domingo, 28 de agosto de 2011

Parada de monstruos

Escribo ahora, todavía con la sangre caliente, alucinado, mareado y confuso.
Escribo ahora sin un criterio claro, sin equipaje ni memoria que me permita inscribir a esta novela en algún lugar conocido, género, generación o estilo. Para mí resulta precursora; novedad; un fin en si misma.
Escribo con la única referencia de aquellas películas españolas de cine quinqui de finales de los setenta y principios de los ochenta. Una road movie quinqui en el desierto de los Monegros. Drogas, sexo, violencia. Perdedores, matones, arrastrados, fracasados, cabrones y condenados. Parada, escaparate de monstruos.
Escribo desde la inocencia y el desconocimiento de un mundo paralelo apenas entrevisto en sus fachadas de colores chillones y sus copas de champán de neón. Luz roja, línea roja que nunca he cruzado. Cubos de basura con el rancio olor de las rodajas de limón, la abyección y las colillas. Un mundo submarino de partidas de cartas en la trastienda de las whiskerias y en naves industriales, partidas en las que se apuesta la vida del hijo cuando se ha perdido hasta el reloj. Apuesta que se pierde y que hay que pagar. Perros que se devoran a sí mismos.
Novela, película de carretera, ruta con parada en hostales sin barrer, clubs y salones de variedades de barrio chino: espectáculos con bailarinas de striptease, un fakir y sus puñales, un hipnotizador, un ventrílocuo y un humorista que ha perdido la gracia; cabaret en descomposición; sala vacía de terciopelo rojo y días contados. Películas porno en VHS, época de Boogie Nights sin mañana. Carreteras secundarias, pueblos de los Monegros y espectáculos de sexo en vivo en discotecas, show y carpa de circo, feria ambulante, rugidos de bestias que miran, perros de Pavlov erectos.
Museo, colección, catálogo de condenados, desfile de sicarios, expósitos, actrices porno sin jubilación, ex-soldados americanos, boxeadores sonados, narcotraficantes, transexuales, ladrones, perdedores; carne de cañón.
Alucinación en sesión continua de una noche y un día en un subterráneo delirante. Habitantes de un mundo sumergido, región abisal, infierno en la tierra que devora a sus criaturas. Presente torturado por una herida abierta en una guerra olvidada. Herida incurable supurando su veneno. Corredor de la muerte al aire libre y el único final posible, merecido, inevitable y lógico.
Novela, delirio lisérgico; asombro, vómito, maravilla, asco y sorpresa. Comedia, terror negro y violento. Lenguaje, hematoma, puño americano. Escopeta de cañones recortados, cara oculta, ensayo caníbal. Todo lo que no se lee en la noticia de un suceso con el café de la mañana. Vida antes, detrás de la muerte. Terraplén sin freno, abismo sin red. Padre que debe matar al hijo. Hijo que debe matar al padre. Lobos arrepentidos de haber nacido.
Novela salvaje, inusual, sin género, piedad, obediencia ni reglas. Novela de voyeur, copiloto del demonio. Papel fotográfico de lo sórdido, biografía, parodia, realismo crudo. Paisaje imposible que está al doblar la esquina, al otro lado del cristal blindado, debajo de una piedra. Escaparate de fieras. Homo homini lupus.

Félix Romeo. “Discothèque”. Editorial Anagrama. Barcelona, 2001.

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