domingo, 3 de enero de 2010

Con efecto retardado


Era la tradición de las Fiestas Mayores. El rito. Se quemaban los troncos de dos grandes encinas y se preparaban las brasas como para hacer una barbacoa gigante. Pero no se asaba nada. Con aquellas brasas se tejía una alfombra para caminar sobre ellas. El ceremonial de la noche de junio. La noche más corta del año. Los pedazos de carbón brillaban igual que los restos de un planeta derruido. Como la esterilla del infierno. Parecía que al pisarlas la tierra te tragaría lentamente y sin remedio como si fueran arenas movedizas.
Nunca lo había visto. Seducía y atemorizaba al mismo tiempo.
Cuando todo estuvo dispuesto el primero en pasar fue un hombre mayor. El maestro de ceremonias; el catador que daba el visto bueno y la alternativa a los más jóvenes. Luego empezaron a desfilar uno detrás de otro. Chavales que pasaban dando fuertes pisotones para impresionar a las chicas, igual que saltaban temerarios a la vaquilla en el encierro de madrugada. Aquello parecía un desfile ordenado y repetido hasta que pasó uno con una chica montada a caballito en la espalda. El jolgorio subió de volumen. Una prueba de amor me dijiste. La demostración pública de un compromiso. Una declaración, un acto sin palabras que lo significaba todo. Caminar sobre brasas ardientes llevando a la mujer prometida.
Sin pensármelo dos veces me quité a toda prisa las zapatillas y los calcetines y te pedí que subieras. Vi el brillo de emoción en tus ojos justo antes de darme la vuelta y agacharme. Después tu cuerpo en mi espalda y mis manos bajo tus rodillas.
Caminé pisando fuerte, con el arrojo y la inconsciencia del kamikaze enamorado. Con tu aliento y tu risa endulzando mi oreja y tus brazos rodeándome el cuello, sintiendo tus pechos clavarse suavemente en mi espalda. Siete pasos sobre las brasas acompañados por el griterío de los que nos jaleaban. Los chispazos como fuegos de artificio bajo mis pies.
Al terminar y dejarte en el suelo me besaste delante de tus padres y de todo el pueblo. Todo estaba dicho. Todo demostrado. No sentí dolor alguno. Tan sólo un escalofrío por todo el cuerpo y una tremenda erección. Toda la borrachera de felicidad de entonces.
Las quemaduras de tercer grado en las plantas de mis pies aparecieron dos años después, con efecto retardado, el día que llegué a casa y me encontré tu nota de despedida sobre la mesa de la cocina y la mitad del armario vacío.

Texto de Jorge del Frago.

La magnífica fotografía es de Jose Anoro.
http://www.flickr.com/photos/photosintesis/

4 comentarios:

David Moreno dijo...

Fantástico relato de principio a fin. El amor como motor para cometer locuras y la vuelta a la cruda realidad dos años después...

Un saludo indio

Unknown dijo...

felia año nuevo y que este año tu blog siga tan bonito e interesante, sara

JALOZA dijo...

Y Jorge cogió sus cuentos...

Gittana dijo...

Fantasticas tus palabras...

Lastimero el final... Pero que buen inicio de año!!!!!