miércoles, 4 de marzo de 2009

Literatura subversiva

En una entrevista que te hicieron en el blog de la Asociación Literaria Trespeldaños dijiste que “Cuando alguien te dice que escribes bien, estás acabado, es necesario despertar el odio o el amor”.
Y esta noche voy a hacerte caso. No voy a decirte que escribes bien, me quedaré aquí para hablarte de odio y amor.
Si me dejara llevar por el odio pediría tu muerte. Estarás de acuerdo conmigo que cualquier otra solución sería quedarse a medias. Podría hacerlo yo mismo. Subir hasta Huesca, buscarte, disfrazarme de payaso, y una noche de luna nueva matarte por la espalda. Pero no temas, soy un cobarde que vendió su valor para comprarse una mentira.
Así que tendría que contratar a un profesional serio y cualificado. El pago en efectivo y en billetes pequeños, la mitad en veinticuatro horas y el resto al acabar el trabajo. Una semana después leería tu esquela en el Diario. Serías noticia un par de días, tres como mucho, después nadie te recordaría. Ya sabes cómo funciona esto.
Pero tengo una hipoteca que pagar hasta los sesenta y cinco y todavía me quedan tres años de la financiación del coche, así que tendría que pensar en algo más barato. Buscaría alguien que te cortara las manos. Un carnicero con deudas de juego, por ejemplo. Esa gente sabe manejar los cuchillos. Pero me temo que ni aún así dejarías de escribir. Serías capaz de hacerlo con los pies, dictarle a alguien o utilizar un ordenador que transcribiera la voz. Serías famoso por ser un escritor genial y tullido y encima te compararían con Borges. Estoy pensando que tal vez no sea una buena idea.
El odio me llevaría a buscar algo más cruel y efectivo: los anuncios del periódico. Magia negra. Resultados garantizados. Pediría que tu cabeza se quedara vacía como un páramo helado, tuvieras que trabajar en el matadero municipal ocho horas diarias para pagar tus pecados y llenaras tu vida coleccionando amaneceres oscuros y botellas vacías. Suena terrible, desde luego, pero me temo que la magia es una comedia con truco.
No sé porqué pierdo el tiempo con todo esto. Mi paga extra de verano se va en el alquiler del apartamento de la playa y en los libros de texto de cada septiembre, y la de diciembre en los regalos de reyes y en el seguro a todo riesgo.
No tengo dinero para comprar el odio ni voluntad suficiente para el crimen. Así que seré realista y reconoceré que el único remedio a mi alcance es la forma que utiliza el literato mediocre y fracasado: el odio que produce la envidia por el talento. Leería en la solapa de tus libros los premios literarios que has ganado y sentiría que son la lista sin orden alfabético de mis incapacidades, los cargos de un condenado a cadena perpetua: arder en el infierno de la nada. Me dedicaría a difamarte, inventar rumores, adicciones y vicios; inundaría la red con mis comentarios, sacaría a pasear tus defectos, tu inexistente obra en la distancia larga, tu obra mayor pendiente. Diría que eres un cuentista y escupiría sobre tu fotografía. Sería millonario de calderilla y odio.
Pero en lugar de todo eso hablaré de amor. Te diré la verdad.
Aquí me tienes, son más de las dos de la madrugada y el despertador sonará en apenas cuatro horas. Y en lugar de pensar en el madrugón de mañana releo la primera línea de “El talento de las moscas”: “El 31 de julio de 1944 Antoine de Saint-Exupéry cayó en mi jardín”.
Y con una sola línea comprendo el porqué de las victorias en esa guerra a la que mandas tus relatos. Una sola línea perfecta de un relato perfecto.
Y aquí me tienes, sonriendo de felicidad.
Si tuviera que hablar de amor diría que “El talento de las moscas” es el testamento de los días felices.
Si tuviera que poner un ejemplo maestro para saber lo que es el oficio de escritor citaría a “Escupir sobre París”. Cuatro variaciones de una misma derrota y una sentencia para guardar: “Envejecer es perder la capacidad de asombro”.
Si tuviera que saber lo que es el terror cotidiano hablaría de “Algo que está por desaparecer”. El peligro de ser un animal de costumbres amaestrado por el sistema. Y el dolor de perder el único cielo que existe en la tierra: las caricias de unas manos de milagrero.
Si tuviera que hablar de un espíritu generoso que rinde homenaje a otros escritores en su obra hablaría de “El efecto placebo” y tu recuerdo a Patricia Highsmith. “La muerte literaria es infinitamente peor que la muerte física”. Y ese escribir como Isak Dinesen: un poco todos los días, sin esperanza y sin desesperación. Y tu “Maldito Kafka” y el odio y el amor de Max Brod. Y todas las citas con las que empiezas tus relatos, el frío de cada uno de Stefano Raimondi, la alegría en la tristeza de Mario Benedetti, la memoria de Borges y Carmen Martín Gaite o la mentira de Denis Diderot, y guardar una línea para nombrar a María Frisa. Las múltiples pruebas de un apasionado de la literatura.
Y si tuviera que explicar en qué consiste el amor hablaría de “Luces de gálibo” y de todo el dolor contenido en una muerte y una casa vacía; todo el valor de los recuerdos de un baile y una vida compartida. Y conocer que el arte y la búsqueda de la belleza consisten en no defraudarse nunca a uno mismo.
Y en “Exteriores” y “Teatro ambulante Tramasaguas” el homenaje a Huesca haciendo a su paisaje protagonista de unas historias de vida y desprecio por la vanidad, de amor y victoria en la derrota. Y en “Las palabras adecuadas” el homenaje a la maestra de nuestra infancia que nos enseñó que los libros sirven para vivir otras vidas. Y en “Rompeolas” el amor a una mujer por encima de pasados y sueños.
Y aquí me tienes, aguantando despierto porque hablo de lo que escribes. Hablándote de emoción y entusiasmo. Dándote las gracias. Encontrando en estas horas robadas al sueño después de leer “Escupir sobre París” un motivo para sentirme vivo, peleando con las palabras y maravillado ante tu facilidad, tus metáforas, tu inspiración, tu forma de mirar y contar.
Aquí estoy, perdido en el verbo excesivo, la hipérbole, los sinónimos de admiración; sabiendo que tu palabra hace más llevadera mi derrota, mis sueños garabateados en libretas inútiles. Aquí me tienes, traficando con objetos robados, negociando una tregua, viajando con el pasaporte que me has fabricado, utilizando tu libro de salvoconducto para librarme de la muerte y el fracaso. Aquí estoy, emborrachándome con los sentimientos de tus relatos, nadando dentro de su círculo perfecto, respirando entre sus líneas, viviendo en el oxígeno de tus palabras, sonriendo pensando en el odio.
No diré que Óscar Sipán escribe bien, tan sólo diré que su literatura es subversiva, que provoca, motiva y estimula; incita a vivir, luchar y sentir.
Hablar con odio se lo dejo a otros peores que yo, y el amor a alguien más afortunado.

Óscar Sipán, “Escupir sobre París”. March Editor, Tarragona, 2005.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Voy a buscar este libro, pero he de decirte que a Sipán hace un tiempo que ya le odio...profundamente.

Luis Borrás dijo...

Amigo Berbi.
Gracias. Me viene bien contar con un cómplice, o con alguien que cubra mi coartada, o incluso alguien con quien dividir gastos. Al 50%.
En cualquier caso te recomiendo primero "Pólvora mojada" seguro que después de leerlo le odiaras todavía más profundamente.
Un gran abrazo.