jueves, 26 de febrero de 2015

Soplos de vida


A lo mejor a algunos les parecerá una chorrada, pero yo soy de los que se fija en esas cosas, en esos pequeños detalles. Al fin y al cabo se trata de la portada y eso es lo primero que vemos de un libro: su cara. Y esa cara puede hacer que nos fijemos en él entre los otros diez que haya sobre la mesa de novedades. Sí, ya sé que lo realmente decisivo debería ser el nombre del autor, pero una cara atractiva cuenta y eso es algo que las editoriales no deben despreciar. A nadie se le ocurriría ir a una entrevista de trabajo en chándal (a no ser que vivas en Venezuela, claro).
En “No me cuentes mi vida” la portada es colorista y llamativa, con una composición de nueve cuadros en pequeño formato de los que reconocí tres. En el interior (y ésta es la chorrada en la que me fijo) se dice que es un “Montaje sobre detalles de varias obras de Eduard Munch”, pero resulta que en el centro está “Los jugadores de cartas”, un cuadro de Paul Cézanne. Sí, vale, es una chuminada, pero no sé si es un despiste o algo hecho a propósito para ver si algún friki como yo (prefiero quedar de friki que de pedante cultureta de tres al cuarto) se fije y abra la bocaza. A lo mejor es una estrategia de la editorial y se trata de un concurso de ver quién encuentra el gazapo. Si hay premio lo reclamo. Un lote de libros estaría bien. Pueden ponerse en contacto conmigo en aragonliterario@gmail.com. Gracias.
Alguno dirá que estos detalles no son importantes, que es una anécdota que no lleva a ninguna parte, que lo realmente importante está en lo que hay dentro. Y seguramente tendrán razón, pero es que para mí un libro comienza desde su portada, desde el diseño de la cubierta, antes de empezar a leerlo, y esos detalles pueden hacer que se quede sobre la mesa de la librería o me lo lleve a casa. Aunque también he de reconocer que ha habido libros con un diseño insulso pero con una literatura excelente en su interior y al revés.
Está bien, voy a dejarlo ya porque si no alguno podría cansarse e irse a ver la tele. Olvidándonos del despiste o el concurso es cierto que lo que de verdad importa es lo que hay dentro y en la “Nota del autor” Tejedor a modo de presentación nos dice: “Escribimos relatos y novelas, soñamos poemas, empeñamos horas y días acuciados por la necesidad de explicarnos a nosotros mismos y a los demás lo que todo el mundo sabe y siente. A veces, también, lo vive. Lo vivimos. Después lo contamos. Lo decimos al oído, en voz baja o lo ponemos en papel, para quien quiera leerlo.” Y ese esfuerzo, esa pasión enfermiza que no sirve para nada o para casi nadie -quizás tan sólo para nosotros mismos- y a la que a pesar de todo no se renuncia es el oficio de escribir. Ser escritor.
Tejedor nació en 1951. Hago cuentas. 63 años. Maestro jubilado. Toda una vida con este veneno dentro. Una novela publicada: “Los lagartos de la quebrada”, y ahora escoge veintiún relatos y los publica para que un lector quisquilloso y friki abra la bocaza. Tejedor es un valiente, un temerario, un loco poseído por esta enfermedad que sabe que en esta paradeta de pim-pam-pum que es la literatura a veces se acierta y otras se falla. Porque en esto de la palabra hay unos pocos genios y muchos esforzados currantes, proletarios del arte que saben que no ganarán nunca un premio y lo hacen por puro placer. La diferencia está en hacerlo sin pretender engañar a nadie. Porque si debemos elegir entre los secundarios de la literatura debemos fijarnos en escritores como Tejedor. Él forma parte de ese pelotón de gregarios que no tiene un padrino. Otros; jóvenes, guap@s y enchufados sin talento, nos cuentan su vida insulsa y anodina y con los aplausos de la cla de papá pretenden hacernos creer que lo suyo es nueva y alta literatura cuando en realidad no es más que una colección de naderías, humo insípido, achicoria.
La vida -la de Tejedor y la de cualquiera- son miles de días de sol, lluvia o frío. Días de radiante belleza y días de nada.  “Miles de historias, miles de aventuras, jocosas, dulces, insignificantes, duras, amargas, cargadas de drama”. Si tomamos la decisión de escribir que sea para contar algo que merezca la pena de ser escuchado; respetar a la literatura y no denigrarla reproduciendo por escrito un vulgar vídeo doméstico sin gracia, emoción ni interés.
Y en la vida de otros encuentra Tejedor los argumentos y los protagonistas para sus relatos. Ellos y ese instante de sus vidas que podríamos protagonizar –nadie está a salvo- cualquiera de nosotros. El escritor puede ser un gran mentiroso, un inventor genial, un cazador de relámpagos o un cronista de sociedad, alguien con memoria, conciencia y verdad; un ladrón de vidas ajenas o alguien que se mira desnudo en el espejo; alguien que permanece despierto, escucha y observa mientras los demás se miran el ombligo; denunciante incómodo para los vendedores de opio y los estafadores. Ser escritor te permite revivir el pasado, hacer lo que no hiciste, ser otros muchos y ser fiel a ti mismo; alguien inquieto, angustiado y dolido. Escribir -y es lo que hace Tejedor- es mostrar, poner por escrito lo íntimo y lo erróneo, contar lo que ellos, por incapacidad o vergüenza, nunca contarían.
Pero escribir y acertar no es sólo –creo- recurrir a un golpe de ingenio. Escribir es pedir algo más que una buena idea, algo más que lo simplemente correcto aunque sea una paradoja bien contada o una venganza irreprochable. Acertar es no caer en lo fácil, el exceso o convertir a los personajes en caricatura, abusar del melodrama, perder la credibilidad.
Se trata –creo- de conseguir el equilibrio perfecto entre el qué y el cómo, llegar a esa justa medida en la que nada sobra o chirría, encontrar el tono adecuado y las palabras exactas. Y Tejedor lo consigue desde el intimismo evocador de “Hojas secas”, la agonía y resistencia de “El abuelo”, el simbolismo de “La elección” y el fiel retrato del hambre y la miseria de “La gloria de los vencedores” utilizando en todos un tono seco, breve, conciso, directo, efectivo y sin rodeos; descarnado, tierno, contundente y conmovedor sin un solo contratiempo o tropiezo.
Mención aparte merecen –para mí- los dos mejores del libro: “Álbum de fotos” y “La pensión del abuelo”. En los dos ese mismo y acertado lenguaje de los anteriores y en los dos la bofetada de un realismo social desolador, cercano, posible y desasosegante. En “Álbum de fotos” una construcción narrativa sobresaliente con el acierto de un final en blanco elocuente; en “La pensión del abuelo” el abismo de nuestro propio miedo, la incapacidad de reprochar o censurar un acto ajeno.
Seis soplos de vida entre mil historias. Seis aciertos en esta paradeta de genios, proletarios y tahúres. Seis veces el oficio de contar y provocar una emoción. 

Antonio Tejedor. “No me cuentes mi vida”. 143 páginas. Editorial “La Fragua del Trovador”. Zaragoza, 2014.

La Fragua del Trovador: www.lafraguadeltrovador.com




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