viernes, 7 de junio de 2013

Grotesco y humano


No es lo mismo hablar de un libro cuando conocemos a su autor que cuando no sabemos nada de él. En ese sentido la ignorancia creo que es la situación ideal que debería –por honradez- darse siempre. Si no le conocemos de nada podemos centrarnos en lo escrito sin interferencias ni deudas de ninguna clase que distorsionen nuestra opinión.
Por lo poco que yo sé y conozco de él, Carlos Manzano es –y se declara- tímido. Y sin embargo leyendo estos relatos podríamos imaginarnos a otra persona completamente distinta: un tipo descarado; extremadamente desvergonzado, desinhibido y sin pelos en la lengua; un tipo insolente y pendenciero, malhablado y trasnochador que bebe whisky con cerveza y recita poemas de Bukowski en bares y garitos de mala fama. Y podríamos perfectamente crearnos esa imagen de él por alguno de los relatos de este libro. En el que le da título: “Estrategias de supervivencia”, practica un exhibicionismo canalla y procaz. En “El regreso de la hija pródiga” un realismo sucio, sórdido y brutal. En “Padre enamorado que mira a su hija” se atreve con un tema tabú. En “La ley del más fuerte” habla de la violencia, las drogas y el sexo. En “Orgullo y justicia” convierte a un hombre corriente en un perturbado asesino. Y en “Una historia del Japón” el protagonista es un perverso atraído por el sadismo.
Sí, podríamos crearnos de él esa imagen; pero yo, que conozco a Manzano, puedo asegurar que es todo lo contrario: una persona tranquila, equilibrada, educada y normal que no pasa de la tercera –o como mucho cuarta- cerveza, y, que –yo sepa- no trasnocha, no debe dinero a su psiquiatra, no tiene antecedentes penales ni lleva una doble vida.
Pero tal vez la literatura se trate precisamente de eso. De que nos permite ser lo que no somos, convertirnos en otro, en el que seguramente no seamos nunca; hacer lo que nos gustaría y no nos atrevemos. Al lector y al escritor. Vivir una ficción como si fuera real, hacer ese viaje, mirar por el ojo de una cerradura; inventar lo que queramos, transformarnos, travestirnos, hacernos colegas de un camello, testigos de una vileza, voyeur en una habitación de hotel, descubrir los secretos de alguien, decir lo que realmente pensamos, cruzar las líneas rojas. Cuando nuestra vida es ordenada, previsible y monótona sentimos atracción por lo contrario: por el desorden, por el lado salvaje.
Porque a quién no le gustaría tener una historia turbia que contar de su adolescencia; convertirse por un momento en un justiciero y vivir un día de furia; quien no se ha sentido tentado alguna vez por el morbo; decir la verdad en lugar de una mentira piadosa; caer en el otro lado de nuestra bipolaridad, ceder en esa lucha entre lo correcto y lo incorrecto en la que muchas veces nos debatimos. La literatura, si somos cobardes o simplemente sensatos, nos permite todo eso. Como lectores y como escritores.
En esos relatos de Manzano hay algo más que realismo sucio y un lenguaje crudo. “La ley del más fuerte” es una versión –no importa si anterior o posterior- de aquellos quinquis de “Las leyes de la frontera” de Javier Cercas, pero también una historia de miedo y enamoramiento, de humillación, venganza y astucia frente a la fuerza Pero “Orgullo y justicia” acaba convirtiéndose en un exceso que le hace perder la credibilidad. “Padre enamorado que mira a su hija” puede interpretarse como que su intención es plantear un debate moral y ético, cruel en el sentido que plantea José Ovejero; pero a mi me parece inadmisible, un trastorno mental que requiere tratamiento psiquiátrico urgente. “Una historia del Japón” además del sadomasoquismo –tan de moda- y el vicio o perversión de un hombre gris y respetable nos presenta al fotógrafo Nobuyoshi Araki y nos hace descubrir su obra. “El regreso de la hija pródiga” aunque es una historia vomitiva, una vileza inconcebible, me resulta atractivo por su sórdida puesta en escena, sus demoledores diálogos; su aliento corrupto. Y en “Estrategias de supervivencia” el exhibicionismo provoca la carcajada por la situación y su descaro, pero al mismo tiempo plantea un interesante debate sobre el comportamiento humano; una paradoja que mezcla lo vulgar, el sexo, lo intelectual, la hipocresía, la timidez y una pregunta con muy mala leche.
Pero al contrario de lo que pueda parecer “Estrategias de supervivencia” no es una colección monotemática de perversiones, pesadillas, extravagancias y monstruos. Hay más; lo que pasa es que esos, por el morbo y la provocación, seguramente serán los que llamen más la atención del lector igual que hacen subir los índices de audiencia en la televisión. Y aunque alguno de esos relatos estén entre los mejores del libro, hay otros que, sin provocar o provocando menos, resultan buenos y alguno de ellos excelentes. Los hay incluso más cerca del ensayo que de la narración como “El vertiginoso declive del cinematógrafo” en el que encontré múltiples coincidencias con sus reflexiones y una frase para subrayar que aunque habla de cine podría aplicarse a la literatura: “…sustituimos la cultura del pensamiento y la creatividad por la sociedad del entretenimiento y la diversión efímera”. Y entre los –para mí- buenos están “No era mal tipo”, un relato breve que es una original necrológica que dice mucho en muy poco de cualquiera de nosotros: tipos vulgares con nuestros defectos y virtudes; “Sadismo insoportable” inteligente y original perspectiva y de lenguaje preciosista y lírico; mismas virtudes por las que también destacan “Acuciante necesidad de silencio” e “Insolente simetría”. Pero los dos relatos que -creo- valen por todo el libro son “La fotografía” y “Lento atardecer sobre Venecia”; aunque debo reconocer que su elección tiene mucho que ver con los temas que a mí me gustan: la desolación y su encarnación; la insatisfacción y sus preguntas sin respuesta, el tomar conciencia de nuestro ser y no ser.
De Carlos Manzano además de esta variedad –aunque inicialmente pueda parecer lo contrario- temática, me gustaría destacar su precisión lingüística. Precisión que creo proviene de su carácter minucioso y metódico para narrar; en su ambición por buscar en cada momento y utilizar las palabras adecuadas que expliquen perfectamente lo que quiere decir y transmitir; la palabra como molde con el que se fabrica o da forma, ajusta y encaja sin holgura. Lenguaje que resulta adecuado y preciso incluso cuando resulta soez y grosero sin eufemismos ni ambigüedad porque, nos guste o no, esa es la forma –y otra resultaría un ridículo artificio- en la que se expresan habitualmente muchos. Precisión que nos entrega la variedad y riqueza de un lenguaje del que cada día nos vamos desprendiendo a cambio de volvernos más pobres, abreviados y tecnológicos.   

Carlos Manzano. “Estrategias de supervivencia”. 88 páginas. Libros Certeza. Zaragoza, 2013.

No hay comentarios: