Esta novela obtuvo el Premio Sésamo en 1989 y Ediciones Gallimard la publicó en Francia unos pocos años más tarde. Ahora, veintidós años después, Mira Editores, por mediación de Fernando Aínsa, la publica por primera vez en España.
Gregorio Manzur, argentino nacido en Mendoza en 1936, lleva residiendo en París desde la década de los sesenta. Ha sido actor de cine y profesor de teatro, ha trabajado en televisión, escrito novelas y piezas teatrales; periodista, productor y locutor de radio y ha vivido en varios países. La suya es una de esas biografías que asombra y deja en evidencia a la mayoría de los que quieran competir con él en chinchetas clavadas en el mapamundi y visados estampados en el pasaporte. Apabulla su experiencia vital, tanta y tan variada, que dudas si el personaje de si mismo no acabe convirtiéndose en caníbal inmisericorde de su obra literaria.
Gregorio sitúa su “Sangre en el ojo” en la Argentina rural y mestiza donde nació y la narración comienza con la determinación de un hombre por cometer un crimen, un asesinato. La única forma de acabar con el competidor por el amor de una mujer. Aunque matar al amante sólo elimina la mitad del problema, pues la mujer está casada. Triángulo que no puede calificarse de amoroso sino más bien como una representación del juego del billar francés, ese que se juega con tres bolas y que es la metáfora que estructura la trama. Aunque el billar es en esta historia mucho más que una alegoría, es una parte esencial de la escenografía, es la conexión de una amistad que resulta fundamental y salvadora; y son su ritual y teoría, sus tácticas y, sobre todo, su simbolismo la forma de explicar y entender el juego de la vida y de la propia novela.
Fernando Aínsa la asimila a una tragedia griega, y realmente hay algo de eso en esta historia. Hay amor; amor irracional de ese que sólo se vive antes de los veinte años. Amor por el que un hombre joven sin coraje está dispuesto a matar a un amigo por la espalda. Hay un destino impuesto, un matrimonio obligado por el interés de un padre; una hija joven y hermosa casada con un viejo abyecto y borracho. Hay una excelente galería de personajes muy bien dibujados: tiranos y súbditos, supervivientes y chulos, valientes y chivatos. Hay celos, envidia, odio y amistad. Y hay traición, una encerrona a partir de la que todo se rompe, muta y se destruye. Hay un padre putativo y una madre antigua amante del señorito del pueblo. Hay un hijo proscrito y una muerte inesperada y salvaje. Hay violencia, amor filial y lágrimas y hay, entrelazada en toda esa tragedia, un pueblo y sus habitantes, un rincón de amargados que se nutre de intrigas, hipocresía, falsedad y chismorreos. Y hay un asco infinito, una repugnancia hasta el vómito por ese poder local y su despotismo bárbaro; un cura, un juez de paz y un comisario que se confabulan para tapar un escandaloso asesinato. Pero esta es también una novela de aprendizaje, de morir el muchacho para dejar paso al hombre, de conocer el dolor que eso implica, de que no es fácil crecer. Es conocer la verdadera amistad, la incondicional, la que cree en ti y te salva; la moraleja de una buena acción, la deuda y la gratitud, la ayuda en una fuga que es una genial escena entre cómica y heroica.
“Sangre en el ojo” bordea el límite del folletín histriónico, pero le salva la ambientación, el fatalismo, los personajes del ciego huérfano y el turco, maestro del billar y la vida. Pero ese final… esa inesperada aparición de la mujer amada como regalo sorpresa y despedida, esa petición ¡de culebrón!: dejame un hijo; esa ¡inesperada aparición! del amante rival, su pelea de navajeros y ese perdonarle la vida; ese confesar haberle dejado a su mujer como el que presta una cosa de su propiedad, alquiler al que ella accede con una sonrisa. Ese final convierte a la tragedia en un ridículo melodrama
Gregorio Manzur, argentino nacido en Mendoza en 1936, lleva residiendo en París desde la década de los sesenta. Ha sido actor de cine y profesor de teatro, ha trabajado en televisión, escrito novelas y piezas teatrales; periodista, productor y locutor de radio y ha vivido en varios países. La suya es una de esas biografías que asombra y deja en evidencia a la mayoría de los que quieran competir con él en chinchetas clavadas en el mapamundi y visados estampados en el pasaporte. Apabulla su experiencia vital, tanta y tan variada, que dudas si el personaje de si mismo no acabe convirtiéndose en caníbal inmisericorde de su obra literaria.
Gregorio sitúa su “Sangre en el ojo” en la Argentina rural y mestiza donde nació y la narración comienza con la determinación de un hombre por cometer un crimen, un asesinato. La única forma de acabar con el competidor por el amor de una mujer. Aunque matar al amante sólo elimina la mitad del problema, pues la mujer está casada. Triángulo que no puede calificarse de amoroso sino más bien como una representación del juego del billar francés, ese que se juega con tres bolas y que es la metáfora que estructura la trama. Aunque el billar es en esta historia mucho más que una alegoría, es una parte esencial de la escenografía, es la conexión de una amistad que resulta fundamental y salvadora; y son su ritual y teoría, sus tácticas y, sobre todo, su simbolismo la forma de explicar y entender el juego de la vida y de la propia novela.
Fernando Aínsa la asimila a una tragedia griega, y realmente hay algo de eso en esta historia. Hay amor; amor irracional de ese que sólo se vive antes de los veinte años. Amor por el que un hombre joven sin coraje está dispuesto a matar a un amigo por la espalda. Hay un destino impuesto, un matrimonio obligado por el interés de un padre; una hija joven y hermosa casada con un viejo abyecto y borracho. Hay una excelente galería de personajes muy bien dibujados: tiranos y súbditos, supervivientes y chulos, valientes y chivatos. Hay celos, envidia, odio y amistad. Y hay traición, una encerrona a partir de la que todo se rompe, muta y se destruye. Hay un padre putativo y una madre antigua amante del señorito del pueblo. Hay un hijo proscrito y una muerte inesperada y salvaje. Hay violencia, amor filial y lágrimas y hay, entrelazada en toda esa tragedia, un pueblo y sus habitantes, un rincón de amargados que se nutre de intrigas, hipocresía, falsedad y chismorreos. Y hay un asco infinito, una repugnancia hasta el vómito por ese poder local y su despotismo bárbaro; un cura, un juez de paz y un comisario que se confabulan para tapar un escandaloso asesinato. Pero esta es también una novela de aprendizaje, de morir el muchacho para dejar paso al hombre, de conocer el dolor que eso implica, de que no es fácil crecer. Es conocer la verdadera amistad, la incondicional, la que cree en ti y te salva; la moraleja de una buena acción, la deuda y la gratitud, la ayuda en una fuga que es una genial escena entre cómica y heroica.
“Sangre en el ojo” bordea el límite del folletín histriónico, pero le salva la ambientación, el fatalismo, los personajes del ciego huérfano y el turco, maestro del billar y la vida. Pero ese final… esa inesperada aparición de la mujer amada como regalo sorpresa y despedida, esa petición ¡de culebrón!: dejame un hijo; esa ¡inesperada aparición! del amante rival, su pelea de navajeros y ese perdonarle la vida; ese confesar haberle dejado a su mujer como el que presta una cosa de su propiedad, alquiler al que ella accede con una sonrisa. Ese final convierte a la tragedia en un ridículo melodrama
Gregorio Manzur. “Sangre en el ojo”. Mira Editores. Zaragoza, 2011.
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