Para muchos de los que viven en las grandes ciudades los pueblos son lugares tediosos y remotos. Planetas de otra galaxia. Y cuando los conocen se quedan solamente con lo pintoresco y los tópicos y se olvidan de que en esos pueblos viven hombres, mujeres y niños. Que, cómo en todas partes, en esos rincones olvidados hubo un pasado y existe un presente. Hombres que fueron niños libres, felices y desdichados. Jóvenes que, cómo todos, buscaron el placer y se sintieron presos dentro de sus límites. Adultos que esconden secretos tras las puertas; y unas calles, un paisaje, que guardan heridas abiertas.
Dentro de éste “Rincón escondido” están las viejas historias de López Allué, sus pedriscos y cuentos, su Pedro y Juana, sus capuletos y montescos. Sus odios antiguos, sus casas ricas y pobres, su ignorancia, su violencia primitiva y sus celos salvajes. Y está Javier Gracia, escribiendo esa parte del pueblo que cuentan los ancianos y guardan los romances.
Dentro de este “Rincón escondido” está Javier, como Jesús Moncada, escribiendo esa parte de tertulia en los poyos junto a la puerta, de cafés y burlas, famas y sambenitos, niños y trastadas, bailes, petardos, y perros con latas atadas al rabo.
Pero por encima de todo eso, en este “Rincón escondido”, está Javier escribiendo de pueblos y universo. Rincón y humanidad. Niños que descubren la vida y su crueldad en las conversaciones de los adultos. Vecinos y ventanas abiertas, silencios y miradas. Amores antiguos y palabras torpes; y el deseo brotando, espiando un cuerpo desnudo de mujer tras una tapia. La vergüenza de ser de pueblo y volver, mucho tiempo después, a una casa vacía para descubrir que se puede ser pobre aunque te sobre el dinero.
Rincones escondidos donde existe lo único realmente importante: las personas y sus actos, las personas y sus afectos. La fidelidad al amor y su recuerdo, a aquel día en el que se compartió lo poco que se tenía; deuda eterna de gratitud y liturgia del corazón. El amor y su recuerdo repintados cada aniversario, palabras a solas en el corral convertido en jardín. La amistad y el arriesgar la vida por salvar a los demás de la barbarie. Pueblos y ciudades; pasado y presente; mujeres educadas en deseos reprimidos, convencionalismos y prejuicios; mujeres víctimas, maltratadas y sin cobijo. Frío y humillación. Rincones y universo.
Ahora sé que después de este “Rincón escondido” de Javier Gracia cuando la próxima Navidad coja de la bandeja de los dulces uno de esos higos con media nuez dentro que todos los años prepara mi madre me acordaré de la Paxarona y su bondad vestida de domingo. Y que su sabor, antes simple y anodino, será nuevo, peculiar y tierno. Que desde ese momento y para siempre, su sabor me devolverá en secreto un recuerdo antiguo y una historia leída inolvidable. A un lugar y un tiempo lejano de la niñez, al temblor de una tormenta y la fuerza mortal de un rayo; a la humanidad del hombre, a la tristeza y la soledad de los muertos que nadie recuerda, y a la extraña magia del cariño, que nunca debe darnos miedo.
Javier Gracia. “Rincón escondido” Mira Editores. Zaragoza, 2010.
Dentro de éste “Rincón escondido” están las viejas historias de López Allué, sus pedriscos y cuentos, su Pedro y Juana, sus capuletos y montescos. Sus odios antiguos, sus casas ricas y pobres, su ignorancia, su violencia primitiva y sus celos salvajes. Y está Javier Gracia, escribiendo esa parte del pueblo que cuentan los ancianos y guardan los romances.
Dentro de este “Rincón escondido” está Javier, como Jesús Moncada, escribiendo esa parte de tertulia en los poyos junto a la puerta, de cafés y burlas, famas y sambenitos, niños y trastadas, bailes, petardos, y perros con latas atadas al rabo.
Pero por encima de todo eso, en este “Rincón escondido”, está Javier escribiendo de pueblos y universo. Rincón y humanidad. Niños que descubren la vida y su crueldad en las conversaciones de los adultos. Vecinos y ventanas abiertas, silencios y miradas. Amores antiguos y palabras torpes; y el deseo brotando, espiando un cuerpo desnudo de mujer tras una tapia. La vergüenza de ser de pueblo y volver, mucho tiempo después, a una casa vacía para descubrir que se puede ser pobre aunque te sobre el dinero.
Rincones escondidos donde existe lo único realmente importante: las personas y sus actos, las personas y sus afectos. La fidelidad al amor y su recuerdo, a aquel día en el que se compartió lo poco que se tenía; deuda eterna de gratitud y liturgia del corazón. El amor y su recuerdo repintados cada aniversario, palabras a solas en el corral convertido en jardín. La amistad y el arriesgar la vida por salvar a los demás de la barbarie. Pueblos y ciudades; pasado y presente; mujeres educadas en deseos reprimidos, convencionalismos y prejuicios; mujeres víctimas, maltratadas y sin cobijo. Frío y humillación. Rincones y universo.
Ahora sé que después de este “Rincón escondido” de Javier Gracia cuando la próxima Navidad coja de la bandeja de los dulces uno de esos higos con media nuez dentro que todos los años prepara mi madre me acordaré de la Paxarona y su bondad vestida de domingo. Y que su sabor, antes simple y anodino, será nuevo, peculiar y tierno. Que desde ese momento y para siempre, su sabor me devolverá en secreto un recuerdo antiguo y una historia leída inolvidable. A un lugar y un tiempo lejano de la niñez, al temblor de una tormenta y la fuerza mortal de un rayo; a la humanidad del hombre, a la tristeza y la soledad de los muertos que nadie recuerda, y a la extraña magia del cariño, que nunca debe darnos miedo.
Javier Gracia. “Rincón escondido” Mira Editores. Zaragoza, 2010.
2 comentarios:
Buenas tardes.
Vivo en una gran ciudad y sin embargo, veo todo lo que comentas, en los pueblos pequeños.
Siempre he pensado que pasan las mismas cosas que en un pueblo grande o una ciudad, aunque en menos metros.
Seguro que me gustará el libro.
Saludos
*Siempre leo, aunque no comente.
Hola, Luis. Lo compraré, sin duda. Gracias por la crítica.
Saludos
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