José Ramón Arana, pseudónimo de José Ruiz Borau, nació en 1905 en Zaragoza y murió en 1973 en la misma ciudad. Primero cenetista y después de la UGT, durante la Guerra Civil ocupó diversos cargos públicos relevantes en el Consejo de Aragón y en 1939 estuvo interno en el campo de Gurs, en Francia; de donde consiguió salir para irse a México, en donde vivió hasta un año antes de su muerte. En aquel país trabajó de vendedor de libros hasta que montó su propia librería.
Agitador cultural, editor literario, director y redactor de revistas, poeta, narrador, ensayista e incluso dramaturgo fue dinamizador del exilio español. Arana es, sin duda, de esos personajes que merece la pena recuperar desde esa perspectiva. Pues su subrogación al Partido Comunista y pertenencia al siniestro SIM y el abandono, en plena guerra, de su mujer y sus hijos -una trágica historia que espero que obtuviera de ellos la reconciliación de su perdón- no resulta nada edificante ni ejemplar.
“El cura de Almuniaced” es una novela corta que fue publicada por vez primera en México en 1950 y que ahora recupera acertadamente Gara d’Edizions. Almuniaced es en realidad Monegrillo, el pueblo materno y en el que sorprendió a Ruiz el estallido de la Guerra. Entiendo que algunos lectores encontraran en esta novela una historia a la medida de esa horrible frase hecha de sus filias y fobias. Y yo no me opondré, cada cual es libre de decorar a su gusto la república independiente de su casa. Y más que nada porque es verdad que la historia que cuenta, así, reducida a lo más básico y superficial; narra eso, el asesinato de un cura por las tropas franquistas. Habrá otros que decidan ir más allá y entren en su aspecto filosófico y teológico. La personalidad de Mosén Jacinto, su protagonista. La duda que lo hace humano, débil y fuerte. La cita de Machado. La pugna entre fe y razón. La Generación del 98, los carlistas de Valle-Inclán, el médico del pueblo y Baroja y la parte metafísica y su explícita relación con Unamuno, más cerca de El Sentimiento trágico de la vida que de San Manuel Bueno, martir. Incluso también con el papel de la Iglesia en aquella Guerra y su culpa, y el reflejo sociológico de aquella década de los cincuenta en España y un nuevo movimiento, los cristianos de base, los curas obreros, su implicación en las reivindicaciones sociales; la teología de la liberación y su interacción con el marxismo.
Yo me quedo con la parte narrativa, su estilo nítido, telegráfico y demoledor. La poesía latente, siempre a la vista. La añoranza, evocación detallista, melancólica y enamorada del paisaje de los Monegros. Recuerdos que ningún destierro y ninguna lejanía consiguieron eliminar. “Quieto, abstraído, dejaba correr los ojos tierras arriba, hasta donde la sierra, rosa y azul, es una quilla adormecida en la llanura”.
“El cura de Almuniaced” es una novela corta que fue publicada por vez primera en México en 1950 y que ahora recupera acertadamente Gara d’Edizions. Almuniaced es en realidad Monegrillo, el pueblo materno y en el que sorprendió a Ruiz el estallido de la Guerra. Entiendo que algunos lectores encontraran en esta novela una historia a la medida de esa horrible frase hecha de sus filias y fobias. Y yo no me opondré, cada cual es libre de decorar a su gusto la república independiente de su casa. Y más que nada porque es verdad que la historia que cuenta, así, reducida a lo más básico y superficial; narra eso, el asesinato de un cura por las tropas franquistas. Habrá otros que decidan ir más allá y entren en su aspecto filosófico y teológico. La personalidad de Mosén Jacinto, su protagonista. La duda que lo hace humano, débil y fuerte. La cita de Machado. La pugna entre fe y razón. La Generación del 98, los carlistas de Valle-Inclán, el médico del pueblo y Baroja y la parte metafísica y su explícita relación con Unamuno, más cerca de El Sentimiento trágico de la vida que de San Manuel Bueno, martir. Incluso también con el papel de la Iglesia en aquella Guerra y su culpa, y el reflejo sociológico de aquella década de los cincuenta en España y un nuevo movimiento, los cristianos de base, los curas obreros, su implicación en las reivindicaciones sociales; la teología de la liberación y su interacción con el marxismo.
Yo me quedo con la parte narrativa, su estilo nítido, telegráfico y demoledor. La poesía latente, siempre a la vista. La añoranza, evocación detallista, melancólica y enamorada del paisaje de los Monegros. Recuerdos que ningún destierro y ninguna lejanía consiguieron eliminar. “Quieto, abstraído, dejaba correr los ojos tierras arriba, hasta donde la sierra, rosa y azul, es una quilla adormecida en la llanura”.
Y me quedaré, sobre todo, con lo que entiendo que es hoy y ahora lo más válido, setenta y seis años después de aquella trágica y maldita Guerra: Mosén Jacinto no estaba con unos ni con otros. Fue fiel a su conciencia, a su fe y pago con su vida. “Delincuentes eran todos, los que se iban y los que se quedaban, los del orden y los del desorden. Todo el que sentía odio y lo avivaba en los demás delinquía contra la ley de Dios, contra el interés de la Patria, contra lo divino y lo humano. Allí no había redentores de izquierdas ni salvadores de derecha, sino locos, fraticidas, verdugos”.
En aquella época no se podía ser independiente, la inmensa mayoría eligió un bando por imposición o por voluntad propia. Algunos de los que no se sentían identificados ideológicamente con ninguno, o desencantados o aterrados por los dos, abandonaron España; otros no pudieron hacerlo. Para mí esta novela tiene el valor de presentar a un personaje de aquella tercera España que no fue posible y quedó en minoría ahogada por la irresponsabilidad política y su discurso, arrasada por el odio y el fanatismo, por aquella “locura de caínes”.
José Ramón Arana. “El cura de Almuniaced”. 92 páginas. Gara d’Edizions. Zaragoza, 2011.
José Ramón Arana. “El cura de Almuniaced”. 92 páginas. Gara d’Edizions. Zaragoza, 2011.
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