martes, 8 de marzo de 2011

Marcel Proust inédito en "Turia"

LA REVISTA “TURIA” PUBLICA ONCE POEMAS INÉDITOS DE MARCEL PROUST

PERMITEN DESCUBRIR LOS ORÍGENES LÍRICOS DE UNO DE LOS GRANDES ESCRITORES DEL SIGLO XX

El gran escritor francés Marcel Proust, considerado junto a Kafka y Joyce indiscutible nombre propio de la literatura del siglo XX, será uno de los principales protagonistas del nuevo número de la revista cultural TURIA. Una entrega que va a ser distribuida este mes de marzo y que cuenta, entre sus contenidos más destacados, con la publicación de una selección de once poemas inéditos en español del célebre autor de “A la busca del tiempo perdido”. El responsable de este rescate cultural es el traductor Mauro Armiño, que no sólo se ocupa de su versión en castellano sino que elabora una interesante nota introductoria sobre el papel de la poesía en la obra de Proust.
Para Mauro Armiño, Premio Nacional de Traducción 2010, “la poesía persiguió a Marcel Proust a lo largo de toda su vida; pero, si empezó escribiendo y publicando en alguna revista durante sus años de estudiante, no tardó en derivar hacia la narrativa, que en sus inicios quedó marcada por sus afanes líricos”
Ahora la revista TURIA da a conocer, por primera vez en español, los orígenes creativos de Marcel Proust (1871-1922). Además, y según asegura Mauro Armiño, “es en los poemas iniciales donde Proust busca en la poesía un cauce para la expresión de sentimientos o la descripción de una situación anímica personal. Y, entre ellos, he escogido los que pertenecen, en mi opinión, a esa corriente lírica finisecular en la que se integran y son comprensibles”.
Encontraremos, por tanto, en las páginas de TURIA, poemas como el titulado “Contemplo a menudo el cielo de mi memoria”, alguno de cuyos versos son: “Todo lo borra el tiempo como las olas borran / Los trabajos infantiles sobre la allanda arena / Habremos de olvidar estas palabras tan precisas / tan vagas, / Tras las que el infinito sentimos cada uno”.
En otro poema, sin título, Proust traza un retrato femenino en versos como: “Si la mujer estúpida o detestable es bella / Acuérdate de una para que tu enojo reviva. / Su corazón de ceniza estaba en un cuerpo de flores. / En una lánguida belleza azul y lastimera / Sus ojos de los crímenes de su corazón se arrepentían.”
Baudelaire y, sobre todo, Mallarmé ejercieron una influencia evidente sobre el célebre autor de “A la busca del tiempo perdido”. Incluso, alguno de los poemas de Mallarmé actuaría sobre su vida personal: en 1914, por ejemplo, promete regalar un aeroplano en el que hará grabar un soneto suyo, “El cisne”. Y, en su gran novela, el narrador trufa sus cartas con fragmentos de ese mismo soneto mallarmeano.
Sin embargo, después de pensar durante su adolescencia que la poesía era su vocación literaria, no tardaría en convertirla en herramienta social en aquel mundo parisiense de salones aristocráticos en los que la literatura desempeñaba un papel decorativo. Como subraya Mauro Armiño, “la poesía, en fin, como ejercicio de integración en una buena sociedad donde citar versos propios o ajenos suponía un juego de esgrima para el ingenio con el que entretenía sus ocios el mundo aristocrático en el que Proust eligió vivir”.
TURIA es, con 28 años de trayectoria y periodicidad cuatrimestral, una de las publicaciones culturales españolas más veteranas y reconocidas, por cuya labor obtuvo el Premio Nacional al Fomento de la Lectura.

PROUST A LOS DIECISIETE AÑOS
Uno de los poemas en prosa que TURIA publica fue escrito por Proust a la edad de diecisiete años, está fechado a las once de la noche del mes de octubre y su transcripción íntegra es la siguiente:
“La lámpara ilumina débilmente los ángulos sombríos de mi cuarto y pone un gran disco de viva luz donde entran mi mano, de repente ambarina, mi libro, mi escritorio. En las paredes azulean delgados hilillos de luna que han entrado por la imperceptible separación de las rojas colgaduras. Todo el mundo se ha acostado en el gran piso silencioso… — Entreabro la ventana para ver de nuevo por última vez la dulce cara leonada, muy redonda, de la luna amiga. Oigo algo así como el aliento fresquísimo, frío, de todas las cosas que duermen –el árbol de donde rezuma la luz azul–, de la bella luz azul que a lo lejos, en un entresijo de calles, transfigura, como un paisaje polar eléctricamente iluminado, los adoquines azules y pálidos. Por encima se extienden los infinitos campos azules donde florecen frágiles estrellas… — He cerrado la ventana. Me he acostado. Mi lámpara, en una mesilla al lado de mi cama, en medio de vasos, de frascos, de bebidas frescas, de librillos preciosamente encuadernados, de cartas de amistad o de amor, ilumina vagamente en el fondo mi biblioteca. ¡La hora divina! A las cosas usuales, como a la naturaleza, las he hecho sagradas por no poder vencerlas. Las he revestido con mi alma y con imágenes íntimas o espléndidas. Vivo en un santuario, en medio de un espectáculo. Soy el centro de las cosas y cada una me procura sensaciones y sentimientos magníficos o melancólicos, que disfruto. Ante los ojos tengo visiones espléndidas. Se está bien en esta cama… Me duermo.”

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