jueves, 26 de mayo de 2011

Desequilibrio

Enfrentarse al peso pesado, al mito de “La escarcha sobre los hombros” es una temeridad, pero alguien debe aspirar a arrebatarle el título, o al menos intentar quedar empatados a puntos, combate nulo, tablas en una partida de ajedrez.
Y este “Desterrado de cierzo” tiene el mérito de haberlo intentado, pero le ha aguantado un asalto. En el primero, con un inicio brillante y poético, pensé que podría lograrlo, pero en el segundo asalto quedó en evidencia que no iba a conseguirlo.
Se enfrentó al mito partiendo de la misma base, vieja historia del viejo Aragón: el destierro por necesidad, rebelarse a una vida miserable y de supervivencia sin más propiedad que la libertad. La bajada del montañés al llano en busca de fortuna y pan. Y un elemento que es el mayor logro de la novela: la historia de los canteros y sus enigmáticas marcas en las piedras. Elemento nuevo que logra captar el interés y que cambia la mirada hacia esas pequeñas señales que hemos visto cientos de veces en las piedras del viejo Aragón cristiano. Enigma y esperanza. Construcción contra conquista. Mano contra espada. Cincel y mazo como única arma. Y una vieja historia familiar grabada en la piel, tatuaje y orgullo de una estirpe.
Pero en el segundo capítulo, en el episodio en el que surge el amor a primera vista se derrumbó la esperanza de victoria o al menos de empate entre campeón y aspirante. El diálogo resulta tan poco creíble y disparatado que supe que ya no lo lograría, pero decidí quedarme hasta el final para saber cómo acababa y porque, aunque derrotado, había conseguido ponerme de su parte en el primer capítulo.
Y es que en su favor tiene la emoción de esa vieja historia del destierro y la emigración, del paisaje y los hombres del viejo Aragón. Tiene la aparición de unos sabios ermitaños franciscanos, la curación y el aprendizaje, la austeridad y la inteligencia. El viaje a pie, la búsqueda, el encuentro con el gremio de los canteros y el descubrimiento de una misión que se vuelve un imposible. El escenario de las tres culturas: cristiana, mudéjar y judía y su convivencia. La ilusión de un deseo del siglo XXI llevada al siglo XIII. La lucha contra el señor feudal y sus privilegios, la victoria con la ayuda de los enemigos, los marginados convecinos convertidos en aliados y amigos; el castillo de Monzón y sus templarios, la corte y sus conspiraciones, y un rey Jaime que se convierte en protector y salvador. Novela de aventuras y caminos, montañas y llanos, castillos y monasterios, nobles y villanos, humanidad, justicia, amistad, emociones, dudas, obstinación, romanticismo, misterio, lealtad a la familia y al amor con final feliz. Y un epílogo donde el pasado se hace presente y el tiempo y sus marcas se transforman y permanecen.
Pero una idea brillante, las emociones y la buena intención no bastan para escribir una novela. Porque “Desterrado de cierzo” no es sólo enfrentarse al mito usando alguna de sus armas sino enfrentarse a si mismo. Ya no es sólo perder en la comparación sino dejar en evidencia sus propias limitaciones, sus lagunas, sus fallos, sus errores. Caer derrotada por si misma.
Construir la estructura, el armazón, la cimentación con buenos elementos pero revestir el interior y el exterior con materiales que se convierten en barro con la primera lluvia. La literatura es todo, no es sólo una parte.
Como esos modernos mercadillos medievales que se hacen ahora, reproducciones a escala real para turistas, fiestas de disfraces, teatros a pie de calle en los que se ve, confundiéndose al mismo tiempo, la caracterización con el modernismo.
Porque en la Edad Media, Lérida era Leyda y no Lleida, porque algunos diálogos no los harían creíbles ni los mejores actores, porque no se pueden meter palabras entrecomilladas en un diálogo, porque no se pueden poner como encabezamiento de los capítulos citas de autores contemporáneos –Lorca, Aleixandre, Machado y Neruda- en una narración que transcurre en el siglo XIII, ni hablar farfullando con la efe, ni meter al narrador en la historia con un chiste fuera de sitio del escritor, ni convertir a los personajes en caricaturas.
No se puede escribir una novela esperando que la emoción, el misterio, la poesía, el sentimiento, el amor y la aventura compensen el desequilibrio entre las dos partes, equilibren el otro plato vacío de la balanza.

Luis Antonio Puente. “Desterrado de cierzo” Mira Editores. Zaragoza, 2010.

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