“El país de García” es el título de una novela de José Vicente Torrente Secorún -diplomático y escritor, nacido en Huesca en 1920 y que murió hace poco más de un año en Madrid- que publicó por vez primera la editorial destino en 1972. En el año 2004 la colección Larumbe de clásicos aragoneses tuvo el acierto de volverla a publicar con edición, introducción y notas a cargo de Javier Barreiro.
“El país de García” no es tan sólo una original novela itinerante o de viaje al estilo de “El lazarillo español” de Ciro Bayo. Es más que una narración picaresca que se relaciona con el Pedro Saputo de Foz, el Quijote de Cervantes y el pensamiento de Baltasar Gracián. Es mucho más que una simple guía histórico-artística de todo Huesca. Para mí, la novela de Torrente Secorún es, sobre todo, una enorme y extraordinaria demostración de amor y pasión. Y es que no tenemos en la literatura de Aragón otro ejemplo igual de un viaje por toda la provincia de Huesca, que tenga a su territorio como principio y fin, argumento y decorado de una novela; otro ejemplo en el que Huesca sea protagonista absoluta de la imaginación y la palabra de un hombre que anduvo sus caminos e invento una deliciosa comedia con el único objeto de tener una excusa para hablarnos de ella, poner en nuestra boca su nombre.
Porque en “El país de García”, detrás de sus caminantes, sus personajes curiosos y excéntricos aparecen las comarcas de Huesca y sus pueblos, el secano, el amargo pan de la emigración y la trascendencia del agua en la vieja historia de Aragón. Entre sablazos de bohemios, coleccionistas de moscas, grillos y enanitos y un cojo que tenía 37 patas de palo se nos habla de los hombres de Huesca, de los que existieron en realidad y la llevaron a su nombre unido.
Entre alborotapueblos, anarquistas, señoricos con ilusiones literarias y espíritus volanderos con vocación de caminantes surgen montes y llanuras; pueblos fortificados, castillos; reconquista para buscar tierras de pan; ermitas, monasterios, catedrales y conventos. Entre las penalidades de un empresario de espectáculos feriantes, ciegos cantantes de romances que recorren los pueblos con sus romancillos de santos y crímenes sonados surgen los guerreros, los panteones de nobles y tumbas de reyes; San Juan de la Peña, San Victorián y Santa Cruz de la Serós, los orígenes del reino de Aragón.
Entre sus páginas están escritos y guardados sus paisajes y su arte, su vieja historia y su difícil destino. Toda una reivindicación, un auténtico y sincero homenaje.
Tan solo por haber escrito este libro, Torrente Secorún, ya merecería el reconocimiento de sus paisanos. Pero es que Torrente escribió siete novelas más. “En el cielo nos veremos”, que estuvo entre los finalistas del premio nadal de 1955, narra las andanzas americanas de Beniter, hijo de una humilde familia de un pueblo oscense. “El becerro de oro” está basado en la historia real de una familia oscense. La acción de “Los sucesos de Santaolaria” transcurre en un imaginario pueblo de Huesca. E Incluso en “Tierra caliente”, que está ambientada en el caribe, aparece Evangelino Cerezo, natural de Tabernas de Isuela.
Huesca siempre presente en lo profundo del recuerdo, en la vida y obra de Torrente, en la intimidad de lo inolvidable.
José Vicente Torrente fue un escritor ignorado por la crítica y ajeno a eso que se llama éxito. Supongo que fue así por no ser un funcionario de la literatura. Como explica Barreiro en su prólogo, Torrente, a pesar de sus múltiples obligaciones profesionales, procuró siempre dejar un espacio a lo que fue su gran ilusión de siempre, asistida por aptitudes nada comunes, la escritura.
Como diplomático estuvo destinado en Puerto Príncipe, Santo Domingo y Nueva York y fue embajador en Caracas. En la etapa final de su carrera ocupó puestos de gran importancia ya que entre 1966 y 1971 estuvo destinado en París como ministro encargado de los asuntos económicos y fue jefe de la oficina comercial, labor por la que el gobierno francés le concedió la Legión de Honor. En reconocimiento a su trayectoria diplomática se le nombró embajador de España y recibió la Gran Cruz del Mérito Civil.
Y hoy, doblando las esquinas, costanillas, plazas y cosos de la ciudad donde nació no encuentro recuerdo de su nombre. Recorriendo los límites de esa nueva Huesca que crece alejada de los muros de su vieja historia me encuentro entre los nombres de sus calles a la rosa y el clavel, el nardo y la violeta, la duda, las flores y desengaño. Y entonces, siento una tremenda tristeza por el pago en olvido, silencio y desprecio a cambio de todo el amor que le entregó un hombre.
Para el libro “Huesca en imágenes” editado por la CAI en 1980, José Vicente Torrente Secorún escribió un magnifico texto literario en el que se puede leer: “… mi viejo solar… te he visto, mirado y remirado con los ojos del recuerdo y la emoción del alma cuando lejos de ti estaba y hoy, al tratar de definirte me asalta un estremecido sentimiento hecho de amor entrañable y de miedo a no ser justo en todas tus virtudes…”
Que al menos una calle de Huesca no guarde el nombre de José Vicente Torrente Secorún es algo que me parece totalmente inexplicable.
“El país de García” no es tan sólo una original novela itinerante o de viaje al estilo de “El lazarillo español” de Ciro Bayo. Es más que una narración picaresca que se relaciona con el Pedro Saputo de Foz, el Quijote de Cervantes y el pensamiento de Baltasar Gracián. Es mucho más que una simple guía histórico-artística de todo Huesca. Para mí, la novela de Torrente Secorún es, sobre todo, una enorme y extraordinaria demostración de amor y pasión. Y es que no tenemos en la literatura de Aragón otro ejemplo igual de un viaje por toda la provincia de Huesca, que tenga a su territorio como principio y fin, argumento y decorado de una novela; otro ejemplo en el que Huesca sea protagonista absoluta de la imaginación y la palabra de un hombre que anduvo sus caminos e invento una deliciosa comedia con el único objeto de tener una excusa para hablarnos de ella, poner en nuestra boca su nombre.
Porque en “El país de García”, detrás de sus caminantes, sus personajes curiosos y excéntricos aparecen las comarcas de Huesca y sus pueblos, el secano, el amargo pan de la emigración y la trascendencia del agua en la vieja historia de Aragón. Entre sablazos de bohemios, coleccionistas de moscas, grillos y enanitos y un cojo que tenía 37 patas de palo se nos habla de los hombres de Huesca, de los que existieron en realidad y la llevaron a su nombre unido.
Entre alborotapueblos, anarquistas, señoricos con ilusiones literarias y espíritus volanderos con vocación de caminantes surgen montes y llanuras; pueblos fortificados, castillos; reconquista para buscar tierras de pan; ermitas, monasterios, catedrales y conventos. Entre las penalidades de un empresario de espectáculos feriantes, ciegos cantantes de romances que recorren los pueblos con sus romancillos de santos y crímenes sonados surgen los guerreros, los panteones de nobles y tumbas de reyes; San Juan de la Peña, San Victorián y Santa Cruz de la Serós, los orígenes del reino de Aragón.
Entre sus páginas están escritos y guardados sus paisajes y su arte, su vieja historia y su difícil destino. Toda una reivindicación, un auténtico y sincero homenaje.
Tan solo por haber escrito este libro, Torrente Secorún, ya merecería el reconocimiento de sus paisanos. Pero es que Torrente escribió siete novelas más. “En el cielo nos veremos”, que estuvo entre los finalistas del premio nadal de 1955, narra las andanzas americanas de Beniter, hijo de una humilde familia de un pueblo oscense. “El becerro de oro” está basado en la historia real de una familia oscense. La acción de “Los sucesos de Santaolaria” transcurre en un imaginario pueblo de Huesca. E Incluso en “Tierra caliente”, que está ambientada en el caribe, aparece Evangelino Cerezo, natural de Tabernas de Isuela.
Huesca siempre presente en lo profundo del recuerdo, en la vida y obra de Torrente, en la intimidad de lo inolvidable.
José Vicente Torrente fue un escritor ignorado por la crítica y ajeno a eso que se llama éxito. Supongo que fue así por no ser un funcionario de la literatura. Como explica Barreiro en su prólogo, Torrente, a pesar de sus múltiples obligaciones profesionales, procuró siempre dejar un espacio a lo que fue su gran ilusión de siempre, asistida por aptitudes nada comunes, la escritura.
Como diplomático estuvo destinado en Puerto Príncipe, Santo Domingo y Nueva York y fue embajador en Caracas. En la etapa final de su carrera ocupó puestos de gran importancia ya que entre 1966 y 1971 estuvo destinado en París como ministro encargado de los asuntos económicos y fue jefe de la oficina comercial, labor por la que el gobierno francés le concedió la Legión de Honor. En reconocimiento a su trayectoria diplomática se le nombró embajador de España y recibió la Gran Cruz del Mérito Civil.
Y hoy, doblando las esquinas, costanillas, plazas y cosos de la ciudad donde nació no encuentro recuerdo de su nombre. Recorriendo los límites de esa nueva Huesca que crece alejada de los muros de su vieja historia me encuentro entre los nombres de sus calles a la rosa y el clavel, el nardo y la violeta, la duda, las flores y desengaño. Y entonces, siento una tremenda tristeza por el pago en olvido, silencio y desprecio a cambio de todo el amor que le entregó un hombre.
Para el libro “Huesca en imágenes” editado por la CAI en 1980, José Vicente Torrente Secorún escribió un magnifico texto literario en el que se puede leer: “… mi viejo solar… te he visto, mirado y remirado con los ojos del recuerdo y la emoción del alma cuando lejos de ti estaba y hoy, al tratar de definirte me asalta un estremecido sentimiento hecho de amor entrañable y de miedo a no ser justo en todas tus virtudes…”
Que al menos una calle de Huesca no guarde el nombre de José Vicente Torrente Secorún es algo que me parece totalmente inexplicable.
2 comentarios:
Un libro extraordinario. Desde Sueca (V)
Muchas gracias, Salvador.
Un abrazo.
Luis Borrás
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