Uno lee siempre esperando. Supongo que se trata de eso, de leer esperando encontrarse con algo excepcional, por encima de la media, de la literatura modesta y de buenas intenciones. Y a veces, raras veces, sucede. Pero esta novela de Javier Gómez Hernández no es el caso.
Recientemente, José Ovejero, en una entrevista en el Diario de Navarra ha dicho: “El lector no es cómplice a no ser que le des buena literatura. No se trata de leer a alguien sólo por su vida o por lo que haya hecho, tiene que contarlo bien. ¿Por qué las novelas tienen que ser hoy ante todo entretenidas? Para pasar el rato ya está la televisión.” Y poco más hay que decir.
Javier Gómez ha escrito una novela entretenida, una de esas novelas que se leen sin arrepentimiento, pero sin la emoción del encuentro con la buena literatura. Javier ha escrito un buen ejercicio escolar de redacción que merece el aprobado, pero no más. Y con esto no quiero despreciar la novela, no es para tanto, ni mucho menos para dejarla a medias o tirarla a la piscina vacía. Es problema mío y de mi exigencia, de mi concepto de qué debemos pedirle a la literatura.
Javier y su mujer decidieron adoptar un hijo. Y con esa decisión han vivido una experiencia dura e inolvidable que puso a prueba su determinación y su constancia, pero también que ha sido –sin duda- emocionante y gratificante. Una experiencia que Javier ha querido compartir contándola por escrito, reflejándola en una novela. Y esa parte central es la más valiosa e importante de “El guardián de la leyenda”. Una parte en la que encontrarán a los lectores cómplices de su historia, la parte con la que podrán identificarse -a modo de catarsis- todos esos matrimonios que han pasado por esa misma experiencia. Una parte que también servirá a los que estén pensando en adoptar como lectura de referencia, guía de errores y aciertos.
Y es que las pruebas que deben ir superando los candidatos a adoptantes resultan una auténtica carrera de obstáculos. Presentación de instancias, notificaciones, reuniones en grupo, entrevistas –interrogatorios más bien- personales y evaluaciones de idoneidad que desanimarían a cualquiera. Los larguísimos plazos –cuatro interminables años desde que se inicia el proceso-, el numeroso papeleo, el laberinto administrativo, los desplazamientos, la incertidumbre y la falta de noticias. Esfuerzos y dudas que se ven hoy en día aliviados por el encuentro y la comunicación en foros y páginas web. Empeño que requiere de una gran fortaleza mental y que se ve recompensado con el viaje definitivo al país de adopción, estancia en ese país que puede durar un mes y en el que se pasan nuevas evaluaciones o que incluso puede resultar un fracaso. Toda una dura prueba que al final se da por buena cuando se tiene al hijo entre los brazos.
Esa parte es además un homenaje a Colombia y su región de Boyacá. Una completa y minuciosa guía de viaje. Autobiografía, cuaderno, diario de ciudades, paisajes, historia, cultura, hoteles recomendados, excursiones, restaurantes y el recuerdo de las personas que se conocieron en ese país y que compartieron ese tiempo. Amistad y agradecimiento infinito.
"El guardián de la leyenda” es la memoria personal de unos padres, un regalo inolvidable para un hijo (adoptado). Lo demás, la parte narrativa, de ficción, es otra cosa. Su capítulo de “Casi cinco siglos atrás” resulta un buen y esforzado trabajo de reconstrucción histórica, documentación, lectura, estudio y reescritura a cerca de “El Dorado” y su leyenda. Pero su “Prólogo” y “Búsqueda con comienzo y revelación” con su mapa del tesoro, su viaje, aventura, juego de pistas, personajes y túnel secreto resulta –literariamente- una trama demasiado pueril e infantil.
Javier Gómez Hernández. “El guardián de la leyenda”. 242 páginas. Éride ediciones. Madrid, 2011.
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