo pasado. "Lagartos del barranco de la Quebrada, hombres de Castilla que se levantan, trabajan, subsisten. Callados, siempre al acecho de cualquier peligro, de una nube alta. Austeros porque no les quedaba más remedio". Retrato de un paisaje viejo y sus habitantes para después de una guerra en la que vencieron y nada ganaron; no cambió nada. “¿Qué habéis hecho por ellos? ¿En qué les habéis ayudado? Treinta años a rastras por la tierra dura, renegridos por un sol de injusticias y sin más premio que una supervivencia mísera, viviendo de un huerto y cuatro jornales”. Retrato de un pueblo y sus costumbres, su modo de vida a la altura de Delibes y sus “ratas” y sus “santos inocentes”. Retrato magnífico de hombres y su dura realidad, sus sueños imposibles, sus dificultades, sus razones, su silencio y su miedo. Amistad y ejemplo admirable de carácter y temperamento. Retrato total de continente y contenido, de verdad y humanidad. Novela generacional en la que algunos –como Ángela Abós- han fracasado, y otros –como Soledad Puértolas- acertaron igual que lo ha hecho Antonio Tejedor. Retrato de una generación que comparte la fascinación por los mismos lugares comunes: París y las playas bajo sus adoquines en una referencia que se ha vuelto tan caduca y vacía hoy de sentido como la canción protesta y los pantalones de campana, pero a la que debemos el reconocimiento de haberse enfrentado a lo impuesto y que sirvió para conseguir lo que ahora disfrutamos. Nuevos tiempos, nuevo siglo.
Novela dura, inmensa, de saga, de paisaje, de iniciación y forja. Novela de verdades, de clarividencia, de madurez personal; de autobiografía colectiva, de preguntas y necesaria coherencia.
Novela con el inconveniente del absoluto. Del retrato de un hombre con todos los defectos y ninguna virtud. Padre violento, putero, alcohólico, tirano, machista, asesino, franquista y con un hijo bastardo. Personaje que la increíble realidad, que ya sabemos que supera la ficción, podría convertir en auténtico y salvarlo de parecer la caricatura de un folletín, pero que por ser un retrato tan absoluto en blanco y negro pierde credibilidad al quedar a la misma altura que esos retratos de ocasión, ridículos, deformantes, exagerados y falsos que se hacían en los carteles y películas de la propaganda política del siglo pasado. Retrato hecho a medida, perfil absoluto y sin matices en el que nunca he creído. Maniqueísmo fanático que desvirtúa la novela, hace dudar.
Novela con el inconveniente, para mí, de que parezca que el autor ha puesto la literatura al servicio de la ideología; de que la novela, al final, no sea más que una excusa. Cada autor es libre de elegir su compromiso y tiene derecho a considerar a la literatura como un método, un medio artístico para hacer llegar un mensaje. Lo malo, lo peligroso de ese método es que la literatura se degrade hasta convertirse en un exaltado discurso ideológico y el autor en un cualificado publicista. Puedo admirar la belleza de un anuncio cuando está bien hecho. Buena fotografía, buen guión y buenos actores. Buena película. Pero no por eso dejaré de verlo como lo que es: un panfleto, un mensaje interesado que trata de venderme algo, hacerme creer en un producto.
Estos “Lagartos de la quebrada” es una magnífica novela si apreciamos sus aciertos y virtudes: su composición, su puesta en escena, sus personajes secundarios que se hacen capitales, su toma de conciencia individual, su rebelión contra la injusticia, sus verdades humanas siempre necesarias. Pero el pasado, viejo siglo, está superado por un aún más largo y libre presente. Viejo siglo, "historias viejas, por fortuna".

Antonio Tejedor. “Los lagartos de la quebrada” Mira Editores. Zaragoza, 2010.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Made in Spain


Estamos acostumbrados a que las novelas de espías estén siempre protagonizadas por norteamericanos o británicos. Ellos son los actores fijos de las más trepidantes y espectaculares aventuras y sus gobiernos y servicios secretos los guionistas y directores de la intriga. Pues “Angelitos negros”, de José Luis Galar, viene a cambiar eso, porque esta es una trepidante novela de espías y estrategia internacional cien por cien “Made in Spain”.
Pero José Luis ha escrito algo más que una excelente novela de entretenimiento. “Angelitos negros” nos lleva, desde su protagonista inicial, a conocer las fórmulas de reclutamiento del CESID. La selección, por sus cualidades y aptitudes, de un candidato; las pruebas que debe superar y el entrenamiento al que es sometido hasta convertirse en agente del servicio de inteligencia español. Experiencia por la que un recién licenciado pasa de la juventud a la madurez. Aventura y compromiso. Profesión con sus códigos y claves, su hermetismo, sus secretos, sus traiciones y mentiras. Profesionales que juegan en una liga aparte, pero que también son personas humanas con sus debilidades, su familia, su pasado a cuestas, sus anhelos, sus dudas y su armonía perdida. Hombres que, por encima de todo, deben cumplir con las órdenes encomendadas sin esperar ningún agradecimiento.
“Angelitos negros” es una novela de ficción que parte de una realidad: la energía. La energía es el gran conflicto mundial. La energía es el motor del mundo. Quien tiene la energía tiene un gran poder. Y España es deficitaria en energía, consume mucho más de lo que produce, tiene que importarlo todo: el gas, el petróleo y la electricidad. Así que el presidente del gobierno español toma una decisión: la ejecución a través de la Seguridad Nacional -unos agentes especiales del servicio de inteligencia- de un plan para sacar a España de la crisis energética. Un plan para que España tenga acceso directo a la energía sin necesidad de depender de terceros. Y ese plan, ese guión de ficción basado en una evidente realidad es el que con maestría y precisión organiza y ejecuta hasta en sus más mínimos detalles José Luis Galar. Oportunidad, estrategia, acción, traición, muerte y resultado.
Novela de ficción que recoge la teoría de Huxley: esa mítica mano negra que mueve los hilos del guiñol. Una sociedad secreta que es un gobierno supranacional por la que todo lo estratégico debe de estar bajo el control de una élite. Novela de ficción que denuncia más de una verdad incómoda: el expolio de África y sus materias primas; el negocio de la guerra y la posguerra; el consumismo convertido en un nuevo dios: La gente sólo quiere disfrutar. Y en estos tiempos eso es sinónimo de consumir. Son capaces de destruir el mundo a través del agotamiento de sus fuentes de energía, bosques, agua, deterioro del mar y especies sólo por consumir; el mecanismo de la deuda: prácticamente todos los habitantes de occidente están hipotecados, atados a la obligación de conseguir dinero para sus coches, sus vacaciones, sus viviendas, sus operaciones de cirugía estética; la alienación, la esclerotización de la inteligencia y la conciencia a través de la televisión.
Una reflexión moral, una sublevación contemporánea, una querella contra una sociedad de cartón piedra. Tal y como dice la cita de Joseph Conrad que José Luis incluye en la novela: Creí que era una aventura y en realidad era la vida.

José Luis Galar. “Angelitos Negros”. Ediciones Destino. Barcelona, 2011.

viernes, 23 de septiembre de 2011

II Recital de Narrativa SéBreve

Mañana sábado, 24 de septiembre, en el Centro Cívico "Teodoro Sánchez Punter", de Zaragoza, y organizado por 3d3 LiterArt y la colaboración de la Asociación Aragonesa de Escritores; una nueva edición del Recital de Narrativa SéBreve con la lectura de textos de diferentes autores.

3d3 LiterArt
http://www.3d3escritores.com/

Asociación Aragonesa de Escritores
http://aaescritores.com/

lunes, 19 de septiembre de 2011

jueves, 15 de septiembre de 2011

El hombre y el monstruo

Magnífico libro colectivo de relatos estas “Nuevas leyendas aragonesas”. Magnífico porque no tiene el habitual defecto de esta clase de libros que suele ser su irregularidad. Defecto que puede ser responsabilidad del editor que por poner un nombre conocido en la lista no se atreve a rechazar lo que ha escrito por encargo y sin ganas; o del antólogo que por no hacer una selección con criterio acaba mezclando en el libro buenos, regulares, malos relatos y amistades. Defecto que, en algunos casos, puede ser también responsabilidad de los autores, que por culpa de su ego arrogante escriben la noche de antes cualquier cosa para salir del paso y que por el simple hecho de estar escrito por ellos ya se creen que hay que hacerles la ola.
Magnífico porque el editor ha tenido el acierto de publicar un libro unívoco, sólido y compensado que no produce desencanto sino todo lo contrario. Magnífico porque se nota que los autores han creído en el proyecto común y han puesto a su servicio el compromiso de su experiencia y su imaginación, el rigor de su trabajo y la brillantez de su escritura; han unido su empatía y su afinidad por un mismo género sin caer en la simpleza y sin renunciar cada uno a su estilo. Magnífico porque, aunque hay algunos relatos más sobresalientes que otros, los seis mantienen un nivel excelente y me ha confirmado a los que ya conocía de antes: Óscar Bribián, David Jasso y Roberto Malo, y me ha regalado la sorpresa de descubrir a tres nuevos autores: Fermín Moreno, José María Tamparillas y Juan Ángel Laguna Edroso.
Seis escritores aragoneses que han buscado un pie de apoyo en la tradición y en lo que reconocemos mirando desde la ventana de casa: un Teruel que existe, Tarazona y el Moncayo, Fuendetodos, la auténtica –y añorada- baronía de Escriche, el Maestrazgo y el Pirineo. Una fiesta y su traje de arlequín, el destierro de piedra y la lluvia amarilla; el arcón de la falsa de nuestra memoria; los museos etnológicos, las chimeneas y sus espantabrujas, y esos curiosos pozos de hielo abandonados.
Han cogido parte de nosotros y nuestras viejas leyendas y han escrito una nueva. Lo que ya sabíamos porque habíamos leído u oído contar antes trasladado ahora en el tiempo. Pueblos abandonados, viejas piedras que cobran un nuevo significado en nuestra conciencia. La guerra de nuestros abuelos, la superstición de un espejo roto, una leyenda medieval y una bestia resucitada. Los recuerdos de la infancia y la muerte, un nuevo destino en una tierra de aparecidos, brujas y endemoniados. Una tragedia atrapada en el hielo de un pozo que mantiene con vida a los muertos. Una nueva leyenda alienígena, realmente hilarante y tierna. Y una Zaragoza futurista y deshumanizada, cerca y lejos de un nuevo cipotegato, engendro aliado de las almas vendidas al diablo.
Algunos se ajustan sin más –pero con calidad- a ese género de terror, ciencia ficción y misterio sobrenatural, pero otros, envueltos en esa forma, nos hablan del miedo que producen los peores instintos del hombre cuando aparece el monstruo que llevan dentro.

“Nuevas leyendas aragonesas”. Varios autores. Mira Editores. Zaragoza, 2011.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

El peso de la memoria

Supongo que lo más evidente de la poesía es su capacidad para alterar la velocidad del tiempo. Alterar su ritmo; hacer que, atrapado en sus palabras, transcurra más lentamente. Metrónomo. Metró-nomo. Me-tró-no-mo.
Leer poesía requiere su lugar y atmósfera adecuados, cumplir con sus ineludibles reglas. La poesía nos desaloja y nos reubica. Transforma y muda. Altera y cambia. La poesía es viaje, símbolo, enigma y apropiación. Y Sergio Gómez lo sabe bien.
Pero la poesía puede tener una capacidad visual muy poderosa. Una posibilidad que Sergio conoce y aplica de forma deslumbrante. La poesía como forma. La vista, la estructura visual del poema. Porque inicio el viaje de sumergirme en sus versos y lo primero que me asalta es la arquitectura de las palabras. Los espacios que marcan el ritmo de la lectura, la detienen, la sostienen en el aire. Los versos como escalones, trapecios, hilos de piel. Y en lugar de leer recorro primero sus poemas como un territorio virgen; táctil, plenamente físico. Fascinante edificio, conjunción de la palabra y el tiempo alterado que comienza con la antítesis de un reloj que se pone en marcha segundo a segundo. Un cronómetro de velocista, la fracción como título de cada poema. Maravillosa arquitectura de capítulos que comienzan en la materia y diseccionan el cuerpo: el peso, el hueso, la sangre, el pulmón, la boca, la garganta, la carne, los ojos, los párpados, las manos, la piel, el cuerpo. “60 gramos”. 60 segundos, el tacto del grito, el tiempo sin detenerse y el metrónomo de las palabras reduciendo en una contradicción la velocidad en un ejercicio maestro.
Y luego, con el sabor del recuerdo vuelvo atrás para iniciar el camino lentamente, haciendo de cada segundo un tiempo indeterminado, el tiempo de cada poema y su forma, atrapado en su propia y necesaria cadencia. Mi peso/ es/ gramo a gramo/ mi memoria./ Mi memoria/ es/ gramo a gramo/ el cadáver de un animal en la carretera.
Releo por tercera vez y escribo entre interrogantes. Busco el sentido empeñado en encontrarlo. ¿No se trata de eso? Busco la lógica, quiero renunciar al misterio, no quiero perderme, no quiero la voz secreta del poeta, la palabra suelta, el mensaje oculto que sólo él entiende. Vuelvo a empezar y renuncio. Me sumerjo en la forma, la corriente y la ceniza. La victoria consiste en no tener miedo al dolor físico y a la letra pequeña del contrato. Memoria herida en la ruinas del hombre, saliendo en el paladar, diluida en la sangre, sintiendo su peso en cada parte del cuerpo. Saltan náufragos/ de las fotografías/ al océano servido./ Buscan salvaolvidos en las baldosas./ Nadan hacia las preguntas/que engullo.
La poesía es intuición y presentimiento. Es instante y conjuro, certeza, melodía; imágenes de inexplicable belleza que nos obligan a repetir una y otra vez los versos. Es préstamo, idioma ajeno que se hace propio. La sangre es un océano/ que se derrama./ La herida/ repite sus olas./ Escribo/ para detener la hemorragia.
La poesía es símbolo, huella, memoria, peso, enigma y apropiación. Es inútil y necesaria belleza. Y Sergio lo sabe bien.

Sergio Gómez García. “60 gramos” Editorial Aqua. Zaragoza, 2011. Primer premio de la VII Edición del Premio de Poesía Delegación del Gobierno en Aragón-Cajalón.

Sergio Gómez García

lunes, 12 de septiembre de 2011

Ecosfera

Se hace inevitable caer en el tópico. Lo siento. Pero es que nunca algo resultó más apropiado. Me refiero a esa maldita pregunta que le hacen siempre a todos los escritores de relatos: ¿Y para cuándo una novela? Como si escribir relatos fuera hacer guiones para episodios piloto, experimentos de quimicefa, correr la banda para calentar antes de jugar el partido de verdad. Pues bueno, para todos esos que no conceden el título de escritor serio sin haber pasado ese examen de reválida Óscar Sipán ha escrito su primera novela, y ya no tendrá que escuchar la odiosa pregunta que ponga en duda todo lo mucho, y muy bueno, que ha publicado hasta ahora.
Óscar ha aceptado el reto y ha elegido el arma que le daba ventaja en ese desafío. Ha saltado al ring disfrazado de su hermano gemelo y ha utilizado su sombra y un espejo para romper la maldición. Igual que un mago recurre a su mejor truco para hacer saltar la banca. Porque Óscar no ha escrito una novela sino seis cuentos entrelazados. Ha utilizado un bloque de viviendas para relacionar seis historias y siete personajes unidos por los elementos comunes y la ley de propiedad horizontal, la soledad y la mentira, la ambición y la muerte, la derrota y la nostalgia, el rencor y la decadencia, la envidia y la lucha, el odio y la atracción. Una ecosfera, un acuario, un mundo a escala real concentrado en seis relatos magistrales. Seis relatos que hacen una novela
Algunos dirán que eso es hacer trampa. Que Óscar no ha hecho nada nuevo, que ha ido sobre seguro. Que no ha evolucionado, que se repite, que es más de lo mismo. Y tal vez con el escándalo me hagan dudar un momento, pero si esos reproches no son más que una discusión pseudo-académica sobre los aspectos formales de la novela no entraré al trapo. Y si tuviera que ponerme de parte de alguien; elegir bando en ese debate, me pondría del lado de Óscar. Porque yo nunca firmo manifiestos ni elaboro listas, pero si tuviera que hacer una con los cinco mejores narradores vivos de Aragón, Sipán estaría entre ellos.
Óscar es capaz de resumir una vida en un relato. Microuniverso, cosmorama que contiene el mundo. Un novelista cuenta una noche en trescientas páginas. Óscar va directo, sin concesiones ni rodeos; como ese artilugio de las ferias: un mazo, un golpe seco y el peso sube como un cohete hasta el máximo y hace sonar el timbre. El novelista prefiere los caballitos o la noria; por el mismo precio diez vueltas y un globo con forma de margarita. Óscar prefiere el salto del trapecista y la retórica del cirujano y el radiólogo. El novelista un largo paseo por el campo y las curas de balneario. Óscar escribe como si el día que lo hiciera fuera el último. Como si padeciera una enfermedad mortal. El novelista siempre deja algo para mañana.
Óscar ha escrito una novela de seis relatos y nueve epílogos -algunos más logrados que otros- sobre unos personajes cruzados como un dios voyeur espía a sus inquilinos. Siete personajes de los que hace su currículum vitae, su retrato, su árbol genealógico como trabajan los grandes publicistas: a frase ganadora. Siete personajes unidos y separados, protagonistas, hormigas de esta ópera bufa en la que entre el pasado y el presente se espera la resurrección; se vive deprisa para morir joven y tener un bonito cadáver; se echa de menos la vida; se miente para espantar la soledad; se busca el aire entre tanto tedio y tanta calma; se escriben anónimos para mitigar el resentimiento, se busca oro en las bolsas de basura y en los buzones; se queman diarios y se oyen ruidos al otro lado del tabique.
Óscar es ladrón de secretos y pensamientos; inserta relatos dentro de los relatos como una transfusión de sangre y lágrimas, como un electroshock. La narrativa de Óscar es guerra de guerrillas; es estimulante, anfetamina legal. No hay nada más desolador que levantarse en mitad de la madrugada y no tener una misión, ese es el verdadero santo y seña de la decadencia. Su narrativa es humana entomología, mirada y olor, fogonazo, rabia, vida y herida, sabor y dolor. En sus relatos encontramos el veneno de los buenos libros. Y en estas “Concesiones al demonio” ha vuelto a hacerlo.

Óscar Sipán. “Concesiones al demonio”. Ediciones Nalvay. Almudévar (Huesca), 2011.
Ilustración de portada de Óscar Sanmartín.

viernes, 9 de septiembre de 2011

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Senderos de palabras, de Javier Úbeda. Una reseña de Isabel Alamar

Este libro nos habla del importante papel que desempeñan las palabras en la vida y en la vida las palabras. Las palabras verdaderas, las que son pensadas y dichas desde el corazón poseen un alto poder sanador, purificador e incluso iluminatorio… que no debemos menospreciar y del que debemos saber nutrirnos, y ser en todo momento conscientes para que puedan obrar en nosotros ese milagro de abrirnos a la magia de un mundo mejor capaz de transformarnos, de ahí, el hermoso título que el escritor Javier Úbeda ha elegido para su último libro: Senderos de palabras. Porque las palabras, como él ya nos señala, nos ayudan a caminar.
Con las palabras intentamos explicar el mundo que nos rodea y las palabras nos sirven a su vez para ahondar mejor en ese mundo. Y, por otro lado, la realidad también nos llega a través de palabras en enseñanzas que se van transmitiendo a lo largo del tiempo, generación tras generación, y que van dejando en nosotros su poso de marcas imborrables, y luego, inmersos en este recorrido que es la vida, nosotros mismos acabamos tomando el relevo y transmitiendo esas mismas enseñanzas, pero actualizadas, modificadas por nosotros a los demás, al mundo, formando una cadena que parece no tener fin, y, en realidad, es así: ¡no lo tiene!, porque si lo tuviera, simplemente, el mundo no existiría tal y como lo conocemos ni nosotros tampoco.
En este caso, el autor mantiene en todo momento una visión optimista y, fuertemente, vitalista de la vida, pese a los indudables males que aquejan al mundo, eso es innegable y está claro, como pueden ser la pobreza, la violencia, la soledad, la corrupción… De cualquier modo, siempre habrá un resquicio para la esperanza, para el amor, para la amistad y, en general, para la magia de existir y saber disfrutar de la vida, y ese es el principal mensaje que intenta transmitirnos en todo su libro.
De hecho, una y otra vez, el autor se reafirma en la creencia de que podemos salvarnos si tenemos claro lo que, realmente, vale la pena, como dice en algunos versos de su poema “Importan” (…Importan los sueños: trabajar y vivir por ellos / Importan los amigos, su cariño, su apoyo / Importa saberse únicos, valorados y queridos / Importas tú, amada mía…). Todas estas cosas y otras muchas más tienen el poder y el deber de salvarnos o al menos el de ayudarnos a vivir un poco mejor, por eso, el escritor parece que no se cansa nunca de recordárnoslo volviendo una y mil veces sobre estos aspectos para abordarlos desde distintos géneros y desde distintos ángulos o perspectivas -en unas ocasiones estos pensamientos toman la forma de reseñas; en otras, nos llegan a través de relatos o microrrelatos y, algunas de las veces se convierten en poemas, algunos con formas clásicas como el soneto, pero la mayoría en versos libres-, asegurándose así de que el mensaje nos llegue y nos cale hondo.
Este incansable articulista de opinión, crítico literario y escritor de relatos y poemas, como todo buen intelectual que se precie, está convencido del papel activo que desempeña la escritura. De hecho, Javier Úbeda cree que escribiendo se puede cambiar el mundo o al menos contribuir a aportar un poco de luz en sus senderos, incluso en los más recónditos. Por eso, este libro se encarga de recoger la producción literaria llevada a cabo por Javier Úbeda a lo largo de varios años de arduo e intenso trabajo, que van desde el año 2009 al año 2011, ambos inclusive. Y no olvidemos nunca que un escritor escribe siempre pensando un día en el público lector que acabará de cerrar el círculo de la creación, ya que siempre se crea o se escribe para alguien, aparte, claro está, de para uno mismo.
Con Senderos de palabras asistimos, pues, a un libro muy heterogéneo, que consta, de tres partes, claramente, definidas. En la primera, encontraremos siete críticas literarias, pertenecientes a libros que han logrado dejar su huella en nuestro panorama literario como es el caso de las reseñas de Como el río que fluye; El lector; Bartleby, el escribiente o Memorias de África; en la segunda parte, leeremos varios relatos, concretamente, veinte relatos breves, un relato largo y catorce microrrelatos, y en la última parte del libro disfrutaremos de cuarenta poemas, la mayoría de ellos de temática amorosa, aunque tampoco falten otros motivos, ya clásicos, como son el paso del tiempo, la naturaleza, la soledad o la metaliteratura o creación literaria, etc. Y a veces le veremos abordar algunas temáticas que, por lo general, han sido menos tratadas como es el caso de cuestiones de índole social a las que Javier sí que les ha concedido su espacio: el tema del maltrato en “El grito”, el de la indefensión o desprotección en la infancia en “Pido la palabra” o la indigencia en “Sola”. Otras de las historias versarán sobre la minusvalía que aparece en dos de los relatos cortos: “Más de cinco sentidos” y “Con vistas a tu corazón”, o sobre la importancia de la familia en relatos como “Momentos” y “La familia, ese tesoro”.
Mención aparte merece el relato más extenso de todo este libro que lleva por título “Recuerdos”. Se trata de una historia ambientada en la época de la guerra civil y en el posterior periodo de la posguerra, que bien pudiera acabar siendo un día una novela de memorias, no del autor, sino del personaje principal inventado por él, una mujer ya anciana que decide poner por escrito su vida con ayuda de una periodista, Patricia, con el fin de contentar a sus amados hijos. Estamos casi convencidos de que Javier Úbeda tendría que seguir escribiendo esta biografía, y desde aquí le animamos a hacerlo, porque el texto se presta totalmente a ello e incluso reclama esta continuidad para seguir profundizando así en la apasionante historia de esta mujer luchadora, llamada Carolina, pero, de momento tendremos que conformarnos tan solo con el esbozo de unas etapas vitales de su vida, y con unos recuerdos, simplemente, fragmentados, pero que denotan ya una apasionante y enérgica trama.
Y, en muchas ocasiones, veremos cómo una misma cuestión es a la vez abordada desde diferentes géneros. Por ejemplo, la importancia de la cultura, la educación, la vocación o incluso el destino los veremos en la reseña de la novela de Miguel Delibes, El camino o en la de La elegancia del erizo. Y, por otra parte, nos volveremos a encontrar este mismo ítem en los relatos de “La bibliotecaria”, “Con vocación de político”, “El crítico literario” o “Comunicando con el mundo”. Y en poesía formará parte al menos de dos de los poemas que conforman el libro: “Pan de futuro” y “Las palabras”.
Para finalizar diremos que Senderos de palabras es un libro muy peculiar que responde a la visión que tiene de la vida su autor, Javier Úbeda. Todo lo que es importante para él y también para nuestra sociedad diría que ha quedado plasmado de algún modo en estas páginas, ya que, por supuesto, no vivimos aislados, sino los unos con los otros -nos guste o no- y el poder de la literatura es ese, sobre todo, hacer hincapié en lo que nos identifica, en lo que nos une o, por el contrario, en lo que nos separa, en este último caso como denuncia, como forma de evitarlo al poner el dedo en la llaga.
Un libro que, un poco a la manera que ya hizo en su día Paulo Coelho con su obra Como el río que fluye, recopilando textos de muy diverso carácter, trata de ayudarnos en la dura labor de “aprender a vivir”, simplemente “a vivir” o, en su defecto, “a sobrevivir”, aunque de todas estas opciones yo me quedaría con la segunda, nos enseña “a vivir”, recalcando lo hermosa que es la vida, y creo que el autor también se quedaría con esa definición más que con las otras. En cuanto a ustedes, ya me darán su opinión cuando lo lean… Desde aquí solo me queda por desearles una feliz y, de buen seguro, amena lectura.


Javier Úbeda Ibáñez. "Senderos de palabras". Pasiónporloslibros, 2011.

Texto de Isabel Alamar

lunes, 5 de septiembre de 2011

Páginas de Espuma presenta “Fenómenos de circo” de Ana María Shua

El miércoles 7 de septiembre, a las 20, 30 horas, la editorial Páginas de Espuma presenta en la librería “El pequeño teatro de los libros” de Zaragoza la colección de microrelatos “Fenómenos de circo” de Ana María Shua.

"En este circo podrán contemplarse el extraño caso de la novela enana, acróbatas que dan saltos mortales fuera de la realidad, humanos amaestrados, malabaristas de verbos y un ángel trapecista. En este circo se verán seres mitológicos contratados a regañadientes y personajes que se equivocaron de género literario. Los lectores se morderán los labios con el difícil equilibrio del amor, el drama del payaso, el increíble origen de la vida y la espeluznante sociedad del espectáculo. Y no, no hará falta que “pasen y vean” porque ya sospecharan que la vida es circo.
Ana María Shua cuestiona, una vez más, los límites convencionales de la narración en esta colección de microrrelatos que se articulan a través de la metáfora del circo, de sus oficios, sus monstruos, sus animales y su historia. La autora argentina, máxima exponente del género, presenta con sutil lirismo y punzante sentido del humor el destino del ser humano y nos permite mirar de frente, como en la arena circense, la desafiante y extraña realidad".

Sobre Ana María Shua y su obra se ha escrito: “Casi de vuelta de todos los saberes y –tal vez– de todas las transgresiones, Shua es una maestra de la paradoja y de su consabido malestar”, Fogwill; “Shua escribe con un aire reposado e inteligente y no con la dentellada hiriente de quien, artificioso, muestra el truco y desbarata el efecto, la contundente sacudida final de los textos”, Ernesto Calabuig, El Cultural; “Es ciencia: con el correr de los años, Shua se ha convertido por derecho y mérito propios en una suerte de genio y oráculo del asunto”, Rodrigo Fresán, Página/12.

Ana María Shua nació en Buenos Aires en 1951. Sus cuatro libros de minificciones, género en el que ha obtenido amplio reconocimiento en el mundo de habla hispana, son La sueñera, Casa de geishas, Botánica del caos y Temporada de fantasmas (Páginas de Espuma, 2004), incluidos todos ellos en Cazadores de letras (Páginas de Espuma, 2009). También ha escrito varios libros de cuentos, reunidos en el volumen Que tengas una vida interesante. En 1980 ganó con su novela Soy paciente el premio de la editorial Losada. Sus otras novelas son Los amores de Laurita, El libro de los recuerdos (Beca Guggenheim), La muerte como efecto secundario (Premio Club de los Trece y Premio Municipal de Novela) y El peso de la tentación. También es autora de poesía, de literatura infantil, con la que ha obtenido premios nacionales e internacionales, entre ellos el del Banco del Libro en Venezuela y el White Raven, en Alemania. Sus libros han sido publicados en Brasil, España, Italia, Francia, Alemania, Corea y Estados Unidos.

Editorial Páginas de Espuma
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Librería "El pequeño teatro de los libros". Calle Silvestre Pérez, 21. Zaragoza



jueves, 1 de septiembre de 2011

El brillo coagulado del sol

Y sentí, en una primera página demoledora, la mirada perdida en una habitación sucia, iluminada por una luz reacia, haber sido arrancado, expulsado, llevado sin saber porqué a un lugar extraño y sin vuelta atrás. Sentí, el dolor de lo que se ha perdido, lo que no volverá a ser nunca más. Sentí, golpeado por las palabras, el poder del miedo, su fuerza que provoca y deja traición, silencio, abandono, muerte. El miedo es más fuerte, más auténtico que el amor.
Y antes que el miedo fue la luz, la suave y limpia luz de junio. Luz de atardecer, luz de vida, trabajo, hogar y familia. Luz de presente, mañana, fin de curso, futuro y mayoría de edad. Luz cotidiana; tranquila y quieta luz. Tardes, días de sol y calor entrando por la ventana, pulverizando la ciudad, flotando dentro de la luz. Luz que parecía el cemento que mantenía sujeto el cielo. Luz masiva, indolente luz. Amigos, familia, vecinos, padres, música, hijos, nietos, libros, hermanos, joyas, mujeres y sonrisas. Luz absoluta, poderosa luz apoderándose de todo, dominándolo todo. Sobre ellos gravitaba uno de esos inmensos cielos de final de junio. Luz y un mar agitado, turbulento; tormenta larvada, superviviente y deseada luz.
Y llego julio y su luz quemaba. Luz preñada de ruidos y preguntas; luz marcial, inquieta luz. Luz violenta y armada, luz de silencio, siniestra luz. Llego julio y llegó la negación de uno mismo, la conversación y el temor, la renuncia a las creencias y las ideas que se convertían en marca y condenación. Llego julio, y llego el miedo, el disimulo, la delación; la noche y la muerte; dos ciudades dentro de una; una imponiéndose a la otra, aniquilándola, destruyéndola. Venganza, odio, río desbordado de aguas pútridas.

Y llegó agosto y la luz era de verano y continuó quemando; ardiendo la hoguera. Pero es cuando la luna hinchaba su luz en las paredes cuando las sombras derriban puertas, entran en las casas, golpean con sus fusiles y arrestan a gritos; es en la noche en donde el terror y el pánico encuentran su cobijo. Llegó agosto y llegó el insomnio, y al amanecer había grumos de sangre entre las nubes. Llegaron días de lenta destilación del miedo. Miedo corpóreo, materia fría que se puede tocar. Llegó agosto y la cárcel, llegaron el ruego y la humillación, palabras amables que nada dicen, hermandad que de nada sirve ni salva; futuro que se decidirá en algún lugar fuera de su alcance. Luz trémula, asustada luz. Desafección, enemigos, depuración, listas, prisiones, sacas, tapias de cementerios, asesinatos, luz alterada, amputada luz.

Y llegó septiembre y las cartas, septiembre y el fin, luz rota, muerte, sepultada luz. Llegó el final y la locura, la hipocresía y la resignación, la soledad.

Llego octubre y su epílogo, la mudanza y el perder la vida inocente, la luz de junio, aquella segura, cobijada, recordada luz. Llegó el dolor y el valor, la nueva vida, una nueva época, otro lugar: una débil luz. El miedo como introducción en una página demoledora, el miedo como herencia, como eco y la nueva luz sin encajar. Llama sin apagar, luz encendida, recuerdo, luz de ayer. Sombra que no ha de volver. Luz recuperada, luz pintada por Irene, palabras de Irene, deslumbrante y dolorosa luz.

Irene Vallejo. “La luz sepultada”. Paréntesis Editorial. Sevilla, 2011.