miércoles, 9 de junio de 2010

Raíces y alas

Yo soy un niño de ciudad que se pasaba los largos veranos de la infancia descubriendo paisajes en bicicleta, arrancando regaliz de las cunetas y recogiendo fruta de los árboles en un pozal. Melocotones amarillos que lavar en las acequias. Mordisco dulce y caliente. Mermeladas y conservas. Ponche en las fiestas de agosto.
“Malos Tiempos” me trae el recuerdo de aquellos veranos interminables, igual que Javier Delgado me los devolvió en su “Tierra de nadie”.
Chusé Inazio me recordó que cuando regreso a las raíces hay casas y torres que ya no existen, que los escenarios de la memoria se van derrumbando, que tan sólo los olores y el paisaje nos dejan propina a cambio de nada. Que las calles y placetas del pueblo son siempre un billete de vuelta. Que el niño que yo fui murió, o se extravió para siempre entre las hojas de los álbumes de fotos de esos años. Igual que Fernando Sanmartín lo contaba en “La infancia y sus cómplices”.
“Malos tiempos”
me habla de días de escuela. De viejas escuelas que yo no conocí. De maestras que llegaban a los pueblos igual que contó Severino Pallaruelo en su “Pirineos, tristes montes”. Escuelas en las que se cantaban las tablas de multiplicar y las lecciones de geografía. Ríos y afluentes.
Chusé Inazio me trae recuerdos de noches de invierno alrededor del fuego, haciendo lucecitas con palos encendidos. Viejas palabras que aprendí de mis padres y se perderán conmigo. Significados que sólo yo conozco y repito en silencio.
“Malos tiempos” es la infancia y los animales, asombros y crueldades. Vacas que entran en bares y billares. Bandadas de vencejos que ocultan el sol. Salamandras y antorchas. Palomas y escopetas de perdigones. Farolas, salamanquesas, noches y piedras.
Soy un niño de ciudad que en casa de sus abuelos tenía corraletas con tocinos. Mondongos, embutidos secándose en la despensa. Conejos. Huevos y gallinas.
Soy un niño de ciudad que pasaba sus días de vacaciones ayudando a sus primos en las granjas de cerdos. Carretillas llenas de pienso. Emoción de ir por la noche a ver cargar los camiones del matadero. Bañarnos desnudos en la balsa y jugar con la rueda parcheada de un tractor. Sandalias llenas de barro.
Trágica coincidencia; trágico final; muerte narrada en el “Revuelo en una granja de cerdos”. Realidad vieja e inolvidable que vuelve para abrir la herida, mancillar, destruir los escenarios extrañamente felices de la infancia.
“Malos tiempos” es un diario disperso. Diario de pérdidas, simiente negra en los bolsillos, vías de agua, noches de insomnio, duelo y euforia. Años que van pasando y nos arrastran río abajo.
“Malos tiempos” son días modernos, domingo de vermú y berberechos. Tardes de bares y cervezas frías. Mes de verano, oposiciones y futuro. Piscina, sol y belleza, mujeres desnudas. “Malos tiempos” es Huesca, esa ciudad en la que los suicidas malgastan sus pies callejeando a la búsqueda de un río en condiciones en el que ahogarse. Huesca ciudad y la plaza de López Allué, los personajes de Rafael Andolz y los “Papeles dispersos” de Carlos Castán. Huesca, billete de vuelta.
“Malos tiempos” es literatura de consumo interno, literatura enronada, diluida, quieta y agitada entre hojarasca y chatarra.
“Malos tiempos” es opinión personal, libertad de cátedra, literatura de partido, tinta servicial, discurso, ideología, ingenuidad inoxidable.
“Malos tiempos” son tiempos de brindis, alcohol y compañía, alcohol y amistad. Excursiones, aperitivo, comida, sobremesa, cena y copa. Humor, surrealismo y poesía. Delirios y bromas. Negocios imposibles. Carcajadas.
Viejas tabernas apuntaladas. Lugares donde escuchar fábulas de pastores que todavía llevan boina, paraguas y pellejo. Pastores y campos de tiro, bombas sin estallar y motocicletas que moler a palos.
Chusé Inazio es bisnieto de pastores. Aragonés de estirpe fronteriza y burlona. Oveja negra que permanecía como amuleto contra los rayos y las centellas, de los que protegía al rebaño.

Chusé Inazio Nabarro. “Malos tiempos”. Prames. Zaragoza, 2009.

1 comentario:

Mimí- Ana Rico dijo...

Me encantan esas historias, tengo las mías propias de huertas y acequias, me encantaría leerlo.