Por una vez la contraportada de un libro no busca deslumbrarnos. Por una vez utiliza palabras exactas y sencillas y nos dice, sin pretensiones, lo que hay dentro: “La geórgica es, desde que así lo estableció Virgilio, el género que busca hermosura en las cosas del campo. Este libro contiene un cuento de pastores, otro de cazadores y un relato de tema taurino. Historias de ambiente rural; faenas y paisajes en los que todavía hoy los animales son más importantes que los hombres”.
Y así lo hace. Contar una manera de vivir que a los ciudadanos se nos antoja una forma de vida extraterrestre, y que, sin embargo, para los hombres del campo no tiene nada de insólita. Contar con naturalidad lo cotidiano y lo extraordinario de unas vidas que a muchos, en estos tiempos modernos, les suena a existencia primitiva y ruda, pero que, aunque nos parezca increíble, todavía existe. Basta con recordar de dónde venimos, y que, si en lugar de estar en esta ciudad, hubiéramos decidido continuar viviendo y trabajando en el campo, lo veríamos de lo más corriente y vulgar. Seríamos lo que son ellos.
Porque Antonio Castellote y sus “Geórgicas” dejan en evidencia los estereotipos de nuestra ignorancia; lo que sabemos de esos animales que llegan al supermercado troceados y envasados en bandejas al vacío con fecha de caducidad y de los hombres que los cuidan a diario. Lo que sabemos de ovejas y buitres. Carroñeros para contemplar en los documentales de la 2 y en la exhibición del parque del Monasterio de Piedra. Animales de granja para tirarles palomitas en el zoo una vez al año. Rebaños y pastores que divisamos cerca de las carreteras y desaparecen a 140 kilómetros hora de nuestra vida apresurada.
Antonio y sus “Geórgicas” traspasando esa frontera de viejos cuentos de animales y brujas nos cuentan de perros de caza a los que sus dueños les cosen las heridas. Del "cazador que sale al campo para escuchar sus pasos sobre los terrones de tierra recién labrada y los cañutos de cebada seca. Sentir en la cara los alfilerazos de la matacabra, contemplar el horizonte como los niños dibujan las montañas". Y una oveja que se pone de parto y la cría que no sale y el pastor tiene que meter la mano dentro del útero y sacarla tirando de las patas. Y un perro pastor defendiendo al rebaño. Un mastín con los ojos arrancados a picotazos y un buitre con la cabeza cortada de un mordisco.
Antonio y sus “Geórgicas” nos enseñan multitud de palabras que se han perdido entre las calles de las ciudades, pero que en el campo todavía tienen un significado preciso. Nos enseñan un lugar y un trabajo. Faenas y paisajes. Nos muestran a los animales como esfuerzo en común y en soledad, como tema de conversación y centro de gravedad, nexo de unión, leitmotiv, presente y futuro. Y una escena narrada admirablemente que te hace sentir y saber lo que pasa sin ver nada, guiándote tan sólo por los silbidos y los gritos. Y la vida transcurriendo y formando un hilo trenzado con ellos: hombre, mujer, padre, animales y masía. Sabiduría antigua, desvelo, miedo, cuidados, angustia, amor y admiración.
Antonio Castellote. “Geórgicas”. Libros Certeza. Zaragoza, 2010.
Y así lo hace. Contar una manera de vivir que a los ciudadanos se nos antoja una forma de vida extraterrestre, y que, sin embargo, para los hombres del campo no tiene nada de insólita. Contar con naturalidad lo cotidiano y lo extraordinario de unas vidas que a muchos, en estos tiempos modernos, les suena a existencia primitiva y ruda, pero que, aunque nos parezca increíble, todavía existe. Basta con recordar de dónde venimos, y que, si en lugar de estar en esta ciudad, hubiéramos decidido continuar viviendo y trabajando en el campo, lo veríamos de lo más corriente y vulgar. Seríamos lo que son ellos.
Porque Antonio Castellote y sus “Geórgicas” dejan en evidencia los estereotipos de nuestra ignorancia; lo que sabemos de esos animales que llegan al supermercado troceados y envasados en bandejas al vacío con fecha de caducidad y de los hombres que los cuidan a diario. Lo que sabemos de ovejas y buitres. Carroñeros para contemplar en los documentales de la 2 y en la exhibición del parque del Monasterio de Piedra. Animales de granja para tirarles palomitas en el zoo una vez al año. Rebaños y pastores que divisamos cerca de las carreteras y desaparecen a 140 kilómetros hora de nuestra vida apresurada.
Antonio y sus “Geórgicas” traspasando esa frontera de viejos cuentos de animales y brujas nos cuentan de perros de caza a los que sus dueños les cosen las heridas. Del "cazador que sale al campo para escuchar sus pasos sobre los terrones de tierra recién labrada y los cañutos de cebada seca. Sentir en la cara los alfilerazos de la matacabra, contemplar el horizonte como los niños dibujan las montañas". Y una oveja que se pone de parto y la cría que no sale y el pastor tiene que meter la mano dentro del útero y sacarla tirando de las patas. Y un perro pastor defendiendo al rebaño. Un mastín con los ojos arrancados a picotazos y un buitre con la cabeza cortada de un mordisco.
Antonio y sus “Geórgicas” nos enseñan multitud de palabras que se han perdido entre las calles de las ciudades, pero que en el campo todavía tienen un significado preciso. Nos enseñan un lugar y un trabajo. Faenas y paisajes. Nos muestran a los animales como esfuerzo en común y en soledad, como tema de conversación y centro de gravedad, nexo de unión, leitmotiv, presente y futuro. Y una escena narrada admirablemente que te hace sentir y saber lo que pasa sin ver nada, guiándote tan sólo por los silbidos y los gritos. Y la vida transcurriendo y formando un hilo trenzado con ellos: hombre, mujer, padre, animales y masía. Sabiduría antigua, desvelo, miedo, cuidados, angustia, amor y admiración.
Antonio Castellote. “Geórgicas”. Libros Certeza. Zaragoza, 2010.
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