Te escuchaba hablar y sé que tenías los ojos cerrados. No te veía pero tu voz sonaba cercana, limpia y firme. A pesar de las lágrimas, a pesar de toda la rabia y el dolor.
Hoy ha vuelto a llover. Un día de nubes duras, negras como el hierro. Y la tormenta trajo tus miedos y ahogos. Y buscaste en la palabra tu salvación, el desahogo, el aire limpio, la forma prefecta del olvido.
Miles de palabras de amor roto, destruido, y siempre su nombre callado, ni una vez pronunciado en tus labios.
Sabías que era un hombre insaciable, le reconociste, pero a pesar de eso te enamoraste de él. Dejaste que el cuchillo imantado de su mirada te desgarrara e hiriera. Noches sin dormir y uñas devoradas. Fuiste capaz de cualquier cosa con tal de no perder su amor. Incluso de probar el veneno de su lengua insaciable. Convertirte en él, renunciar a ti. Y no sirvió de nada. Por eso la cólera y la rabia, la necesidad de contarlo y arrancarlo de lo más profundo.
Escuché de tus labios el sonido de un portazo e imaginé tu cuerpo avergonzado y doliente en su desnudez bajo el albornoz. Tus caderas guardando todavía su calor. La sangre brotando de tu vientre. Y aquella tarde en la que él se marchó y quedo un temblor en ti, llovía y no era ni octubre ni otoño. Llovía dentro de ti y odiaste la lluvia.
Presentí en el torrente de tus palabras la añoranza de la infancia y su inocencia, un sueño de mujer y madre. Unos hijos y un hombre capaz de disipar las tormentas. Tu cabeza apoyada en el cristal de su recuerdo imposible y soñado.
Presentí la locura del amor, la desesperación absoluta, los bolsillos llenos de piedras y un río de agua turbia donde dejarse caer.
Presentí en tu intensa brevedad la carta al viento de mis ojos y el canto de esperanza para cerrar una herida profunda, las palabras de una venganza incruenta, hecha de lluvia ácida, gotas de limón y nubes cítricas. Tu criatura de papel y susurros que te hizo resistente a la lluvia, una nueva mujer capaz de destruir el recuerdo de los hombres insaciables, esas bestias capaces de exterminar la vida. Te oí decir que desde hoy ya no me acordaré de él, incluso bajo la lluvia, aniquiladora y fría, no me acordaré ya más de su nombre.
Mientras te escuchaba imaginaba la fuerza del agua arrastrando todo el ayer. El viento de tu boca, la fuerza de tus manos, la belleza arrebatadora de tu voz. El cauce seco y limpio después de la tormenta y el alma sangrando barro.
Y ahora, tal vez hoy, no sé si es un anhelo, si es cierto o los últimos acontecimientos lo han destruido, pero me hablaste de un hombre recién llegado, un hombre para ignorar la catástrofe del mundo, que ha traído consigo por fin el olvido, para volar más arriba que el eco de la tormenta y los gritos. Quise creer en ello cuando se apagó tu voz. Lo desee para ti.
Almudena Vidorreta. “Algunos hombres insaciables”. II Accésit, V Edición del Premio de Poesía Delegación del Gobierno en Aragón-Cajalón. Editorial Aqua, Zaragoza, 2009.
Hoy ha vuelto a llover. Un día de nubes duras, negras como el hierro. Y la tormenta trajo tus miedos y ahogos. Y buscaste en la palabra tu salvación, el desahogo, el aire limpio, la forma prefecta del olvido.
Miles de palabras de amor roto, destruido, y siempre su nombre callado, ni una vez pronunciado en tus labios.
Sabías que era un hombre insaciable, le reconociste, pero a pesar de eso te enamoraste de él. Dejaste que el cuchillo imantado de su mirada te desgarrara e hiriera. Noches sin dormir y uñas devoradas. Fuiste capaz de cualquier cosa con tal de no perder su amor. Incluso de probar el veneno de su lengua insaciable. Convertirte en él, renunciar a ti. Y no sirvió de nada. Por eso la cólera y la rabia, la necesidad de contarlo y arrancarlo de lo más profundo.
Escuché de tus labios el sonido de un portazo e imaginé tu cuerpo avergonzado y doliente en su desnudez bajo el albornoz. Tus caderas guardando todavía su calor. La sangre brotando de tu vientre. Y aquella tarde en la que él se marchó y quedo un temblor en ti, llovía y no era ni octubre ni otoño. Llovía dentro de ti y odiaste la lluvia.
Presentí en el torrente de tus palabras la añoranza de la infancia y su inocencia, un sueño de mujer y madre. Unos hijos y un hombre capaz de disipar las tormentas. Tu cabeza apoyada en el cristal de su recuerdo imposible y soñado.
Presentí la locura del amor, la desesperación absoluta, los bolsillos llenos de piedras y un río de agua turbia donde dejarse caer.
Presentí en tu intensa brevedad la carta al viento de mis ojos y el canto de esperanza para cerrar una herida profunda, las palabras de una venganza incruenta, hecha de lluvia ácida, gotas de limón y nubes cítricas. Tu criatura de papel y susurros que te hizo resistente a la lluvia, una nueva mujer capaz de destruir el recuerdo de los hombres insaciables, esas bestias capaces de exterminar la vida. Te oí decir que desde hoy ya no me acordaré de él, incluso bajo la lluvia, aniquiladora y fría, no me acordaré ya más de su nombre.
Mientras te escuchaba imaginaba la fuerza del agua arrastrando todo el ayer. El viento de tu boca, la fuerza de tus manos, la belleza arrebatadora de tu voz. El cauce seco y limpio después de la tormenta y el alma sangrando barro.
Y ahora, tal vez hoy, no sé si es un anhelo, si es cierto o los últimos acontecimientos lo han destruido, pero me hablaste de un hombre recién llegado, un hombre para ignorar la catástrofe del mundo, que ha traído consigo por fin el olvido, para volar más arriba que el eco de la tormenta y los gritos. Quise creer en ello cuando se apagó tu voz. Lo desee para ti.
Almudena Vidorreta. “Algunos hombres insaciables”. II Accésit, V Edición del Premio de Poesía Delegación del Gobierno en Aragón-Cajalón. Editorial Aqua, Zaragoza, 2009.
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