Antes de empezar a decir nada creo que debería
pensar si siento envidia o no. Yo también, durante unos años, madrugué para ir
al Rastro (de Madrid), me pasaba por la Cuesta de Moyano, iba a algunas librerías de
viejo y en primavera y otoño a la feria del Paseo de Recoletos.
Podría alegar algunas excusas, echarle la culpa a
otros o a mis circunstancias, pero lo único cierto es que José Luis Melero, al
contrario que yo, tuvo claro desde muy
joven lo que quería. Mientras él recorría una línea recta a velocidad de
crucero sin marcha atrás y sin altibajos yo corría etapas de un tour con perfil
de dientes de sierra. Mientras él buscaba libros yo me dedicaba a buscar mi
sitio en este lugar llamado mundo.
Sí; si algo admiro y envidio de Melero es lo que
yo no tuve –y quizás tampoco tengo ahora- su carácter, su perseverancia y
determinación. Por eso sé que las virtudes y defectos que yo le veo a este
libro no son producto de los celos. Claro que me gustaría tener algunos de los libros
que tiene Melero, pero si yo me hubiera dedicado durante treinta años a esa
búsqueda y compra también los tendría. Así que libre en mi opinión de la
sospecha que podría surgir de la rivalidad creo que este libro podrían muchos
abandonarlo tan sólo con leer los primero párrafos de la “Introducción”, cuando
Melero tras pedir disculpas declara que lo ha escrito porque su amigo Martínez
de Pisón –el más antiguo y uno de los más
queridos- me dijo un día: todos hemos
escrito libros menos tú. Tienes que escribir un libro. Ya vale de antologías,
prólogos y artículos. Tienes que ser escritor como nosotros. Y producto de
esa petición Melero reconoce: “Un mismo
pensamiento me rondaba insistentemente y se instalaba altivo allí donde resida
nuestra vanidad o nuestro orgullo: hoy escribe libros cualquiera, ¿voy a ser yo
menos que tantos zascandiles como hay sueltos publicando sin rubor alguno?”
Me pareció de una arrogancia y una soberbia insultante. En esto de la
literatura hay de todo; buenos y malos –según el criterio de cada uno- libros.
El mismo derecho y la misma libertad que tiene alguien de escribir y publicar
lo tenemos de opinar; y ambos deben respetarse. No seré yo, por dar mi opinión,
quien me crea mejor que nadie, ni mucho menos que impida –como un censor- que
alguien publique lo que quiera. No me atreveré a calificar de “cualquiera” o “zascandil” a un autor por escribir –bajo mi punto de vista- un mal
libro. Quizás a mi me irrita que alguien publique por ser la novia de F. o la
hija de R. y a Melero eso no le parezca mal si es alguno de sus amigos.
La virtud de este “Leer para contarlo” es disfrutar
del enorme conocimiento que tiene Melero, de alguna de las anécdotas que cuenta
como la de “el mecánico oscense Mariano
Catalán, que fue quien construyó la primera bicicleta en España, llamada
entonces velocífero y más tarde velocípedo”, su reivindicación del escritor Ramón Ezquerra;
y descubrir que “Santiago Salvador
Franch, de Castelserás según unas fuentes y de Alcorisa según otras, fue quien
en la noche del 7 de noviembre de 1893 arrojó dos bombas desde el quinto piso
al patio de butacas del Gran Teatro del Liceo de Barcelona causando veintidós
muertos”. Interesa sin duda como una gran bibliografía en la que encontrar
referencias y datos de autores, títulos desconocidos que anotar para tal vez,
con algo de suerte, leer algún día.
Pero el mayor defecto que le veo a estas
“Memorias” es que en su mayoría es una larga y monótona lista de libros
comprados por Melero. Una ruta y enumeración de librerías de Zaragoza y del
resto de España –abiertas o cerradas- que Melero conoce –o conoció- y los
libros que compró en ellas en esos treinta años de buscador de libros. El
recuerdo de los que adquirió en el Rastro e incluso de las bibliotecas que
compró a las viudas o herederos de sus propietarios. Todo ese mundo propio que seguro
es una lectura muy entretenida para los bibliófilos que comparten con él esa
afición, pero creo que fuera de esa colla puede entenderse como una especie de
exhibicionismo. En cierta manera el mismo de un cazador que nos enseña,
colgados en el pasillo y el salón de su casa, las cabezas disecadas de las
mejores y selectas piezas cazadas por toda España –y algunas en el extranjero-
en sus múltiples safaris. Muy interesante –e incluso motivo de envidia- para
los cazadores, pero batallitas de vanagloria para los que sólo cazan moscas con
una paleta de plástico y no son aficionados a las antigüedades porque decoran
su casa con funcionales muebles de Ikea.
Para librarse de esa imagen de coleccionista o friki
Melero se distancia de ese calificativo: “Quizá
haya en Aragón una o dos bibliotecas similares a la suya pero pertenecen a
bibliófilos de corte coleccionista que
carecen de proyección social y perfil investigador. Estas dos características,
que los libros de uno se sepa que están ahí y que están a disposición de los
escritores o estudiosos que necesiten utilizarlos, es decir, que no reposen
eternamente en los plúteos de nuestras bibliotecas sino que estén siempre
dispuestos a prestar un servicio a la sociedad de la que proceden, y que a su
vez esos libros, bien leídos y trabajados, le sirvan a uno para escribir los
suyos propios o para ayudar a que los escriban sus amigos, son indispensables
desde mi punto de vista para considerar relevante la función social del
bibliófilo y para distinguirlo del mero coleccionista, que sólo encuentra
satisfacción en lo que compra o atesora, sean libros, alfileres de corbata o
vitolas de puros habanos.”
Y hay que agradecer y reconocerle a Melero la
aclaración y la disposición. Que públicamente ponga sus libros al alcance
–consulta sin préstamo lógicamente- del que esté interesado es algo que no hacen
todos los bibliófilos. Pero esa aclaración no elimina toda la larga y monótona crónica
de librerías, libreros y libros en que consisten sus memorias. Creo que lo que
tenga que decir Melero respecto a los libros que ha ido comprando tiene mucho
más interés respecto a lo que él ha averiguado como estudioso e investigador de
los autores y sus obras. Creo que para los interesados en la literatura hubiera
sido mucho más interesante una colección de artículos de Melero en ese sentido
que el que nos cuente dónde, a quién y en qué circunstancias –batallitas de
cazador viajero sin escopeta- compró algunos libros. Porque creo que el mejor
destino que tienen muchos de esos libros viejos y raros adquiridos por Melero
sería el de su reedición. Ya sé que no son best-sellers que puedan interesar a
las grandes editoriales, pero no creo que yo sea el único chalado interesado en
ellos. Una reedición moderna de determinados libros con un prólogo o estudio
del autor, su biografía y su obra me parece de mucha más utilidad. Se podría
comprar y no haría falta ir a casa de Melero a consultarlo y que nos contara
todo lo bueno e interesante que él sabe. Aunque nadie crea que estoy inventando
la pólvora, por poner algunos ejemplos la editorial Valdemar lo hizo con “La torre de los siete jorobados”de Emilio Carrere, con el excelente prólogo de Jesús Palacios y el Instituto de
Estudios Altoaragoneses lo hace en su colección Larumbe. Además ese libro nuevo
y con información sobre el autor (algo que no viene en la edición original) lo
podemos comprar a un precio actual y no al de antigüedad o rareza, elevado
importe que muchos no nos podemos permitir, y pongo por ejemplo las “Iluminaciones
en la sombra” de Alejando Sawa, que en su primera edición original cuesta 500
euros, y que en el año 2009 publicó Nórdica y cuesta 18 euros y antes publicó la
efímera Josef K, editor, con presentación de Andrés Trapiello; o hizo Llibros
del Pexe, con “En plena bohemia” de E. Gómez Carrillo con edición y prólogo de
José Luis García Martín; y hace la Editorial Renacimiento
en su excelente Biblioteca del Rescate que tiene como director literario a José
Esteban y que en cada libro ofrece una extensa introducción. Reedición que
reconoce Melero alguna vez ha hecho, como esa guía de lupanares de Zaragoza de
1934 que junto a Ángel Artal, José Luis Acín y el impresor Pepe Navarro, editó
en facsímil en una tirada corta no venal para regalar a sus amigos pero que yo
–y tal vez algunos más que le interesara- nos quedamos sin ella por no estar
entre ellos.
Pero volviendo al asunto del precio de los libros
viejos es seguro que hace treinta, veinticinco o incluso veinte años todavía se
pudieran comprar libros de esta clase a buen precio. Yo mismo compré alguno de
pura chiripa en el puesto de Ruidavets y tuve un golpe de suerte en el puesto
de unos gitanos en el Rastro. Pero todo eso ha cambiado mucho, ahora –y desde
hace diez, quince años- el libro viejo es un artículo caro y sus vendedores son
profesionales cualificados que saben qué tienen en las estanterías de sus
tiendas. Basta con hacer una búsqueda en http://www.iberlibro.com/ Es posible encontrar algunos libros viejos al
mismo precio –o incluso más baratos- que un libro nuevo, pero si buscamos
libros de, por ejemplo una primera edición de un autor de la Generación del 98, el
precio sube hasta los setenta u ochenta euros. Y su precio se duplica –como
mínimo- si tiene una dedicatoria autógrafa del autor; fetichismo que Melero
reconoce y del que presume en alguna de sus adquisiciones más valiosas. No dudo
de que Melero comprara hace muchos años libros viejos a buen precio, que haya
tenido unos cuantos golpes de suerte que le hicieron llegar a sus manos libros
raros y valiosos, pero no creo que esta clase de libros estén al alcance de un
poder adquisitivo –con tres hijos y una hipoteca- como el mío. Tal y como
Melero dice: “No sabía, claro, que en
esto de los libros viejos la quimérica ambición de querer comprar siempre bueno
y barato es habitual compañera de los necios”.
José
Luis Melero. “Leer para contarlo. Memorias de un bibliófilo aragonés”. 206 páginas.
Biblioteca Aragonesa de Cultura. Institución Fernando el Católico. IberCaja obra
social y Cultural. Zaragoza, 2003.
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