Las desventajas de irse haciendo viejo son que uno empieza a oxidarse, se pierden reflejos y tiene la sensación de estar quedándose fuera de juego, pasado de moda. Pero es que cuando el tiempo se convierte en un lugar exquisito, escaso y caro; uno se aburguesa y se sienta a degustar con tranquilidad un cocido completo y deja de comer a base de sándwiches de ensaladilla.
Y con esas limitaciones propias de la edad y el estilo de vida de las tortugas me enfrenté a Juan Luis Saldaña, multipropietario de actividad frenética, maquinista de un tranvía urbano con paradas en múltiples apeaderos y que va remolcando varios vagones cargados de experiencias musicales y periodísticas. Una locomotora con las calderas a pleno rendimiento y los manómetros a toda presión.
Saldaña, escaparatista vocacional de Zaragoza, tiene el privilegio del descaro, la imaginación y el verbo fácil y rápido; y su “Hasta agotar existencias” me ha descubierto a un vitalista gamberro. Y yo, que soy de los que no sabe que es el pop en la literatura ni que le ve el mérito artístico a colorear una lata de sopa de cebolla, me he sentido más que nunca aventurero de mesa camilla y brasero ante unos relatos inclasificables.
Lo que está claro es que Saldaña es alguien que se divierte escribiendo, le gusta provocar, disfruta y tiene mucho talento. Pero para mí a veces va demasiado rápido; y yo soy de los que cuenta hasta cien antes de escribir una línea. Maldita la gracia que me hace quedar como un viejo prematuro y cascarrabias, porque he disfrutado mucho con el humor de Saldaña, me he reído a carcajadas con sus disparates y he sonreído con su ironía y crítica inteligente. Disfrutado con su imaginación pluriempleada de tipos que pasean perros por París con zapatos de rejilla o que cantan coplas por el portero automático; con su absurdo subido a un contenedor de basura y su imagen televisiva de madres con tupperware llenos de croquetas; con sus ideas brillantes encontradas en los mensajes escritos detrás de las puertas de los aseos de los bares; con su humor rural de apariciones marianas, discípulas beatas y mésias ladrones; con su entrañable exorcismo a la muerte con una promesa a lomos de un burro; con su cuento con moraleja anti-avaricia para adultos, con su breve historia de amor con besos de purpurina; con su paseo observador de vidas cruzadas; con su golpe de efecto al utilizar como víctima de un psicokiller cañí al payaso Fofito, y con su terror de congelador.
Lo que está claro es que Saldaña es alguien que se divierte escribiendo, le gusta provocar, disfruta y tiene mucho talento. Pero para mí a veces va demasiado rápido; y yo soy de los que cuenta hasta cien antes de escribir una línea. Maldita la gracia que me hace quedar como un viejo prematuro y cascarrabias, porque he disfrutado mucho con el humor de Saldaña, me he reído a carcajadas con sus disparates y he sonreído con su ironía y crítica inteligente. Disfrutado con su imaginación pluriempleada de tipos que pasean perros por París con zapatos de rejilla o que cantan coplas por el portero automático; con su absurdo subido a un contenedor de basura y su imagen televisiva de madres con tupperware llenos de croquetas; con sus ideas brillantes encontradas en los mensajes escritos detrás de las puertas de los aseos de los bares; con su humor rural de apariciones marianas, discípulas beatas y mésias ladrones; con su entrañable exorcismo a la muerte con una promesa a lomos de un burro; con su cuento con moraleja anti-avaricia para adultos, con su breve historia de amor con besos de purpurina; con su paseo observador de vidas cruzadas; con su golpe de efecto al utilizar como víctima de un psicokiller cañí al payaso Fofito, y con su terror de congelador.
Y reconozco que divertirse no está mal, pero creo que la literatura no es sólo una tira cómica ni una demostración de ingenio; ni me sirve eso de ampararse en la post-modernidad para convertir la narración en mera anécdota o en comida rápida. Pero me quedaría con el petardazo de la diversión, el talento del maquinista prodigio si no hubiera nada más. Me quedaría con el hombre orquesta y su habilidad para tocar varios instrumentos si no fuera por esa “Chica del doce”. Ese relato maravilloso que es una sinfonía lírica de la soledad, imágenes de lo cotidiano bajo la ventana, silencio y ruidos de ciudad y una vecina al otro lado de la calle. Horarios violados, lágrimas negras cayendo en picado como aviones de papel.
Para mí “La chica del doce”, y lo demás bombones, chispas, imaginación, cañas y risas.
Juan Luis Saldaña. “Hasta agotar existencias”. Colección voces de Margot. Editorial Comuniter. Zaragoza, 2010.
No hay comentarios:
Publicar un comentario