A lo
mejor a algunos les parecerá una chorrada, pero yo soy de los que se fija en
esas cosas, en esos pequeños detalles. Al fin y al cabo se trata de la portada
y eso es lo primero que vemos de un libro: su cara. Y esa cara puede hacer que
nos fijemos en él entre los otros diez que haya sobre la mesa de novedades. Sí,
ya sé que lo realmente decisivo debería ser el nombre del autor, pero una cara
atractiva cuenta y eso es algo que las editoriales no deben despreciar. A nadie
se le ocurriría ir a una entrevista de trabajo en chándal (a no ser que vivas
en Venezuela, claro).
En “No me cuentes mi vida” la portada es
colorista y llamativa, con una composición de nueve cuadros en pequeño formato de
los que reconocí tres. En el interior (y ésta es la chorrada en la que me fijo)
se dice que es un “Montaje sobre detalles
de varias obras de Eduard Munch”, pero resulta que en el centro está “Los
jugadores de cartas”, un cuadro de Paul Cézanne. Sí, vale, es una chuminada,
pero no sé si es un despiste o algo hecho a propósito para ver si algún friki
como yo (prefiero quedar de friki que de pedante cultureta de tres al cuarto)
se fije y abra la bocaza. A lo mejor es una estrategia de la editorial y se
trata de un concurso de ver quién encuentra el gazapo. Si hay premio lo reclamo.
Un lote de libros estaría bien. Pueden ponerse en contacto conmigo en aragonliterario@gmail.com.
Gracias.
Alguno
dirá que estos detalles no son importantes, que es una anécdota que no lleva a
ninguna parte, que lo realmente importante está en lo que hay dentro. Y
seguramente tendrán razón, pero es que para mí un libro comienza desde su
portada, desde el diseño de la cubierta, antes de empezar a leerlo, y esos
detalles pueden hacer que se quede sobre la mesa de la librería o me lo lleve a
casa. Aunque también he de reconocer que ha habido libros con un diseño insulso
pero con una literatura excelente en su interior y al revés.
Está
bien, voy a dejarlo ya porque si no alguno podría cansarse e irse a ver la
tele. Olvidándonos del despiste o el concurso es cierto que lo que de verdad
importa es lo que hay dentro y en la “Nota
del autor” Tejedor a modo de presentación nos dice: “Escribimos relatos y novelas, soñamos poemas, empeñamos horas y días
acuciados por la necesidad de explicarnos a nosotros mismos y a los demás lo
que todo el mundo sabe y siente. A veces, también, lo vive. Lo vivimos. Después
lo contamos. Lo decimos al oído, en voz baja o lo ponemos en papel, para quien
quiera leerlo.” Y ese esfuerzo, esa pasión enfermiza que no sirve para nada
o para casi nadie -quizás tan sólo para nosotros mismos- y a la que a pesar de
todo no se renuncia es el oficio de escribir. Ser escritor.
Tejedor
nació en 1951. Hago cuentas. 63 años. Maestro jubilado. Toda una vida con este
veneno dentro. Una novela publicada: “Los lagartos de la quebrada”, y ahora escoge veintiún relatos y los publica
para que un lector quisquilloso y friki abra la bocaza. Tejedor es un valiente,
un temerario, un loco poseído por esta enfermedad que sabe que en esta paradeta
de pim-pam-pum que es la literatura a veces se acierta y otras se falla. Porque
en esto de la palabra hay unos pocos genios y muchos esforzados currantes,
proletarios del arte que saben que no ganarán nunca un premio y lo hacen por
puro placer. La diferencia está en hacerlo sin pretender engañar a nadie.
Porque si debemos elegir entre los secundarios de la literatura debemos
fijarnos en escritores como Tejedor. Él forma parte de ese pelotón de gregarios
que no tiene un padrino. Otros; jóvenes, guap@s y enchufados sin talento, nos
cuentan su vida insulsa y anodina y con los aplausos de la cla de papá pretenden
hacernos creer que lo suyo es nueva y alta literatura cuando en realidad no es
más que una colección de naderías, humo insípido, achicoria.
La
vida -la de Tejedor y la de cualquiera- son miles de días de sol, lluvia o
frío. Días de radiante belleza y días de nada. “Miles
de historias, miles de aventuras, jocosas, dulces, insignificantes, duras,
amargas, cargadas de drama”. Si tomamos la decisión de escribir que sea
para contar algo que merezca la pena de ser escuchado; respetar a la literatura
y no denigrarla reproduciendo por escrito un vulgar vídeo doméstico sin gracia,
emoción ni interés.
Y en
la vida de otros encuentra Tejedor los argumentos y los protagonistas para sus
relatos. Ellos y ese instante de sus vidas que podríamos protagonizar –nadie
está a salvo- cualquiera de nosotros. El escritor puede ser un gran mentiroso,
un inventor genial, un cazador de relámpagos o un cronista de sociedad, alguien
con memoria, conciencia y verdad; un ladrón de vidas ajenas o alguien que se
mira desnudo en el espejo; alguien que permanece despierto, escucha y observa
mientras los demás se miran el ombligo; denunciante incómodo para los
vendedores de opio y los estafadores. Ser escritor te permite revivir el
pasado, hacer lo que no hiciste, ser otros muchos y ser fiel a ti mismo;
alguien inquieto, angustiado y dolido. Escribir -y es lo que hace Tejedor- es mostrar,
poner por escrito lo íntimo y lo erróneo, contar lo que ellos, por incapacidad
o vergüenza, nunca contarían.
Pero
escribir y acertar no es sólo –creo- recurrir a un golpe de ingenio. Escribir
es pedir algo más que una buena idea, algo más que lo simplemente correcto
aunque sea una paradoja bien contada o una venganza irreprochable. Acertar es
no caer en lo fácil, el exceso o convertir a los personajes en caricatura,
abusar del melodrama, perder la credibilidad.
Se
trata –creo- de conseguir el equilibrio perfecto entre el qué y el cómo, llegar
a esa justa medida en la que nada sobra o chirría, encontrar el tono adecuado y
las palabras exactas. Y Tejedor lo consigue desde el intimismo evocador de “Hojas secas”, la agonía y resistencia de
“El abuelo”, el simbolismo de “La elección” y el fiel retrato del
hambre y la miseria de “La gloria de los
vencedores” utilizando en todos un tono seco, breve, conciso, directo,
efectivo y sin rodeos; descarnado, tierno, contundente y conmovedor sin un solo
contratiempo o tropiezo.
Mención
aparte merecen –para mí- los dos mejores del libro: “Álbum de fotos” y “La
pensión del abuelo”. En los dos ese mismo y acertado lenguaje de los
anteriores y en los dos la bofetada de un realismo social desolador, cercano,
posible y desasosegante. En “Álbum de
fotos” una construcción narrativa sobresaliente con el acierto de un final
en blanco elocuente; en “La pensión del
abuelo” el abismo de nuestro propio miedo, la incapacidad de reprochar o
censurar un acto ajeno.
Seis
soplos de vida entre mil historias. Seis aciertos en esta paradeta de genios,
proletarios y tahúres. Seis veces el oficio de contar y provocar una
emoción.
Antonio Tejedor. “No me cuentes mi vida”.
143 páginas. Editorial “La Fragua del Trovador”. Zaragoza, 2014.
Antonio
Tejedor: www.lagartosquebrada.blogspot.com
La
Fragua del Trovador: www.lafraguadeltrovador.com
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